Parte 2

2. Reporte Yonaguni 2014

Parte 2

Un pequeño avión de hélices sería el encargado de llevarnos a unos pocos a la pequeñísima isla de Yonaguni. El enclave, de apenas 30 kilómetros cuadrados, es la isla más occidental de Japón, se encuentra a más de 2000 kilómetros de la capital japonesa, y a apenas 150 de las costas de Taiwan.

Con una población de poco más de 1000 personas, los pocos que llegan a la isla son buceadores que vienen precisamente  en invierno para tratar de pillar a los grandes bancos de tiburones que migran por esta zona.

Pronto me di cuenta que aquí solo llegan japoneses y los militares americanos destinados en las bases de Okinawa. Pronto mi contacto en la isla me confirma que somos el primer equipo español en bucear en la el complejo de Yonaguni.

Las jornadas serían intensas, a razón de tres inmersiones diarias, pero el tiempo no acompañaba. La situación del “monumento”, como allí lo llaman, pegado a la costa sur, hace que los vientos del sur hagan complicadas las maniobras de aproximación y compliquen la inmersión debido al fuerte oleaje, pues el complejo, apenas se encuentra su primer piso a unos 7 metros de profundidad.

Cuando por fin pudimos sumergirnos en el “monumento”, la estampa no defraudó. Acometiendo el complejo desde el lado oeste, uno sólo podía asombrarse del perfecto escalonado de la estructura. Sin duda, inicialmente, y para cualquier ojo humano, aquello era una estructura artificial. Sin embargo, cuando uno recorre todo el complejo hasta la cara este, los cortes y escalones se van fundiendo con la estructura natural de la roca. Quizás inicialmente es complicado hacerse una idea de conjunto de una estructura tan grande mientras se bucea. El “monumento” principal, de unos 200 metros de largo, requiere muchas inmersiones para conocer con detalle todo el complejo.

Recordando la conversación con el profesor Kimura, tratamos de observar detenidamente los cortes de la estructura y localizar marcas de cantería. No nos fue difícil, y en seguida, muescas, o semicírculos eran claros en las esquinas de los escalones, dispuestos a distancias constantes.

Perfectos ángulos de 90 grados y lo que parecían bloques a medio cortar.

La estructura efectivamente parecía un complejo inacabado. Una suerte de pirámide escalonada cuya base se encontraba a 25 metros de profundidad. Qué maravilloso enclave en nuestro planeta por explorar. La vida no escaseaba en la estructura y tortugas y grandes peces globo nos acompañaban durante nuestras inmersiones.

Los días en los que no era posible las inmersiones próximas a la costa en las ruinas, iniciábamos marchas submarinas en busca de los bancos de tiburones martillo que en este mes de febrero eran frecuentes. Colgados en medio del azul, sin referencia ninguna más que nuestros profundímetros y sensibles oídos, batíamos la zona hasta que el aire de nuestras botellas se agotara. En algunas inmersiones sólo el azul estaba presente y extrañas formas de plancton que parecían jugar con nosotros. Pero también nuestra paciencia tuvo recompensa, y el último día, a  40 metros de profundidad, un imponente banco de tiburones martillo se cruzó ante nosotros. Serían unos 15. Imponentes, de lento y seguro movimiento cruzaron ante nuestras narices a escasos 10 metros. Nunca hubo ninguna sensación de miedo pues, todo lo contrario, era nuestro afán encontrar tal espectáculo en el fondo del mar.

 

Con todavía la borrachera de las inmersiones, sólo podía alegrarme del punto geográfico en el que estábamos. De haber contemplado una ciudadela bajo el agua, una historia digna de las mejores aventuras de Julio Verne, de la que todavía hay pocas respuestas.