Texto: Lola Escudero

Boletín 49
Viajeros españoles

Los españoles fueron los primeros europeos que vislumbraron las costas de Australia, pero, excepto el nombre, derivado de Austrialia, apenas dejaron huella. Fueron los holandeses y más tarde los británicos quienes terminaron por conquistar y colonizar aquellas remotas tierras. Sin embargo, a finales del siglo XIX, un benedictino gallego se hizo célebre por su respetuosa forma de acercarse a las comunidades indígenas desde su misión de Nueva Nursia, al norte de Perth. Rosendo Salvado llegó a proclamar que prefería convertirse en aborigen antes que en obispo.

Dicen que es posible (y probable) encontrarse con un gallego en cualquier rincón del mundo, por remoto que sea. Y esto no es algo reciente: había gallegos entre los marinos que conquistaron el mundo en los siglos XVI y XVII, entre los colonos que poblaron los diferentes virreinatos americanos en el siglo XVIII, y por supuesto fueron muchos los gallegos que se sumaron a la emigración masiva hacia América en el siglo XIX y a principios del XX.

Uno de estos gallegos intrépidos y sin miedo a poner tierra, y agua, de por medio fue Rosendo Salvado y Rotea. En su caso, su objetivo estuvo más allá, al otro lado del planeta, en Australia, en donde llegó a ser obispo de la diócesis de Nueva Nursia a finales del siglo XIX. En Australia dejó un buen recuerdo, sobre todo entre las comunidades de aborígenes con las que trabajó estrechamente. Los australianos han comenzado a reivindicar su figura como precursor en la integración de los aborígenes en la sociedad australiana respetando su propia cultura.

Como en tantas historias de emigración, la religión tuvo mucho que ver en la decisión del futuro obispo Salvado de viajar tan lejos de casa. Rosendo Salvado y Rotea nació en Tui en el año 1814 e ingresó a los quince años en el convento benedictino de San Martiño Pinario. Era un mal momento para España y sobre todo para los monasterios: la abolición del diezmo, la desamortización de tierras eclesiásticas (1836-37), la disolución y el cierre de monasterios, trastornaron la vida de miles de frailes y entre ellos la de Salvado, que optó por el exilio en Italia donde permaneció diez años, concretamente en el monasterio de Trinità Della Cava, a 45 km de Nápoles, donde por fin pudo celebrar su primera misa en 1939.

En 1844, junto con otro monje español, José Benito Serra, acudió a la Congregación de Propaganda Fide de Roma en busca de un destino como misionero. Allí conocieron al reverendo John Brady, recién nombrado obispo de Perth (Australia), que estaba negociando ciertos asuntos para sus misiones australianas. Alentados por el reverendo Brady, Serra y Salvado no dejaron desde entonces de consultar en todas las bibliotecas romanas cuanto se había escrito acerca de Australia y de sus aborígenes. Finalmente, el obispo australiano les llevó con él, primero a Inglaterra y más tarde, en septiembre de 1845, hacia su definitiva misión en Australia.

Los primeros años australianos de los dos monjes fueron muy intensos. Habían llegado a Flemantle en enero de 1846 y Brady les asignó un territorio para evangelizar en el actual condado de Victoria Plains, a unos 132 km al norte de Perth, en el estado de Australia Occidental. Escogieron un lugar a orillas del río Moore, que bautizaron como Nueva Nursia (New Norcia en inglés), en honor del santo fundador de su origen, san Benito de Nursia. El 1 de marzo de 1847 inauguraron lo que más tarde sería un monasterio y el pueblo monástico de Nueva Nursia (New Norcia). El asentamiento misionero se construyó en las tierras del pueblo aborigen Yuat, que inicialmente integró la misión, y más tarde también se incorporó a los pueblos Nyungar del suroeste del mismo estado.

Nueva Nursia se convirtió rápidamente en un lugar diferente en el que se practicaba otra forma de ver a los aborígenes y de integrarles, distinta a la que se venía realizando hasta entonces. Para recaudar fondos, Salvado aprovechaba sus habilidades musicales y organizaba conciertos: un auténtico precursor de algo tan habitual en nuestros tiempos. Salvado vivió durante más de cincuenta años en su colonia australiana rodeado por los aborígenes a los que él siempre defendió. Solo en un momento estuvo a punto de dejar su querida Nueva Nursia, y fue cuando el papa Pío IX le nombró obispo de Puerto Victoria, un nuevo asentamiento de los ingleses en el norte de Australia. Rosendo Salvado acató la orden de sus superiores y se trasladó a su destino, pero la suerte se alió con él, ya que los británicos se retiraron al poco tiempo de aquel lugar y pudo regresar a Nueva Nursia con su dignidad episcopal.

San Benito de Nursia cuyas fundaciones fueron el origen de la Orden benedictina y dieron el nombre al territorio conocido como Nueva Nursia

Rosendo Salvado

A pesar de que años después regresó a España, siempre mantuvo un contacto continuo con los fieles de su misión hasta su muerte, en Roma en el año 1900. Salvado redactó una memoria sobre sus experiencias australianas que hoy nos sirve para valorar la extraordinaria labor que realizó en aquellas tierras, poniendo en marcha iniciativas que en aquellos tiempos resultaban completamente novedosas en estos alejados territorios en los que aún se reconoce su figura y su legado.

En España hay dos hechos que nos permiten recordarle: la estatua dedicada al Padre Salvado inaugurada en 1949 en la Plaza de la Inmaculada de Tui, su ciudad natal, por suscripción popular, y los muchos eucaliptos que encontramos en los bosques ibéricos y en particular en los gallegos: fue Salvado el introductor en España de esta especie que ha causado no pocos problemas.

En Australia su figura está siendo actualmente objeto de estudio. En la Universidad de Queensland, un equipo de investigadores está rescatando del olvido los diarios del Obispo Rosendo Salvado que van de 1844 hasta 1900. Los diarios, que suman once tomos, están escritos en varios idiomas europeos y en Nyungar, idioma hablado en la esquina suroeste del estado de Australia Occidental. Contienen un valioso material para los estudiosos de distintas disciplinas: antropología, sociología, historia, psicología, literatura, lingüística, semántica, semiótica y análisis del discurso, entre otras. Uno de los aspectos más originales de este reciente estudio es la perspectiva lingüística, ya que a través de sus diarios se puede analizar la modificación de nombres aborígenes que se realizaba en la época como una forma de borrar también su cultura.

En los diarios se aprecia también que Salvado fue un intelectual y un humanista: entre las artes que practicaba el religioso están la literatura, la botánica y la música. Por otro lado, el obispo gallego se puso desde el principio del lado de los aborígenes australianos y luchó por sus derechos; hasta solicitó ser declarado aborigen australiano por el gobierno de Inglaterra para poder defenderlos mejor. Aunque el aventurero monje tudense murió en Roma, su cuerpo fue trasladado a la ciudad australiana de Nueva Nursia donde reposa.

José Benito Serra

Eucalipto

Aborígenes australianos

La misión de Salvado entre los aborígenes

La vida de Rosendo Salvado no tendría nada de excepcional si no fuera porque el escenario de su labor misionera transcurrió en un territorio en el que la presencia española era muy escasa. Australia y otros territorios de Oceanía se agregaron tarde a la red de colonias que comprendía el entonces emergente sistema mundial capitalista a comienzos del siglo XIX, encabezado por el imperio británico con sus posesiones en América, Asia y África. Figuras similares a Salvado hubo muchísimas en otros rincones del mundo, sobre todo en América y en otros territorios vinculados a la Corona española: monjes o sacerdotes voluntariosos, animados por la religión, que vivieron en comunidades de indígenas a las que trataron de ayudar con mayor o menor fortuna. Aprendieron su lengua, intentaron entender sus religiones, costumbres y formas de vida para así poder comunicarse mejor con ellos y en último término, evangelizarles. En Australia, resulta un caso muy excepcional.

Así describe el propio Salvado su proyecto con los Yat y los Nyungar, en una carta dirigida al presidente del Consejo Central de la Pía Obra de la Propagación de la Fe en 1868: “Nueva Nursia … es una misión Benedictina… cuyo objeto principal es la conversión y civilización de [los] salvajes, y por lo tanto ha sido fundada lejos de toda población en un sitio del bosque enteramente desconocido a los europeos, y habitado por solo los salvages, a los que instruyendo, convirtiendo [y] civilizando [se les establece en una] vida social”. Y más adelante subraya la visión para Nueva Nursia: “El objeto de los misioneros de Nueva Nursia, es el de establecer aquella su misión de modo que pueda llegar a ser una Misión Madre; que de ella puedan salir misioneros a fundar nuevas misiones por aquel inmenso país, teniendo siempre una punto de apoyo aquella Misión Madre”.

Pero aunque la evangelización era su principal objetivo, Salvado y su compañero, el padre Serra, dejaron un importante legado al plasmar en sus diarios una interesante descripción de la cultura de los aborígenes en el siglo XIX. No se sabe muy bien cuántos había en los años en los que Salvado se estableció en Australia. Se calcula entre 300.000 y un millón de individuos, pero es complicado determinarlo porque el país estaba en gran parte inexplorado. Frente a otros pueblos indígenas de otras partes del mundo, los aborígenes australianos tuvieron desde el principio muy “mala prensa”, incluso fueron comparados con los orangutanes, y hubo ciertos científicos que les negaron un alma racional. De tez negra y constitución poco esbelta, los aborígenes fueron degenerando tanto en lo físico como en lo moral al contacto con los colonos ingleses, que aplicaron sobre ellos métodos radicales para forzar su integración: fueron perseguidos, acorralados y maltratados: el alcohol y la escopeta causaron tantos daños como la sequía y el hambre.

Los métodos de Salvado fueron radicalmente diferentes, considerando a los aborígenes sobre todo como seres humanos con los mismos derechos que los colonos, y valorando especialmente sus cualidades, como la hospitalidad, su vinculación sagrada a la tierra y su afición a la música, elemento que Salvado utilizaría como uno de los más apropiados para acercarse al alma de aquellos pueblos incomprendidos. Para poder comprenderlos, Salvado utilizó la asimilación, y practicaba con ellos la caza, comía como ellos, rivalizaba en fuerza y destreza como uno más, cantaba y bailaba con ellos, y consiguió que le consideraran, o casi, un aborigen más.