Miguel Alonso Baquer

Bibliografía: “Exploradores españoles olvidados del siglo XIX” SGE. 2001

La figura de Emilio Bonelli Hernando ocupa un lugar destacado en la historia reciente de la presencia española con voluntad de permanencia, no sólo en el Sáhara Occidental sino también en los Territorios del Golfo de Guinea. El hecho por el que ha pasado a esta historia como personalidad sobresaliente está fechado el 4 de noviembre de 1884 cuando se izó por vez primera, siendo él capitán de infantería, la bandera de España en un lugar de la península de Río de Oro que los nativos llamaban Dahla-es-saharía, junto al acantilado que luego serviría para fundar Villa Cisneros por decisión del propio Bonelli.

De Emilio Bonelli Hernando nos interesa subrayar, primero, su condición humana; en segundo lugar, su profesionalidad militar; después, su definición africanista en la versión genuina de explorador y finalmente, su generosa entrega a una causa civilizadora en el marco de las instituciones donde encontró cobijo su modo de pensar, la Liga Africanista Española y la Real Sociedad Geográfica de Madrid.

1.- LA CONDICIÓN HUMANA DE EMILIO BONELLI

La condición humana del protagonista de los hechos que vamos a evocar aparece muy clara en las Notas para la biografía del notable explorador que, a mi requerimiento, acaba de redactar su nieto Emilio Bonelli Otero, compañero mío de la 8ª Promoción de la Academia General Militar de Zaragoza y actualmente General de División en la reserva.

Emilio Bonelli Hernando había nacido en Zaragoza el 7 de noviembre de 1855 (y no en Madrid un año antes, como se dijo en alguna Enciclopedia). La de Espasa en sucesivas ediciones, a partir de los primeros años del siglo XX, sólo ha corregido el lugar pero no el año. Su padre era D. Eduardo Bonelli, Ingeniero Agrónomo de origen italiano, un hombre de espíritu viajero que había dejado Italia al enviudar muy jóven. Casado en segundas nupcias con Dª Isabel Hernando, se estableció en Zaragoza, donde su hijo Emilio recibió las aguas bautismales en la Parroquia de S. Gil (Calle de D. Jaime, que discurre entre el Coso y el río Ebro).

Emilio, muy pronto, queda huérfano de madre y con su padre se traslada a Marsella donde desde sus primeros estudios adquiere la rara cualidad de expresarse correctamente en español, italiano y francés. Los viajes incesantes de su padre le llevan a Argel, a Túnez y, decisivamente para su porvenir, a Tánger, donde un hermano de su padre ejerce de farmacéutico. Frecuenta una escuela musulmana, viste chilaba, calza babuchas y empieza a desenvolverse en lengua árabe.

El fallecimiento de su padre, víctima de una epidemia de cólera, en 1869 —Emilio tiene catorce años— le deja en una mala situación económica que solventa actuando como intérprete en el Consulado de España en Rabat. Cobraba 50 pesetas mensuales y se le orientaba al ingreso por oposición en alguna plaza de funcionario del Ministerio de Estado o de la Presidencia del Gobierno en Madrid.

Llamado a filas por su condición de ciudadano español no alega exención alguna como huérfano de padre y madre y se dispone a superar la convocatoria de acceso a la Academia de Infantería de Toledo, costeándose la preparación con frecuentes traducciones. Es un brillante cadete que se gana las simpatías de sus compañeros. Al parecer, son ellos quienes le ayudan en lo económico a pagar su equipo y es el Comandante Profesor Rodríguez de Quijano y Arroquia, un buen geógrafo, quien más interés muestra por orientar el sentido de su carrera militar. Entre 1875 y 1878, es decir, en los primeros años de la Restauración , es cuando logra el despacho de oficial de Infantería y el destino al Regimiento de la Princesa nº 4 con sede en Madrid.

Durante una docena de años fue madurando su vocación africanista, no sin tener que aprovechar las oportunidades para dotarse de un patrimonio. Se sabe que el Ayuntamiento de Madrid le premió con 3.000 ptas. por la puesta a punto de sus embrolladas cuentas. Y se supone que las empleó para esporádicos viajes por todo el Norte de Africa en contacto cada día más audaz con las poblaciones del interior.

El año decisivo, —todavía teniente graduado, a punto de ascender a capitán— es 1882. Obtiene licencia para permanecer más tiempo en Africa. Desde Rabat recorre en solitario toda la cuenca del río Sebú. Visita los territorios de los Beni Hasen y del Garb y las ciudades de Fez y Mequinez, donde todavía no residía ningún europeo. A su retorno, la Sociedad Geográfica de Madrid le ofrece la ocasión de pronunciar una conferencia, precisamente el 7 de noviembre, cuando cumplía 27 años:Observaciones de un viaje por Marruecos . El Depósito de la Guerra , del Cuerpo de Estado Mayor, le edita ese mismo año El Imperio de Marruecos y su constitución: descripción de su geografía, topografía, administración e industria . Un año antes, se ha distinguido por la traducción del Manual de fortificación de campaña del teniente general francés Brialmont. Está muy acreditado en su función de profesor de idiomas.

La anécdota más significativa de su personalidad se sitúa en este tiempo. Emilio Bonelli ha tomado conciencia del problema, vital para los pescadores canarios, de disponer de refugios en la costa africana, especialmente en torno al abrigo de la península de Río de Oro, donde eran sistemáticamente hostigados. Pide audiencia al Ministro de la Guerra y le ofrece la iniciativa de una toma de contacto oficial con la población nómada que le será rechazada. Bonelli sale decidido del Palacio de Buenavista, sito en la plaza de la Cibeles , a poner su plan en manos del Presidente del Consejo de Ministros D. Antonio Cánovas del Castillo. Tras recorrer a pie unos metros de la calle de Alcalá hacia la Puerta del Sol —edificio luego del Ministerio de Educación— penetra decidido en el antedespacho de aquel a quien suponía interesado en los problemas africanos, por influencia directa de su tío malagueño, Serafín Estébanez Calderón “El Solitario”. Y Cánovas le recibe sin solicitud previa de visita y le otorga su confianza.

Los preparativos de su expedición tienen lugar en las Islas Canarias y revelan un firme carácter y una decidida e inexorable vocación africanista. Su nieto Emilio Bonelli Otero recoge en sus Notas la semblanza que ha quedado en el entorno familiar. Se habla de un autodidacta capaz de forjarse todo un carácter al servicio de una idea fija: introducir a España en la aventura que ya ocupaba a otras naciones europeas, incluso antes de que el Canciller Bismorck convocara la Conferencia de Berlín (1885). Estudioso sin límites, trabajador incansable, tenaz en sus sueños, quiere para España un prestigio internacional donde se reúnan los afanes de exploración y reconocimiento de tierras ignotas y la mejora substancial del género de vida de las poblaciones rezagadas. Su progresión en el conocimiento de la lengua árabe —que se prolonga con el suficiente uso del inglés y del alemán— había clarificado en su conciencia cual debía ser el signo de su vida. No obstante, tardará unos años en renunciar a la carrera militar para así consagrarse finalmente a la defensa verbal en las polémicas consiguientes a su decidida penetración exploratoria en dos escenarios climáticamente contrarios, los desiertos del Africa Occidental Española y las selvas del Africa Ecuatorial Española.

El 4 de julio de 1886, en plena actividad organizadora de tan múltiples esfuerzos, contrajo matrimonio con Dª María Rubio Isern. Tuvo varios hijos, cuyas vicisitudes son también significativas. Eduardo, el mayor, murió muy joven (1887-1903); Eulalia vivió entre 1888 y 1957; Eugenio (1889-1969) alcanzó el empleo de coronel de Infantería, —le conocí siendo Profesor de Dibujo de la Academia General Militar de Zaragoza al superar mi oposición de ingreso en ella—; Emilio (1902-1962) también, alcanzó a ser coronel de Infantería; Elvira vivió entre 1903 y 1983; Juan María (1904-1982), sirvió en la Armada hasta el empleo de capitán de fragata y acabó convertido en Ingeniero Geógrafo. (Ejerció el alto cargo de Gobernador General de los Territorios Españoles del Golfo de Guinea en los últimos años de la II Guerra Mundial, culminando su vida como Secretario Perpetuo de la Real Sociedad Geográfica); Ernesto, (1906-1936) optó por ser Ingeniero de Montes para integrarse también en la plantilla de los Ingenieros Geógrafos. Muere fusilado en las tapias del santuario del Cristo de la Vega de Toledo, siendo el Director del Observatorio Astronómico y dejando viuda a la hija del Profesor y Catedrático de Filosofía D. Manuel García Morente. Este hecho resultó decisivo para la conversión y el sacerdocio de Morente.

Nuestro hombre, Emilio Bonelli Hernando, falleció, víctima de un infarto de miocardio, el 25 de noviembre de 1926 en Madrid. Sus restos reposan en la Sacramental madrileña de los Santos Justo y Pastor. La necrológica de urgencia afirmaba de su vida y de su obra que “fue un español notable, militar y patriota ejemplar, geógrafo, comerciante, políglota, negociador, habilísimo diplomático, hombre íntegro y de inequívoco espíritu cristiano”.

2.- LA PROFESIONALIDAD ATÍPICA DE UN MILITAR

Decir de Emilio Bonelli Hernando que fue un militar atípico es decir una obviedad. Se trata de una trayectoria trazada al costado de la profesionalidad más convencional —la vida de guarnición en la capital de España— siempre con vistas a una aventura, más bien solitaria, que no pasó en sus años jóvenes por el destino a escenarios ultramarinos, es decir, ni por Cuba, ni por Filipinas. Y es que su opción por explorar las costas atlánticas del continente africano precede a la gravísima complicación de la situación bélica atravesada entre los años 1895 y 1898 tanto en Cuba como en Filipinas. No fue, pues, el Desastre del 98 lo que determinó lo esencial de su vocación. Tanto la vocación como la dedicación africana de Emilio Bonelli se incribe en un modo de ser inequívoco al que siempre fue fiel como verdadero pionero: el modo de ser del explorador de nuevos escenarios que lo hace para abrirlos a la civilización en nombre de España.

En las filas del Ejército alcanzó hasta el empleo de teniente coronel. Recuérdese que ingresó en la Academia de Toledo con veinte años, por encima de la edad de la inmensa mayoría de sus compañeros de promoción y añádase a esta circunstancia, las facilidades que le daba la guarnición de Madrid para progresar en la enseñanza de idiomas y para tomar contacto con las personalidades de la política, de la ciencia, del comercio y de la cultura de quienes, en definitiva, dependía la posibilidad misma de su aventura africana

La profesionalidad militar en el caso de Emilio Bonelli está asociada a un ideal científico, en parte y político, en el fondo, que supo hacer compatible con su carrera. En el siglo XIX algunos miembros de la carrera de las armas se esforzaron en entender su vocación como una realidad abierta a la ciencia y a la cultura. Y nada más próximo entre sí que el espíritu expedicionario, (sea con fines científicos de conocimiento o con fines culturales de extensión de unos valores) y el espíritu militar propiamente dicho, cuando éste mira al exterior y se entienda como proyección de un poder. Será el caso de Emilio Bonelli.

Las vocaciones de sus hijos varones ratifican esta interpretación vital aparentemente aventurera. La Real Armada y los Reales Ejércitos de la España de la Restauración acogieron a estos hijos varones todos ellos marcados con un denominador común que podríamos sintetizar en la pasión por la geografía humana y otras ciencias sociales.

Naturalmente que Emilio Bonelli, como veremos a continuación, siempre operó en sus expediciones como un militar de carrera. Siempre entendió que el Ejército y la Armada tenían que respaldar aquellas iniciativas. Sus frecuentes discusiones en Congresos y Conferencias (internacionales o nacionales) le presentan como claro representante del punto de vista militar. De hecho, su retiro, demorado en todo lo que era posible, no interrumpió esta definición suya de militar ilustrado y culto, con la que ha pasado a la historia.

Lo definitivo, sin embargo, radica en la esencia castrense de su carácter. Las formas de vestir y de hablar, las exigencias éticas del respeto a la palabra hablada, propias de Emilio Bonelli, fueron hasta su muerte, las habituales entre los mejores de sus compañeros de armas.

3.- LA DEFINICIÓN PRECISA DE SU AFRICANISMO VISCERAL

Entre el 24 de octubre de 1778, fecha en la que España toma posesión de la isla de Fernando Poo en el Golfo de Guinea, hasta el 3 de noviembre de 1884, fecha en la que Emilio Bonelli ocupa Río de Oro, transcurre el lento proceso de integración de una minoría de españoles en la gran corriente del africanismo europeo.

Los hechos consiguientes más notorios podrían ser éstos:

•  La declaración oficial del Protectorado español sobre el Sáhara Occidentalque se produce el 26 de diciembre de 1884.

•  Los convenios con el Sultán de Marruecos, respecto a lo que terminaría llamándose Zona Sur del Protectorado (Cabo Juby) que están firmados el 5 de marzo de 1894 y el 24 de febrero de 1895.

•  El Tratado de París , consiguiente al desenlace de la guerra frente a los Estados Unidos en Cuba y en Filipinas que lleva la fecha de 27 de junio de 1900.

•  La Conferencia de Algeciras para el reparto de responsabilidades entre España y Francia en la acción protectora de Marruecos, que se inició el 15 de enero de 1906 y el Acta general que se firma el 7 de abril del mismo año.

•  La expedición del teniente coronel Bens al interior del Sáhara desde Tarfaya (luego Villa Bens) que se realiza a partir del 29 de junio de 1907. Francisco Bens Argandoña será Gobernador Político-Militar de Río de Oro desde 1903 y lo seguiría siendo hasta 1925

Todos estos acontecimientos están directamente relacionados con las gestiones personales de Emilio Bonelli; en realidad son la consecuencia directa de su gestión. Igualmente lo son otras tantas circunstancias vinculadas a la presencia española en lo que se llamó Colonia del Río Muní , frente a la Isla de Fernando Poo en el Golfo de Guinea.

Retengamos la fecha critica de la actividad expedicionaria del que hemos justamente calificado «adelantado de la presencia española en el Sáhara Occidental» : noviembre de 1884. Por delante de ella hay que situar, el 16 de septiembre de 1877, la creación en la capital de España de la Asociación Española para la Exploración de Africa , bajo la presidencia del joven rey Alfonso XII y la fundación de la Compañía Mercantil Hispano-africana el 9 de febrero de 1883. Un año más tarde, en los días en que Bonelli prepara en la Isla de Tenerife su viaje a Río de Oro, en términos de comisión de servicio a la Corona de España, esta Compañía había situado un almacén de pontones en la costa africana. Es exactamente lo que le había encomendado Cánovas del Castillo a la recién fundada Sociedad de Africanistas y Colonistas en 1883 y lo que ésta transmite al capitán en excedencia Emilio Bonelli.

El apoyo jurídico de la operación programada venía tanto del Tratado de noviembre de 1861 entre España y Marruecos, respecto al derecho a establecer pesquerías en Santa Cruz de Mar Pequeña (Ifni), como de las Conclusiones de la Conferencia de Berlin (1885), respecto al derecho de las naciones civilizadas a ocupar en Africa territorios que estuvieran libre de una clara soberanía de cuño europeo.

Todos estos acontecimientos están directamente relacionados con las gestiones personales de Emilio Bonelli; en realidad son la consecuencia directa de su gestión. Igualmente lo son otras tantas circunstancias vinculadas a la presencia española en lo que se llamó Colonia del Río Muní , frente a la Isla de Fernando Poo en el Golfo de Guinea.

Retengamos la fecha critica de la actividad expedicionaria del que hemos justamente calificado «adelantado de la presencia española en el Sáhara Occidental» : noviembre de 1884. Por delante de ella hay que situar, el 16 de septiembre de 1877, la creación en la capital de España de la Asociación Española para la Exploración de Africa , bajo la presidencia del joven rey Alfonso XII y la fundación de la Compañía Mercantil Hispano-africana el 9 de febrero de 1883. Un año más tarde, en los días en que Bonelli prepara en la Isla de Tenerife su viaje a Río de Oro, en términos de comisión de servicio a la Corona de España, esta Compañía había situado un almacén de pontones en la costa africana. Es exactamente lo que le había encomendado Cánovas del Castillo a la recién fundada Sociedad de Africanistas y Colonistas en 1883 y lo que ésta transmite al capitán en excedencia Emilio Bonelli.

El apoyo jurídico de la operación programada venía tanto del Tratado de noviembre de 1861 entre España y Marruecos, respecto al derecho a establecer pesquerías en Santa Cruz de Mar Pequeña (Ifni), como de las Conclusiones de la Conferencia de Berlin (1885), respecto al derecho de las naciones civilizadas a ocupar en Africa territorios que estuvieran libre de una clara soberanía de cuño europeo.

El general de División Mariano Fernández Aceytuno nos ha descrito con todo lujo de detalles en una obra reciente (2001) los propósitos y las realidades de la expedición de Emilio Bonelli. Había solicitado éste, desde 1882, actuar en solitario, como antes lo hiciera José María de Murga y Murgategui, el «moro vizcaíno», “provisto sólo de chilaba, babuchas, morral, una tetera y una pipa de Kifi por los caminos de Fez, Marraquech, Mequinez y el territorio meridional del Sur. Pero hasta 1884, en el recuerdo de las aventuras algo más lejanas de Aly Bey el Abbassí, (en realidad el agente catalán Badía del ministro de Carlos IV, Manuel Godoy) y de Gatell, más recientes, no obtiene el permiso del Gobierno.

La misión encomendada —escribe Fernández Aceytuno— era básicamente mercantil y no ofrecía para el Estado riesgo alguno; si tenía éxito, la costa frente a Canarias quedaría bajo tutela de España y en caso contrario, el Gobierno podía darse por no enterado de una aventura realizada a cargo de una Compañía particular o privada.

Emilio Bonelli fletó el buque de vela «Ceres» en la Isla de Tenerife y se presentó, sucesivamente, en Cabo Bojador (latitud 26º, 8′ Norte, longitud 8º, 17′ Oeste), en Río de Oro (latitud 23º, 36′ Norte, longitud 9º, 49′ Oeste), en Angra de Cintra (latitud 23º, 6′ Norte, longitud 10º, 1′ Oeste) y en Bahía del Oeste (latitud 20º, 51′ Norte, longitud 10º, 56′ Oeste). Sólo desembarcó en la conocida bahía y península de Río de Oro (que los portugueses denominaban Río Duoro (Duero en castellano). Y desembarcó sólo, sin apoyo militar ninguno, muy cerca del paraje donde la ya citada Compañía Mercantil tenia anclado el pontón «Inés» desde el mes de febrero. Era el 4 de noviembre de 1884.

Inmediatamente ordenará que se monte una caseta de madera y un mástil junto a ella donde izará solemnemente la enseña nacional junto al acantilado donde pensaba trazar los límites de la ciudad que él mismo decidirá se llame Villa Cisneros, en honor del famoso Cardenal al servicio de la política africana de Isabel la Católica. Unos famélicos nómadas de las familias eznagas de pescadores observan el acontecimiento sin sobresaltarse.

La actividad del pequeño grupo de exploradores españoles se orientó, primero, a la asistencia de los grupos de nómadas y pescadores y después, a la limpieza de antiguos pozos de los que se sabía que podían ser de agua potable, como así ocurrió con uno situado a 23 kilómetros del extremo de la península. En su día, lo habían preparado unos náufragos europeos. Finalmente, unas obras de mampostería dieron forma a una presunta factoría a la que denominaron «fuerte».

Por mar, en la misma goleta a vela, montó casetas similares tanto en la Bahía de Cintra, a la que bautizó con el nombre de Puerto Badía como en un paraje inmediato a Cabo Blanco, que denominó Medina Gatell, donde —nos dice Fernández Aceytuno— dejó anclado el pontón «Libertad» y sentó las bases de lo que podríamos decir que era una estación geográfica.

Tanto en Río de Oro como en Cabo Blanco, Bonelli mantuvo en su correctísimo árabe conversaciones formalmente serias con los nativos que condujeron a la redacción de unas Actas , suscritas por sus cabecillas el 28 de noviembre de 1884, donde constaba su adhesión a España.

Con sorprendente rapidez —un comunicado del Ministerio de Estado, Sección Política reflejaba ya desde el 26 de septiembre de 1884 las coordenadas geográficas de los puntos donde se elevaría la bandera de España— el rey Alfonso XII confirmó las cartas de adhesión firmadas en su nombre por Emilio Bonelli. El Gobierno de España puso inmediatamente en conocimiento de otras potencias los hechos y los presentó el 26 de diciembre de 1884 como una Declaración de Protectorado Español del Sáhara Occidental en toda regla. Las tres factorías plantadas por Bonelli empiezan a actuar como tales para estos fines: facilitar a los pescadores de Canarias un doble refugio en las bahías del Oeste y del Galgo y, secundariamente en la intención, ratificar la posesión de la península del Cabo Blanco para edificar en ella —al Norte— fortificaciones en su día apoyadas por buques de guerra, si alguna otra potencia disputaba esta propiedad a España.

Todo parece ir bien. Con fecha 5 de julio de 1885, el Presidente del Consejo de Ministros, todavía Cánovas del Castillo (en vida de Alfonso XII) le indica al Ministro de la Guerra que Bonelli, además del sueldo militar, recibiría cuanto necesitase para otros gastos en función de su cargo de Director de la correspondiente Compañía Mercantil. La ocupación del Sáhara sólo costó al Estado 7.500 pesetas que se facilitaron del fondo de gastos secretos a disposición de la Presidencia del Consejo.

Pero, muy pronto, a pesar del éxito en numerosos recorridos para tomar contacto con nuevos grupos de nómadas, con ocasión de un retorno a la Península del propio Bonelli, se producen en Río de Oro sucesos muy lamentables. Nunca hasta entonces se había empleado fuerza militar para prevenirlos.

Y es que los miembros de las tribus no contratados para el servicio de aquellas factorías, creyéndose marginados en beneficio de los nómadas más próximos a la costa, el 9 de marzo de 1885, constituyeron un grupo numerosos de delimis, es decir, de la fracción de Ulad Bu Amau (una tribu de estirpe arab con fama de guerrera) y partiendo del pozo de Tachquetent se presentaron mal armados, pero con algunos fusiles Lebel, quizás arrebatados a patrullas francesas procedentes de Mauritania, y atacaron a los españoles con inesperada violencia. Muchos de ellos cayeron asesinados. Fernández Aceytuno da los nombres del tenedor de libros de la factoría, Serafín Ferlús y del auxiliar Pedro Sánchez, además de la cifra de dos marineros muertos de la goleta «Ceres», un peón y un cocinero. Quemaron el pontón «Inés», robaron toda la mercancía almacenada y dieron la sensación de no tolerar en absoluto la presencia española.

La situación quedó resuelta favorablemente al día siguiente gracias a la lealtad de Sid Ahmed El Vali es Shai, de la tribu de Ulad bu Sboa, firmante del Acta con Bonelli, que recriminó a los saharauis lo sucedido y protegió efectivamente a los supervivientes. En España, una diplomacia mal informada derivó hacia el Sultán de Marruecos la reclamación, contrariando la postura de Bonelli, siempre refrendada por Cánovas, que se basaba en la evidencia de que todo el territorio al Sur de Tarfaya (Cabo Juby) nunca había estado bajo autoridad alguna al servicio de Marruecos.

En plena conmoción por lo sucedido, Emilio Bonelli fue nombrado por Real Decreto de 10 de julio de 1885 Comisario Regio para Africa Occidental. Urgentemente salió de Madrid el 3 de agosto y llegó a Tenerife el 12. El día 26 desembarcó de nuevo en Río de Oro. Hace renacer la paz, ahora sobre el supuesto de las ventajas de una pequeña fuerza militar en la forma de destacamento. El Ministerio de Ultramar le daría el cese, seguramente a petición propia, del cargo de Comisario Regio el 16 de junio de 1886, sin que se hayan dado explicaciones del cambio ni a nivel político ni en el ámbito del Ejército. La interpelación en las Cortes, efectuada el 28 de marzo anterior por el teniente general Marcelo Azcárraga, al propio Cánovas, había propiciado el apoyo militar: “A la vista de que el apoyo moral a la empresa había sido insuficiente, se prestaría en lo sucesivo el preciso apoyo material”. Hay que pensar que Bonelli recibió generosas ofertas para que operara en nuevas exploraciones en el Golfo de Guinea.

Las medidas adoptadas durante el mandato de Bonelli sería efectivas antes y después de su cese. Una Real Orden de 26 de mayo de 1885 había dispuesto la creación y la organización de una guarnición militar en la península de Río de Oro, primeramente al mando del capitán de Estado Mayor, D. José Chacón, acompañado del teniente de Artillería D. Estanislao Brotons y del alferez de Infantería D. Javier Manzano. Un sargento, tres cabos, un corneta y 20 artilleros con pertrechos de guerra, víveres y agua salieron del puerto de Las Palmas el 9 de junio y un día más tarde se reanudaron en el mismo lugar todos los trabajos momentáneamente interrumpidos.

El retorno a Villa Cisneros del ya Comisario Regio trajo una paz casi definitiva. Se dice en los textos oficiales que Bonelli hizo justicia, sin especificar el alcance de las penas. Lo cierto es que se ganó de nuevo la confianza de los nativos y se puso al punto en condiciones de preparar salidas hacia el interior del desierto: la primera, tras la guía del ex–soldado de la Compañía del Tiradores del Rif, traído precisamente de su destino en Ceuta, Mohamed el Madanni —el 13 de septiembre— en compañía del jefe de tribu, Admed El Vali es Sabis, que era quien había restaurado el orden en Cabo Blanco y la segunda, de muy superior envergadura, unos meses más tarde, en diciembre.

Bonelli se sentía tan entusiasmado con el conocimiento logrado de las tierras del interior y con el éxito político de ambos viajes que se dispuso a extender a nuevos grupos de nómadas la ayuda en forma de viandas, pertrechos y cargas de té, azúcar y telas sobre camellos.

La longitud de estos recorridos sería rebasada entre marzo y abril de 1886 por la exploración, mucho más septentrional, de José Alvarez Pérez, entre el Cabo Bojador y el Río Dráa. Pero el estilo de los acuerdos ante notario, propiciado por Emilio Bonelli en magníficos textos escritos por él mismo en árabe, ya no se abandonó. En 1886, serán Cervera, Quiroga y Rizzo quienes se internen mucho más aún en el desierto hasta los territorios de la tribu guerrera de los «Hijos del León» en la región del Monte de los Dátiles. También, en este caso, se firman acuerdos ante notario, que lo es el de Lanzarote, D. Antonio Manrique.

4.- LA AMPLIACIÓN DEL ESPACIO HACIA EL GOLFO DE GUINEA

La fecha del Tratado de Iyil —12 de julio de 1886— con claras referencias astronómicas a la posición exacta del Pozo Auig (latitud 22º, 28′ Norte y longitud 9º, 9′ Oeste) marca el éxito de las otras exploraciones (paralelas a las ordenadas por Bonelli más bien meridionales) que habían tenido por titulares al Capitán de Ingenieros D. Julio Cervera y Babiera, al Doctor en Ciencias de la Universidad de Madrid D. Francisco Quiroga y Rodríguez y el Cónsul de 1ª clase y Profesor de árabe D. Felipe Rizzo y Ramírez. Esta acción consolidó el Protectorado Español hacia el Norte más aún que lo habían consolidado hacia el Sur con el territorio de Río de Oro los sucesivos relevos de los cuarenta soldados del Regimiento de Infantería Las Palmas nº 66 con sede en Villa Cisneros.

Emilio Bonelli debió entender que su misión ya estaba sólidamente encauzada. Ante la historia, será el primero entre los españoles que había izado en el Sáhara la bandera de España con honores militares. Era también el primero entre los exploradores del desierto que había administrado con eficacia comercial la Colonia de Río de Oro para la salazón de pescados con una inteligente explotación de pozos y era el primero que había obtenido éxitos duraderos en la firma de acuerdos con las tribus del interior. En la hora de su cese como Comisario Regio se había penetrado hasta más de 400 kilómetros de la costa por varias zonas en el nombre de la Monarquía Española.

El primer viaje de Emilio Bonelli al golfo de Guinea lo emprendió en 1887 y no volvió de allá hasta 1890, tras recorrer entusiasmado la cuenca del Río Muni y las de sus afluentes el Noya, el Utamboni, el Bañe, el Utongo y el Congüe, sin excluir las cuencas del Río Benito y del Río Campo. Presentó excelentes trabajos de interés topográfico y comercial, todo ello en la órbita de los sueños del Marqués de Comillas. Puso en relación todas las Islas, incluso las portuguesas de Santo Tomé y Príncipe y las costas a cargo de la administración inglesa, francesa o alemana. D. Claudio López y Brú ofreció a Bonelli la gerencia de alguna de sus Compañías.

Emilio Bonelli coordinó con Enrique D’Almonte las tareas encomendadas por el citado Marqués de Comillas. Suyas son las excelentes aportaciones cartográficas y bien fundamentados están los informes sobre las posibilidades de comercio para España. Es por entonces cuando Bonelli atiende el encargo de encontrar los restos de la expedición del coronel Flatters, asesinado en 1881 por tuaregs del Sáhara hoy argelino, que recibe de la Sociedad Geográfica de Londres. El éxito fue recompensado con la posesión de un símbolo, el podómetro personal de Flatters. Todo lo demás del hallazgo, se entregó a la citada Sociedad. De su desinterés por los beneficios económicos habla otra anécdota, evocada en sus Notas por su nieto Emilio Bonelli Otero. Devolvió a Comillas sin tocarlas todas las monedas de oro, valoradas en 300.000 pesetas, que se pusieron a su disposición en un maletín por si tenía que superar graves dificultades

Su extraordinaria capacidad se revelaría de dos formas complementarias una, como Miembro de Honor, entre otras instituciones, de la Real Sociedad Geográfica y otra, como Consejero y Representante de la Compañía Transatlántica ante el Consejo de Estado. Sin interrumpir nunca hasta su muerte ambas tareas con nuevos títulos y algunas recompensas oficiales de la más alta consideración, hay que decir que el legado de Emilio Bonelli permanece vivo en sus obras escritas y en las intervenciones habladas de que queda constancia.

5.- EL TESTIMONIO ESCRITO DE SUS ACTIVIDADES

Una obra, más bien crítica que apologética, de Javier Morillas, Sáhara Occidental. Desarrollo y subdesarrollo (1ª edición de 1988 y 3ª edición, El Dorado. Biblioteca Hispanoamericana de septiembre de 1995) recoge lo esencial del testimonio escrito por la pluma de Emilio Bonelli Hernando acerca de sus actividades, tanto exploratorias, como luego comerciales y finalmente, polémicas en foros internacionales. Las referencias pueden completarse utilizando otras fuentes, como por ejemplo, los fondos de Tomás García Figueras entregados a la Biblioteca Nacional y los Boletines de la Real Sociedad Geográfica. Por orden cronológico resulta útil esta relación de títulos:

•  Observaciones de un viaje por Marruecos . Conferencia pronunciada en la Sociedad Geográfica de Madrid el 7 de noviembre de 1882.

•  El Imperio de Marruecos y su constitución . Texto editado en 1882 por el Depósito de la Guerra

•  Nuevos territorios españoles en la costa del Sáhara . Conferencia pronunciada en la Sociedad Geográfica de Madrid el 7 de abril de 1885.

•  Ensayo de una breve descripción del Sáhara Español . Ampliación de la misma conferencia de abril de 1885 que pasa al Boletín.

•  Río de Oro. Análisis del puerto: necesidad de organizar una verdadera estación naval . Revista de Geografía Colonial y Mercantil. 1885.

•  El Sáhara: descripción geográfica, comercial y agrícola desde Cabo Bojador a Cabo Blanco, viajes al interior, habitantes del desierto y consideraciones generales . Edición del Ministerio de Fomento. 1887.

•  Viaje a Guinea . Conferencia dictada el 16 de mayo de 1888 en la Sociedad Geográfica de Madrid.

•  Nuevos territorios españoles en la costa del Sáhara . Conferencia dictada en la Sociedad de Africanistas de Madrid. 1888.

•  Río Muní. Cuencas hidrográficas. Plano 1/300.000 del Río Muní y de sus afluentes . Madrid 1891 (?).

•  Guinea Española: apuntes sobre su estado político y colonial publicados y el eco de las aduanas . Madrid. Sucesores de Rivadeneyra. 1895.

•  Plano topográfico de Santa Isabel de Fernando Poo 1/4.000 . Madrid, 1890.

•  Interrupción de relaciones mercantiles. Villa Cisneros. Ataque que proyectaron los árabes en julio-septiembre de 1886 . Madrid, 1898

•  La Factoría de Río de Oro. Estado actual y porvenir . Madrid, 1897.

•  Prólogo a España en el Muní: estudio y observaciones hechas en el país , por Gregorio Granados Oficial de Infantería de Marina. Ministerio de Marina, 1907.

•  El desenvolvimiento de Río de Oro . Revista Europa en Africa. Tomo I. Madrid, 1909.

•  Denominación de las regiones del protectorado español en la parte norte de Marruecos . Informe de los Señores Bonelli, Cañizares y Martín Peinador. Madrid, 1914. Imprenta del Patronato de Huérfanos de Intendencia e Intervención Militares.

Este recorrido por la obra escrita de Emilio Bonelli no agota los testimonios de su modo de pensar que tienen mucho que ver con su presencia largos años en la Junta Directiva de la Real Sociedad Geográfica , bajo la presidencia (o con la presencia) de geógrafos tan importantes como Francisco de Coello, Cesáreo Fernández-Duro, Pío Suárez Inclán, Pedro de la Llave , Enrique D’Almonte y Rafael Torres Campos. El Informe sobre Organización de los Congresos Africanistas , que recoge Tomás García Figueras en sus libros, nos da una idea de la intensa participación de Emilio Bonelli, como representante de la Real Sociedad Geográfica en los cuatro Congresos Comerciales hispanomarroquíescelebrados en Madrid (1907), en Zaragoza (1908), en Valencia (1909) y otra vez en Madrid (1910).

No hay que olvidar su función como Vicepresidente de la Liga AfricanistaEspañola “una corporación oficial y de utilidad pública”, creado el 28 de noviembre de 1912 bajo la presidencia del político Joaquín Sánchez de Toca donde, por iniciativa de Bonelli, se abrieron delegaciones en Ceuta, Tetuan y Tánger. En estos años decisivos cabe su laboriosa aportación al II Congreso Español de Geografía Colonial y Mercantil , con un Museo Hispano-Africano anejo y a laExposición Colonial de productos de Fernando Poo, Guinea, Sáhara Español y Marruecos que en esa misma fecha abrió la Sociedad GeográficaComercial de Barcelona.

Nada tiene, pues, de extraño que Emilio Bonelli recibiera en vida la Gran Cruz de Isabel la Católica , entre otras encomiendas y que en 1955, centenario de su nacimiento el Estado Español emitiera una serie de sellos conmemorativos basados en la figura egregia de este adelantado de España en el Occidente africano.