Texto: Francisco Mellén Blanco

Felipe González y Domingo Boenechea: De Pascua a Tahití

Bibliografía: “Exploradores españoles olvidados del siglo XVIII” SGE. 1999

La presencia española en la Polinesia en el último tercio del siglo XVIII, años 1770-1776, tuvo su origen en las expediciones hechas al Pacífico Sur por orden del virrey del Perú, Manuel de Amat y Junyent.

Cuatro fueron los viajes a las islas polinesias en tiempos de su gobierno. El primero de ellos en 1770 a la búsqueda de la tierra o isla de Davis o David, que los españoles llamaron isla de San Carlos, hoy conocida por Pascua o Rapa Nui( ). Los tres restantes se dirigieron a Tahiti y durante la navegación descubrieron, como veremos más adelante, varias islas de las Tuamotu,  Sociedad y Australes.

Expedición a la isla de Pascua 1770-1771.

La expedición partió del puerto del Callao (Perú), el 10 de octubre de 1770, al mando de Felipe González de Haedo en el navío San Lorenzo, acompañado de la fragata Santa Rosalía a cargo de Antonio Domonte. Los pilotos y oficiales españoles habían estudiado previamente más de cincuenta cartas marinas de diferentes naciones para que la expedición tuviera éxito, pues la longitud donde situaban a la isla de Davis era muy diferente en todas ellas. El 15 de noviembre avistaron la supuesta isla, situándola en los 27º 6’ lat. S y 264º 36’ long. E del meridiano de Tenerife.

La isla de Pascua tiene forma triangular con una superficie de 171 km2 y dista del territorio continental chileno 3.700 km. A 2.200 km al oeste de Pascua se encuentra la isla de Pitcairn, la más próxima de las islas habitadas, y a 4.050 km se halla Tahití en el centro de la Polinesia.

Cuando llegaron los españoles a Pascua encontraron una isla con poca, por no decir escasa, vegetación. La mayor parte del terreno estaba cubierto por gramíneas, salteado por algunos matorrales de toromiro, plataneras, algunas especies de hibiscus y otros arbustos leñosos.Los estudios palinológicos efectuados en los sedimentos de las lagunas de los cráteres del Rano Raraku, Rano Aroi y Rano Kao han confirmado que hace un par de decenas de miles de añosexistía una vegetación frondosa con especies que hoy han desaparecido. Entre éstas se encontraba una palmera que algunos investigadores identifican como la palma chilena (Jubea chilensis) y otros como una especie endémica de la isla la Paschalococos disperta, así como otras especies arbóreas pertenecientes a la familia de las mirtáceas, rubiáceas y compuestas.

Por su constitución volcánica, muchas lavas basálticas llegaron al mar originando gran cantidad de tubos y cuevas, éstas últimas más tarde usadas por los antiguos pascuenses como refugio. En las zonas noreste y sur existen también peligros acantilados donde el mar bate con fuerza, lo mismo que que otras partes de la isla donde predominan las lavas volcánicas y coladas escoriáceas que dan al paisaje una estampa dantesca.

Sabemos por los diarios de navegación que durante los cinco dias que estuvieron en ella, las embarcaciones permanecieron fondeadas en una bahía al norte de la isla denominada por los españoles “Ensenada de González”, hoy conocida como Hanga Ho’onu( ). Siguiendo las ordenes de Amat, las lanchas circunnavegaron la isla para levantar su  plano, nombrando a su vez las caletas, cabos, ensenadas , cerros, etc. Desde los buques se hizo también el plano de la ensenada donde estaban anclados, en el cual aparecen los primeros dibujos de las estatuas conocidas como moai con sus sombreros, denominados pukao.

Una vez en tierra los expedicionarios recogieron datos de los habitantes, viviendas, cultivos, fauna, vegetación, etc., y un pequeño vocabulario, dando cuenta a su vez de las famosas estatuas, que en un principio y desde las naves creyeron eran árboles plantados en la costa. El piloto Aguera, de la fragata Santa Rosalía, escribe en su diario al referirse a las estatuas : “… son de una pieza todo el cuerpo, y el canasto es de otra. En este tienen construida una pequeña concavidad en su superficie alta en la que colocan los guesos de sus muertos, de que se infiere tienen Ydolo y pira en uno …”. Este es el primer documento que se conoce sobre la cremación en la Polinesia. Aguera y otros marinos que estuvieron explorando la costa fueron testigos al medir algunas estatuas y subir a una de ellas, de que en la concavidad de la parte superior del pukao había huesos humanos presuntamente quemados. En unas prospecciones arqueológicas efectuadas en el ahu Tautira, en 1979, se descubrió un pukao de toba roja con varios huesos humanos en su interior,  ratificando lo visto por los españoles en 1770.

Todo viajero que haya ido a la isla de Pascua se desplaza a la cantera donde se fabricaban las estatuas, la cual se encuentra en la falda del volcán Rano Raraku, donde todavía se pueden ver hoy las distintas fases de su construcción. Las estatuas que se transportaban a la costa se colocaban sobre una plataforma ceremonial, conocida por ahu. Por su diseño y unión de las losas han sido relacionadas con los marae de Tahiti y las Marquesas. Sobre un ahu podían colocarse una o varias estatuas, todo dependía del poder de la tribu. Metraux señalaba que el número común era cinco, no obstante el ahu Tongariki, reconstruido hace dos años tenia y tiene actualmente quince estatuas. La altura media de los moái puestos sobre un  ahu está comprendida entre tres y cinco metros, no obstante había alguna, como el moái Paro en la “ensenada de González”, que llegaba a los diez metros.

El ahu está constituido por un grueso muro frente al mar, de unos tres metros de altura, sin embargo en las zonas interiores la altura de la plataforma disminuye ostensiblemente. La parte superior tenía una grandes losas que servían de pie a las estatuas. El muro que mira hacia el interior desciende un metro de la plataforma y de ahí parte un plano inclinado, llamado tahúa, construido y adornado con piedra volcánicas redondeadas y pequeñas piedras de basalto con relleno. Finaliza en una pared paralela al muro, de piedras labradas. A veces debajo y en el interior se construían unos nichos, nombrados avanga, donde reposaban los restos óseos.

También visitaron las casas o chozas de los pascuenses en forma de bote invertido conocidas por háre-báka, que definieron como : “Barracas de paxa fina, sumamente baxas, de la hechura de una bota, la entrada mui incómoda como del tamaño y forma de la boca de un horno …”, o “chozas cubiertas de totora, formando su construcción la figura de un gran tonel, en cuio bientre, o barriga tienen su puerta, a modo de gatera …”. El piloto Hervé, del navío San Lorenzo, recoge en su diario que la examinada por él y otros compañeros tenía una longitud de 27 pasos, o sea  17,55 metros. Años más tarde otros visitantes europeos vieron otras de las mismas características, pero de mayor longitud. Igualmente llamó la atención a los marinos españoles, además de las pinturas que cubrían los cuerpos de los indígenas,  las orejas alargadas de muchos de ellos, cuyo lóbulo inferior perforado estaba adornado por un trozo de caña.

Anotaron que la población de la isla sería de unas 1000 personas, que “el número de mujeres era inferior al de los hombres, estos son de buen cuerpo, color como de Quarterones, pelo lacio, buenos ojos, mui ajiles, nadadores, así hombres como mujeres, fáciles a pronunciar el Castellano, todos andan desnudos con solo tapa rabo, se pintan con distintas pinturas que da el terreno; que a no ser esto y andar bestidos serían como Europeos, toda la tierra es negra con algunas betas de distintos colores que le sirven para pintarse, sus sembrados son Platanos, Yuca, Ñame, Calabazas blancas y coloradas, Caña dulze, y una Raiz que tiñe de buen amarillo”.

El día 20 dos destacamentos, con un total de unos quinientos hombres, fueron a tierra desembarcando en la playa de Ovahe, próxima a donde estaban las naves. Uno de los destacamentos se dirigió a un cerro alto del interior, denominado por los españoles como “Loma de Olaondo”, actual Ma’unga Pui, para hacer algunas demarcaciones de la isla.  El otro, fue por un camino de la costa y en formación, banderas al viento, banda de tambores y pífanos, con los capellanes y tres cruces de madera, acompañado de un gran número de isleños, se dirigió hasta tres cerros situados en el NE de la isla,  en la zona del Poíke. Allí en un acto religioso-militar se adoraron y colocaron las cruces. Formada la tropa con la bandera enarbolada, el capitán José Bustillo con espada en mano pronunció un breve discurso proclamando como soberano y dueño de la isla al rey español Carlos III, bajo cuyo mandato quedaban sus moradores, bautizando la isla como “isla de San Carlos”, en recuerdo de dicho rey. Finalizada la ceremonia el contador de navío Antonio Romero levantó acta de la misma firmando varios oficiales y tres supuestos jefes indígenas que signaron “con ciertos caracteres según su estilo”. Este es el primer documento conocido de la escritura jeroglífica rongo-rongo de la isla de Pascua. Una vez cumplidas las ordenes de González, los dos grupos expedicionarios regresaron a las naves.

Al día siguiente de la toma de posesión las dos embarcaciones navegaron al oeste para ver si existían otras islas próximas y al no hallarlas se dirigieron al sur, rumbo a Chiloé, donde llegaron el 14 de diciembre de dicho año.

Después de hacer acopio de provisiones y ser informados por el gobernador de San Carlos de Chiloé de que en la costa sur chilena no había tropas extranjeras, partieron de nuevo hacia la isla de Pascua. El 20 de febrero de 1771  divisaron  esta isla a unas diez leguas y al no encontrar nuevas islas regresaron al Callao el 29 de marzo, después de cinco meses y medio de navegación y haber recorrido 4.177,5 leguas.

Primer viaje a Tahití, (1772-1773).

Visto el éxito de la expedición a Pascua, Amat informó al Rey resaltando la importancia de la isla de San Carlos (Pascua) para la seguridad del Perú y Chile. La respuesta no se hizo esperar, recibió varias órdenes reales en las que se le recomendaba la presencia de colonos y misioneros en dicha isla. A su vez, tuvo noticias de que el buque del capitán Cook había estado en Tahití ( ) y que los ingleses pretendían asentar colonos en ella en próximos viajes.  Estas noticias hicieron que el virrey Amat cambiara sus planes y pospuso con todo secreto el viaje a la isla de San Carlos sustituyéndolo por el viaje a Tahití. Ordenó que se equipara la fragata Santa María Magdalena, alias el Águila, de treinta y cuatro metros y medio de eslora (60 codos) y de 22 cañones para la expedición. El mando de la misma fue dado al capitán Domingo Boenechea( ) y de segundo se nombró al teniente Tomás Gayangos. Como primer piloto iba Juan Antonio de Hervé, que ya había navegado a la isla de San Carlos en la anterior expedición, y dos franciscanos misioneros del Convento de Ocopa, el catalán fray José Amich, que también era piloto y fray Juan Bonamó, de Lieja.

El 26 de septiembre de 1772 zarpaban del puerto del Callao con destino a la isla de San Carlos. Así se difundió la noticia, pero la realidad es que Boenechea y sus oficiales una vez leídas las ordenes del virrey Amat acordaron ir primero a Tahití, después navegar a Valparaíso para dar noticias de la expedición y conseguir víveres, y de regreso al Callao visitar la isla de San Carlos.

Los diarios de Boenechea y de los pilotos Hervé y Amich narran este viaje, que resumimos recogiendo los hechos más importantes:

El día 28 de octubre descubrieron una isla que bautizaron con el nombre del santoral de ese día, San Simón y San Judas, correspondiente a la actual Tauere del archipiélago de las Tuamotu. La situaron en los 17º 20’ de latitud Sur y en los 240º 28’, longitud del meridiano de Tenerife. Era una isla rasa, con pequeñas lomas, llenas de palmeras y con una laguna en medio. Vieron hasta veinte isleños de color moreno y estatura mas bien alta, con unas lanzas en las manos, que les daban gritos para que fuesen a tierra. Intentaron llegar a la costa con un bote, pero debido al mal estado de la mar y a los peligrosos arrecifes optaron por retirarse. El piloto Hervé anotaba en el plano que hizo de la isla de San Simón y San Judas, una variación de la aguja de navegar de “8 grados al nordeste”.

El día 31 divisaron otra isla que llamaron San Quintín, actual Haraiki. Era también rasa, con palmeras y una laguna en medio donde distinguieron dos canoas. Estaba habitada, viéndose varias cabañas. Los nativos les hicieron señales con fuego, pero como la costa era brava y llena de arrecifes Boenechea continuó su viaje. Fue situada en los 17º 30’ lat. S y en los 238º 40’ de longitud del meridiano de Tenerife.

El día 1 de noviembre vieron otra isla, también habitada, a la que nombraron Todos los Santos, hoy Anaa. Boenechea ordenó echar el bote al agua, al mando del alférez de navío Raimundo Bonacorsi con varios marineros, los cuales se dirigieron a la costa donde los indígenas les hacían señas con unos ramos verdes para que fueran a tierra. A pesar de intentarlo, debido a las fuertes corrientes no pudieron llegar a su costa y prefirieron regresar a la fragata. La situaron en los 17º 24’ lat. S y en los 236º 55’ , longitud del meridiano de Tenerife. Los insulares que vieron eran de color mulato, el pelo lacio, llevaban un taparrabo blanco, los brazos y pecho pintados de un color azul, dos de ellos llevaban colgado al cuello un collar de conchas, algunos portaban una especie de sombrero de plumas negras y  en sus manos tenían unas lanzas de punta fina.  Habitaban en  barracas de paja y parece que conseguían agua en una quebrada próxima a un palmar.

El día 6 siguieron navegando rumbo oeste y divisaron una isla en la que sobresalía un gran cerro. Por ser este cerro parecido a uno próximo a Lima la bautizaron como isla de Cerro de San Cristóbal o isla de San Cristóbal. Corresponde a la actual Mehetia y la situaron en los 17º 50’ lat. S y de 234º 55 long. meridiano de Tenerife. Al día siguiente el teniente de fragata Tomás Gayangos con varios oficiales y marineros fueron en bote a tierra, siendo recibidos por unos cien naturales, que les obsequiaron con gran cantidad de frutas, peces y otros alimentos. Gayangos  dio un pequeño informe de lo acontecido en su visita a la isla de San Cristóbal : Dijo haber visto unos pequeños ranchos donde el suelo estaba cubierto de hierba seca, en los cuales había pescados colgados. En el  interior de uno de ellos examinó un banquito de asiento cóncavo bien trabajado, cestillos y esteras de palma y junquillo. Existían también diversas zonas cultivadas, árboles frutales, cocoteros, diferentes tipos de plátanos y piñas. Los españoles enseñaron a los isleños a sembrar maíz, trigo, camotes, ajos, calabaza, melón, prestando los isleños gran atención a como lo hacían. Gayangos visitó también un sepulcro o  marae, donde observó que estaba adornado por unas figuras talladas en madera. Antes de partir para la fragata le obsequiaron con un cerdo y con agua recogida en calabaza. Uno de los nativos se ofreció de guía para viajar a Tahití y fue admitido amablemente por los oficiales españoles.

El día 8 divisaron otra isla, reconocida por el indígena que venía de San Cristóbal como Tahití. Debido al poco viento la fragata no pudo acercarse a tierra hasta el día 12. En este intervalo de tiempo recibieron visitas de varios naturales en canoa a los que dieron algunos obsequios. Boenechea envió un bote a tierra para que reconociese algún lugar donde poder dar fondo. El lugar idóneo estaba al NE. de Tahiti Nui cercano al pueblo actual de Mahaena. Una vez fondeada la fragata en el punto indicado un golpe de mar la arrojó contra unos arrecifes( ), rompiendo varias tablas del forro de la nave y la caña del timón. Con la ayuda del bote y varias canoas indígenas y después de varios intentos lograron que la fragata pudiera navegar hasta el puerto de Aiurua, en Taiarapu al sudeste de Tahití, bautizado por los españoles como puerto de Santa María Magdalena. El comandante Boenechea reunió a los oficiales, recordándoles las instrucciones sobre las buenas relaciones que debían tener con los isleños, “respetando sus propiedades y no cometiendo infamia con sus mujeres”. El incumplimiento de esta conducta estaba bajo pena de graves castigos. Estas instrucciones eran similares a las dadas en el viaje a la isla de San Carlos y se repitieron en todas las exoediciones a Tahití. Por los relatos de los oficiales sabemos que se cumplieron fielmente y el trato con los tahitianos fue siempre cordial y respetuoso. Años después, el capitán Cook señalaba  en su diario de navegación el afecto personal de los tahitianos   con los españoles.

Boenechea ordenó que una lancha circunnavegara la isla para hacer su plano, y a su vez reconocieran otros puertos y ensenadas que pudiera tener. En la lancha iban el teniente Gayangos, el franciscano y piloto José Amich, el segundo piloto Ramón Rosales, varios soldados armados y marineros. Por otro lado, un grupo de marineros hacía aguada y recogía diversas maderas, plantas y frutos para llevarlos al Perú.

Durante ese tiempo recibieron visitas de los jefes y caciques de la isla, que eran llamados heri (ari’i) por sus súbditos. Allí tuvieron noticias sobre la arribada a sus costas de navíos ingleses y franceses, así como datos de otras islas al oriente y poniente de Tahití.

El teniente Gayangos hizo a su vez una relación del viaje a la isla, dando cuenta de la mutua amistad entre tahitianos y españoles. Mantuvo  contactos con el principal ari’i, llamado Tu, y otros jefes como Reti, Pahi-riro, Potatau, etc, y sus familiares, y se informó de las luchas que estos tuvieron con los naturales de la isla de Moorea. Asimismo recogió información de la vegetación, fauna, viviendas, población, armas, enseres particulares de sus habitantes, que estimó en una cifra cercana a unas diez mil almas. Gayangos intercambió regalos, hachas, cuchillos, camisas, etc, por esteras y mantas hechas de corteza de árbol, cocos, frutos del árbol del pan (uru)( ), plátanos, pescado, cerdos y otros alimentos. Anotó también que había cuatro especies de castas : “ indios legítimos, mestizos y otros de color mulato, y entre todos estos se vieron tres o quatro albinos”. La talla de los hombres era mas alta que la de los españoles. Eran  bien proporcionados y bastante corpulentos. Los expedicionarios no pudieron comprender su idioma, pues según ellos no tenía relación alguna con los hablados en el virreinato del Perú. Al igual que en la isla de San Carlos, recopilaron un pequeño vocabulario con las palabras más usuales. La vestimenta de los tahitianos consistía en un simple taparrabo en los hombres y a veces utilizaban ponchos o unos paños con los que se cubrían parte de su cuerpo. Las mujeres se ceñían un paño desde la cintura a la rodilla y otro cruzado al cuello anudando sus extremos por la espalda, aunque la mayoría  iban desnudas de medio cuerpo para arriba. Las telas y mantas eran de un color blanco, pero también había otras pintadas o teñidas de color encarnado o marrón claro. Las mujeres realizaban todos los trabajos de la casa, además de hacer esteras, mantas y ponchos. Los hombres se dedicaban a pescar, construir las casas y canoas y participar en las luchas tribales. Las armas principales eran la onda, el arco, la macana y la lanza, esta última manejada con habilidad y destreza.  Los españoles vieron cómo la utilizaban  y en un espacio de treinta pasos apenas erraban en sus lanzamientos sobre el blanco prefijado. Las canoas de Taiarapu eran las mas grandes y mejor construidas de la isla. Unas eran pareadas,  es decir dos canoas estaban unidas por unas tablas y sobre ellas extendían una cubierta de hierbas secas. Frecuentemente las utilizaban los ari’i. Otras tenían una vela hecha de estera en forma de “cuchillo flamenco” y las más corrientes eran las simples manejadas por uno o dos remeros con canalete.

Según averiguaron los españoles, los tahitianos tenían sacerdotes y ofrecían sacrificios a su dios o Atua. Vieron también varios recintos de piedras donde hacían sus entierros. Al morir una persona la colocaban envuelta en una manta hasta que su cuerpo se descomponía, llevándola después a la plataforma ceremonial o marae, acompañada de diversas ofrendas, frutos, cerdos, etc. En el caso de que fuera un jefe le colocaban sobre una plataforma hecha con cuatro puntales y techada, adornada con algunas figuras talladas en madera.

A esta isla Boenechea la llamó Amat, en recuerdo del virrey del Perú que organizó la expedición. En el plano que hicieron de ella la situaron en 17º 29’ lat. S y 233º 32’ de longitud meridiano de Tenerife.

El día 20 de noviembre la fragata levó anclas del puerto de Aiurua llevando como huéspedes a cuatro tahitianos : Tipitipia, Heiao, Pautu y Tetuanui, a quienes los marinos españoles habían invitado a ir a Lima. Al día siguiente navegando rumbo NW vieron la isla de Moorea, nombrándola como Santo Domingo. Estaba situada a tres leguas de Tahití. Levantaron su plano y la situaron en los 17º 26’ lat. S y en los 233º  de longitud del meridiano de Tenerife. Observaron que estaba habitada, pero a fin de no demorar más el viaje siguieron navegando hasta Valparaíso. El 21 de febrero de 1773 llegaron a este puerto chileno sin hallar nuevas islas.

Desde Valparaíso enviaron correspondencia al virrey notificándole el nuevo éxito de la primera parte de la expedición. En este puerto falleció por gripe el tahitiano Tipitipia, que tenía unos veintiseis años, antes de morir fue bautizado con el nombre de José.

Después de proveerse de víveres, el día 2 de abril zarpaba la fragata el Águila del citado puerto chileno rumbo a la isla de San Carlos, hoy conocida por Pascua o Rapa Nui, para completar la segunda parte de la expedición. Faltando 190 leguas para llegar a Pascua una vía de agua en el casco de la fragata hizo que cambiara su navegación dirigiéndose por precaución hacia el Callao. A este puerto peruano arribaron el 31 de mayo de 1773, siendo recibidos por las autoridades y llevados a Lima a presencia de Amat. Boenechea presentó los diarios y planos, informando al virrey sobre las islas descubiertas.

De los tres tahitianos que llegaron a Lima, Heiao murió de viruelas el 2 de septiembre, siendo bautizado dias antes con el nombre de Francisco José Amat. Los otros dos, Pautu y Tetuanui, fueron hospedados en unos de los aposentos del Palacio del virrey y educados según las costumbres españolas. Posiblemente el soldado limeño Máximo Rodríguez fuera uno de sus instructores, pues debido a su contacto casi diario consiguió tener amplios conocimientos de la lengua tahitiana que le permitieron servir de intérprete en la siguiente expedición a Tahití. En octubre, en la catedral de Lima fueron bautizados ambos isleños con los nombres de Tomás y Manuel respectivamente, siendo apradinados por varias personalidades militares de la ciudad de los Reyes.

Segundo viaje a Tahití (1774-1775).

Estudiados los informes de las anteriores expediciones el virrey Amat preparó un segundo viaje a Tahití con el deseo de que hubiera en esta isla una pequeña colonia hispánica. Para ello se construyó una casa misión prefabricada de madera que serviría de refugio a dos Padres franciscanos misioneros del Monasterio de Ocopa, el catalán  fray Jerónimo Clota y el extremeño fray Narciso González, quienes contarían con la ayuda de los tahitianos residentes en Lima, Pautu y Tetuanui, y del soldado intérprete Máximo Rodríguez.  Esta vez la fragata Águila al mando de Boenechea iría acompañada del paquebote San Miguel, alias Júpiter, a cargo de José Andía y Varela, como dueño y primer piloto del mismo. Además de la casa de madera, el Júpiter llevaría en sus bodegas diversas especies de ganado, aves y semillas, con abundantes herramientas para el cultivo de la tierra y trabajos artesanales.

Esta segunda expedición a Tahití es más conocida que la primera. Los diarios de los oficiales de ambas embarcaciones recogen una información más correcta de las costumbres y sociedad tahitiana de aquel tiempo. Hace unos pocos años hicimos el estudio de algunos de estos diarios actualizándolos con notas explicativas y un glosario para mejor comprensión del texto.

Uno de los principales asuntos que Amat confió a los expedicionaruios fue  evangelizar a los indígenas y convertirlos en súbditos de la Corona española. También, intentar descubrir el mayor número de islas próximas a Tahití que habían sido nombradas por los isleños en el viaje anterior. A fin de que las relaciones con los naturales fueran más fluidas, los oficiales y misioneros llevaban un breve diccionario español-tahitiano, hecho en Lima por Máximo Rodríguez y posiblemente por el piloto Hervé, con ayuda de los tahitianos Pautu y Tetuanui. Asimismo, se incluía en las instrucciones dadas por Amat, un cuestionario o “Interrogatorio” de cien preguntas sobre diferentes temas, que serviría de ayuda para recopilar una información más completa de las islas descubiertas y de sus habitantes.

El 20 de septiembre de 1774 se hacían a la vela las dos embarcaciones desde el Callao rumbo a Tahití. Hasta el 5 del mes siguiente mantuvieron contacto, pero debido al mal tiempo y principalmente al poco navegar del paquebote tuvieron que separarse y únicamente se volvieron a encontrar en el punto de destino, Tahití.

Geográfica y políticamente esta expedición fue la más productiva. Se descubrieron dieciséis islas más, trece de ellas por Boenechea, dos por Andía y una por Gayangos, esta última de regreso al Callao. De todas se hicieron planos y lo mismo que en el viaje anterior fueron denominadas con nombres españoles.

El día 29 de octubre divisaron la primera isla, que Boenechea llamó de San Narciso, la  actual Tatakoto del grupo de las Tuamotu. Era rasa, con un pequeña laguna en su interior, cercada de arrecifes y poblada de árboles, principalmente cocoteros. En su costa vieron siete indígenas desnudos con lanzas largas. La situaron en los 17º 26’ lat. S y en una longitud de 242º 43’, y sin detenerse continuaron viaje con precaución de no encallar en algún bajo o arrecife.

El día 31 vieron la isla de San Simón y San Judas, descubierta en el primer viaje, y al día siguiente divisaron dos islas más, que bautizaron con los nombres de los Mártires y San Juan, que corresponden a Tekokoto e Hikueru respectivamente, distantes de San Simón y San Judas unas 65 millas.

El día 2 de noviembre Boenechea y su tripulación avistan la isla de San Quintín, conocida también del primer viaje, y siguiendo la derrota al día siguiente ven la isla de Todos los Santos (Anaa). Al ser esta isla uno de los puntos de reunión en caso de separación y ver que en su costa había unos cien indígenas, envió a tierra el comandante al teniente Gayangos en un bote con soldados y marineros, acompañados del tahitiano Pautu. Los isleños armados con lanzas y ondas les hacían señales para que saltasen a tierra, pero al reventar con fuerza las olas del mar entre los arrecifes poniendo en peligro sus vidas, Gayangos mandó a Pautu que les hablara, indicándoles que iban en señal de paz. Se vieron sorprendidos por la respuesta de aquellos indígenas que les arrojaban piedras con sus ondas, siendo preciso que los soldados dispararan al aire para que así les diese tiempo a retirarse. Ante esta actitud de los naturales y al no hallar lugar para que el bote llegara a sitio seguro, siguieron navegando por la costa descubriendo en la falda de bosque de palmeras una cruz de madera de regular tamaño, que por su aspecto debía haber sido colocada hacía mucho tiempo. Cerca de ese punto Gayangos ordenó a un marinero que se tirase al agua y dejara sobre el arrecife un par de cuchillos para que los vieran los indígenas. Estos los recogieron con signos de alegría y dejando las lanzas y ondas nadaron hacia el bote donde se les regalaron otros más, así como galletas, correspondiendo ellos con cocos, una sarta de conchas de madreperla, un arco y unas esteras. Pautu sólo entendió alguna que otra palabra, pero los habitantes reconocieron que era tahitiano por sus tatuajes en brazos y piernas. Debido a la fuerte marejada y estando la fragata muy distante optaron por regresar a ella e informar de lo ocurrido al comandante. Boenechea aguardó al Júpiter en este paraje hasta el día 9, donde los vientos le obligaron a seguir su camino hacia Tahití. Ese día por la tarde vieron una tierra partida al N. ¼ NE. de Anaa y dos grandes mogotes al E., que corresponden a las islas de Faaite y Tahanea y los mogotes a la isla de Motutunga. A la tierra la nombraron San Blas y a los mogotes San Julián, perteneciendo todas ellas del archipiélago de las Tuamotu. Continuaron rumbo oeste hasta el día 13, en que avistaron la isla de San Cristóbal. Al mediodía ya tenían al lado de la fragata varias canoas con los naturales dispuestos a intercambiar sus mercancías. Pautu habló con ellos y subieron a bordo contentos, obsequiándoles con varios regalos. Por estos isleños supieron que los naturales de la isla de Anaa, que ellos denominaban Tepujoe, eran muy bravos y no mantenían correspondencia con otras islas.

El día 14 por la tarde se dio vista a la isla de Amat, Tahití, pero hasta el día siguiente no se arribó a ella, reconociendo que en el puerto de Aiurua ya se encontraba el paquebote Júpiter.

Antes de continuar con la relación del viaje de Boenechea, es preciso incluir también los descubrimientos que hizo el capitán del Júpiter, José Andía. Recordemos que se habían separado de la fragata el 5 de octubre, y que el 30 de dicho mes vieron la isla de San Narciso, descubriendo el día primero de noviembre la actual Amanu, del grupo Tuamotu, que cristianizaron con el nombre de isla de las Ánimas, situándola en los 17º 44’ lat. S y en longitud de 236º 49’ Al día siguiente, divisaron la ya reconocida de San Simón y San Judas, y en otros días las de los Mártires, San Quintín y Todos los Santos, descubriendo el día 5 la de Makatea, que ellos bautizaron de San Diego y situaron en los 16º 50’ lat. S y en los 230º 6’ de longitud del meridiano de Tenerife. El día 8 de noviembre avistaron al ponerse el sol la isla de Amat, manteniéndose cerca de ella dando bordos hasta el día 11 en espera de la fragata Águila y recibiendo la visita de numerosos tahitianos.

Una vez encontradas las dos embarcaciones en el puerto de Aiurua, en Taiarapu, y después de intercambiar  noticias del viaje se dirigieron a un puerto más seguro, situado más al norte, al oeste de la punta de la península de Tautira, que bautizaron con el nombre de Santa Cruz de Ojatutira. Allí recibieron las visitas de los principales jefes  o ari’i de la isla, Tu y Vehiatua con sus familiares, quienes les regalaron abundantes provisiones de frutos, pescados, cerdos y gran cantidad de esteras, taumi y mantas, correspondiéndoles los españoles con hachas, cuchillos, camisas y telas. Mientras, los dos tahitianos eran recibidos con todo cariño por sus familiares y conocidos. La relación esta vez era mas fluida entre tahitianos y españoles y el intérprete Máximo Rodríguez jugó un importante papel en todas las conversaciones con los jefes y nativos de la isla.

Boenechea convocó en una reunión a los dos ari’i de la isla, Tu y Vehiatua, acompañados de los caciques más  principales, comunicándoles que estaba interesado en edificar una casa en la isla para que quedaran en ella los dos Padres franciscanos y el intérprete, ayudados por Pautu y Tetuanui. Los ari’i les respondieron que estaban muy contentos de que se quedaran en su isla y cedieron el terreno donde se iba a construir la casa , prestando la gente necesaria para ayudar en todo lo posible a la construcción de la misma.

Una vez elegido el terreno próximo a la ensenada de Tautira y cerca del río Vaitepiha, transportaron todos los materiales de la fragata y paquebote. Al final del año de 1774 quedó terminada la casa misión de los Padres, con una empalizada para su huerta y ganado. El primer día de enero de 1775 se inauguró la casa con un solemne acto, desembarcando la tropa armada, los oficiales con uniforme de gala, capellanes y misioneros, y la marinería portando una gran cruz de madera, la cual fue colocada frente a la misión. La cruz tenia la siguiente inscripción : CHRISTUS VINCIT. CAROLUS III, IMPERATOR, l774. Después de una solemne procesión y entonando himnos religiosos, se celebró la primera misa y la bendición de la nueva casa, seguida por una descarga de la tropa, correspondida por los veintiún cañonazos de la fragata. A este acto concurrieron multitud de naturales, que quedaron sorprendidos de todo lo acontecido y que no cesaron de preguntar a los expedicionarios sobre las ceremonias que acababan de presenciar.

El día 5 de enero, el comandante Boenechea convocó en la casa-misión a Tu y Vehiatua, además de otros jefes principales, con los oficiales españoles al mando de Tomás Gayangos, los Padres misioneros y el intérprete Máximo Rodríguez. En esa reunión o “affidávit”, entre otros asuntos tratados, se reconocía por parte tahitiana la soberanía del Rey de España sobre la isla  y la defensa y ayuda de los españoles que quedaban en ella, y por parte española la defensa de sus habitantes, la instrucción y provisión de útiles, herramientas, etc y la visita frecuente de navíos hispanos. El contador de la fragata Pedro Freire de Andrade levantó acta de esta convención la cual decía así :

Certifico : Que el dia Cinco de Enero del presente año a las quatro de la tarde. Por disposición del Comandante de este buque Dn. Domingo de Boenechea : Los oficiales de guerra Dn. Thomas Gayangos, Thente. de Navío; Dn. Raymundo Bonacorsi, Ydem. de Fragata; Dn. Nicolás Toledo, Alferez de Navío; Dn. Juan de Apodaca, Alferez de Fragata y Dn. Juan Hervé, Ydem y primer Piloto; y los Padres Misioneros Fr. Gerónimo Clota y Fr. Narciso González. Juntos todos en la Casa del establecimiento. Combocamos a ella por medio del Ynterprete, a los Heries principales è Yndios de mas suposicion del Partido para formar nuestro Establecimiento. Y haviendoles preguntado si eran o no gustosos de que dhos. Padres  y el Yntérprete quedasen en su Ysla, respondieron todos unánimes que si. Prometiendo voluntariamente Bexiatúa y Hotù, favorecerlos y defenderlos de todo Ynsulto de parte de los Avitantes de la Ysla: Ayudarlos a su subsistencia; y en caso de faltarles los alimentos de su húso, proveerlos de quanto ellos disfrutan. Haciendonos al mismo tiempo la discreta prevención de que en caso de hazer a los nuestros alguna extorsión los Avitantes de la Ysla de Morea, con quienes no estaban en amistad; ò alguna Embarcación estrangera à quienes ellos no pudiesen resistir, no se les havia de hazer Cargo alguno.

Se les hizo saver por medio del Yntérprete, la Grandeza de nuestro soberano: El yncontestable Derecho que tiene a todas las Yslas Adyacentes a sus bastos Dominios: Sus deseos de favorecerlos e ynstruyrlos, para que sean superiores a todos los que viven en la misma ygnorancia; Y les ofrecimos en su R. Nombre, mediante las Facultades con que se ha dignado autorizarnos en el capítulo Onze de la Ynstrucción, proveerlos de muchos Hútiles: Defenderlos de sus enemigos; y que serían visitados con frecuencia por la Embarcaciones de S.M. si cumplían con fidelidad lo prometido. Demostraron todos una gran Complacencia, y en alta voz digeron que lo admitían por Rey de Otaheyte y de todas sus Tierras.

Siendoles muy agradable la formalidad de este Combenio y para que conste a los fines que combengan expido esta Abordo de la propria Fragata, al Ancla en el Puerto Oxatutira de la Ysla Oriental de Amat, alias Hotaheyti, en Cinco de Enero de mil setecientos setenta y cinco.

Pedro Freire de Andrade (rubricado)

El día 7 de enero la fragata el Águila y el paquebote Júpiter zarparon rumbo noroeste a explorar otras islas de la Sociedad, llevando a varios tahitianos, entre ellos, uno llamado Barbarua,  en calidad de piloto ya que conocía la situación de las islas. Al día siguiente divisaron la isla de Tetiaroa, que llamaron Tres Hermanos,  emplazándola en los 17º lat. S y en una longitud de 231º 30’. Continuaron navegando al oeste y en la madrugada del día 9 vieron las isla de Hauhine, que bautizaron como Hermosa, y horas más tarde otra isla, la actual Maiao, que nombraron como Pelada. Siguiendo viaje, divisaron la isla de Raiatea, la principal del grupo de Sotavento, que llamaron Princesa y que anteriormente había sido visitada por Cook. Se dirigieron a ella buscando el puerto indicado por el piloto tahitiano, pero hasta el día 11 no lo lograron.  Mientras vieron la isla de Borabora o Porapora, que denominaron San Pedro. Boenechea envió un bote armado al agua, al mando del alférez de fragata Juan de Apodaca y del práctico Barbarua, encargado de hablar a sus habitantes y a la vez de levantar el plano del puerto donde estuvo fondeada la fragata inglesa. La isla de Raiatea era montuosa, muy fértil, con abundancia de cocoteros, plátanos, árboles del pan, cerdos y gallinas. Sus naturales eran parecidos a los de Tahití y su jefe tenía el mando sobre las islas próximas. La parte norte,  denominada por los naturales como Tahaa, estaba separada por un arrecife.

En este tiempo se vio también en la lejanía otra isla que se nombró San Antonio, la actual Maupiti. Después de haber tratado con los naturales de Raiatea y conocer que había una ensenada que parecía apropiada para fondear al Sur del puerto, ordenó el comandante que nuevamente un bote al mando de Nicolás de Toledo fuera al reconocimiento de dicha ensenada. De regreso a bordo se informó que el lugar no era apropiado para fondear la  fragata y que además existía un peligroso arrecife que ponía en peligro la embarcación. El comandante en junta con oficiales y pilotos decidió regresar a Tahití para ver como seguía la colonia española y continuar viaje a Perú, pues podían cambiar  los vientos y retrasar el viaje de regreso.

El día 15  de enero avistaban Tahití, pero debido a un viento racheado no pudieron llegar a ella. El día 18 Boenechea enfermó gravemente y el día 20 el teniente Gayangos ante la gravedad de su comandante se hizo cargo de la fragata, conduciéndola con el paquebote al puerto de Tautira. El día 26 fallecía Domingo de Boenechea a bordo del Águila, ante la tristeza y consternación de su tripulación. A la mañana siguiente se ofició a bordo una misa de cuerpo presente con asistencia de todos los oficiales y tripulación. Finalizado el acto se introdujo el cuerpo vestido con su uniforme, espada y bastón en un ataúd. Se le transportó seguidamente a tierra acompañado de los Padres misioneros, capellanes, oficiales y tripulación, celebrándose un responso y enterrándose el féretro al pie de la cruz, erigida  anteriormente frente a la casa misión, enlosándose  todo el espacio del enterramiento. Boenechea fue despedido con todos los honores, disparando la fragata los siete cañonazos de rigor correspondientes a su grado. Multitud de tahitianos siguieron el entierro con gran asombro ante todos los oficios que celebraron los religiosos asi como  la tropa, oficiales y marinería.( )

Los Padres franciscanos pidieron a Gayangos que un marinero se quedara en la isla para que les ayudara en cocinar, cargar barriles de agua y realizar trabajos en la huerta y con el ganado. La solicitud fue atendida y Gayangos encargó estas tareas al grumete Francisco Pérez, por ser una persona hábil en estos menesteres.

El día 28 Gayangos ordenó al capitán del paquebote que estuviera listo para zarpar, indicándole que en el caso de separación siguiese su derrota al puerto del Callao y no recalase en los puertos chilenos. Después de tomar abundantes provisiones, de agua, frutos y otros alimentos, hierba para el ganado, plantas, maderas, etc y despidiéndose de los principales ari’i, Tu y Vehiatua, hicieron maniobra para dejar la isla de Tahití. Anteriormente tuvieron que desalojar de las embarcaciones a numerosos isleños que querían viajar a Lima. Gayangos sólo permitió que viajaran dos por ser prácticos en la navegación, Puhoro y Barbarua, este último era tío carnal del ari’i Tu. En el Júpiter también permitieron que les acompañaran otros dos tahitianos.

Las dos embarcaciones se hicieron a la vela rumbo E.SE. procurando capear durante las noches por evitar los peligrosos arrecifes de aquellas islas. El día 5 de febrero de 1775, divisaron una isla al SO. ¼  S., pero hasta el día siguiente no lograron llegar a las proximidades de ella. Vieron una canoa con varios indios remando con canaletes, pero al llegar cerca de la fragata a pesar de invitarlos a subir a bordo, éstos regresaron a la isla. Gayangos envió el bote armado al agua al mando del teniente de fragata Raimundo Bonacorsi para reconocer la isla, llevando también a Puhoro y Barbarua. Los del bote lograron alcanzar a la canoa e intentaron comunicarse con los naturales, pero no lograron entender nada más que algunas palabras. Siguieron hacia la costa donde en una pequeña ensenada vieron unos quinientos indígenas que con gran griterío les esperaban. Uno de ellos se lanzó al agua y llegó al bote. Al ser recibido amistosamente, muchos otros se lanzaron al agua y a pesar de los regalos que les dieron desde el bote, como cuchillos, clavos y ropa, robaron los gorros de algunos marineros y querían llevarse incluso los remos. Los españoles recibieron de estos isleños unas conchas de nácar, un canalete y una lanza muy bien labrada. Lograron entender que no habían visto ninguna embarcación similar a la española y que la isla se llamaba Oraibaba, ahora Raivavae, perteneciente al grupo de las islas Australes. Fue nombrada por Gayangos como Santa Rosa. Era una isla montuosa y llena de arboleda, parecía ser muy fértil, pues distinguieron árboles del pan, plátanos, cocoteros y otros frutales. Sus habitantes eran más blancos que los de Tahití, algunos parecían europeos por su color, tenían agujeros en las orejas y  barbas largas. La situaron en los 23º 55’ latitud S. y en la longitud de 234º 5’.

Continuaron rumbo NE y navegando con vientos favorables, el día 26 vieron un lobo marino, indicio de proximidad a tierra, la cual no vieron. El tiempo empeoró y ese día se perdió de vista el paquebote Júpiter. El 8 de abril arribaba la fragata Águila en el puerto del Callao y cinco días más tarde lo hacía el Júpiter.

Antes de pasar a relatar la tercera expedición conviene recordar algunas informaciones que recopilaron los expedicionarios españoles de la sociedad y cultura tahitiana de aquellos años.

Sabemos por los diarios de Boenechea, Gayangos, Andía, Pantoja, de los Padres misioneros y principalmente del intérprete Máximo Rodríguez que la isla de Tahiti estaba dominada por dos ari’i, Tu y Vehiatua. Estaba dividida en distritos o partidos que sumaban un total de veintiuno, trece pertenecían a Vehiatua y ocho a Tu, pero este último poseía más tierra. Podemos decir que Tu dominaba más de la mitad de la isla de Tahiti Nui, toda la parte norte y oeste, una extensión que ocupaba desde el distrito actual de Tiarei en la parte Nordeste hasta el sur de Papara , y Vehiatua el resto de la isla.

En la bahía de Matavai próxima a Mahina, al norte de Tahití, es donde fondearon las primeras embarcaciones europeas la de Wallis en 1767, las de Cook y Fourneaux en  años siguientes. Conocieron más datos de la fabricación de las grandes canoas, las cuales se construían principalmente en Raiatea, donde abundaban árboles de buenas maderas para hacer estas embarcaciones. Las piezas de las canoas se ajustaban golpeándolas y atándolas entre si, cerrando las juntas con fibra de estopa de coca impregnada en resina del uru o árbol del pan. Las canoas dobles de guerra recibían el nombre de pahi tamai y podían transportar varias decenas de guerreros.

Una de las comidas más comunes era la denominada popoi, que se componía de una mezcla machacada del fruto del uru maduro, taro, plátanos y agua. Utilizaban el horno polinésico o umu para cocinar algunos de sus alimentos. Consistía en un agujero en el suelo donde hacían fuego entre piedras, una vez que las piedras estaban calientes envolvían en hojas de plátano el pescado, la carne o los ñames, tapándolo todo con  tierra y dejándolo cierto tiempo, para después desenterrarlo y comérselo. Aunque el pescado era abundante, en determinadas épocas sus creencias religiosas no les permitían pescar determinados peces.

Las aves que consumían eran principalmente gallinas, una especie de paloma torcaz y algunos pájaros como los periquitos que había en Lima. Entre los animales mamíferos, había cerdos, perros que dormían con ellos y gran cantidad de ratas y ratones, que según los expedicionarios españoles fueron los que acabaron con las semillas y legumbres que plantaron en el primer viaje.

Los árboles frutales que vieron los españoles fuerone los uru o árbol del pan, diversas clases de plátanos (los tahitianos distinguían unas viente especies diferentes), cocoteros, unas especies de nogales y castaños que daban unos frutos similares a los recogidos en Europa.

Para los oficio religiosos, tenían sacerdotes llamados tahua, eran los que ofrecían y rezaban en el recinto sagrado o marae. Un marae se compone de un altar de piedras de varias plataformas rectangulares, donde en la parte superior generalmente colocaban una talla de madera que representaba una divinidad. Pegadas a las paredes del marae existían unas grandes piedras erguidas en recuerdo de los ari’i fallecidos, denominadas ofai manava ari’i. El marae estaba rodeado por una cerca de piedras que delimitaba y separaba la zona de los sacerdotes de la del público. Dentro de este cerco estaba un altar o fatarau, hecho de madera y adornado con hojas de árbol,  donde se depositaban los difuntos. Había también en este recinto unas piedras respaldo donde se apoyaban los sacerdotes en sus rezos, tambores para acompañar a los salmos y postes tallados o pintados. En los marae se ofrecían diferentes ofrendas y sacrificios humanos como vieron los primeros europeos durante su estancia en la isla.

Después de los ari’i ocupaban un cargo inferior los toofa, que eran una especie de capitanes. Todos los súbditos estaban obligados a pagar un tributo a sus jefes y quienes  no lo hicieran eran expulsados de su territorio. Las habitaciones eran de madera techadas con paja, algunas estaban cerradas y tenían diferentes dimensiones. Sobre el suelo habia extendida hierba seca y  algunos grandes bancos de madera utilizados como asientos y otros pequeños que se usaban como almohadas. Las mujeres no podía comer delante de los hombres. Comían en sus casas sin que los hombres estuvieran presentes. Las relaciones sexuales sorprendieron a nuestros marinos, pues algunos hombres casados ofrecieron a sus mujeres a cambio de algún regalo. Las solteras no tenían dificultad para dar su cuerpo a cualquiera que se lo insinuara, como comprobaron los marineros que iban lavar la ropa. Pantoja señalaba que “por esa libertad de conciencia, tanto hombres como mujeres, padecen muchas enfermedades” y añadía : “De la que saben que está muy enferma, o ha puesto a algunos, les quitan el pelo, les rapan las cejas y luego la echan al monte”.

Observaron que eran propensos al latrocinio, robaban cualquier cosa al menor descuido a pesar de que en su sociedad era un delito castigado con la pena de muerte. Los ari’i, dueños y señores de la vida de sus vasallos, ordenaban atar las manos y pies al cuello de los delincuentes en forma de bola y les colgaban una  piedra grande, arrojándolos al fondo del mar. Otros delitos eran castigados degollando al infractor. A los prisioneros les sacaban los ojos y se los que presentaban al jefe para que los comiese. El jefe hacía el acto de acercarlos a los labios y después los arrojaba. Con ocasión de la muerte de un ari’i o una persona importante, los prisioneros o isleños de otros distritos eran sacrificados para calmar la ira de su dios.

Un ejemplo de esto lo vieron los Padres misioneros y el intérprete, a la muerte de Vehiatua. Los súbditos de este ari’i mataron a un padre e hijo que habitaban en una quebrada cercana a la casa misión.

La información recopilada de las islas próximas a Tahití la dividieron los españoles en dos partes : islas al Este e islas al Oeste. De la primera anotaron quince islas y de la segunda veintiocho, haciendo en todas unas breves indicaciones sobre su situación, vegetación y habitantes.

Las islas que primero descubieron los españoles en 1772 y 1774 fueron unas del grupo Tuamotu, archipiélago que lo componen 84 islas, de las cuales 41 están habitadas. Las islas de las Tuamotu son rasas, bajas y alargadas, de origen coralino, forman un anillo más o menos continuo conocido por atolón, que encierra una laguna. Al ser bajas son peligrosas para la navegación por sus arrecifes costeros. Generalmente estas islas están alineadas en la dirección NE-SO, variando sus dimensiones. La más alargada de este grupo es la isla de Rangiroa, que tiene 70 km de longitud y las más pequeñas apenas llegan a los 200 metros. Al no tener suelo fértil y ser pobre en recursos acuíferos la vegetación es escasa, predominando los cocoteros y algunos manglares.

Las islas de la Sociedad, divididas en los grupos de Barlovento y Sotavento son mezcla de islas altas, como Tahití, Moorea, Bora-Bora, cuyos montañas son los picos de volcanes sumergidos y otras bajas de tipo coralino. La vegetación en las islas altas es frondosa y abundante, acompañada por arroyos y cascadas que afluyen a unos pequeños ríos. En la zona costera predominan los cocoteros, ocuapada también por el árbol del pan, el mango, plátano, taro y otras plantas ornamentales que los españoles vieron durante su estancia en aquellas islas.

Respecto a la estancia de la colonia española sabemos de sus aventuras por los diarios de los Padres misioneros y de Máximo Rodríguez. Pocos días después de marcharse las embarcaciones los dos tahitianos, Pautu y Tetuanui, renegaron de la fe católica y despojándose de su vestimenta extranjera se fueron a vivir con su familiares. Los principales ari’i y sus familiares visitaban con cierta frecuencia la casa misión,  intercambiaban  regalos y a la vez sus súbditos ayudaban a cercar la huerta y recintos donde se guardaba el ganado. La misión sufrió también numerosos robos de animales, ropa y herramientas. Quien más disfrutó de la estancia en la isla fue el intérprete Rodríguez, que por su dominio de la lengua, por su juventud y por ser admirado por los principales jefes y familiares de todos los distritos, supo corresponder de forma amable y respetuosa en todos los actos en que participó.  Los miembros del clan Vehiatua, como prueba de su amistad, le dieron el nombre de Oro iti maheahea, cuya traducción es el “pequeño Oro de cara pálida”, nombre que proviene de un antepasado de Vehiatua. Rodríguez recibió numerosos regalos de mantas, conchas de madreperla, esteras, petates, además de abundantes alimentos de frutas y animales que llevó a la casa misión.

Consiguió de Tu que le obsequiara con un umete o cuenco de piedra de dolerita negra, utilizada posiblemente para beber el kava o ava, para entregárselo al rey español Carlos III. Cuando lo logró, después de múltiples acontecimientos llego a España. Este suceso está  incluido en uno de mis trabajos  “Españoles en Tahití” y este trabajo se indica que dicha pieza se encuentra actualmente en el Museo Nacional de Antropología.

Recordemos también que Rodríguez , el Padre Narciso y el hermano de Vehiatua con otros tahitianos subieron a una colina próxima al puerto de Tautira, denominada Tahuareva, donde colocaron una bandera para que fuera vista por las embarcaciones españolas.

Toda la colonia hispana vio numerosos bailes y oyó el sonar de los tambores, que atormentaban a los Padres misioneros. También siguieron la enfermedad  y muerte de Vehiatua, desenlace que puso en peligro por momentos la vida de los colonos, hecho que fue felizmente resuelto por Purahi, la madre del ari’i difunto y por el hermano pequeño y sucesor del fallecido.

Rodríguez  recorrió por mar y tierra toda la isla y en su diario anotó muchos de los acontecimientos que vio, además de otras costumbres que fueron recogidas en un Extracto, desgraciadamente hoy perdido. Podemos decir que su relato es mucho más amplio y profundo que el aportado en el diario de Cook durante su estancia en Tahití. Gracias al diario de Máximo Rodríguez los investigadores de todo el mundo conocemos mejor a la sociedad tahitiana de aquellos tiempos.

Tercera expedición a Tahití (1775-1776)

Esta última expedición en tiempos del virrey Amat, tuvo por único objetivo recoger a los colonos de Tahití y llevarlos al Perú. Cayetano de Lángara fue la persona que mandaba esta vez la fragata Águila. A él se le indicó que obrase según lo que dijeran los  misioneros. La expedición partió del Callao el 27 de septiembre de 1775, viajando entre la tripulación el isleño Puhoro, pues Barbarua quedó en Lima. Fondearon en Tahití el 3 de noviembre. Como se esperaba, los misioneros renunciaron a permanecer más tiempo allí, y después de dejar a Puhoro en la isla, recoger algunas pertenencias, embarcar provisiones y despedirse de todos los jefes y familiares, el día 12 del mismo mes navegaban rumbo al Perú, fondeado en el puerto del Callao el 17 de febrero de 1776.

Próximamente publicaremos un estudio completo de estos tres viajes a Tahití, muy poco conocidos por los amantes de la Polinesia, y los acompañaremos con la transcripción original de los diarios de algunos de los oficiales.

Amat tuvo tiempo de incluir en su Relación de Gobierno esta última expedición, donde critica la poca disposición de los misioneros a quedarse en Tahití, pues no habían hecho conversión alguna entre los indígenas. Asimismo, destaca la labor del intérprete Rodríguez. Con esta expedición finaliza la breve colonización en la Polinesia por parte del virrey Amat. Años más tarde uno de sus sucesores,  el virrey De Croix, intentó enviar nuevos misioneros a Tahití, amparándose también en el hecho de que Cook en 1777 había tachado la inscripción española que tenía la cruz, sustituyéndola por : GEORGIUS III, REX, ANNIS 1767, 1769, 1773, 1774 ET 1777. Este intento resultó absolutamente baldío ya que no tuvo apoyo alguna en la Corte de Madrid.