Eduard Toda. Los viajes por China de un diplomático atípico

Por María Dolores Elizalde

Bibliografía: Boletín 54 – Los grandes ríos africanos

Una foto en sepia del siglo XIX nos ofrece la imagen de un hombre joven todavía, corpulento, barbudo, con pinta de vividor, que mira con fiereza envuelto en el traje de un guerrero chino de tiempos pretéritos, empuñando una contundente espada de época. ¿Quién fue ese personaje un tanto estrafalario? ¿Qué hacía en China por aquel entonces?

 

EDUARD TODA (1855-1941), diplomático en China

Mediado el siglo XIX, y después de la obligada apertura de China al exterior tras las guerras del opio, las principales potencias firmaron tratados que aseguraban su participación en la carrera por la penetración aquel inmenso imperio. Ante las modificaciones en el frágil equilibrio de poderes en el área que ello podía implicar, España quiso defender sus intereses. No era un país ajeno a Asia oriental. Desde el siglo XVI tenía soberanía sobre las islas Filipinas y desde allí había fomentado diferentes iniciativas diplomáticas, religiosas, militares y comerciales con los países del entorno. Además, a través del Galeón de Manila tenía relaciones seculares con juncos chinos que llevaban a las islas productos asiáticos que se redistribuían a través de esta línea comercial transpacífica, a cambio de plata americana. En Filipinas existía también una importante colonia de población china, que llegaría a cifrarse en 90.000 personas y terminaría por convertirse en un pilar fundamental de la sociedad filipina. En esas condiciones, los sucesivos gobiernos españoles comprendieron que debían ratificar con China un acuerdo similar al que estaban firmando otros países. Fue una larga negociación, iniciada en la década de 1840 y culminada en octubre de 1864 con la firma del primer tratado de amistad y comercio entre España y China. Durante ese extenso proceso, y antes de conseguir que se aceptara la presencia de un ministro plenipotenciario español en Pekín, el gobierno chino permitió que España creara una serie de consulados en Macao (1852), Shanghái (1858) y Amoy (1859), y luego en otros puntos, a fin de defender sus intereses en el área.

 

VIAJERO, COLECCIONISTA Y ESCRITOR

Entre aquellos primeros diplomáticos enviados por el gobierno español a China destacó la figura de Eduard Toda i Güell, un viajero y coleccionista nato, que tenía una manera muy particular de entender su profesión y de interesarse por los lugares donde fue destinado. Había nacido en Reus en 1855. Fue nieto del periodista y político Josep Güell i Mercader. Desde muy joven sintió una inclinación por la carrera literaria. Con tan sólo 15 años publicó un primer estudio sobre el Monasterio de Poblet, y desde entonces comenzó a publicar ensayos y poemas en la prensa catalana. Estudió Derecho en Madrid y en esos años estableció una fuerte amistad con víctor Balaguer, quien posteriormente sería ministro de Ultramar. En 1873, apoyado por Emilio Castelar, ingresó en la carrera diplomática. Nuestro personaje, con sus actitudes, sus curiosidades, sus actuaciones, pronto se iba a salir del camino trillado.

En 1875 obtuvo su primer destino como vicecónsul en Macao, cargo que posteriormente desempeñó en Hong-Kong (Diciembre de 1876), en Cantón (abril de 1878) y en Shanghái (octubre de 1880). Estuvo, en total, ocho años residiendo en China, un período largo para aquellas latitudes. en ese tiempo, además de ejercer su labor diplomática, reunió importantes muestras de cerámica china y una valiosa colección numismática, que hoy se encuentra en el Museo arqueológico de Madrid, y sobre la que publicó una obra, Annam and its minor currency, 1882. Su interés por la historia y por las circunstancias de China se manifestó a través de la elaboración de unos manuscritos en los que recogió información sobre el país, sus gentes y costumbres, y en los que reunió multitud de pequeñas fichas, dibujos, fotografías, trazos de letras o papeles ilustrativos sobre temas muy diversos. sus apuntes se basaban en la observación personal, en relatos de testigos y conocedores del caso que le interesa narrar, y en obras clásicas escritas por historiadores chinos, extranjeros, misioneros y viajeros. Con parte de ese material elaboró posteriormente varios libros sobre el área: Viatge a la Xina, 1876; Macao, records de viatge, 1883; La vida en el Celeste Imperio, 1887; e Historia de la China, 1893.

 

LA MIRADA ORIENTALISTA DE UN OCCIDENTAL

Toda escribió, así, sobre la historia de China, su forma de gobierno, su concepto de monarquía y la sucesión en el cargo, la función de los ministros, el papel de las mujeres o de los eunucos dentro de la Corte… en un tiempo de importantes revueltas internas, que expresaban el descontento de determinados círculos ante la apertura y penetración exterior, Toda reflejó la existencia de rebeliones y sociedades secretas en China. Trató luego sobre economía, comercio, moneda, legislación mercantil, el mundo del té y el cultivo de otros productos, o la presencia extranjera en el país y la situación en distintos puertos abiertos al exterior, esto es, sobre temas que podían ser de utilidad para la misión que tenía encomendada y para fomentar el comercio que el gobierno deseaba fomentar entre los dos países.

Redactó también unas notas sobre “Excursiones en China. Costumbres y política del Celeste imperio”, en las que trataba sobre geografía, límites y población, o sobre la vida doméstica en China, reflejando aquellas cosas que le llamaban la atención. Hablaba, así, de la fisonomía de los chinos, del uso de la coleta en los hombres, los pies pequeños de las mujeres, los vestidos y adornos, la organización y decoración de las casas, la comida o costumbres cotidianas… en otro capítulo disertaba sobre la vida social de los chinos, explicando cómo eran las ciudades, el alumbrado, la conducción del agua o los servicios municipales; reflejaba también el tipo de gente que poblaba las calles, cómo eran las tiendas y las distracciones públicas (casas de té, banquetes, teatros…). Se interesó igualmente por la mitología china, y en especial por cómo pensaban la creación del universo o la narración de determinados hechos mitológicos. Recogió algunos dichos chinos, en los que hablaba de los escollos de la vida, las virtudes o la felicidad en la mentalidad china. Así, señalaba cinco virtudes chinas: filantropía, justicia, educación, prudencia y sinceridad; cinco felicidades: larga vida, riqueza, paz, virtud y buena muerte; cinco puntos cardinales: norte, mediodía, oriente, occidente y centro, un concepto tan importante que llegó a dar nombre al imperio: el imperio del centro, bien alejado de las periferias en las que los europeos situaban a China. También recogía tres escollos en la vida según la mentalidad china: en la juventud, los placeres criminales, en la edad madura, las disputas y los pleitos, en la vejez, la avaricia.

 

ACTITUD CURIOS ANTE ASPECTOS DE LA VIDA COTIDIANA

Señaló la existencia de divorcio en China, explicando los motivos por los que el marido podía repudiar a la mujer: por el crimen de adulterio, por esterilidad, por deshonestidad, por desobediencia a los padres del marido, por tener la mujer mala lengua, por ser inclinada al robo, por ser celosa y por tener una enfermedad incurable. Ante esa situación, señalaba, la mujer podía oponerse al divorcio si no tenía parientes que la pudieran acoger, o si hubiera llevado luto por los padres del marido durante tres años, y en esos casos, el marido estaba obligado a aceptar de nuevo a la mujer.

Toda elaboró también un listado de las misiones católicas y protestantes en China en 1869, algo que sin duda interesaba al gobierno español, todavía muy comprometido con la labor evangelizadora que las órdenes religiosas desempeñaban en Ultramar. en esas cifras, destaca que hubiera tantas misiones católicas desempeñadas por lo que Toda llama “indígenas”, esto es, por frailes chinos, una situación radicalmente diferente de lo que ocurría en Filipinas.

Reflejaba, en suma, aquellas cosas que despertaban su curiosidad y los temas que le llamaban la atención, más allá de su trascendencia, aunque procuraba recabar también datos y cuestiones que pudieran tener utilidad para el desarrollo de su misión. Generaba conocimiento, sin duda, pero hay que advertir que sus notas estaban escritas desde una mentalidad occidental, que veía China desde una mirada típicamente orientalista europea, No llegó a entender el sentido religioso chino, ni sus cultos, y cuestionó las supersticiones, los dioses cotidianos, la falta de higiene, la suciedad en las calles, la inmovilidad de los chinos, -un tema muy recurrente en los occidentales que en el siglo XIX se acercaron a China-. Hay que entender, pues, sus comentarios desde la mentalidad de un occidental de la época que tuvo la oportunidad de vivir ocho años en China y quiso narrar lo que vio.

 

VIAJES POR TIERRAS Y RIOS

Eduard Toda escribió, además, sobre sus viajes por China, entre ellos una excursión a Emuy, efectuada en 1880, o una breve expedición que realizó en 1881, partiendo de Shanghái, por el curso del Gran Canal imperial, hacia el país de los lagos, una vía náutica de unos 1.200 km construida en tiempos de la dinastía mongólica, con objeto de evitar que las frágiles embarcaciones chinas que llevaban al norte los tributos de arroz tuvieran que afrontar los tempestuosos mares de aquellas costas. en su viaje estuvo acompañado por el conde de Carfort, teniente de navío de la armada francesa, que ilustró la expedición con dibujos. Fueron a bordo de un pequeño barco con camarote, que podía navegar a vela, a remo, o a la sirga, es decir, tirando de cuerdas desde las orillas cuando el canal era muy estrecho. su intención era conocer el canal y los paisajes que lo rodeaban, y dedicarse a la caza de faisanes. Tras varios días de viaje, Toda declaró entusiasmado que había conocido una de las comarcas más bellas de China.

El 7 de noviembre salieron de Shanghái, remontando el curso del Suchao. El día 8 llegaron a Tsungmu, una pequeña población de la zona de los lagos. Visitaron distintos santuarios, en los cuales los monjes budistas les acogieron con amabilidad, ofreciéndoles té, mostrándoles los monumentos más significativos, y narrándoles el devastador paso de la rebelión Taiping por aquella tierra.

 

UNA INCURSIÓN OFICIAL A NANJING

Sus cuadernos incluían también apuntes de un viaje a Nanjing, una región a la cual los europeos no podían llegar sin un permiso especial de las autoridades chinas. Quizás por ello realizó la visita a bordo del crucero de guerra español “Gravina”, “un barco de guerra nacional que paseaba nuestra bandera por aquellas lejanas regiones” a fin de que se conociera la presencia española. En sus escritos recogió sus impresiones de los lugares que visitó. Hablaba, así, del silencio, la soledad y la destrucción que aún se advertía tras el paso de los Taiping, de las ruinas del palacio imperial, destruido, primero en el siglo XV, cuando la corte se trasladó a Pekín, a fin de evitar que nadie pudiera profanar habitaciones concebidas solo para el emperador, y en las últimas décadas por la guerra civil que asoló esta parte del país. ensalzó también las tumbas Ming, comparándolas por su grandiosidad con las pirámides de Egipto. Toda resaltaba también que “desde las afueras de Nanking marcábase el camino que conducía al regio panteón con dos hileras de monolitos representando diversos cuadrúpedos y guerreros de la época…” explicaba igualmente que “los soberanos de la pasada dinastía Ming, deseosos de conservar sus restos mortales al abrigo de toda profanación, no podían imaginar cosa mejor que construir una montaña de más de tres leguas de circunferencia, en cuyo seno se depositaran sus cuerpos”. Y concluía: “Es de creer hayan conseguido su objeto, pues si bien la necrópolis regia está abandonada y fue abierta varias veces, no hay recuerdo en el país de que se haya encontrado el cadáver de un solo emperador”.

Al ser este viaje una misión oficial, el barco español recibió la visita del virrey de la zona, que fue puntualmente narrada por Toda, ilustrando la barca que empleó el mandatario en su visita al “Gravina”, y detallando la comida que les ofrecieron, -aleta de tiburón, nido de golondrina, y así hasta más de 40 platos-, al punto de explicar luego que “en los buenos banquetes deben presentarse a lo menos cuarenta o sesenta manjares diferentes y duran entre tres o cuatro horas. Han sido el suplicio mayor a que me he visto sometido en China”.

En 1882 Toda abandonó China rumbo a nuevos destinos. pero en los recuerdos que nos ha dejado sobre su estancia en ese país destaca su manera de entender y desempeñar su profesión y de relacionarse con la sociedad en la que vivía. Se le puede considerar como ejemplo de una serie de diplomáticos del XIX que tuvieron trayectorias personales y profesionales originales, defendieron ideas propias respecto al interés que presentaba Asia, y realizaron importantes contribuciones al conocimiento de aquel ámbito.