Es Sahelí, el arquitecto de Tombuctú

Por Emma Lira

Bibliografía: Boletín 41 – Desiertos del mundo

El Sahel, esa franja desconocida de terreno ganado o perdido ante el desierto, se extiende al sur del Sahara y constituye una frontera climática en constante avance entre los arenales del norte y las sabanas y selvas del sur. Hay precipitaciones, pero escasas. Hay vegetación, pero poca. Comprende una colección de estados islámicos –antiguas colonias francesas– que se encuentran entre las más pobres del planeta. Sus fronteras son permeables y sus gobiernos, inestables en general. Y, no obstante, un día constituyó una referencia mundial para la cultura islámica y albergó algunas de las mas poderosas civilizaciones del momento, hasta el punto de que los granadinos de Al Andalus, decidieron hacer de él su hogar.

 

La historia de los andaluces en la Curva del Níger está siendo parcialmente recuperada, poco a poco, por diversos escritores e historiadores. El exilio de algunas familias granadinas a la actual Mali hace quinientos años o la conquista de Tombuctú por el ejército del almeriense Yawder Pacha (Yuder Pachá), a las órdenes del sultán de Marrakech en el siglo XVI, tuvieron consecuencias en forma de descendencia directa.

A día de hoy, aún más de diez mil familias de ascendencia andalusí habitan la Curva del Níger y aún conservan orgullosos algunas palabras del castellano como herencia cultural. Son los Arma o los Laluyi (renegados, pues se cree que en algún momento se emparentaron con cristianos y judíos). Algunos habitan en remotas aldeas, a días en piragua, en el país más pobre del mundo. Y sin embargo, durante cuatrocientos años, han escondido un tesoro que repartieron entre ellos para preservarlo de saqueadores o del ejército francés: más de tres mil  manuscritos en los que se narra la historia del Islam en la península ibérica y el exilio de los andalusís al Níger. El más importante legado histórico andalusí que existe fuera de las fronteras españolas.

La historia de Yawder Pachá, el soldado de fortuna procedente de Las Cuevas de Almanzora que en el siglo XVI conquistó Tombuctú al mando de un ejército de andaluces, castellanos y portugueses; la de Sidi Yaya, uno de los poetas místicos más importantes, natural de Tudela, que se trasladó a la zona en el siglo XV, la historia del viajero granadino Hassan ben Mohammed, más conocido como Juan León de Médecis o “León el Africano” que visitó la zona en las mismas fechas, la de Alí ben Ziyab al Kuti al-Andalusí, que dejó su Toledo natal en 1468, ascendiente común de una parte importante de la gran familia Arma, y cuyo hijo, Mahmud Kati, escribió una obra histórica que ha sido reconocida por la UNESCO como representativa de la Humanidad en su serie africana… Todas ellas están aquí. Epopeyas gloriosas, reyertas, migraciones y pequeños secretos de familia. Todo es válido para investigar un pasado histórico común que ha permanecido oculto de generación e generación durante siglos. Una historia que apenas ha sido contada. Quizá porque era la de los vencidos.

 

EL ARQUITECTO DE TOMBUCTÚ

Entre esas historias está la del andalusí Es Saheli. Es anterior al exilio forzoso impuesto por los Reyes Católicos, puesto que nació en el año 1290. Su sobrenombre –saheli– nos habla de ese sahel árido y fronterizo que le adoptó, pero cuando nació, en la bellísima y bulliciosa Granada musulmana del siglo XIII, se llamaba Abu Ishak y amenazaba ser una persona corriente. No pertenecía a ninguna familia relevante en la corte –su padre era el alamín de los perfumeros del zoco granadino– pero por algún extraño designio estaba llamado a hacer grandes cosas. Creó un arte que aún hoy perdura y que ha inspirado a artistas de la talla de Le Corbusier, Gaudí o Miguel Barceló, elevó la sencillez a la categoría de Arte y algunas de sus obras están consideradas Patrimonio de la Humanidad… Y sin embargo ¿cuántos de los que leen este artículo han oído hablar de él?

Abu Ishak tenía un espíritu viajero e inquieto, alma de poeta y una curiosidad innata por saber, conocer, aprender, entender y explicarse. Llegó a ser notario de Granada y a ingresar en la Chancillería de la La Alhambra, pero sus excesos, no exentos de sexo, drogas y alcohol, como en las viejas canciones rockeras, le llevaron a caer en desgracia ante las autoridades. Fue acusado de herejía y obligado a exiliarse del país. Abandonó la ciudad que amaba con locura y que le había visto nacer y embarcó en Almuñecar. En algún momento había tomado la decisión –quizá ante una acusación de herejía que consideraba injusta– de emprender su propia peregrinación a La Meca. Quizá soñara con volver redimido –más culto, más sabio, más humilde– a la ciudad donde quedaba su familia. Probablemente mirara hacia la costa desde el barco que se dirigía, sin él saberlo, hacia la segunda etapa de su vida. El caso es que, quizá entonces no lo imaginara, pero, como en un verso de Lorca, jamás volviería a Granada.

Abu Ishak se convertiría en un gran viajero, sobre todo para los estándares de la época. Visitaría Damasco, Yemen, La Meca, Fez, Bagdad y El Cairo. Pero sería 98 / SGESGE / 99 en la Ciudad Santa, en el año 1330, donde el destino le pondría en el camino de otra gran personalidad de su tiempo, el llamado emperador “del Reino de los Negros”, el rey maliense Mansa Mussa.

En efecto, la peregrinación del emperador a La Meca esta recogida en nume-rosas crónicas de la época, especialmente porque sirvió para situar a su país en el mapa de la época. Hasta ese momento la curva del Níger era un universo desconocido. Sin embargo, la mítica ciudad de Tombuctú, destino y origen de las caravanas que cruzaban el desierto, albergaba ya tres universidades y 180 escuelas coránicas y su gobernante estaba decidido a situarla en el lugar histórico que creía que le correspondía por derecho. En una admirable operación de mar-keting para la época, en su largo periplo hacia La Meca estuvo acompañado por sesenta mil porteadores, cada uno de los cuales llevaba encima tres kilos de oro. Se dice que durante su estancia en El Cairo, la moneda local se devaluó, como consecuencia de la sobreabundancia de riquezas repentinas en la ciudad. Sin embargo, la extremada ostentación del emperador cumplía un segundo objetivo, “seducir” a los mejores de entre los mejores en el mundo islámico, y de alguna manera “comprar” con sus riquezas la cultura, el arte y la sabiduría que le faltaba a su reino. Quería músicos, pensadores y filósofos. Quería astrónomos, mate-máticos y poetas. Quería arquitectos y constructores, personajes brillantes que le dieran esplendor a su corte. El mismo que ostentaban los sultana­tos del norte de África y la mítica Al Andalus, más allá del mar…

Y en este momento histórico es cuan­do el emperador cazador de talentos se encuentra con el talento indiscuti­ble del granadino exiliado, Abu Ishak, quien, en 1334 regresa al Níger en la caravana del emperador junto a una corte de sabios y hombres de letras. Y una vez allí, en aquel paisaje semi­desértico, ganado a duras penas a las lluvias torrenciales y a las sequías, Abu Ishak se convierte en Es Saheli, su habilidad con las letras se con­vierte en un exquisito manejo de los volúmenes las texturas y las formas, y el poeta bohemio se convierte en “el arquitecto de Tombuctú”, como le rebautizó el escritor Manuel Pimentel en el formidable libro en el que recupera para la historia la extraordinaria figura de Es Saheli.

¿Y por qué arquitecto? ¿Y por qué no? Es Saheli había admirado las construc­ciones palaciegas granadinas, las suntuosas mezquitas de La Meca, la monumen­talidad egipcia… Y sin embargo, cuando el emperador le pidió que dotara a su país de aquella misma majestuosidad, Es Saheli tuvo la inteligencia de no copiar todas aquellas maravillas, sino de reinterpretarlas, de contextualizarlas en aquel paisaje humilde de barro y acacias dispersas. Para ello tomó esos dos materiales como base –barro y madera de acacia– y los elevó a la categoría de arte al usarlos para levantar grandiosas estructuras de adobe, con vigas vistas de madera y una ingeniosa interpretación de las luces y las sombras proyectadas por el sol, como si fueran una prolongación de la propia tierra. Así construyó la mezquita de Djinguereber y las de Tombuctú –declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, pero su influencia iría mucho más allá, ya que hasta día de hoy las mezquitas– no solo de la curva del Níger, sino desde Guinea a Sudán, pasando por Burkina Faso se continúan construyendo de la misma manera, en lo que ha dado en denominarse “arquitectura sudanesa”, pero que, si la historia entendie­se de justicia, podría haberse llamado “arquitectura granadina”.

Las relaciones entre Andalucía y la Curva del Níger pueden calificarse, por extraño que parez-ca, de milenarias. En tiempos del califato de Córdoba ya había lazos culturales e históricos entre ambos países y la coronación de los reyes de Gao, en Mali, se hacía bajo los auspicios del califa cordobés, pero quizá sea en este momento, en la mágica ciudad de Tombuctú, cuando cristalice y se fusione para la posteridad, para los ojos de todos los que queramos tomarnos la molestia de viajar a verlas, la esencia de ambas civilizaciones: la magnificencia andalusí y la sencillez y el sol y la tierra agrietada de ese cinturón de tierra al sur del Sahara.

La historia que es amiga de los finales felices, cuenta que Es Saheli se asentó en Tombuctú, que continuó construyendo mezquitas y palacios y que tuvo la oportunidad de seguir viajando como embajador de Kanku Mussa, el emperador de aquel “Reino de los Negros” que empezó a levantar envidias, amistades interesadas y suspicacias cuando decidió exhibir su riqueza. Y como también es amiga de las cifras y de la anécdota nos cuenta que el arquitecto granadito recibió 170 kilos de oro por la construcción de la mezquita de Djingereiber, en Tombuctú, y que ésta fue siempre su predilecta. Puede que fuera así, pues murió en ella, en su patio en el año 1346. Pero también puede que hubiera pagado esos 170 kilos de oro –o gran parte de ellos– por la posibilidad de volver a ver Granada. O una vez más, como diría Lorca, su Granada.

 

BIBLIOGRAFÍA

El Arquitecto de Tombuctú, de Manuel Pimentel. Ed. Umbriel. 2008.

La Conquista de Tombuctú, de Antonio Llaguno. Ed. Almuzara. 2006.

Los Otros Españoles, de Ismael Diadié y Manuel Pimentel. Martínez Roca, 2004.

 

Imagen de Mousssa NIAKATE.