Las Indias de la princesa de Kapurthala

Por Emma Lira

Bibliografía: Boletín 61 – Las islas Filipinas y España

 

Anita Delgado, quien pasaría a la historia como la maharaní de Kapurthala, vivió una existencia de cuento en uno de los escenarios más fastuosos de la época, y en uno de los momentos clave de la historia, a comienzos del siglo XX. Sus impresiones de aquellas Indias tan lejanas a la imaginería europea quedaron recogidas en un pequeño y exquisito cuaderno de viaje.

 

Anita Delgado era española, malagueña para más datos, y en el momento en que el maharajá de Kapurthala se prendó de ella, solo hablaba su lengua natal. Sus impresiones de las Indias, recogidas en diferentes viajes oficiales entre 1913 y 1914, están redactadas, sin embargo, en francés, “la lengua de la corte de mi marido”, como indica la propia autora. Un francés muy sencillo, salpicado de expresiones en español y en hindú, cuya frescura quizá se pierda en la edición española y que demuestran el increíble salto que ejecutó esta bailarina andaluza que en apenas seis meses tuvo que aprender a manejar tres idiomas distintos para convertirse en princesa de un reino muy lejano.

 

LA VIDA DE BAILARINA

La joven Anita había llegado a Kapurthala, en el Punjab indio, a través de un periplo tan singular que, si no fuera estrictamente cierto, sería tachado, con seguridad, de demasiado literario. La joven andaluza, junto a su hermana Victoria, sus padres y su tata Joaquina había residido en su Málaga natal hasta 1906, año en que la familia decidió vender el café que regentaban y trasladarse a Madrid. Llegaron con lo puesto, sin trabajo y el escaso dinero de la venta del negocio, pero lo hicieron en el mejor momento, justo cuando la ciudad vivía el fasto de la futura boda entre el rey Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg, su prometida británica. La ciudad estaba necesitada de espectáculo y la capital española vivía cada día como una fiesta.

Con el encargo de buscar bailarinas para actuar de teloneras en los espectáculos de la recién nacida sala Kursaal, sus empresarios se pasean por las academias de la capital. En una de ellas conocen a Anita y Victoria, vistosas, bonitas, con salero y un aire tan ingenuo que se sienten cautivados. Su padre ignora que la madre, Doña Candelaria, dedica parte del escaso patrimonio familiar a que sus niñas estudien canto y baile, por lo que monta en cólera cuando les ofrecen un contrato, pero a tenor de la suma ofrecida por el que denominarán “Número de las Camelias”, no le queda más remedio que aceptar. Eso sí, las muchachas actuarán siempre antes de las 12, y se irán de la sala nada más acabar el espectáculo, acompañadas por sus padres.

Dicen que el maharajá de Kapurthala y Anita ya se habían encontrado en las calles de Madrid. Él era un dignatario extranjero a lomos de un elefante y ella una asombrada espectadora con trenzas y vestidillo de luto, extasiada ante la magnificencia del desfile de las autoridades que acudirían a la boda del rey Alfonso XIII. Y parece que volvieron a cruzarse en la sala Kursaal, que de día oficiaba de frontón, cuando el príncipe indio salía de jugar un partido de pelota y la bailarina andaluza entraba a preparar su número. El caso es que, impresionado por ella o por simple curiosidad, el maharajá reservó un palco esa noche para ver actuar a las Camelias. Y, a partir de ahí, siguió haciéndolo durante las noches siguientes.

 

EL COMIENZO DE LA RELACIÓN

Tras cada uno de los espectáculos, la joven Anita recibía un obsequio de su ya rendido admirador, un ramo de camelias junto a la invitación de sentarse a su mesa, que en todo momento la familia se encargó de rechazar. Hasta el sexto día, en que el grupo de intelectuales habitual del Kursaal, entre los que se encuentra Valle Inclán, e incluso el director de la sala, persuaden a la familia de que permita a Anita sentarse unos minutos a la mesa del príncipe.

La bailarina comparte mesa y poco más, pues apenas puede comunicarse con el príncipe durante unos días, hasta que en el momento de la ceremonia del rey Alfonso XIII un ramo de flores arrojado desde una ventana esconde la bomba que atentaría contra la vida de los soberanos. Los reyes salvan la vida, pero el atentado produce un número importante de víctimas y las delegaciones extranjeras, ante la posibilidad de que el hecho derive en un conflicto mayor, abandonan el país a toda prisa.

Cabría pensar que el príncipe indio acababa de salir de la vida de Anita tan precipitadamente como había entrado, pero no es así. Días después, en el Kursaal se presenta el traductor del príncipe algo azorado, con una insólita propuesta. Ofrece cien mil euros a la familia Delgado si permiten a Anita pasar una semana en París junto a él. Pese a la cantidad que deslumbra a quienes la escuchan, la familia despacha la oferta.

La propia Anita diría que “le parecía la venta de su persona”.

 

UN CUENTO DE HADAS

El príncipe no se rinde y cambia de método. Por medio esta vez de su escolta personal, hace llegar una nueva misiva a Anita. Esta vez escrita, y en español, en la que le propone matrimonio. La familia enmudece. El padre duda, la madre quiere seguir adelante y Oroz, el pintor de la cuadrilla del Kursaal que, medio enamoriscado de Victoria está ultimando un retrato de la niña en casa de los Delgado, les propone que decidan lo que decidan , Anita debe contestar a esa misiva de puño y letra.

La niña lo hace, la lee ante los suyos y Oroz se ofrece a llevarla a correos. Por el camino para en el Kursaal y comenta la nueva con su corte. El romance entre el príncipe indio y la joven e ingenua Anita, a quienes los habituales del Kursaal consideran poco menos que su protegida, comienza a convertirse poco menos que en una cuestión de estado, al menos del pequeño estado de la sala. Sin pudor, abren la misiva redactada en un castellano pobre y plagado de faltas y la sustituyen por una auténtica carta de amor que el mismo Valle Inclán firma en nombre de Anita. Alea jacta est.

Tras la carta de Anita el maharajá puso toda la logística a su disposición en un tiempo récord. Trasladó a toda la familia a París, les instaló en apartamentos separados, puso a su disposición a varios sirvientes y asignó a Anita una tutora inglesa, Miss Emily, que sería la encargada de velar por el cumplimiento de un exhaustivo programa de estudios: protocolo, inglés, francés, música, tenis, baile, dibujo, piano, equitación…

El padre advierte que Anita no saldrá de Europa sin un matrimonio previo, y el rajá se compromete a ello. Abandona el país por asuntos de estado y no volverá hasta seis meses después. Para su propia sorpresa y orgullo, la mujer que le recibe tiene la elegancia y los modales de una auténtica dama parisina. El enlace se celebra en la primavera de 1907 en la Mairie de París y, para cuando los príncipes parten de nuevo, en otoño a la India, donde Anita se enfrentará por primera vez a su país de adopción, la joven andaluza ya está esperando un hijo.

 

IMPRESIONES DE LAS INDIAS

Anita Delgado tiene 23 años y lleva 6 años residiendo en Kapurthala cuando decide comenzar a anotar las impresiones de sus viajes. Es su propio marido quien le insta a ello, sabedor de que a su esposa le gusta llevar consigo sus propias anotaciones, para compartir sus vivencias en la India durante sus viajes a Europa. Jigangith Singh es un hombre de mundo, y, como tal, consciente del valor de la visión fresca que una europea pueda dar sobre su país. Anita jamás habría imaginado en publicar su colección de anécdotas, de no ser por el empeño que su marido pondría en hacerlo. La pequeña obra Impresiones de mis viajes por las Indias será publicada en Nueva York. Para entonces, Anita ya no lleva el nombre que le dieron al nacer. Es Prem Kaur, la amada del príncipe, el nombre indio con el que la bautizaron el día de su boda.

El libro, que abarca un espacio temporal de dieciocho meses, narra tres importantes viajes diplomáticos: el primero en 1913 por diferentes estados de Rasjputana, el segundo a Calcuta y Birmania, y el tercero, en 1914, al Deccán y Hyderabad. Está dividido en once relatos y cuenta con 16 fotografías que ilustran las narraciones en las que la autora muestra al lector las impresiones que una joven española percibe sobre un país y una cultura tan diferentes a las del lugar de donde ella proviene.

Anita describe su forma de viajar, casi siempre en tren, utilizando los vagones privados de la familia real de Kapurthala que en la mayoría de las estaciones son recibidos con honores, pero también en automóvil -impresionada por la calidad de carreteras y puentes- e incluso en tonga, silla de dos ruedas o dandy, silla de manos. Con los príncipes viaja su pequeño cortejo, así que cuando Anita afirma encontrarse en familia se refiere a un séquito de hasta 18 personas, entre escoltas, secretarios y edecanes, además de dos ayas para la princesa, y hasta siete personas más entre criados y cocineros.

 

UNA MIRADA INTELIGENTE

Ante sus ojos extranjeros, las costumbres, las formas y las religiones de la tierra que la ha adoptado van sucediéndose en una mirada inteligente, tolerante y comprensiva, que nos demuestra que, en este período de tiempo, Anita ya ha recorrido el mundo. Habla de China, del Bois de Boulogne, de Egipto, al que se le asemeja la ciudad de Hyderabad, rodeada de dunas… Describe paisajes áridos o selváticos con tanto lujo de detalle que parece que sintamos el olor de las tormentas de arena o las lluvias torrenciales del monzón. Describe templos budistas, antiguos fuertes, mezquitas y palacios deteniéndose en cada detalle: el color de las cúpulas, su extraordinaria arquitectura, las esculturas en piedra de los templos o la delicadas celosías de los espacios dedicados a las mujeres, en palacio. Alaba el arte oriental que le seduce aún más con el confort europeo que tan bien ha aprendido a apreciar, y la exquisitez de los palacios donde son recibidos, con sus estatuillas de jade, sus escalinatas de mármol y sus lámparas de araña. Pero no olvida describir el bullicio de los mercados, los vendedores de velas para ofrendas, el olor de las flores en los templos, los pies descalzos de los peregrinos, los vendedores ambulantes o los niños mendigos que se les arraciman.

Conjuga la miseria y la riqueza como si se hubiera habituado rápidamente a las dos realidades de la vida.

La naturaleza tiene un hueco especial en sus descripciones: atardeceres mágicos, riqueza de colores, lagos plácidos que bordear, vegetación exuberante…La princesa se recrea en algunos paisajes que parecen sucederse acordes con su estado de ánimo. Y abunda en las costumbres de los soberanos locales que, en India y en un ambiente cortesano, tienen mucho que ver con la caza o los juegos para los que se emplean animales. Así, describe las cacerías de urogallos, abatidos a centenares, el pigsticking, juego introducido por los ingleses en que los participantes alancean a un jabalí, la caza desde la protección de una embarcación mientras los ojeadores acercan la presa a las orillas para ser abatidas, las luchas de animales, pantera contra jabalíes generalmente, en las que se apuestan importantes sumas de dinero, o la ficción de la caza natural, en la que los integrantes de la partida se sientan tranquilamente a ver que ocurre, cuando una pantera que lleva dos días sin comer es liberada entre un grupo de chacales. Su narración, bastante objetiva, apenas revela el disgusto que le produce ver el sufrimiento de los animales.

 

UNA VISIÓN MUY RESPETUOSA

La princesa de Kapurthala describe una cultura completamente ajena con admiración y un exquisito respeto. Así, revela las comidas con la mano, sentados descalzos sobre el suelo de la terraza, las vestimentas tradicionales, tanto de hombres como de mujeres, que llaman su atención, la predilección por el colorido y las joyas, con las que se siente plenamente identificada y que considera que proporciona a los ricos la seguridad de llevar sus bienes consigo, y a los más humildes al menos la alegría de verse adornados. Habla del rígido sistema de castas en la India y de los variados cultos, dioses y sistemas de creencias, otorgándoles a todos el máximo respeto, describiendo las ofrendas budistas, el dios protector Ganeh sobre las puertas o la purdah, la costumbre musulmana que prácticamente justifica que las mujeres vayan veladas para evitar los abusos de otros hombres.

Las mujeres ocupan una parte importante dentro de sus apreciaciones. Anita es consciente del privilegio que para una mujer supone el poder asistir, como invitada especial, a muchas de las escenas que tienen lugar frente a sus ojos. Como extranjera, tiene el privilegio de ser recibida en cortes donde impera un protocolo masculino y donde otras esposas de dignatarios no podrían ser recibidas, pero al mismo tiempo puede entrar en los espacios reservados a las mujeres, como los harenes o los apartamentos privados de las princesa. Lugares que describe minuciosamente, con su corte femenina, sus innumerables chiquillos, y las estancias y fuentes desde donde llevar una existencia regalada, pero sin asomar nunca al exterior. Describe los cánticos de los eunucos y el arte de los bailarines travestidos con una amplitud de miras que sorprende en una mujer de su época, y respeta las tradiciones locales aunque ella esté feliz al poder montar a caballo o jugar al tenis cuando así lo desee.

Todo le llama la atención en el mundo de la mujer: las bailarinas, cuyo colorido, movimiento y sensualidad la hechiza, quizá como recuerdo de una vida anterior; las avispadas vendedoras birmanas, espontáneamente sensuales, los pequeñísimos pies de las damas indias, las viudas niñas hindúes condenadas a una vida de soledad y servicio, y por supuesto la ancestral costumbre india de sacrificar a las viudas en la pira de sus maridos, de la que habla sin inmiscuirse en las creencias locales ni aplicar su juicio moral.

 

EL FIN DE UNA VIDA Y EL COMIENZO DE OTRA NUEVA

Los textos terminan en 1914. En Hyderabad, su último destino, Anita y su marido se enteraron de los acontecimientos que darían lugar a la posterior primera guerra mundial. Quizá ese detalle ensombreciera un viaje, ya de pos sí un poco complejo por las excesivas atenciones que Anita había recibido del Nizán, el soberano local, cuya indiscreción con respecto a la primera dama de Kapurthala llevarían a la posterior ruptura de las relaciones entre ambos países. Quizá a Anita no le quedaran ya muchas ganas de seguir registrando sus impresiones por escrito, o quizá su reinado en el palacio de Kapurthala comenzara a declinar. Cuatro años después, su amada hermana Victoria moriría en el otro extremo del mundo y la amada del príncipe se divorciaría del maharajá para pasar a un segundo plano, convirtiéndose en una aristócrata oriental en la corte europea por cuyos eventos desfilaba en compañía de su hijo Ajit o su sobrina Victoria. Murió con 62 años, y jamás volvió a aquella India que comenzó a prepararse para su independencia del Imperio británico, pero fue la princesa “exiliada” de Kapurthala, culta, refinada, distinguida y deseada hasta el fin de sus días.