Imagen de Francisco Chaves from Buenos Aires, Argentina – Saliendo de casa, CC BY 2.0. Wikipedia.
Boletín 14
Marzo de 2003
Texto: Mª Teresa Tellería
Imágenes: Mª Teresa Tellería
La cuenca del Amazonas encierra más de 20.000 especies diferentes de flora, una riqueza biológica tan exuberante e inabarcable que su estudio resulta una empresa casi imposible. Mª Teresa Tellería, investigadora y directora del Real Jardín Botánico de Madrid, nos introduce en los secretos de la flora amazónica y en la aventura de su descubrimiento.
Se ha dicho que la Amazonia es la última página, aún no concluida, del Génesis. Todo en ella es tan complejo, tan inconmensurable y de tal exuberancia que para describirla es necesario incurrir en una profusión de adjetivos y en cierta desmesura verbal. Exceso que encierra impotencia, e impotencia que esconde ignorancia, la que nos impide analizar y sintetizar lo que esas tierras impenetrables, inexploradas, fecundas, desbordantes, misteriosas y aún remotas esconden.
Vanilla planifolia.
El Amazonas es un río inmenso; la quinta parte de agua fluvial del mundo discurre por su cauce, que es 16 veces más caudaloso que el del Nilo, aunque el coloso africano sea algo más largo; tal es su presencia e importancia, que su sistema fluvial ha configurado una cuenca de más de 7.000.000 de km2 formados, fundamentalmente. Por los sedimentos que él y sus afluentes han ido y van depositando. Esta superficie ocupa una buena parte de América del Sur y se extiende por el norte de Brasil, por Venezuela, Surinam y las Guayanas y abarca también el este de Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia.
Esta inmensa planicie de terrenos sedimentarios, difícilmente se escapa a la dictadura marcada por los ríos que la erosionan, que acarrean y depositan los sedimentos, para configurar un paisaje donde agua y tierra se funden, en continuo cambio, para crear un escenario único que alberga una de las mayores riquezas biológicas.
Las selvas tropicales, que solo ocupan el 6% de la superficie terrestre, alojan a más de la mitad de los organismos.
Ferdinandusia speciosa
El trópico es profusión de biodiversidad y ninguna región de la tierra cobija una cantidad, ni tan grande ni tan variada de la misma. Se calcula que las selvas tropicales, que solo ocupan el 6% de la superficie terrestre, alojan a más de la mitad de los organismos. Así, de las aproximadamente 270.000 especies de plantas vasculares conocidas, 170.000 viven en las regiones tropicales. Tres países de la cuenca amazónica: Colombia, Ecuador y Perú reúnen, en su flora, cerca de 40.000 especies aunque sólo ocupan el 2% de la superficie del planeta y cerca de Iquitos, en Perú, se ha localizado el punto conocido que, hasta ahora, alberga la mayor diversidad arbórea del mundo: en dos hectáreas se han censado 300 especies de árboles.
Esta riqueza no es tan sólo cuantitativa sino también cualitativa. Así, en el escudo Guyano, esa porción de tierra situada en el noreste de Sudamérica, entre Venezuela, Colombia, Guayana, Surinan y norte de Brasil, donde se yerguen las mesetas de arenisca conocidas como tepuis, existe una flora con más de 8.000 especies de plantas vasculares de las que, aproximadamente, el 50% son endémicas.
EL LABERINTO DEL BOSQUE TROPICAL
Por lo general, se tiene una percepción distorsionada de la estructura de la vegetación de la selva, asimilando ésta a la del bosque húmedo tropical secundario; aquél degradado por la pérdida de sus grandes colosos arbóreos, donde es imperiosa la necesidad de un machete que permita abrirse paso, con gran esfuerzo, entre una enmarañada vegetación. Pero la realidad es otra; lo que sucede es que una característica común a la mayoría de los bosques húmedos tropicales es que su inmensa riqueza florística se organiza en estratos escalonados. Estratos que se ordenan de menor a mayor profusión hasta alcanzar su máxima riqueza en esa impenetrable bóveda, casi opaca a la luz del sol, que es el dosel arbóreo, situado a unos 30 metros de altura, donde parece alojarse hasta el 70% de la vida que esta formación vegetal cobija.
Quien ha sobrevolado la selva en helicóptero va a reconocer en mis palabras el espectáculo que esta bóveda ofrece. Se trata de un mosaico en verdes sólo interrumpido, aquí y allá, por algunos árboles cuajados de flores coloreadas; su horizonte, en apariencia homogéneo, se ve interrumpido por otros árboles también dispersos que sobresalen algunos metros por encima de la cubierta. Pero este aspecto tan uniforme es engañoso pues, esta pretendida homogeneidad, encierra una complejidad ecológica y estructural enorme; así lo demuestran los estudios que gracias a la moderna infraestructura de acceso al dosel arbóreo se pueden ahora realizar.
Los bosques húmedos tropicales de todo el mundo presentan, entre sí, bastantes similitudes en lo relativo a la composición florística, a pesar de su amplia distribución geográfica alrededor del ecuador, entre los trópicos de Cáncer y Capricornio. Dispersos como están por las distintas regiones de la tierra, muchos comparten las mismas familias o incluso géneros de plantas pese a estar separados, unos de otros, miles de kilómetros por mares y océanos. Esta similitud vegetal puede ser interpretada de dos modos, ambos plausibles. Una de las hipótesis se basa en la capacidad de dispersión de ciertas plantas, cuyos frutos y semillas pueden viajar grandes a distancias transportadas por los pájaros, las corrientes marinas o el viento. La otra se apoya en la historia de un pasado que permitió, en otro tiempo, hace millones de años que los ancestros de estas plantas compartieron un mismo territorio. En el Cretácico –de esto hace entre 65 y 140 millones de años–, cuando las plantas con flores (angiospermas) comenzaron a diversificarse y adquirir la preponderancia que hoy ostentan, las masas de tierra que hoy constituyen África y Sudamérica formaban parte de un supercontinente: Gondwana. La diversificación de las angiospermas tropicales tuvo lugar mientras Gondwana se disgregaba y los continentes iban separándose lo que facilitó que muchos de los ancestros de la actual flora tropical pudieran entremezclarse en un territorio y otro. No es por tanto de extrañar que, en las selvas tropicales de África y América, encontremos las misma familia de plantas aunque representadas por diferentes especies.
Bajo el estrato arbóreo, crece otra tupida selva.
La composición florística del bosque húmedo amazónico está integrada por árboles, arbustos, bejucos, epífitas y herbáceas que, organizadas en estratos escalonados como ya se ha apuntado, configuran el escenario del mismo; escenario que, prácticamente y sin solución de continuidad, se extienden por la planicie amazónica, desde el océano Atlántico hasta las primeras estribaciones de los Andes. Son bosques perennifolios situados a baja altitud, de hasta 500 m, en lugares planos o ligeramente ondulados, donde el paisaje viene esculpido por la interacción, siempre cambiante, de agua y tierra, y donde la luz actúa como factor limitante.
A grandes rasgos, se pueden reconocer tres tipos de bosque húmedo amazónico: los “bosques de tierra firme” o no inundables que son los que presentan una mayor riqueza de especies; los “bosques inundables” que se asientan en suelos periódicamente anegados en función de las crecidas de los ríos y arroyos, son menos biodiversos que los anteriores y los “bosques de pantano”, inundados permanentemente al ocupar las zonas deprimidas del terreno o los típicos meandros que las corrientes de agua, al discurrir por la planicie amazónica, van abandonando. Estos últimos están plagados de palmeras y son los bosques con menos diversidad florística de toda la Amazonia.
Los árboles son los elementos dominantes de la vegetación del bosque húmedo que estamos describiendo y pertenecen, entre otras, a las siguientes familias: leguminosas, lecitidáceas, sapotáceas, moráceas, y euforbiáceas. En un repaso somero a los géneros mejor representados entre los de las leguminosas, destacaremos: Aldina, Bowdichia, Pithecolobium, Mymenaea, Sclerotium y Enterolobium; entre las lecitidáceaes quizá Bertholletia; géneros de nombres tan complicados como Lucuma, Manilkara, Chrysophyllum, Pouteria y Eccinusa representan, entre otros, a las sapotáceas. Brosimum, Chlorophora y Pourouma son, como en el resto de los casos según Cabrera & Willink, los representantes más importantes de las moráceas en estas latitudes. El género Hevea, figura entre los de las euforbiácea, una familia tan copiosa –incluye 300 géneros y cerca de 5.000 especies– como ampliamente distribuida, pues podemos encontrarla por los cinco continentes; tal es su variedad de hábitos que agrupa desde las herbáceas lechetreznas de nuestras latitudes hasta el inmenso árbol del caucho –Hevea brasilensis– de las zonas tropicales.
Una característica común a la mayoría de los bosques húmedos tropicales es que su inmensa riqueza florística se organiza en estratos escalonados.
Cacahuete (Arachiona Hypogaca)
Algunas lauráceas y rosáceas, junto a representantes de muchas otras familias (annonaceas, rubiáceas, meliáceas, miristicáceas…) completan el mosaico de especies arbóreas de esta región del mundo.
Pero, hasta para los más profanos, es difícil concebir un bosque húmedo tropical sin las omnipresentes palmas, pues éstas, que constituyen una fuente recursos para los indígenas que habitan de estas intrincadas selvas, conforman la parte inferior del estrato arbóreo. Atalea, Mauritia, Euterpe e Iriartea son los nombres de algunos de los géneros mejor representados. Haremos un inciso para destacar, de entre ellos, Iriartea y en particular Iriartea deltoidea, e insistimos en este punto pues su descubrimiento está ligado, como el de otras muchas especies de estas tierras, a la historia de la ciencia española, en general, y a la del Real Jardín Botánico, en particular. Fueron los botánicos ilustrados Hipólito Ruiz y José Pavón quienes, en su expedición botánica al Virreirato del Perú, a finales del siglo XVIII, descubrieron, bautizaron, dibujaron y describieron esta palmera de 20 m de altura, de porte erguido y raíces aéreas, muy abundante en estos bosques y a la que los indígenas dan múltiples usos. La emplean para construcción, como alimento e incluso usan las brácteas que protegen sus inflorescencias para acopiar la miel que cosechan en el monte.
UNA SELVA BAJO LOS ÁRBOLES
Bajo el estrato arbóreo, los bejucos, enredaderas y trepadoras pelean por alcanzar, entrelazándose con las especies arbóreas, la bóveda superior en busca de la luz; entre ellas, las mejor representadas son algunas leguminosas y bignoniáceas, y en menor proporción, hipocretáceas, menispermáceas, sapindáceas, malpigiáceas, connaráceas y dilleniáceas. A media altura, donde todavía alcanzan aquellos rayos de sol que la tupida bóveda permite traspasar, crecen las orquídeas, bromelias, aráceas, helechos y otras plantas epífitas que, en su afán de supervivencia, llegan a desarrollar notables estrategias. Tal es el caso de algunas plantas estranguladoras como ciertos Ficus que, si bien al principio se comportan como epífitos, inician rápidamente la producción de raíces aéreas que buscan el suelo y, una vez enraizadas en él, comienzan un vertiginoso desarrollo que acaba por matar al árbol que les servía inicialmente de soporte.
Decíamos que la evocación de una jungla integrada por una vegetación enmarañada e impenetrable se nos antoja desacertada pues, un bosque primario –aquel que no ha sufrido alteración alguna–, presenta como elementos dominantes de su vegetación los árboles de gran porte. Son, por tanto, sus troncos y raíces tabulares o sustentativas las que configuran el panorama que se presenta a la altura de nuestros ojos, una vez inmersos en la espesura. Con frecuencia este panorama se ve interrumpido por los bejucos retorcidos que, como columnas salomónicas, se abrazan a los árboles en una desesperada búsqueda de luz y nos cortan el camino. La vegetación del sotobosque es, por lo general escasa y vive como puede en la semipenumbra, ávida siempre de esa luz solar que la impenetrable bóveda le escatima. Este estrato basal está constituido, fundamentalmente, por arbustos (rubiáceas, piperáceas y melastomatáceas) y herbáceas (aráceas, marantáceas, zingiberáceas y musáceas) y solo, cuando la caída de algún árbol abre un claro, comienza la vegetación una carrera desenfrenada en pugna por llegar a lo más alto.
Tierra adentro, al remontar las estribaciones de los Andes, nos encontramos con otro tipo de formaciones: el bosque de niebla. Su característica viene marcada por su ubicación y orientación y es la presencia casi constante de brumas.
Hablar de la Amazonia es hablar del bosque tropical húmedo que configura una parte importante de su paisaje pero también es hablar de otros muchos tipos de vegetación de los que apenas si alcanzamos a vislumbrar una mínima parte.
Ananas Comosus
LA SELVA, ESCENARIO DE AVENTURA
Pero sería simplificar en exceso nuestra narración si esta evocación de la flora amazónica lo fuera solo la de “una selva por tierra” como definió Jules Verne, en La Jangada, a ese paisaje grandioso y exuberante que es el auténtico protagonista de su novela; en ella la odisea y el misterio rodean ese viaje fluvial desde Iquitos hasta Belem es una vez más, solo un pretexto. Pero la Amazonia es también el espacio donde Arthur Conan Doyle ubica su tierra de “Maple White”, a la que viajan el profesor Challenger, Summerlee, Roxton y el periodista Malone en busca de un mundo perdido. El escenario que sirve de marco a la novela de Conan Doyle es un lugar amplio, de tierras onduladas que se ven perturbadas por la presencia de unas mesetas que, a modo de islotes, sobresalen en el inmenso mar de vegetación que las circunda. Estas mesetas, que en Venezuela se conocen como tepuis y que en Colombia se denominan cerros o mesas, lejos de albergar los vestigios de un mundo ya perdido por masivas extinciones del pasado, aloja una vegetación muy distante en su fisonomía y composición de la de esa exuberante selva húmeda que las circunda. En ellas, según describen Estrada & Fuertes en su estudio de la Sierra de Chiribiquete, en Colombia, se mezclan hasta tres tipo de sabanas –las integradas por comunidades de Croton y Bonetia, las constituidas por representantes del género Vellozia y otra de comunidades de Navia– con formaciones boscosas que alcanzan su máxima expresión en los bosques que se asientan en sus faldas y laderas; bosques formados por un estrato arbóreo de troncos delgados, de 12 a 15 m de altura, donde Protium heptaphyllum es la especie dominante; sus copas pequeñas, al permitir el paso de la luz, favorecen el desarrollo de un sotobosque arbustivo y determinan la escasez de epífitas y bejucos.
Surcada por mil ríos, torrentes y riachuelos, de aguas tan negras como puras, la orografía de Chiribiquete es impresionante pues estos cerros se ven atravesados por una infinidad de grietas originadas por la erosión del agua que, como cicatrices, configuran un paisaje tan fascinante como difícilmente accesible. En los márgenes de algunos de estos cursos se desarrolla una vegetación arbórea –integrada por especies de Ormosia, Dimorphandra, Cirila, Clusia…– que sobresale entre los bosquetes de Bonetia.
Bosques húmedos tropicales y bosquetes sobre las mesetas de arenisca, son elementos de este mosaico de vegetación que es la Amazonia. Pero aunque son importantes no son, por supuesto, los únicos. Con el deseo de mostrar la gran diversidad florística de la Amazonia, saltamos de un lugar –la Sierra de Chiribiquete en Colombia– a otro –la región de Alto Madidi en Bolivia– donde, de nuevo, la riqueza de hábitats se sucede en una secuencia que viene marcada por la interacción de las corrientes de agua y las tierras circundantes; interacción que, en este caso concreto, se complementa con la de la variación altitudinal, dada la escarpada orografía del territorio. La región de Madidi, también inexplorada y desconocida, es hoy en día, al igual que la Sierra de Chiribiquete, un Parque Nacional. Se sitúa al norte de La Paz y limita al oeste con la frontera de Perú; por la cara este se desliza desde las cumbres de los Andes hasta la planicie amazónica. En ella, además del bosque húmedo amazónico, que en Madidi está presente en las zonas más bajas, nos encontramos con algunas formaciones vegetales de las que hasta ahora no hemos hablado.
Cacahuete (maní)
En primer lugar relacionaremos el bosque seco tropical, una formación de árboles semicaducifolios, donde la caída de hojas, en el periodo anual más seco, es una constante que podría remotamente recordar a la de los otoños de nuestros climas templados. Se ubican estos bosques en las zonas secas –de “sombra de lluvias”–,
lugares que, por su orientación y topografía, reciben una cantidad muy limitada de chubascos y aguaceros al liberar las nubes su carga en áreas próximas. Estas formaciones boscosas están muy localizadas en Madidi, pues solo se conocen del valle de Machiriapo, en la cuenca alta del río Tuichi. Su interés botánico se supone enorme
pues, en ellas, se han descubierto importantes novedades florísticas, como algunas especies de Lecointea (leguminosas) y Caryodendron (euforbiáceas).
Los botánicos ilustrados Hipólito Ruiz y José Pavón descubrieron, bautizaron, dibujaron y describieron la Iriartea deltoidea, una palmera de 20 m de altura.
Otra formación vegetal, de fisonomía totalmente distinta, son las llamadas pampas o llanos, que en Madidi, se localizan tanto al sur, en las cercanías de Ixiamas, como al norte, en la cuenca del río Hearth, ya en la frontera con Perú. En ellas abundan las plantas herbáceas, fundamentalmente gramíneas y ciperáceas. La vegetación puede variar en función del grado de inundación y la microtopografía del terreno. De nuevo la composición de la vegetación va a depender del grado de inundación que va desde las zonas pantanosas, donde abundan las palmeras, hasta las sabanas húmedas donde el terreno se inunda temporalmente en función de las precipitaciones estacionales.
Tierra adentro, al remontar las estribaciones de los Andes, nos encontramos con otro tipo de formaciones: el bosque de niebla. Su característica viene marcada por su ubicación y orientación y es la presencia casi constante de brumas. Entre los géneros representativos de este tipo de hábitat están los helechos arborescentes del género Cyathea (ciateáceae) y otros géneros de angiospermas como Clusia (gutiferas), Schefflera y Dendropanax (araliáceas), Hedyosmum (clorantáceas) y Clethra (cletráceas). Las plantas epífitas alcanzan en este lugar un alto nivel de diversidad y destaca la presencia de musgos, helechos y orquídeas.
Hablar de la Amazonia es hablar del bosque tropical húmedo que configura una parte importante de su paisaje pero también es hablar de otros muchos tipos de vegetación que conforman la región y de los que apenas si alcanzamos a vislumbrar una mínima parte. No en vano la región amazónica es la más extensa del neotrópico y alberga, desde el punto de vista biogeográfico y según la clasificación de Morrone, trece provincias distintas cada una con sus peculiares características. En ellas, los bosques húmedos se suceden con las sabanas, con los bosques de galería, los pastizales inundables, los bosques de niebla y los pantanales en una serie infinita de paisajes aún por describir y que, únicamente, conocemos a grandes rasgos, lo que nos obliga a denominarlos con términos tan evocadores como ambiguos.
La Amazonia es biodiversidad a raudales. Diversidad de organismos, mosaico de hábitats, repertorio de estrategias adaptativas, catálogo de complicadas interrelaciones. Complejidad estructural y vida, en suma, que hacen de esta región del mundo, como la describió Alwin Gentry, un maravilloso caleidoscopio de hábitats dinámicos e interactuantes.
Boletín 14
Marzo de 2003