La misión Keicho a Europa de 1613: Una embajada japonesa en Coria del río
En el otoño de 2002 decidí remontar el río Guadalquivir hasta la ciudad de Sevilla. Mi intención era dejar mi velero ‘Mararafare’ amarrado frente a la Torre del Oro, un buen refugio náutico, hasta la primavera siguiente y el retorno de la temporada propicia para nuevas singladuras marítimas. A la altura de la boya nº4 (una de las 69 balizas que marcan el canal de navegación fluvial entre Sanlúcar de Barrameda y Sevilla) permanecimos amarrados durante dos jornadas inolvidables, con el Parque Nacional de Doñana, ofreciéndonos su ángulo mas inédito y salvaje por la borda de babor y al alcance de la mano. Más tarde, aprovechando una de las mareas montantes diurnas, pusimos el motor a ronronear suavemente y reiniciamos la navegación con la vela mayor izada. Pausadamente, la corriente invertida del Betis continuó acercandonos hacia la esclusa que da acceso al puerto sevillano…
Pero en los viajes en barco siempre surgen incidencias que le obligan a uno a detenerse en algún lugar no programado. Y son precisamente estos puntos de escala inesperados los que mejor consiguen descubrirte nuevas historias, nuevas fantásticas referencias que parecen salidas de la chistera de cierto prestidigitador de la Historia y que nunca antes habrías imaginado.
Y eso fue lo lo que me ocurrió en Coria del Río, provincia de Sevilla, una localidad situada a unos doce kilómetros aguas abajo de la capital de Andalucía. Una avería del motor a la altura de la boya nº 41 (sobre la confluencia del Brazo del Este) me obligaba a continuar el viaje fluvial con maniobra precaria, es decir, tan solo a vela. Y al cabo de varias horas, decidí echar el ancla sobre cinco metros de fondo frente al embarcadero de Coria del Río, para intentar conseguir “in situ” esa correa de ventilador que necesitaba. Con el ‘Mararafare’ una vez fondeado, largué al agua el bote auxiliar y remando en él me acerqué a tierra. La extraña historia empezó para mí entonces. En la plaza local Carlos de Mesa me encontré con una estatua que representaba a un samurai japonés: Hasekura Tsunenaga.
Junto a ella apareció un lugareño que me dijo llamarse Pedro Japón… Y no encontré el repuesto que buscaba porque todo el mundo, me explicaron, ‘anda preparando la visita del señor, el embajador del Japón en España… “¿Acaso el vino consumido durante la navegada había producido demasiado impacto en mi cabeza? ¿Acaso cierta abducción misteriosa me había llevado desde el Guadalquivir hasta cierto rincón de Extremo Oriente? ¿O es que acaso Nipón estaba en Coria y yo no me había enterado hasta ahora? La explicación histórica a estas circunstancias se remontaba a casi cuatro siglos atrás.
Principios del siglo XVII. En el noreste de la gran isla de Hondo. La Misión Keicho de 1613… En el territorio de Mutsu, desde su castillo-fortaleza de la ciudad de Sendai, el poderoso señor feudal Date Masanune, apodado “el tuerto”, gobernaba regionalmente y era respetado incluso por el máximo soberano del poder central nipón, el gran shogun de Edo. Sesenta y cuatro años antes, en 1549, el jesuita Francisco Javier había llegado al archipiélago y a partir del foco inicial establecido en la meridional isla de Kyushu, el catolicismo venía prendiendo con notable éxito a lo largo y ancho del archipiélago del Sol Naciente, con mayor incidencia incluso que las relaciones de negocio que habían iniciado, casi a la par, los comerciantes holandeses. Pero las rivalidades, egoísmos y ansias terrenales que enfrentaban a jesuitas y franciscanos estaban restando fuerza a esta penetración hispano-portuguesa articulada a partir de la actividad misionera. Además, el gran shogun pretendía prohibir la fe cristiana en su reino, por lo que muchos japoneses conversos comenzaban a sufrir martirio. Entre tanto, Date Matasune “el tuerto” mantenía una postura ambigua, calculada.
En 1609, Don Rodrigo de Vivero, gobernador español de las Filipinas, en su viaje de retorno hacia Nueva España (actual México) y sorprendido por una terrible tormenta, se vio arrastrado desde la latitud de la isla de Guam hasta las costas japonesas, en las que naufragó. Por fortuna, los japoneses trataron con hospitalidad a los 317 náufragos españoles y tagalos supervivientes, una circunstancia que recuerda todavía hoy un monolito conmemorativo en la localidad de Ouju-ku. Tras el salvamento, los lugareños trasladaron a Don Rodrigo en presencia del Gran Shogun. El primer encuentro fue en la capital nipona: Edo. La segunda audiencia, en el llamado castillo de las montañas: Sunpu.
El Gran Shogun, como soberano del Japón, manifestó entonces a Don Rodrigo su interés por abrir relaciones comerciales estables con el rey de España, especialmente con sus colonias de Filipinas, pero también con las de América e incluso con la lejana metrópoli, ya que había sido informado ‘que allende el mar del sol naciente, el rey don Felipe hispanicus es el único y enorme señor de todas las cosas…’ Lo que siguió a continuación tiene que ver sobre todo con lo relatado en la novela y serie televisiva ‘Shogun’, donde un samurai inglés, un antiguo lobo de mar llegado hasta Japón unos años antes en un barco holandés, es encargado por el propio shogun de la fabricación de un buque con el que los náufragos españoles pudiesen continuar viaje hacia México.
El samurai-marino británico se llamaba en realidad William Adams (John Blacktorne en la novela mencionada y Miura Anjin en su nombre de samurai…) y en el puerto de Uraga comienza así la construcción del barco San Buenaventura, de 120 toneladas de desplazamiento. En él, la travesía hasta México se pudo realizar sin contratiempos y, tres meses después de zarpar, Don Rodrigo de Vivero arriba a Acapulco e informa al virrey Luis de Velazzo de tantas aventuras. Este último se apresuró entonces a enviar a Japón una misión de agradecimiento con un cargamento de oro y plata, además de con los 4.000 ducados que había dejado en deuda Don Rodrigo más el coste del barco construído. Una misión que a su vez salió de Acapulco el 22 de marzo de 1611 y a cuyo mando iba uno de los capitanes de mar españoles mas bragados en el Pacífico: Sebastián Vizcaíno. Vizcaíno arribaría al puerto de Uraga el 10 de junio del mismo año, pero unos meses más tarde, cumplida ya su misión y explorando ahora el norte de la isla de Hondo, su galeón también naufragaría.
¿Pero dónde empieza la exótica conexión Japón-Coria del Río? Pues en medio de la tensa rivalidad entre jesuitas y franciscanos por el monopolio del Cristianismo entre los japoneses, en cuyo escenario destaca por su habilitad política un religioso franciscano. Se trata de Fray Luis Sotelo, un personaje maquiavélico que influye al señor de Sendai para que éste envíe una embajada al rey de España, y también al Papa, desde su norteño territorio feudal de Mutsu. Es la Misión Keicho. Con ayuda de Sebastián Vizcaíno y los marinos españoles llegados desde México y naufragados frente a sus costas, acomete la construcción de un galeón de 500 toneladas en el puerto de Tsukinaura, en península de Ojika. Al navío, los japoneses lo bautizan como ‘Mutsu Maru’, y los españoles como ‘San Juan Bautista’. En cualquier caso, estaba destinado a ser el primer navío japonés en atravesar de oeste a este todo el Océano Pacífico.
Al frente de la Misión Keicho a España, el señor de Sundai nombró a uno de sus samurais más fieles, Hasekura Tsunenaga: un héroe de las dos recientes guerras, de 1591 y de 1607, ganadas por los japoneses en la península de Corea. A éste le acompañaba una comitiva de hasta ciento cincuenta japoneses más, entre personal de servicio, hombres de armas y comerciantes. La navegación del ‘San Juan Bautista’ sería responsabilidad de Sebastián Vizcaíno y veinticinco hombres de mar españoles más. En cuanto al cuerpo expedicionario- religioso, lo componían tres frailes franciscanos: el mencionado Fray Luis Sotelo, Fray Ignacio de Jesús y Fray Diego de Ibáñez. Su secreto objetivo estribaba en conseguir del Papa un episcopado en Japón que les pusiese en línea de igualdad con sus acérrimos enemigos, los jesuitas, que contaban con un obispo en las islas… Cuando el San Juan Bautista zarpó de las costas de Mutsu, Date Mutusane, recién convertido al catolicismo, y en contra de las directrices emanadas del poder central japonés, se dedicó a perseguir sin piedad a budistas y shintoistas en su señorío. El también tenía un secreto objetivo con la misión Keicho: establecer de manera autónoma y al margen de la estructura feudal japonesa, nuevas fidelidades con el monarca más poderoso del planeta, según le habían dicho: el rey Felipe III de España.
En la rada de Acapulco, el San Juan Bautista o Mutsu Maru fondeó a finales de enero de 1614. Llegada la comitiva a Ciudad de Méjico, el virrey Guadalcázar recibió a la embajada y organizó prontamente el bautismo de hasta sesenta y ocho japoneses del séquito. Pero tan solo Fray Luis Sotelo, el samurai Hasekura Tsunenaga y treinta japoneses más se deciden a continuar el viaje en caravana de mulas hasta la costa atlántica en Veracruz. El 10 de junio de 1614 partirán desde el fuerte de San Juan de Ulúa a bordo del galeón San José, integrado en la flota de Indias que retornaba a la Península aquel año vía La Habana y comandada por Don Antonio de Oquendo. La llegada a Sanlúcar de Barrameda tuvo lugar el 30 de septiembre de 1614 y el duque de Medina Sidonia, señor de la villa, envió carrozas para recibir y honrar a los embajadores del Asia y su séquito, dispensándoles famoso alojamiento. Además, el duque aparejó dos galeras que los condujesen río arriba hasta Coria del Río, donde deberían esperar unos diez días hasta ser recibidos por las autoridades sevillanas.
Coria del Rio, en la época, tenía una población de poco más de dos mil habitantes, que vivían esencialmente de la pesca fluvial, la cría de caballos y de algunos huertos de modesta importancia. Sin embargo algunos de los japoneses del samurai Hasekura vieron en Coria el soñado paraíso terrenal… Cautivados con el lugar y sabiendo de la persecución del Cristianismo recién decretada en su país, después de su partida, junto con el cierre de las fronteras japonesas (una situación que perduraría ya hasta 1852), decidieron quedarse a vivir en Coria para profesar su nueva religión sin peligro. Y algunas mujeres de Coria decidieron casarse con estos católicos de ojos rasgados llegados del fin del mundo… La huella de este entronque nipón en Coria fue una nueva descendencia mestiza que pronto distinguió a las calles de este lugar con rasgos asiáticos únicos en el contexto del resto de Andalucía. Las primeras noticias acerca de este singular hermanamiento coriano-nipón se identifican por primera vez a mediados del siglo XVII en el registro bautismal de la parroquia local de Santa María de la Estrella, donde se encontró la partida bautismal de un niño que llevaba por apellido Japón y que era hijo de uno de los japoneses miembros del séquito de Hasekura. Lo notable es constatar en el censo sevillano de 1995 el apellido Japón perdura en el caso de mas de 600 ciudadanos. Sin embargo, la existencia del apellido Japón como consecuencia de aquel largo viaje protagonizado por la Misión Keicho de 1613 permaneció desconocida para la historiografía nipona hasta que en 1989, con motivo de la conmemoración de la fundación de la ciudad de Sendai, se empenzó a investigar sobre el pasado de la misma, hallándose una serie de documentos escritos por el propio Date Masamune, el gran Señor de Mutsu y Sendai, donde se menciona la misión de Hasekura. Hoy la Asociación Hispano-Japonesa ‘Hasekura’ de Coria del Río, fundada en 1993, organiza actividades y fomenta el encuentro entre corianos y japoneses que vienen a visitar el pueblo de sus antepasados de la Misión Keicho. Una Misión Keicho que continuó su viaje de Coria a Sevilla y de aquí a Cordoba y Madrid en dos carros, dos literas y veintidós acémilas de monta y carga. En la Villa y Corte fueron recibidos en audiencia por el rey Felipe III, cuyo gabinete mantuvo con los enviados una prudente y diplomática distancia, en medio de todas las atenciones, al conocer que eran embajadores de un poderoso señor feudal pero no del soberano de su lejano país. La comitiva japonesa se aloja en el madrileño convento de San Francisco. El 30 de enero de 1615 fueron recibidos en audiencia por el monarca Felipe III. Y el 17 de febrero, en el monasterio de las Descalzas Reales, con asistencia del propio rey y de toda la corte, el samurai Hasekura es bautizado como Felipe Francisco Tsunenaga. En el mes de agosto de 1615 partirán hacia Roma. Su ruta pasa por Alcalá de Henares, Daroca, Zaragoza y Lérida. En Barcelona embarcan hacia Génova en dos fragatas y un bergantín de la Armada española. Y el 3 de noviembre son finalmente recibidos por el pontífice Pablo V, quien nombra a Fray Sotelo obispo de Mutsu, como era su estratégico deseo. Pero se trata de una política de gestos, sin compromiso real alguno ni por parte del rey de España ni por parte del Papado. Cuando en 1622 las Misión Keicho retorna, después de once años de viaje, de nuevo al puerto de Nagasaki, el samurai Hasekura, Felipe Francisco Tsunenaga, es inmediatamente encarcelado por orden del shogun y Fray Sotelo es quemado vivo sin contemplaciones. Sólo continúa feliz el grupo de japoneses que en Coria del Río decidieron quedarse para siempre a orillas del Guadalquivir.
Asombrado por esta historia, izé de nuevo el velamen del Mararafare y con la siguiente marea proseguí mi viaje hacia mi punto de invernada en Sevilla.
Juan Gabriel Pallarés