Perlas del Pacífico. Legazpi y la conquista de las Filipinas

Conmotivo del V Centenario del nacimiento de Miguel López de Legazpi, colonizador de Filipinas, se han celebrado diversos actos conmemorativos tanto en España como en Filipinas. Desde unas mesas redondas en la Biblioteca Nacional de Madrid, hasta un Congreso internacional en San Sebastián dirigido y coordinado por el profesor Leoncio Cabrero sobre la figura y época del marino vasco con una presencia de cincuenta especialistas en temas filipinos, o una exposición inaugurada por el Príncipe Felipe en el Museo de San Telmo de la capital donostiarra y que después viajó a Manila, donde también se celebraron unas jornadas históricas sobre dicho acontecimiento histórico. Todos estos actos han servido para que la figura de Miguel López de Legazpi se conozca un poco más tanto en España como en el extranjero.

Miguel López de Legazpi nació en Zumárraga (Guipúzcoa). Se desconoce con exactitud el año de su nacimiento, pero según las últimas investigaciones de Antonio Prada, Director del Archivo Municipal de Zumárraga tuvo que ser antes de 1502, posiblemente hacia 1500. Era el segundo hijo varón de Elvira Gurruchategui y de Juan Martínez de Legazpi, quien participó como oficial en los ejércitos de Gonzalo Fernández de Córdoba en Italia y como capitán a su regreso a España en la lucha contra los franceses en Pamplona. Debió estudiar leyes y ocupó diversos cargos públicos, era escribano de la Alcaldía Mayor de Arería en 1526, y concejal junto a su hermano Pero López de Legazpi de dicha corporación.

En 1528 pasó a Nueva España, instalándose en la capital azteca recién conquistada. En México logró tener una elevada posición social, ocupando el puesto de escribano mayor del Cabildo y Alcalde ordinario de la ciudad en 1559. Allí se había casado con Isabel Garcés con la que tuvo nueve hijos. Su primogénita Teresa, se casó con Pedro de Salcedo y dos de sus hijos, Felipe y Juan Salcedo acompañaron a su abuelo en el viaje a Filipinas.

El virrey Luis de Velasco propuso al guipuzcoano Legazpi como la persona indicada para mandar la expedición a la conquista y colonización de las islas Filipinas. Contaba Legazpi más de sesenta años cuando aceptó la proposición del virrey de Nueva España. Entre los objetivos que tenía dicha expedición figuraba la exploración de las islas del Poniente, conseguir especias y garantizar el regreso a Nueva España.

El rey Felipe II aprobó la expedición, pero indicando que no se llegara al Maluco por no estar en la demarcación de su territorio, y a su vez propuso al fraile agustino Andrés de Urdaneta como cosmógrafo de la citada expedición. Entre las instrucciones dadas a Legazpi se solicitaba que hubiera un buen trato con los isleños y que se anotara todo lo relacionado con su modo de vida, comercio, religión, armas, puertos, navegación, etc., y rescatara a algunos españoles que quedaron en aquellas islas de otras anteriores expediciones.

En el puerto novohispano de la Navidad se construyeron las cinco naves que componían la flota de Legazpi. Estaba formada por la nao capitana de 500 toneladas, nombrada San Pedro, donde iba a bordo Legazpi; la nao almiranta San Pablo, de 400 toneladas, cuyo capitán era el maese de campo Mateo de Saz; el patache mayor San Juan, de 80 toneladas, al mando de Juan de la Isla; el patache menor San Lucas, de 40 toneladas, capitaneado por Alonso de Arellano y el bergantín Espíritu Santo que acompañaba a la nao capitana.

Como señalábamos anteriormente, Miguel López de Legazpi fue nombrado “Gobernador y General de la armada que ha de ir al dicho descubrimiento”. Estos títulos aparecen en un documento fechado en México el 9 de julio de 1563 y confirmados el día 15 del mismo mes, como merced y concesión oficial. Legazpi supo acompañarse de un grupo de personas vinculadas a él por familia o amistad que componían una especie de escolta, entre los que se encontraba su nieto Felipe de Salcedo.

LA HUESTE DE LEGAZPI

La tripulación de la flota de Legazpi estaba compuesta de 380 hombres, de los cuales 200 eran de armas y 150 de mar, más cinco frailes agustinos y el resto, gente de servicio. El reclutamiento de la gente de mar fue bastante complicado y por los documentos de la época se sabe que el número de marineros enrolados de origen español no fue numeroso. El mismo Urdaneta indicaba la escasez de personas adecuadas para estos menesteres, llegándose al extremo de tener que obligarlos y buscarlos entre aquellas tripulaciones de otras flotas que arribaban en los puertos de Nueva España y admitir a extranjeros que estaban viviendo en dicho virreinato. En diferentes documentos conservados en el Archivo General de la Nación de México, se hallan los manuscritos referentes a la contratación de estos marineros y las comisiones y poderes dados a los capitanes para recoger esta gente de marinería que se necesitaba para trabajar en las naves de la citada expedición.

Luis Muro da una relación nominativa de marineros, su origen y el sueldo de cada individuo, que sirve a los estudiosos del tema para conocer la procedencia de la marinería que sirvió en la flota de Legazpi. También, uno de los aspectos que el virrey Luis de Velasco solicitó a Felipe II, fue que enviara dos pilotos expertos en la navegación de altura para acompañar a los que estaban ya contratados. En la nao capitana San Pedro iba como piloto mayor Esteban Rodríguez, natural de Huelva, y el más experimentado de todos los que fueron. Escribió un interesante diario del viaje a Filipinas y acompañó a Urdaneta en el tornaviaje de Cebú a Nueva España, que no pudo alcanzar, pues falleció unos días antes de la arribada en Acapulco. Como segundo piloto del San Pedro iba el francés Pierre Plin, que escribió dos diarios y fue más tarde ahorcado en Cebú, el 28 de noviembre de 1565, por ser uno de los amotinados que querían apoderarse del patache.

San Juan, para regresar a Europa por el estrecho de Magallanes. En la nao almiranta el primer piloto fue Jaime Martínez Fortún y el segundo Diego Martín. El patache mayor lo pilotaba Rodrigo de Espinosa, quien también escribió un interesante diario de navegación a Nueva España, y en el patache menor el piloto fue Lope Martín.

Otros cargos importantes fueron concedidos a Juan de Carrión como Alférez General, a Hernando Riquel “escribano de la gobernación de las islas del Poniente”, al sevillano Guido de Lavezares, tesorero; Andrés Cauchela, contador; Andrés de Mirandaola, sobrino de Urdaneta, como factor y veedor. Iba también como intérprete un tal Gerónimo Pacheco, natural de Mengala, una de las islas del Poniente, que durante el viaje debía enseñar su idioma a los frailes agustinos.

Entre las instrucciones dadas a Legazpi hay una referida a la presencia de indios, mujeres y negros que dice así: “Otrosí, no consintireis que por vía ni manera alguna se embarquen ni bayan en los dichos navíos yndios ni yndias, negros ni mugeres algunas casadas ni solteras, de cualquier qualidad y condiçión que sean, salba asta una docena de negros y negras de serviçio, los quales repartiréis en todos los navios, como os pareciere”.

Esto hace pensar que posiblemente mujeres negras navegaron en la flota de Legazpi a Filipinas en el siglo XVI, dato curioso y que la mayoría de investigadores no cita en sus trabajos.

ARMAS DE LA ESCUADRA

Respecto al armamento de la flota, algunas piezas de artillería fueron enviadas desde España, y otras recogidas de alguna fortaleza novohispana o de desguace de otras naves que arribaban a Veracruz o a otros puertos de Nueva España, y también las que se compraron a particulares de sus propias naos. En México se fundieron “19 versos de bronce”, pero al hacerlos mal reventaron al probarlos y tuvieron que fundirlos para que fueran utilizados en la expedición. La munición fue recibida de España así como de una parte que había en el virreinato.

El ejército de la expedición de Legazpi estaba compuesto por dos compañías reclutadas en la capital mexicana, la primera de cien hombres la mandaba Mateo de Saz y la segunda de noventa hombres la capitaneaba Martín de Goiti. La hueste de Legazpi ha sido estudiada desde diferentes campos históricos, siendo uno de sus principales autores Leoncio Cabrero. Las armas de fuego utilizadas por los soldados fueron el arcabuz y el mosquete y como armas blancas la espada, puñales, dagas, lanzas, alabardas y picas.

Si en México las tropas de Hernán Cortes utilizaron regularmente las picas, sobre todo en la conquista de los templos mesoamericanos, no se puede decir lo mismo del ejército de Legazpi, pues aunque portaban alabardas, lanzas y picas, generalmente combatieron con la espada.

En el cuadro de Telesforo Sucgang pintado en 1893, que se conserva en el Museo Oriental del Real Colegio de los Padres Agustinos de Valladolid, refleja con detalle la vestimenta y armas utilizadas por parte de las huestes de Legazpi, así como la de los filipinos. En dicho cuadro se aprecian varias prendas defensivas de su uniforme. El casco de acero, que podía ser del tipo,celada, morrión, capacete o borgoñota, cubría la cabeza. Para la protección de la boca y cuello utilizaban el barbote o babera de acero. El pecho y espalda estaba resguardado por la coraza de acero compuesta de peto y espaldar. A veces utilizaban los brazales de acero para cubrir sus brazos, lo mismo que las musleras o quijotes, para los muslos. También en vez de la coraza utilizaron la cota de mallas, pero por el clima tropical las prendas que más usaron fueron la brigantina, pieza de cuero doble con pequeñas láminas de hierro, y los escaupiles, copiados de los guerreros mexicas y aztecas, que eran unas camisas de varias capas de algodón o de fibra de maguey, reforzadas con tiras de cuero. Esta prenda, por lo poco pesada y por calidad defensiva fue utilizada por los soldados españoles de esa época desde Nueva España hasta Chile.

Otra pieza clásica defensiva fue el escudo. La infantería usó el escudo metálico redondo conocido por rodela, pero también debió emplear la clásica adarga de cuero reforzado, y el broquel, de madera dura reforzada con hierro.

RUMBO A FILIPINAS

Después de siete años de múltiples problemas, la flota de Miguel López de Legazpi partía del puerto de la Navidad el 21 de noviembre de 1564. A los cuatro días de viaje y “cien leguas la mar adentro”, Legazpi abrió el pliego de las Instrucciones de la Audiencia, donde se decía navegar directamente a Filipinas, siguiendo el mismo rumbo que Ruy López de Villalobos. Iban por tanto a un meridiano de las Molucas, próximo con la zona portuguesa y muy lejos del de Nueva Guinea, la gran obsesión del cosmógrafo Urdaneta. En ese momento sucedió el conocido incidente de la desilusión de Andrés de Urdaneta y sus compañeros agustinos, quienes al sentirse engañados manifestaron que de “haber sabido o entendido en tierra que había de seguirse esa derrota, no vinieran la jornada”, pero como religiosos obedecían el cambio de rumbo. De todas formas, antes de partir, Urdaneta encomendó al padre prior del convento de Chilapa, que en la costa de Acapulco hubiera siempre un farol encendido desde principio del año 1565 en adelante, para que sirviera de faro a las naves que retornaran de las islas de Poniente.

Dirigieron las naves hasta ponerse a una altura de los nueve grados y siguieron viaje rumbo recto a las islas de los Reyes y de los Corales, para desde allí seguir navegando hacia las islas de Arrecifes y Matalotes que en las cartas estaban situadas a un grado más y después continuar hacia las Filipinas. Legazpi, dio antes instrucciones por si alguna nave se perdía para que esperase en las islas citadas o dejara una señal indicando su nuevo destino, cuyo final debía ser en las Filipinas donde se juntaría toda la flota.

El día primero de diciembre se perdió el patache San Lucas, al mando de Alonso de Arellano, que ya no volvió a aparecer en toda la travesía y que hizo el viaje sólo a Filipinas y regresó a México.

Después de cincuenta días de navegación, el 9 de enero de 1565, llegaron a la isla Mejit del archipiélago de las Marshall, que bautizaron como la de los Barbudos, por el aspecto de sus habitantes. Durante los días siguientes descubrieron varias islas y arrecifes que nombraron como Placeres, San Pedro y San Pablo (Ailuk), los Pájaros (Jemo), etc., hasta que el día 22 del citado mes divisaron una isla alta del grupo de los Ladrones o Marianas, que correspondía a la actual Guam. Al acercarse a la costa numerosas canoas recibieron a las naves españolas. Los isleños llamaban a los españoles chamorros (amigos) y repetían el nombre hispano de Gonzalo, recordando al gallego Gonzalo de Vigo, marinero que desertó en 1522 de la nao Trinidad de la expedición de Magallanes, y que vivió cuatro años en ese archipiélago hasta que fue rescatado por una de las naves de la expedición de Loaísa.

En Guam o Guaham se abastecieron de alimentos y Urdaneta intentó convencer a Legazpi para que dejara una pequeña colonia, pues la isla era el lugar ideal para abastecer a los barcos que podían volver a Nueva España. A pesar de la razonada propuesta, y debido a los continuos robos, “engaños y maldades” de los isleños, Legazpi se negó a ello. En Guam se dijo la primera misa, tomando posesión de la isla y el 3 de febrero de 1565 partían las naves rumbo a las Filipinas, cuyas costas vieron a los diez días de navegación, el día 13 del citado mes.

En la bahía de Cibao o Cibabao fondearon las naves de Legazpi, no lejos de la isla Hilabán. Allí permanecieron siete días, hicieron algunas navegaciones por la costa de Samar (Tandaya), para seguir rumbo a la isla de Manicani, visitando seguidamente la isla de Leyte, donde en Cabalian los expedicionarios españoles hicieron amistad con el jefe Malític y su hijo Camutuham les acompañó a la isla de Limasawa. Después continuaron viaje a las islas de Camiguín y Mindanao. Cada vez que se acercaban a la costa donde había población, ésta huía al verles llegar. Una de las naves de Legazpi se encontró con un junco moro armado que venía de Borneo y su piloto les informó que los isleños los confundían por portugueses que hacía dos años les habían quemado las aldeas y matado a muchos de sus habitantes, por lo cual no querían tener relación alguna con los extranjeros.

Gracias a las informaciones del piloto moro, Legazpi puso rumbo a la isla de Bohol para intercambiar mercaderías. Allí hizo amistad con el régulo Sicatuna, realizando el pacto de sangre y tomando posesión de la isla el 15 de abril de 1565. Visitaron también las islas de Pamalicán, Siquijor, Negros y Cebú, a donde llegaron el 27 de abril. En esta última isla, Legazpi envió a un intérprete para que su jefe Tupas, hijo de Humabón quien había tratado con Magallanes, fuera a presentarse a las naves. Después de varios altercados Legazpi utilizó la fuerza apoderándose del poblado y huyendo el régulo Tupas al interior de la isla. Entre las ruinas de una casa el marinero bermeano Juan de Camuz halló una talla en madera negra del Niño Jesús, que era la misma que Pigafetta había regalado a la mujer de Humabón, y que actualmente se venera en una capilla de la iglesia cebuana de San Agustín.

En Cebú, Legazpi ordenó levantar los cimientos del primer establecimiento español en Filipinas, llamado villa de San Miguel de Cebú, que fue capital del archipiélago hasta 1571. Los cebuanos que se habían retirado al interior de la isla regresaron al ser respetados por los españoles y días más tarde su jefe Tupas hizo un pacto de sangre con Legazpi, pero las escaramuzas seguían siendo utilizadas por una parte de la población hostil a los castellanos.

EL TORNAVIAJE

La primera fase de las instrucciones se había cumplido, y por lo tanto Legazpi preparó el viaje de regreso con la nao capitana San Pedro, al mando de su nieto Felipe de Salcedo, los pilotos Esteban Rodríguez y Rodrigo de Espinosa, el contramaestre Francisco de Astigarribia, el maestre Martín de Ibarra, el escribano Asensio de Aguirre y los padres agustinos Andrés de Urdaneta, cosmógrafo, y Andrés de Aguirre.

Desde Cebú, la San Pedro se hizo a la vela el 1 de junio de 1565, con dos centenares de personas, alimentos para ocho meses y 200 pipas de agua. Después de pasar la isla de Mactán navegó hacia el norte y sorteando un cordón de islas desembocó a través del estrecho de San Bernardino en pleno océano. Seguidamente tomando altura coge la corriente del Kuro Shivo que le llevaría hacia la costa californiana, viendo antes una isla que bautizan Deseada. Siguiendo la costa el día 26 y 27 de septiembre mueren Martín de Ibarra y el piloto Esteban Rodríguez. El 1 de octubre avistan el puerto de la Navidad y el piloto Rodrigo de Espinosa, que seguía a bordo, escribía en su diario lo siguiente: “En la nao, al presente, no había más de diez hasta dieciocho personas que pudiesen trabajar, porque los demás estaban enfermos, y otros dieciséis se nos murieron”. Tuvieron todavía fuerzas los supervivientes del tornaviaje para continuar viaje y desembarcar en Acapulco el 8 de octubre. Allí se enteraron que tres meses antes Arellano había llegado con el patache San Lucas dando cuenta de que habían muerto todos los expedicionarios de la flota de Legazpi.

La intuición de Urdaneta hizo posible resolver el grave problema del retorno a Nueva España. Presentó a la Audiencia de México los diarios de navegación de los pilotos y las cartas de marear realizadas durante el viaje, que más tarde presentaría en España a Felipe II, con el derrotero finalizado, que serviría después como ruta para el galeón de Manila.

FUNDACIÓN DE MANILA, A ORILLA DEL RÍO PASSIG

Mientras, en Cebú el cacique Tupas seguía en alianza con los españoles, aunque Legazpi tuvo que resolver entre su gente diversos intentos de amotinamiento, que resolvió ahorcando a los culpables.

El 15 de octubre de 1566 llegó a Cebú de Nueva España la nao San Jerónimo que sirvió de gran ayuda a las ya decaídas fuerzas de Legazpi, y en agosto de 1567 arribaron dos nuevos galeones con 200 hombres de refuerzo, alimentos y pertrechos. En ellos venían también las órdenes reales para la conquista y evangelización de las islas Filipinas.

La hueste de Legazpi no sólo combatió contra los isleños sino que hizo frente también a una flota portuguesa al mando de Gonzalo Pereira que intentaba expulsarlos. Los españoles resistieron un bloqueo durante tres meses, hasta que la armada lusitana al no lograr su propósito se marchó a principios de 1569. En ese mismo año, recibió Legazpi el nombramiento dado por Felipe II de Gobernador y Capital General de Filipinas y es cuando prácticamente inicia la conquista de Filipinas, que nunca lograría.

Desde Cebú, Legazpi envió a su nieto Juan de Salcedo contra los piratas moros de Mindoro, a los que derrotó. Más tarde ocupó Panay donde hizo un fuerte, y después atacó Luzón con una escuadra de unas trescientas embarcaciones, la mayoría paraos filipinos, al mando de Juan de Salcedo y Martín Goiti. Tuvieron que luchar contra la artillería mora y algunos arcabuces de origen portugués que defendían la muralla del de Solimán, un moro de Borneo, régulo que dominaba gran parte de la isla. Allí conquistaron “trece cañones de diversos tamaños” y hallaron una fundición de cañones con moldes para fabricar culebrinas de “diecisiete pies de largo”. Curiosamente uno de los fundidores moros, después de la toma de la ciudadela, trabajó para el ejército castellano. La artillería utilizada en las islas dominadas por los musulmanes estaba generalmente compuesta de unos cañones de bronce, de diversos tamaños, conocidos por lantacas. También los usaron en las embarcaciones, así como otros más pequeños llamados lacate.

Una vez conquistada gran parte de la isla, Legazpi fundó la ciudad de Manila el 24 de junio de 1571. Se realizó un trazado al estilo de las ciudades castellanas y del nuevo mundo, construyendo casas de adobe, caña y nipa, para asentar la población novohispana y filipina. El 20 de agosto de 1572 moría Legazpi y todavía se luchaba en zonas del norte de Luzón y de otras islas. Si Magallanes abrió camino a la presencia española en las Filipinas, Legazpi fue el precursor del asentamiento de la cultura española y europea en el sudeste asiático. Por su prudencia y firmeza de decisiones se ganó la confianza de los filipinos, ayudado también por los religiosos con su labor evangelizadora. Actualmente, recordando su meritoria obra, los alcaldes de las ciudades filipinas de Legazpi y Tagbilaran firmaron lazos de hermanamiento con el alcalde de Zumárraga, cuna del insigne fundador de Manila.

Francisco Méllén