Texto: Mercedes Palau

Boletín 22 – Sociedad Geográfica Española

Expediciones científicas

El año pasado se celebró el 250 aniversario del nacimiento del marino Alejandro Malaspina (1754-1810), protagonista de una de las grandes expediciones científicas españolas de todos los tiempos, fue una ocasión única para conocer a fondo más detalles sobre un viaje por América y las islas del Pacífico que duró más de cinco años (de 1789 a 1794) a bordo de las corbetas “Descubierta” y “Atrevida”, al mando de Alejandro Malaspina y José de Bustamante, a América y las islas del Pacífico.

¿Quién era Malaspina? Hoy en día casi todos conocen la expedición que lleva su nombre, gracias a exposiciones, congresos y publicaciones de historiadores y escritores, que han rescatado del olvido su nombre y el de los marinos y científicos que le acompañaron. También ha contribuido enormemente a ello Televisión Española, que realizó la serie “Tras las huellas de Malaspina”, un proyecto de José de la Sota, que contribuyó a popularizar la expedición a finales del siglo XX.

CONOCIENDO A MALASPINA

En los últimos veinte años, Malaspina y su viaje han despertado el interés general de estudiantes, escritores y viajeros. Actualmente, los libros y artículos sobre Malaspina y la Expedición pasan de los dos mil. La edición más reciente se debe a la Hakluyt Society de Londres, publicada con el patrocinio del Ministerio de Asuntos Exteriores de España, “The Malaspina Expedition, 1789-1794. Journal of the Voyage by Alejandro Malaspina…” (London-Madrid, 2001-2004, 3 vols.), y en este año, la Universidad Carolina de Praga acaba de publicar las Actas del Simposio “La Expedición de Alejandro Malaspina y Tadeo Haenke” (Praga, 2005), realizado como complemento de la exposición inaugurada en la Librería Deviaje y ampliada en Praga con originales de Haenke.

Si, como decía Barceló en 1984, Malaspina era un perfecto desconocido y se preguntaba qué le faltaba aún para entrar en nuestra historia común, hoy, transcurridos más de veinte años podemos decir que Malaspina ya ha entrado en nuestra historia. En 2004 se celebró el 250 aniversario del nacimiento de Malaspina y en 2005 y 2006 el Ministerio de Cultura patrocinará la exposición “Ciencia y Música en América y el Pacífico” y la ópera “Malaspina” con el patrocinio también de una “rama” de la familia Malaspina, de Atlanta y Luxemburgo.

Pero volvamos al Museo de América, a la época en la que buscaba información para catalogar la colección Bauzá. Allí encontré un enorme volumen titulado “Viaje político-científico alrededor del mundo por la corbetas “Descubierta” y “Atrevida”, al mando de los capitanes de navío Don Alejandro Malaspina y don José de Bustamante y Guerra, desde 1789 a 1794, publicado con una introducción por Don Pedro de Novo y Colsón, …” (Madrid, 1885). Pues bien, me sumergí en su lectura y estuve a punto de “naufragar”, mejor dicho, naufragué muchas veces. Algo parecido le ocurrió a Jiménez de la Espada cuando, al regresar de su viaje a América con la Comisión Científica del Pacífico (1862-1865) emprendió la tarea de la publicación del viaje de la expedición Malaspina y que no pudo llevar a cabo por su enorme coste. Sin embargo no renunció a investigar sobre la causa por la que Malaspina fue a parar con sus huesos a la cárcel y tuvo un final tan injusto y desgraciado. Jiménez de la España publicó “Una causa de Estado” (Madrid. 1881) en la que refiere la caída en desgracia de Malaspina, las intrigas de la Corte y su proceso y prisión, un libro que Novo y Colsón incluye en su obra y en cuya fuente han “bebido” los estudiosos del tema.

Eric Beerman en su documentado estudio “El Diario del proceso y encarcelamiento de Alejandro Malaspina, 1794-1803”(Madrid, 1992), sigue paso a paso la vida de Malaspina desde su regreso a Cádiz (1794) hasta su encarcelamiento en el castillo de San Antón de La Coruña, (1796), con la publicación de las cartas de Malaspina a su amigo Paolo Greppi, los documentos del Archivo del Palacio Real, del Archivo Histórico Nacional y las Actas del Consejo.

Y es que cuando Malaspina regresa a España, en 1794, la Revolución Francesa había enfriado el reformismo de muchos ilustrados, revitalizando la acción clerical y provocando una situación política sin precedentes, plasmada en la ascensión al poder del joven guardia de Corps Manuel Godoy y la caída del duque de Aranda, en 1792. Era una España bien distinta de la que habían dejado, en julio de 1789, el mismo año de la toma de la Bastilla.

Retrato de Alejandro Malaspina en el Museo Naval de Madrid

En la hermosa bahía de Cádiz, el 20 de septiembre daban fondo las corbetas “Descubierta” y “Atrevida” y de ella desembarcaban Malaspina y sus hombres. Malaspina, dice la historia, fue bastante celebrado en Cádiz y, “la Nación, se vanagloriaba de tener en él a un nuevo Cook…”, pero a él, el retorno le inspiró un grito de dolor: “¡Qué desagradable es, después de cinco años ocupado en el bienestar de la humanidad, convertirse, tras breve intervalo, en un instrumento de destrucción o en una víctima de la loca ambición del hombre…” escribe a Paolo Greppi. Y en otra, (7 de octubre), después de su triunfal llegada: “… En este momento la vida es un puro juego al que no hay que dar demasiada importancia. En América, en la Corte y en esta opulenta ciudad, mi nombre es bastante conocido, no ya por adulación e intrigas, sino por únicamente un verdadero amor a mis semejantes, al trabajo y a los deberes morales. Cuanto más me abandonan las pasiones, más fuerza y raíz toman las virtudes. Y si no me engañan las experiencias de cuatro largos años, quizás pueda arriesgarme a decir, que he reunido esos pocos cabos con los que se ha de restablecer la prosperidad,o diré mejor, la regeneración de la Monarquía…”.

En diciembre los dos comandantes, Malaspina y Bustamante son llamados a la Corte para ser presentados a los Reyes. El día 3 llegan a Madrid, el 4 a San Lorenzo del Escorial y el 7 “fueron presentados a sus SS. MM. por el Excmo. Sr. Don Antonio Valdés, Secretario de Estado y del Despacho Universal de Marina…” (Gazeta de Madrid del 12 de diciembre). Como dice Beerman, este día la Corte se vistió de gala. Asistieron representantes de la nobleza ministros y embajadores, ante los que Malaspina, en breves palabras, expuso el viaje y la labor llevada a cabo por todo su equipo durante los cinco años de navegación. El Secretario de Estado concluyó con estas palabras: “Los resultados del viaje y el prospecto (sic) de la obra, en todas sus partes, no tardará en presentarse al público por orden de S.M.”. Valdés se equivocaba: tendrían que pasar casi cien años para su publicación porque, tan sólo un año después, en ese mismo lugar y ante los mismos reyes y personas, Malaspina sería declarado “reo de Estado”, procesado y encarcelado. Como decía el profesor Alcina, “la Madre Patria premia así a sus mejores hombres”. Malaspina, italiano en España, español en Italia, expresaba libremente sus ideas, ideas que necesariamente chocaban con el “poder” establecido, el del poderoso Godoy.

Pero sigamos la “historia”: Malaspina y sus oficiales regresaron a Madrid al día siguiente de la recepción en El Escorial. Malaspina estaba alojado en casa de su amigo el príncipe de Monforte y alternaba sus días en Madrid con breves desplazamientos a Aranjuez y a El Escorial. En Aranjuez, una comisión preparaba la publicación del viaje. La obra debía comprender tres partes: I. América Meridional. desde el Cabo de Hornos a Panamá; II. América Septentrional. Desde Panamá hasta el Norte y III. Oceanía: Islas Marianas y Filipinas. Cada una de estas tres partes, comprendería a su vez tres libros. El primero describiría el viaje incluyendo los diarios de navegación; el segundo, los países visitados y sus habitantes y el tercer libro trataría de política. En un tomo aparte se incluirían otros viajes impulsados por la expedición; el viaje de las goletas “Sutil” y “Mexicana” para reconocer el estrecho de Juan de Fuca con un extracto de los viajes anteriores hechos por los españoles a la costa noroeste de América. En el mismo tomo se incluirían los resultados del viaje del capitán de fragata, José Meléndez a las costas de Tehuantepec y Soconusco (México y Guatemala); el de los pilotos Juan Maqueda y Jerónimo Delgado a las islas Filipinas y, por último, el de don Juan Gutiérrez de la Concha al golfo de San Jorge, en la Patagonia. Toda la obra será ilustrada con 70 grabados.

Para la redacción final, Malaspina propuso al Padre Manuel Gil, que había conocido en Cádiz. Malaspina y el Padre Gil estaban de acuerdo en que algunos escritos debían considerarse “materia reservada”. Godoy intervino, ya que la publicación de la obra“le infundía serios temores por el interés general del Estado”. Godoy y Gil se pusieron de acuerdo a espaldas de Malaspina. Empezaban las intrigas en torno al marino… pero Malaspina, ajeno al peligro que sus ideas despertaban, escribe:

 

` “(…) Es necesario conocer bien América para navegar con seguridad y aprovechamiento por sus dilatadísimas costas y para gobernarla con equidad, utilidad y métodos sencillos y uniformes. (…) es preciso fijarse en la naturaleza de las posesiones de la Corona de España, en las condiciones sociales que la unen entre si, (…) es necesario conocer la población indígena y la población emigrante, respetar sus costumbres (…). Hay que conocer los productos naturales, minerales, tintes, industrias, plantas medicinales, agricultura, pesca y, en fin, todo lo que tributa o puede tributar…”.

LOS ORíGENES DE MALASPINA

Pero volvamos al pasado, ¿quién era este atrevido marino? Caballero de la Orden de Malta, brigadier de la Armada Española, ilustrado, visionario –¿francmasón?–. Uno de sus mejores biógrafos, Darío Manfredi, cuenta sus años en Italia, su formación intelectual y científica y su llegada a España, la expedición bajo su mando y los últimos años, primero en la prisión de la Coruña (1796-1802), su destierro a Italia y su muerte en la ciudad de Pontremoli (1810), próxima a Mulazzo, un bellísimo pueblecito de la Lunigiana, donde había nacido el 5 de noviembre de 1754. De noble familia el virrey de Sicilia, lo tomó bajo su protección y lo llevó a la corte de Carlos de Borbón, –el futuro Carlos III de España–, primero en Palermo y después a Nápoles. Estudió en el colegio Clementino de Roma, donde se preparaban los jóvenes de la nobleza destinados a distinguirse en “el arte militar, en el gobierno, en la iglesia, en las artes y en las ciencias”.

Inició sus prácticas navales en 1774, bajo la bandera de la Orden de Malta y en ese mismo año, llegó a España acompañando a su tío, Fogliani Sforza. Tras una breve estancia en Cartagena, ingresó en la escuela de Guardia Marinas de San Fernando (Cádiz). De 1775 a 1782 participó en numerosas batallas y misiones científicas. Fue muy importante para su formación y experiencia como marino el viaje realizado a Filipinas en la fragata “Astrea”. Una epidemia de escorbuto les hizo regresar a los tres meses de la salida de Cádiz, pero fue probablemente en este viaje cuando Malaspina se dio cuenta de la importancia de la sanidad a bordo. Un nuevo viaje a Filipinas a bordo de la “Asunción”, como segundo comandante, se realizó felizmente.

De nuevo en España, en 1784 y a las ordenes de Vicente Tofiño, completó su formación cartográfica y astronómica. En ese tiempo, la Real Compañía de Filipinas proyectaba reorganizar su tráfico marítimo, abandonando el sistema tradicional Manila-Acapulco-Manila, por el de una circunvalación del globo, en la que transportarían mercancías de España y América a la ida y de Oriente al regreso. La Compañía solicitó que fuese Malaspina quien guiase la nave en ese viaje experimental. Malaspina eligió la fragata “Astrea”, que conocía bien. El 5 de septiembre de 1786, la “Astrea” salía de la bahía de Cádiz rumbo a las costas de América del Sur. En Perú, Malaspina cambió la ruta acostumbrada hacia Filipinas, evitando las bonanzas de las Galápagos y consiguió llegar a las islas en tan sólo setenta y cinco días de navegación. Regresó a la Península por el mar de la China, después de una breve escala en Batavia, dobló el cabo de Buena Esperanza y fondeó en Cádiz. A pesar de que el escorbuto hizo presa en varios marinos, en el plano comercial y marítimo fue un éxito. Recordemos que hasta esa fecha, 1788, sólo doce navegantes habían podido realizar, sanos y salvos, la vuelta al mundo.

Rutas realizadas por las corbetas La Descubierta y La Atrevida en la expedición Malaspina (1789-1794). Foto de Iván Hernández Cazorla. Wikipedia.

Las corbetas Atrevida y Descubierta.

José Joaquín de Bustamante y Guerra. Museo Naval de Madrid.

Quelonio, perteneciente a la especie Chelonia mydas, conocida como tortuga verde, presente en los mares tropicales y subtropicales (Museo Naval / Museo de América)

 

PREPARANDO LA GRAN VUELTA AL MUNDO

En este año (1788), Malaspina y otro experto marino, José de Bustamante y Guerra, presentaron al secretario de Indias y ministro de Marina, Antonio Valdés, la propuesta para realizar un viaje de exploración semejante a los viajes anteriores de Davis, Cook, Bougainville, La Perouse y otros. El objetivo principal era trazar la “Carta Hidrográfica del Pacífico” señalando los derroteros más fáciles y más cortos para la navegación, investigar la situación política de América, el comercio, los productos naturales, los habitantes, sus costumbres y lenguas, reconocer los establecimientos rusos al norte de California y de los ingleses en el Pacífico y en Australia e informar al gobierno sobre la conveniencia o no de retener para la Corona unas lejanas tierras que no producían ningún beneficio. Proponían también la formación de colecciones botánicas, zoológicas y mineralógicas y la adquisición de toda clase de objetos representativos de las más diversas culturas de los nativos, con destino al Real Gabinete de Historia Natural y al Jardín Botánico.

En el plan inicial del viaje –modificado después en parte– preveían tres años y medio de algunos lugares del interior de América y Filipinas. En 1791 saldrían del puerto mexicano de Acapulco en dirección a las islas Sandwich (actuales islas Hawai), después, costeando la península de California se dirigirían a Kamtchatka, harían escala en Cantón, pasarían por el cabo Bojador y Engaño, en la contracosta de la isla de Luzón y se dirigirían a Filipinas por el estrecho de San Bernardino. Después de una estancia en la capital de Filipinas, Manila, se dirigirían a las islas Célebes y Molucas y harían una corta escala en el puerto australiano de Sydney, y hacia marzo del 92 pondrían rumbo a las islas de los Amigos y de la Sociedad. En octubre o noviembre llegarían a la costa de Nueva Zelanda, desde donde, en dirección y remontando la costa australiana;“entrar en derrota por el cabo de Buena Esperanza y de allí regresar a España en abril o mayo del 93”.

El plan fue presentado al Rey por Valdés que recibió la aprobación del Rey y destinó todos los recursos al proyecto. Se construyen dos corbetas iguales que fueron bautizadas con los nombres de “Santa Justa” y “Santa Rufina”, alias la “Descubierta” y la “Atrevida”. Toda la tripulación debería estar formada por voluntarios, incluso los marineros, preferibles los del norte a los del sur por estar más habituados a las bajas temperaturas. Astrónomos, cartógrafos, botánicos, naturalistas, médicos, cirujanos, capellanes, dibujantes, oficiales de mar, artilleros, marineros, grumetes y criados completaban la dotación de 102 personas en cada buque.

Nada se dejó al azar o a la improvisación. Se buscaron y recopilaron libros, mapas, documentos y toda clase de datos que sirvieran para llevar a cabo todas las comisiones asignadas durante el viaje. Fueron consultadas las Academias Científicas de Londres, París, Turín, Módena y Ferrara, y los hombres más sabios conocidos: en Italia, al abate Spallanzani y al marqués Gerardo Rangone sobre materias de historia natural; el conde de Greppi, sobre comercio; Joseph Banks y Alexander Dalrymple, en Londres y Joseph-Jerome de Lalande en Francia, entre otros.

Glaciar Malaspina, bautizado así en su honor.

LA GRAN EXPEDICIÓN

Las corbetas salieron de Cádiz el 30 de julio de 1789. Tras una travesía por el Atlántico, llegaron al estuario del río de la Plata. Fondearon primero en Montevideo y después en Buenos Aires, la capital del Virreinato. El virrey, marqués de Loreto, les entregó 28.000 pesos fuertes y les abrió los archivos de la ciudad. Visitaron Maldonado y la colonia del Sacramento y reconocieron todos los alrededores. El plan de trabajo en el río de la Plata se repitió en las sucesivas escalas. Se organizaron las operaciones geodésicas y trigonométricas, las observaciones astronómicas y los trabajos cartográficos. Los naturalistas y botánicos examinaban los suelos y formaban sus herbarios y colecciones de especies vivas. Examinaron la calidad de los minerales, la salubridad de las aguas, el magnetismo terrestre y las condiciones barométricas. Se recogieron objetos de todas clases. Se dibujaron hombres, animales y plantas y las ciudades visitadas. En realidad, como dice Juan Pimentel, sería más fácil decir “lo que no hicieron”. Varios oficiales investigaron en los archivos de gobierno, eclesiásticos y de los jesuitas expulsados (1762).

Del río de la Plata pusieron rumbo al sur. Tocaron Puerto Deseado, en la Patagonia, y se dirigieron a las islas Malvinas, fondeando en el puerto de La Soledad. A finales del año doblaron el “tempestuoso” cabo de Hornos, pero preferible al estrecho de Magallanes. Ascendieron por la vertiente occidental haciendo escala en San Carlos de Chiloe, en febrero de 1790. Prosiguieron viaje hasta Concepción Valparaíso y Coquimbo. En Valparaíso, el puerto más cercano a Santiago de Chile, se incorporó el naturalista Tadeo Haenke, quien, desde Buenos Aires a Santiago, había reunido más de 2.000 especies botánicas desconocidas en Europa.

La corbetas continuaron su singladura. Hicieron escala en el puerto peruano de El Callao y el virrey Taboada y Lemus les prestó toda su ayuda. Malaspina y sus hombres elaboraron cuestionarios sobre el tráfico y las industrias locales, los bosques y las minas, el estudio de las ciencias y el estado de la educación. En Lima desembarcó el pintor sevillano, José del Pozo y para suplirlo se destinó al marinero José Cardero, excelente dibujante. Los naturalistas Neé y Haenke, acompañados del botánico Tafalla –discípulo de Ruiz y Pavón– y el dibujante Pulgar se dirigieron a Huanuco, en la desembocadura del Marañón.

Los oficiales Quintano, Vernacci y Galiano dibujaron las derrotas de las corbetas y el cartógrafo Bauza y el piloto Maqueda, las cartas marinas. Los astrónomos Con cha y Galiano, el catálogo de las estrellas, observadas desde Valparaíso. Cayetano Valdés fue el encargado de examinar y extraer la documentación del Archivo de Temporalidades. El 20 de noviembre abandonan El Callao, rumbo a las costas de Ecuador. A primeros de octubre fon dean en Guayaquil, el mejor astillero americano después del de La Habana. Naturalistas y marinos continuaron sus trabajos. Antes de finalizar octubre se dirigieron al golfo de Panamá y fondea ron cerca de la ciudad, fundada por Pe drarias Dávila en 1518, después de que Núñez de Balboa, descubridor de “la Mar del Sur” conquistara toda la región. Vernacci navegó por el río Chagres hasta el océano Pacífico y el Atlántico y estudiar la posibilidad de abrir un canal intraoceánico, uno de los grandes sueños americanos.

En Panamá se separaron las corbetas: la “Atrevida”, se dirigió a Acapulco y de allí a San Blas, mientras la “Descubierta”, al mando de Malaspina, el 13 de enero de 1791 se encontraba cerca del puerto de Realejo (Nicaragua). La corbeta “Atrevida” fondeó en Acapulco el 1 de febrero y el 20 la “Descubierta”. Malaspina considera este puerto como unos de los mejores de América y el más apropiado para la navegación. Humboldt, que desembarcó en Acapulco en 1803 decía: “es el más bello de todos los que se encuentran en la costa del Pacífico (…) hoyo tallado en montañas de granito (…) sitio de inigualable aspecto salvaje, lúgubre y romántico…”. El lugar fue elegido por Andrés de Urdaneta, en 1565, como punto de partida y llegada del galeón de Manila y fue, hasta mediados del siglo XVIII, uno de los primeros puertos comerciales del mundo. Desde allí, Malas-pina y varios oficiales se dirigieron a la capital para entrevistarse con el virrey Revillagigedo e iniciar los trabajos previstos de reunir la documentación para preparar la campaña del noroeste en busca del paso entre el Atlántico y el Pacífico, que se suponía situado hacia los 60º de latitud norte. Finalmente, navegaron hasta Alaska, fondearon en la bahía de Mulgrave (Yakutat) y descendieron por los archipiélagos de Príncipe Guillermo y de la Reina Carlota. El 15 de agosto fondearon en la bahía de Nootka, establecimiento español disputado por los ingleses desde 1789.

EL FINAL DEL VIAJE

En 1792 iniciaban la última parte del viaje que aún duraría dos años más. Desde Acapulco se dirigieron a la isla de Guam y fondearon en la rada de Umatac, en las Marianas descubiertas por Magallanes, y de allí se dirigieron a las Islas Filipinas. La estancia se prolongó durante seis meses. En los diarios de los oficiales se describen los reconocimientos de las costas e islas próximas, la confección de cartas y planos, el estudio de los habitantes y los trabajos de los botánicos y naturalistas, la muerte de Pineda y el viaje a Macao de la “Atrevida” para renovar las experiencias de la gravedad y la venta de pieles de la costa noroeste de América para beneficio de la marinería. Prosiguieron viaje rumbo a Nueva Zelanda y Australia. Fondearon en la actual bahía de Sydney, donde permanecieron 15 días y de allí se dirigieron a las islas de la Sociedad. Tras un breve descanso en Vavao, regresaron al continente americano.

En El Callao desembarcaron Bauza, Espinosa, Nee y Henke para reconocer el interior del continente y reunirse con las corbetas en Buenos Aires. Haenke se quedó para siempre en América, pero ésta es otra historia. Las corbetas prosiguieron viaje hacia el sur, doblaron el cabo de Hornos y de nuevo fondearon en las Malvinas. Desde allí a Montevideo para preparar el regreso a España escoltados por una flota para evitar que fuesen capturados por los franceses. Por fin llegaron felizmente a Cádiz.

La crecopia es una de las plantas recolectadas por Luis Neé en Perú, caracterizada por sus grandes hojas nervudas, de coloración verdosa en el haz y amarillenta en el envés. El dibujo, realizado por Francisco del Pulgar, recoge los detalles de la flor en la parte inferior de la lámina (Museo Naval / Museo de América).

La ciudad de Buenos Aires era la capital del virreinato del Río de la Plata, en abierta competencia con Montevideo (Museo Naval / Museo de América).

Ritual funerario con Tótem (en el centro) y grandes piras funerarias (a los lados) dibujado por Fernando Brambila.

Los nativos de Mulgrave eran gente fornida, de pelo oscuro y cara redonda, pintarrajeada de rojo y negro, boca grande, nariz ancha y ojos pequeños. El retrato realizado por José Cardero representa un indígena ataviado con pieles de oso y un sombrero de corteza de pino, mostrando un cuchillo que sostiene a la altura del pecho (Museo Naval / Museo de América).

Ejemplar de pez obtenido por Antonio Pineda en Acapulco, probablemente, del grupo de los serránidos: color grisáceo, boca ancha, aleta dorsal anteroposterior con gruesas espinas iniciales y amplia aleta anal (Museo Naval / Museo de América).

Un año y dos meses después Malaspina era procesado y declarado “reo de Estado”. La comisión que preparaba la publicación del viaje, disuelta, los oficiales enviados a sus respectivos destinos y los “papeles” confiscados. Los complots para derribar a Godoy, entre ellos el de Malaspina, habían fracasado (Picornell, el conde de Teba, Jovellanos, etc.). Pero esta es también otra historia, demasiado larga y complicada para incluir aquí.

Malaspina continuó preso en San Antón hasta 1802, en que fue desterrado a su tierra natal, gracias a la intervención de Napoleón. En este año Jovellanos era declarado “reo de Estado” y enviado al castillo de Bellver, en Mallorca.

Malaspina en la prisión escribió un “Tratado sobre el valor de las monedas”, un tratado sobre “lo bello” y unos comentarios al “Quijote” que la Universidad de Alicante va a publicar próximamente. Harold Blume decía que “el caballero es la sutil crítica que Cervantes hace a un reino que le había pagado su patriotismo heróico en Lepanto, tratándolo con dureza (…) la violencia, la cautividad y la cárcel fueron los ingredientes básicos de la vida de Cervantes”. Para Unamuno, dice Blume, el objetivo de don Quijote es destruir la injusticia. Con seguridad Malaspina experimentaba estos los mismos sentimientos de injusticia e ingratitud que Cervantes.

Acabo citando a Pimentel de nuevo: “Clasificar especies, lenguas y pueblos, levantar un inventario razonado y sistemático de los recursos naturales y sociales del Imperio; trazar una imagen coherente y unificada de toda su diversidad geográfica y cultural: esa fue la tarea, verdaderamente hercúlea de la expedición, aquello a lo que Malaspina se refería cuando hablaba de formarse “una idea cabal de América”. La búsqueda de una legalidad natural y civil de la Monarquía la convierte, pues, en una expedición absolutamente singular en la larga historia de exploraciones y viajes de descubrimiento que pueblan la historia colonial iberoamericana. La envergadura intelectual de semejante proyecto científico evoca y prefigura el del propio Humboldt, con el que guarda tanta relación…”.