Texto: Lola Somolinos

Boletín 22 – Sociedad Geográfica Española

Expediciones científicas

Los nuevos aparatos de medición y navegación fueron los mejores compañeros de viaje de los exploradores científicos del siglo XVIII. Cronómetros de longitudes, compases azimutales, sextantes, relojes o telescopios, revolucionaron la cartografía y la forma de viajar y abrieron nuevos horizontes a la Ciencia.

Antes del siglo XVIII, navegar era un arte muy poco preciso. No era fácil determinar en qué punto se encontraba un barco en alta mar, ni identificar sobre un mapa los descubrimientos en la costa o en tierra firme. La cartografía era también una ciencia imprecisa por la dificultad de conocer la latitud y sobre todo la longitud de un punto concreto de la tierra. Un barco podía perderse fácilmente en los grandes océanos recién descubiertos, como el Pacífico, sin ver la costa durante semanas y sin saber dónde estaba exactamente.

El siglo de las luces, el XVIII, fue definitivamente el del descubrimiento el nacimiento de la ciencia. Los viajeros que emprendieron las grandes expediciones científicas del siglo XVIII tenían como misión inventariar todo lo que encontraban (plantas, animales, accidentes topográficos, pueblos…) pero también cartografiar el punto exacto de cada descubrimiento. Para ello, llevaban siempre consigo los últimos avances científicos en materia de navegación, topografía, geodesia, observación astronómica y medida del tiempo. Progresivamente, comenzaron a equiparse con otros avances técnicos que permitían la investigación a bordo en temas relativos a botánica, zoología o antropología. Incluso, a partir de la expedición de Malaspina, comenzaron a llevar algunos instrumentos que adelantaban la fotografía, como las cámaras oscuras que facilitaban a los dibujantes el fiel reflejo de la naturaleza en sus bocetos, que adquirían así calidad casi fotográfica.

Las grandes expediciones científicas españolas del siglo XVIII no hubieran podido realizarse sin un desarrollo paralelo sin precedentes de la astronomía, la náutica y en general de las disciplinas científicas y técnicas. Ello fue posible gracias al periodo de paz y crecimiento económico que abrieron los borbones, que se propusieron como objetivo prioritario la recuperación de nuestro país como potencia política y económica de primer orden. Para ello era imprescindible impulsar el desarrollo de las ciencias y la técnica, que debían alcanzar un nivel similar al del resto de Europa.

Cronómetro marino del S. XVIII.

Los frutos de la nueva política científica comenzaron a dar sus frutos a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, sobre todo en el reinado de Carlos III (1759-1788), que fue también la época en la que se organizaron las grandes expediciones científicas. Este es el momento en el que se abre la puerta para que algunas personas puedan salir a estudiar en el extranjero, finalizando así la política iniciada con Felipe II con la Real Pragmática (1557) que prohibía salir de España tanto a estudiar como a enseñar e impedía la importación de libros. También se permitió la contratación de técnicos y profesores extranjeros para suplir la carencia de especialistas españoles en algunas disciplinas que eran vitales para el desarrollo del país, y se relajó la censura en materia científica. Por último, se crearon instituciones para sustituir a las universidades, claramente anticuadas en materia de investigación. De esta forma, a finales del siglo XVIII el panorama científico había cambiado notablemente y se habían creado las instituciones científicas y técnicas que serán decisivas en la renovación de la ciencia española contemporánea y que serán de otro lado las instituciones que estarán vinculadas a las grandes expediciones del siglo XVIII y XIX, como el Observatorio de Cádiz o el Real Jardín Botánico de Madrid.

LA ASTRONOMÍA Y LA NAVEGACIÓN

Un aspecto decisivo para comprender las grandes expediciones científicas y sus logros son los avances en astronomía e instrumentos de navegación. Desde el periodo de las grandes navegaciones en los siglos XV y XVI, la náutica no había experimentado grandes mejoras y la navegación por el océano continuaba siendo complicada. Pero en el siglo XVII, y sobre todo en el XVIII, se convierte en una tarea prioritaria para los estados fomentar los avances en astronomía.

Concretamente, el descubrimiento de la longitud será el gran objetivo del siglo XVIII: la latitud era relativamente fácil de conocer, puesto que se podía obtener a partir de la observación de los astros y más concretamente observando a simple vista la estrella Polar y calculando la altura respecto al horizonte. Más tarde se utilizó el cuadrante, mucho más fiable, y más adelante aún, el astrolabio, un objeto generalmente de latón que facilitaba la obtención de datos a partir de la observación de los astros.

Pero una vez establecida la latitud quedaba el problema de encontrar la longitud. A principios del siglo XVIII todavía no se sabía cómo hacerlo y se recurría generalmente al procedimiento de seguir la ruta y calcular la velocidad con la corredera.

La necesidad de hallar la longitud con exactitud impulsó a la creación de observatorios astronómicos como los de París o Greenwich. El problema era tan importante que los gobiernos comenzaron a ofrecer generosos premios a quien diera con una solución.

Los principios científicos para ello se conocían, pero faltaba crear instrumentos con la precisión adecuada. Se sabía por ejemplo que si se observaba un eclipse de sol o de luna desde dos lugares diferentes y se anotaba la hora inicial y final se podría calcular la longitud, pero no era fácil que se diera un fenómeno así, y además era necesario crear un reloj que si se ponía a la hora del meridiano de referencia (de Greenwich, por ejemplo), se pudiese comparar con la hora local. Esto era difícil con los relojes que existían a principios del siglo XVIII, y más aún en alta mar.

La solución la encontraron en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII, con cronómetros marinos muy precisos, como el construido por John Harrison en 1735 que se probó en Jamaica hacia 1761-1762 con buenos resultados.

Los cronómetros marinos se fueron perfeccionando progresivamente y fueron cada vez más reducidos y manejables. En España, el marino y científico Jorge Juan propuso al Gobierno la adquisición de algunos de estos aparatos y la puesta en marcha de un plan para introducir en nuestro país el arte de la relojería de precisión. Como resultado de la propuesta de Jorge Juan, el Real Observatorio fundado en Cádiz por la Marina sería la primera institución científica española en estar dotada por este tipo de aparatos. Además de péndulos de precisión para la determinación de la hora por métodos astronómicos, la Armada adquirió para el Observatorio algunos cronómetros marinos. Durante 1775 y 1776 llegaron a Cádiz ocho cronómetros construidos en París por Ferdinand Berthoud. Unos años después, algunos de estos aparatos serían utilizados por Vicente Tofiño en sus campañas hidrográficas para el levantamiento del Atlas Marítimo de España.

Estuche de dibujo de Bauzá. Siglo XVIII.

Retrato del marino español Jorge Juan y Santacilia (1713-1773).

LA NUEVA CARTOGRAFÍA

Paralelamente al perfeccionamiento de los instrumentos de navegación se produjeron otros en el campo de la cartografía, que hasta el siglo XVIII era bastante inexacta. A comienzos del siglo XVIII, España carecía de un mapa del territorio nacional y tampoco tenía prácticamente cartográfica de las posesiones ultramarinas. Jorge Juan fue el primero en proponer la realización de una triangulación geodésica del territorio español similar a la iniciada por Jacques Cassini en Francia en 1733. La propuesta fue aceptada por el marqués de la Ensenada, que envió a París a Tomás López y Juan de la Cruz Cano para aprender las técnicas del grabado de mapas, con la idea de que colaborasen en la última fase del proyecto propuesto por Jorge Juan, encargándose del grabado de los mapas. La caída en desgracia del Marqués de la Ensenada impidió el desarrollo del proyecto y Tomás López, a su vuelta, optó por hacer mapas de gabinete, sin gran precisión. A pesar de todo, aquellos mapas, más de doscientos, fueron los únicos que representaron el territorio español hasta mediados del siglo XIX.

“Atlas Marítimo de España” de Tofiño.

Nocturlabio del S. XVIII. Museo Naval de Madrid.

Grafómetro.

NACE LA CIENCIA

El primer impulso renovador de la ciencia española viene de la mano de José Patiño, que durante el reinado de Felipe V creó en Cádiz la Real Compañía de Guardiamarinas, sustituyendo a Sevilla. A partir de ese momento será Cádiz el punto donde se concentren todos los esfuerzos institucionales de la renovación científica española. En el mismo año de 1717 se traslada de Sevilla a Cádiz la Casa de la Contratación y el Consulado de Indias. Los estudios de la Academia de Guardiamarinas tendrán un carácter teórico y práctico: aritmética, geometría, trigonometría, náutica, hidrografía y cosmografía. Se estudiará también artillería, fortificación, armamento, manejo de armas, construcción naval y maniobra de buques.

La participación de Jorge Juan y Antonio de Ulloa en la comisión hispanofrancesa de la medición del meridiano terrestre en el Ecuador, entre 1734 y 1746, será vital para impulsar la marina española. La publicación de sus trabajos en España a su regreso fue el gran impulso que la ciencia española necesitaba para ponerse al nivel de Europa. También para institucionalizar la ciencia, en 1753 se crea en Cádiz, asociado a la Academia de Guardiamarinas, el primer Observatorio Astronómico. Allí se instala un cuadrante mural que Jorge Juan había adquirido en Londres y que servirá para las observaciones de los guardiamarinas, que entre otras cosas, se emplearán para situar exactamente el edificio que daría lugar a una nueva referencia de posicionamiento de la cartografía española a partir de este momento: el meridiano de Cádiz.

Una de las grandes realizaciones del siglo será la puesta en marcha de una nueva y moderna cartografía realizada por españoles, a través de un programa de levantamiento cartográfico de las costas peninsulares y norte de África que estará a cargo de Tofiño desde 1783 a 1786. Por otro lado, se establece el curso de Estudios Mayores en el Observatorio, cuyo plan se encarga también a Tofiño, que será el artífice por tanto de una profunda renovación científica. A lo largo de todo el siglo, la Armada jugará un papel decisivo en la renovación de la ciencia, y las expediciones científicas serán impulsadas en su buena parte por esta institución.

En las llamadas comisiones de límites se pondrán en práctica los métodos geodésicos e hidrográficos más modernos y sofisticados. El Estado otorgará una gran prioridad a los levantamientos cartográficos, que pondrá en marcha mediante comisiones hidrográficas, organizadas bien desde la Península o desde los propios virreinatos y gobernaciones ultramarinas. En la segunda mitad del siglo se cartografiarán la totalidad de las costas americanas desde Patagonia hasta Alaska, las Filipinas y otros archipiélagos del Pacífico, buscando la mayor precisión que permiten los nuevos cronógrafos marinos.