Texto: Emilio Soler

Boletín 22 – Sociedad Geográfica Española

Expediciones científicas españolas

Todo había comenzado en el siglo XVII, mientras se trabajaba intensamente para definir, de una vez por todas, la esfericidad de la Tierra después de que Parménides, a finales del siglo VI a.C., fuera el primero en describir la redondez del planeta, fundado en su sombra con ocasión de los eclipses lunares. El matemático, físico, astrónomo y filósofo inglés, Isaac Newton, presidente de la Royal Society, con su obra “Philosophiae naturalis principia matemática”, publicada en 1687, llegó a la conclusión de que la Tierra era una esfera achatada por los polos pero que no resultaba perfecta, como se creía hasta entonces.

Por su parte, los miembros de la familia Cassini, Jean Dominique, astrónomo italiano que llegó a dirigir el Observatorio de París, Jacques, César-François y su hijo Jacques-Dominique, alentados por Jean-Baptiste Colbert, fundador del Observatorio Astronómico de París y de la Real Academia de Ciencias, estimaron, tras nuevas mediciones, que la forma esférica de la Tierra debía ser un tanto alargada hacia los polos y no chata (tesis consagrada en su famoso libro “De la grandeur et de la figure de la Terre”, París, 1738), a pesar de que para el planeta Júpiter sí habían comprobado experimentalmente su achatamiento en los polos.

En España, el erudito benedictino Benito Jerónimo Feijóo, en el tomo III de su “Teatro Crítico Universal”, se apresuró a hacer suyas estas teorías aunque, años después, no dudaría en reconocerse “newtoniano”.

A partir de ahí, comenzó una intensa polémica que enfrentó la astronomía práctica con la mecánica celeste, la ciencia inglesa y la francesa, las Academias de media Europa frente a las otras: la Tierra estaba achatada, sí, pero ¿por el ecuador o por los polos?, ¿se asemejaba más a un melón o a una sandía?, ¿tenía razón Newton, que era partidario de señalar que Júpiter y la Tierra podían ser tratados en forma similar en cuanto a su forma, o los Cassini, que diferenciaban entre un planeta y otro? Y la pregunta clave: en función de su forma, ¿cuáles eran las dimensiones reales del planeta, conocimientos imprescindibles para su circunnavegación?

Ilustración de De sphaera mundi, el libro de astronomía más influyente del siglo XIII. Cuando un navío se encuentra más allá de la línea del horizonte, su parte inferior no es visible, debido a la curvatura de la Tierra.

El caso es que durante el primer tercio del siglo XVIII todavía se ignoraba la forma exacta de nuestro globo terráqueo. Y no era ésta una cuestión vana ya que resultaba fundamental para el desarrollo de la navegación, única manera de viajar entre continentes. Al utilizar los marinos el críptico lenguaje para los no iniciados de arcos, grados, longitudes, latitudes, meridianos, paralelos, cualquier error en sus cálculos podía llevar, como así sucedía frecuente desgraciadamente, a desviaciones de rumbo que concluían irremisiblemente en forma fatal. Especialmente en una época en la que ni siquiera existía una medida patrón estable y común a todos los países.

BUSCANDO LA FORMA DE LA TIERRA

En el año 1735, el monarca francés Luis XV decidió acabar con la incertidumbre de una vez por todas y, de acuerdo con su secretario de Estado para Marina, conde de Maurepas, autorizó a la Academia de París a llevar a cabo una misión fundamental para el conocimiento del globo y su utilización práctica para la navegación midiendo, de una vez por todas, varios grados de la línea equinoccial y del círculo polar. Dos comisiones de académicos llevarían a cabo tan importante medición: una en la Laponia sueca y otra en la peruana Quito.

Una expedición dirigida por el astrónomo y matemático Pierre Louis Moreau de Maupertuis, y en la que figuraban ilustres científicos como Clairaut, Le Monnier o el profesor de Astronomía de la universidad sueca de Upsala, Celsius, se dirigió a Laponia para calcular la longitud de un grado de meridiano, medición que debería efectuarse lo más cerca posible del Círculo Polar ártico. Una segunda expedición habría de acometer la medición de una parte del mismo meridiano en la provincia de Quito, entonces Virreinato del Perú, y bajo dominio español. La comparación de los grados de meridiano boreal y ecuatorial deberían zanjar, de una vez por todas, la célebre polémica sobre la figura real de la Tierra, como así ocurrió cuando se comprobó, finalmente, que los grados medidos en el Ecuador eran mayores que los tomados en el Polo.

Esta expedición americana estaba dirigida por el científico francés Louis Godin, que, a pesar de ser el más joven en edad de los franceses, resultaba el académico más antiguo de los expedicionarios y autor, además, de la propuesta del viaje. En el grupo figuraban, también, entre sus miembros, eminentes figuras de la ciencia gala, como Pierre Bouguer, Couplet, fallecido en 1738 en plena misión, Godin des Odonais, Charles de la Condamine, o el facultativo de la Sorbona Joseph Jussieu; incorporándose, además, cirujanos como Seniergues, muerto en la actual nieros como Verguin o relojeros como Hugo. El nominado como director de la expedición, el académico Louis Godin, era un matemático notable, discípulo del astrónomo Delisle, que se había familiarizado con las observaciones astronómicas y había realizado publicaciones científicas de enorme relevancia.

Cuando finalizara la misión, al analizar los resultados de las mediciones se sabría si la distancia terrestre de un grado en el Polo Norte era o no diferente a la de un grado en el Ecuador y se podría determinar la verdadera forma del planeta: de ser completamente redonda, para un mismo grado de ángulo había de corresponder la misma longitud del arco terrestre en uno y otro lugar; claro está que, de no serlo, a un mismo grado angular habría de corresponder distinta longitud. Ahí estribaba el decisivo empeño en medirlos y compararlos.

LA EXPEDICIÓN A QUITO

En los últimos días del mes de mayo de 1735, los flamantes tenientes de navío y reputados marinos, el alicantino Jorge Juan y Santacilia, con apenas veintiún años, y el sevillano Antonio de Ulloa y de la Torre-Guiral, de tan sólo diecinueve, partieron desde Cádiz hacia Cartagena de Indias, primera etapa de su destino en el Perú, con cuyo nuevo virrey, Antonio José de Mendoza Caamaño y Soto-mayor, compartieron travesía.

La parte española de la expedición –Juan y Ulloa– había comenzado a concretarse cuando el 20 de marzo de 1734 el embajador francés en Madrid entregó formalmente la solicitud de la Academia de Ciencias de París demandando permiso para pasar al virreinato del Perú, donde los expedicionarios galos elegirían “una porción del ecuador y un meridiano que fácilmente puedan medir”. Aunque en un principio el lugar elegido no era en la serranía situada en las cercanías de Quito, como donde posteriormente ocurrieron las mediciones, sino en la costa, cerca del cabo Pasado, desde donde continuarían los trabajos a lo largo del Ecuador, “según la comodidad del país lo permita”, la Academia francesa ofrecía a cambio la posibilidad de determinar la longitud y latitud exacta de los territorios que deberían atravesar, punto fundamental para establecer la correcta situación cartográfica de los mismos. Al mismo tiempo, Francia se comprometía a que si se hallaban plantas medicinales, se emplearían todos los esfuerzos para combatir las temibles plagas que azotaban a la población de la zona. También, la Academia gala prometía que los científicos no introducirían durante su trayecto ningún tipo de mercancías de contrabando; aunque posteriormente algunos de ellos sí se vieran involucrados en la venta de mercancías prohibidas por España en aquellos territorios.

Una vez que José Patiño, Secretario de Marina e Indias de la época, recibió la solicitud francesa, remitió el documento al Consejo de Indias, órgano que debía deliberar sobre el asunto, en fecha del 6 de mayo de 1734. La respuesta afirmativa del Consejo no se hizo esperar demasiado, aunque incluía una recomendación muy especial: “que asistan con ellos a todas las observaciones que hicieren uno o dos sujetos inteligentes en la matemática y astronomía, a elección de Vuestra Majestad, y apunten éstos aparte todas las que se fueren ejecutando, dando unos y otros cuenta al gobernador del distrito donde se hallaren para que éste la dé a esta Corte en todas las ocasiones que ocurran”.

Dibujo de la Tierra según el monje egipcio Cosmas Indicopleustes. La Tierra dentro de un tabernáculo.

Adaptacion del siglo XV de un mapa O-T. Este tipo de mapamundi medieval ilustra tan solo la parte accesible de una tierra esferica, ya que se creia que nadie podía ser capaz de cruzar el clima tórrido cerca del ecuador para pasar al otro lado.

El monarca español Felipe V, informado de los deseos de su pariente Luis XV y de las sabias recomendaciones del Consejo de Indias, acogió la petición gala para realizar tareas científicas en tierras de la corona española. No obstante, ni al gobierno ni al Consejo de Indias se le pasó por la cabeza permitir que la gloria de esa expedición recayese totalmente en manos extranjeras y la respuesta afirmativa de Felipe V a Luis XV llevaba aparejada alguna sorpresa: “…que a este fin quería destinar dos de sus más hábiles oficiales, que acompañasen y ayudasen a los Académicos Franceses en todas las operaciones de la Medida, no sólo para que así pudiese hacerse con mayor facilidad y brevedad, sino también para que pudiesen suplir la falta de cualquier Académico…”
Curiosamente, la astuta contestación no andaba desencaminada en cuanto a las dificultades de viajar por aquellos territorios americanos. Así como los científicos que marcharon a Laponia finalizaron de forma rápida sus experimentos y en el año 1738 Maupertuis ya había publicado sus resultados, no ocurrió lo mismo con la estancia americana de algunos de los miembros de la expedición ecuatoriana; ésta osciló entre los nueve años que permaneció Bouguer, los once de Juan y Ulloa, o los veintisiete del naturalista Joseph Jussieu.

La misión de ambos matemáticos españoles en la ambiciosa empresa sería, pues, la de colaborar en los trabajos científicos con los franceses y continuarlos por su cuenta en caso necesario, aparte de informar al gobierno sobre la situación política y social de aquellos lejanos países. También deberían ejercer un cierto aspecto policial sobre los científicos extranjeros y que les llevó a separarse siempre que podían para estar presentes en cada uno de los dos grupos que se formaron habitualmente durante la compleja misión. Jorge Juan y Antonio de Ulloa fueron, pues, asignados, por Cédula de mayo de 1735, para asistir y cooperar en los trabajos de medición. Julio Guillén, uno de los más apasionados biógrafos de ambos guardiamarinas, señala que la designación del sevillano Ulloa vino motivada por el retraso en incorporarse al proyecto del oficial elegido en primera instancia, Juan García del Postigo, que, en palabras de quien más tarde sería el secretario personal de Jorge Juan, Miguel Sanz, “a la sazón se Madrid del año 1748, en las “Observaciones astronómicas y físicas hechas de orden de S.M. en los reinos del Perú”, también publicado en 1748 en primera edición, en la “Disertación histórica y geográfica sobre el meridiano de demarcación entre los dominios de España y Portugal”, editado en el Madrid de 1749, o en la célebre “Noticias secretas de América”, relación pormenorizada de los carencias y problemas que sufrían el virreinato del Perú y que los dos científicos españoles escribieron en forma de informe confidencial para los gobernantes españoles bajo el nombre de “Discurso y reflexiones políticas sobre el estado presente de los reinos del Perú”. Curiosamente, las “Noticias secretas…” fueron publicados en castellano por el editor inglés David Barry en el Londres de 1826 con motivos claramente políticos y dirigidos a un público hispanoamericano que acababa de independizarse de España. Pero volvamos ahora a la misión científica.

El prestigio de los académicos franceses con que se encontraron Juan y Ulloa era impresionante: el astrónomo Louis Godin, el geómetra Pierre Bouguer y el químico y naturalista Charles Marie de la Condamine, amigo éste de Voltaire, uno de los más firmes defensores de esta aventura científica y partidario a ultranza de la teoría newtoniana. Curiosamente, La Condamine fue el que acaparó mayor notoriedad al finalizar su misión en el Ecuador. Godin, poco interesado en dar a conocer sus interesantes trabajos, tal vez por su carácter autoritario y celoso, descuidó sobremanera su llegada a Francia ya que, agobiado por múltiples deudas se vio obligado a aceptar el cargo de profesor de matemáticas en Lima, con el pomposo título de Primer Cosmógrafo de Su Majestad Católica, retardando su vuelta a Europa hasta el año 1747.

Observaciones astronómicas y físicas hechas en los reinos del Perú.

Por su parte, los científicos galos, al contrario que los españoles, publicaron por separado sus conclusiones de aquella importante expedición, y, además, estableciendo una lamentable competencia entre ellos. Así, Pierre Bouguer y Charles de la Condamine se enzarzaron en Francia en una ruidosa polémica sobre el resultado de sus mediciones en Quito, que duraría más de un lustro. Bouguer, concentrado y serio en su carácter, había publicado en 1749 “La figure de la terre”, fruto de sus trabajos americanos pero el enfrentamiento con un La Condamine más expansivo y jovial que el bretón estallaría con la publicación de dos obras fundamentales del químico parisino: “Mesure des trois premiers dégrés du Meridien”, que vio la luz en 1751, y la “Introduction Historique”, en las que La Condamine trataba con un detenimiento muy superior al de Bouguer las primeras observaciones de amplitud que habían sido desechadas por ambos de mutuo acuerdo al considerarlas erróneas. Bouguer, creyendo que La Condamine trataba de desautorizarlo científicamente, se apresuró a publicar un año después la “Justification des Memoires de l’Academie Royale des Sciences”.

En cambio los españoles, en la expedición, establecierón una estrecha compenetración entre ellos, según ratifica Julio F. Guillén, encargándose el marino alicantino de todos los estudios matemáticos e hidrográficos en los trabajos y obras firmados conjuntamente, y el sevillano de la parte histórica, geográfica y naturalista. Viaje y tarea, con las consiguiente anotaciones complementarias, que realizaron estrechamente en la mayor parte del tiempo que permanecieron en América. Y todo ello con independencia de quien fuera el último redactor de unas obras espléndidas que se vieron forzados a sacar a la luz acuciados por el momento histórico que estaban viviendo.

Por otro lado, el aprecio y la consideración que ambos guardias marinas se profesaban queda manifestada por Julio F. Guillén, quien reseña una curiosa anécdota que demuestra claramente la profunda identificación que sufrieron en su tiempo ambos marinos: “Como el primer apellido de Jorge (Juan) parece segundo nombre de pila, muchos los reputaron como hermanos, loshermanos Jorge Juan y Antonio … de Ulloa; hasta el punto de que un autor de comienzos del siglo XX, Cejador, creyera oportuno aclararlo en su obra “Historia de la lengua y literatura castellana”.

La primera de sus obras conjuntas, más tarde firmarían muchas por separado, las “Observaciones…”, les llevó también a tener serios problemas con la Inquisición ya que alguno de los miembros encargados de juzgar la pertinencia o no de su publicación, se mostraban en desacuerdo con las teorías copernicanas defendidas por los dos científicos españoles, el Sol era el centro del universo, frente a la doctrina oficial de la Iglesia, que afirmaba que era la Tierra el eje del sistema planetario. La segunda de sus grandes obras firmadas conjuntamente, la “Relación histórica del viaje a la Américameridional…” es un fiel reflejo sobre las accidentadas peripecias científicas y políticas que les ocurrieron en América durante los años de su estancia allí. Y, por último, las ya citadas “Noticias secretas de América”, una de las obras más importantes para los trabajos sobre el siglo XVIII en la América colonial española, refleja la redacción del informe realizado por los dos jóvenes guardias marinas a su regreso a España y en el que denunciaban el mísero estado en que se encontraban los indígenas americanos, sometidos a una continua explotación por los hombres blancos, tanto civiles, militares como religiosos. Y resaltaban, especialmente, la lamentable incuria en que se encontraban las defensas de las plazas fuertes de la costa del Pacífico.

Esta última obra, que estuvo durante casi un siglo sepultada en los archivos de la Secretaría de Estado, fue, incomprensiblemente robada de allí en alguna de sus versiones y dada a la publicación en Londres, dirigida su edición a los países hispanoamericanos que estaban consiguiendo su independencia de España. El pesimista informe realizado por Juan y Ulloa había corrido, hasta su publicación, la misma suerte que sufrirían, años después, los mismos críticos papeles elaborados por el marino español Alejandro Malaspina en la expedición realizada entre 1789 y 1794. En ellos, condenados al olvido tras la detención y condena del brigadier de la Real Armada, Malaspina lanzaba al gobierno una pregunta que sintetizaba tres siglos de olvido e incomprensión para con las colonias españolas del nuevo mundo: “Sin conocer América, ¿cómo es posible gobernarla?”. Las “Noticias secretas de América” de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, que presentaban una realidad que no agradaba a los gobiernos de la metrópoli, fueron, de la misma forma, ignoradas y olvidadas.

Penosas fueron las circunstancias por las que pasaron ambos marinos en América, pero, tras múltiples vicisitudes, y después de haber finalizado los trabajos de medición del grado de meridiano y haber organizado las defensas del virreinato peruano ante el inminente ataque de una flotilla inglesa al mando del comodoro Anson, en el año 1744, ambos marinos se embarcarían para España, no sin haber tenido que cambiar la inscripción que los franceses, dirigidos por La Condamine, colocaron en las pirámides conmemorativas del evento y en las que habían “olvidado” la contribución española. Juan y Ulloa, una vez resuelto el asunto, volvieron a España por separado, tras haber hecho copia de sus anotaciones americanas, ya que en caso de que uno de los dos fuese capturado el otro podría traer los importantes papeles de la expedición sanos y salvos a la Corte.

EL RETORNO A ESPAÑA

Durante su regreso a la península, tras casi once años de estancia americana, mientras Ulloa caía preso por los ingleses, Juan llegaba a España después de superar penosas adversidades en su travesía del Atlántico. Muy pronto, fue recibido por el nuevo y todopoderoso primer Secretario de Estado, el marqués de la Ensenada, llamado a regir durante muchos años los destinos españoles con el nuevo monarca recién entronizado, Fernando VI, hijo del anterior, Felipe V. Ensenada vio en Jorge Juan una persona de enorme capacidad intelectual y plena de entusiasmo desbordante. Sus planes de modernizar España y, especialmente, de renovar la flota española, recibieron rápidamente una excelente acogida en el marino de Novelda. Juan fue ascendido a capitán de corbeta y recibió el apoyo de Ensenada para burlar las pesquisas inquisitoriales que se oponían a la publicación de sus “Observaciones Astronómicas y Phisicas…”, primera de las obras que se editaron en Europa sobre la misión científica del Ecuador y que le dio un gran renombre ante las Academias científicas de varios países que inmediatamente les nombraron miembros de las mismas.

En el año 1749, Ulloa, que se había convertido en uno de los principales asesores del reformista marqués de la Ensenada y que años después llegaría a disfrutar de cargos tan importantes como gobernador de la Luisiana o jefe de la flota de Nueva España, partía en dirección a varios países europeos para seguir las directrices políticas del gobernante español en cuanto al espionaje industrial que se le había encomendado, misión que compartió con la dirección de las obras de los Canales de Castilla. Mientras tanto Juan fue enviado en misión secreta a Londres, suceso digno de las mejores narraciones de espionaje, para conocer e informar sobre el estado de la moderna construcción naval que practicaba la armada británica en sus astilleros, procurando, “con la maña y secreto posible adquirir noticias de los constructores de más fama de navíos de guerra de aquella Corona…”. Debería contactar y contratar a los mejores especialistas en construcción de navíos y a maestros de lona y jarcia para que, trabajando en los astilleros españoles, pudieran colocar a la flota española a la altura de la inglesa. La economía y la integridad territorial de la España americana dependían del éxito o fracaso de su misión. Pero, como diría Rudyard Kipling, esa es ya otra historia.

 

Ilustración medieval de una Tierra esférica, con compartimentos representando tierra, aire y agua (c. 1400).

Eclipse de Luna parcial. Foto de Graham Beverley. Wikipedia.