Los viajes del Conde de Saint-Saud por el norte de España

Jean Marie Hippolyte Aymar d’Arlot, conde de Saint-Saud, nació el 15 de febrero de 1853 en Coulanges-sur-l’Autize, en el departamento francés de Deux-Sèvres, al oeste del país, en el seno de una acomodada familia de la aristocracia gala que le inculcó desde niño el amor por la Naturaleza. De hecho, siendo sólo un quinceañero entró en contacto con los Pirineos, quedándose atrapado por ellos de por vida.

Se licenció en Derecho en la Universidad de Burdeos y, tras terminar sus estudios, ejerció como juez en Lourdes, junto a sus amados Pirineos, entre 1878 y 1880. Ese año abandonó su carrera profesional para dedicarse en cuerpo y alma a recorrer las montañas que tanto le fascinaban, gracias en gran medida a la independencia económica que le permitía su posición. Cuatro años más tarde se casó y tuvo cuatro hijos que en numerosas ocasiones fueron, por un lado, sus acompañantes en sus expediciones alpinas, y por otro, consejeros en la organización de las observaciones y aportaciones geográficas que plasmaría por escrito en sus numerosas publicaciones.

Pero en la segunda parte de su vida, cuando ya había cumplido los sesenta, y tras el estallido de la Gran Guerra, comenzaron sus desgracias. Durante el conflicto perdió a un gran número de colaboradores y amigos e incluso a uno de sus yernos que murió en 1914 en el campo de batalla. Más tarde, en 1921 falleció su compañero de andanzas, Paul Labrouche y, en 1927, con 74 años se quedó viudo. Años después, cuando era casi un nonagenario perdió, con solo seis meses de diferencia, un hijo, un yerno y un nieto (este último en un accidente en el Vignemal).

Durante la 2ª Guerra Mundial se refugió en su casti- llo de la Valouze, donde sufrió el desprecio de los ocupantes. Estas desgracias, y el paso de los años, fueron minando al conde, pero no le impidieron seguir desarrollando su actividad. Baste como ejemplo su ascensión, con 95 años, al Turon de la Courade.

Finalmente, el 13 de fe- brero de 1951, dos días antes de cumplir los 98 años, el conde abandonó para siempre este mundo tras dejar una imborrable huella para los amantes de las montañas que aún podemos sentirle a nues- tro lado en cada una de las ascensiones a los innumerables picos que coronó, fotografió y cartografió a lo largo de su vida.

SU PRIMER CONTACTO CON LOS PICOS DE EUROPA (Marzo de 1881)

Las aventuras del conde por los Picos comienzan en 1881, año en el que en peregrinación a Santiago de Compostela, y aceptando la invitación del admi nistrador de Aduanas de Ribadesella al que había conocido el año anterior en los Pirineos, ve por primera vez los soberbios Picos de Europa, que rebasan los 2.600 metros y se alzan cubiertos de nieve en los confines entre Castilla la Vieja y Asturias.

Habrá que esperar nueve años para ver al conde de nuevo por los Picos de Europa donde desarrollará, a lo largo de ocho expediciones en sucesivos veranos, de 1890 a 1908, una intensa labor geográfica que permitirá, tras numerosas expediciones, recoger todos los datos necesarios para la posterior elaboración del primer mapa detallado de la región. Además, sus pormenorizadas descripciones sobre los usos y costumbres de los habitantes de la región, así como de los paisajes que le acompañan, y publicados en su obra Monographie des Picos

de Europa, aportan una información trascendental y de un valor geográfico sin precedentes para conocer en profundidad cómo eran los valles y montañas del lugar y cómo vivían sus habitantes en aquellos años.

EL PRIMER VIAJE DE RECONOCIMIENTO (Julio de 1890)

En esta ocasión llega a los Picos, y más concretamente al macizo de Andara, en diligencia desde Torrelavega, a donde había llegado por vía férrea desde Madrid. Una vez allí asciende, el día de San Fermín de 1890, en una mañana de sol espléndido y con horizonte claro, su primera cumbre de los Picos: la Tabla de Lechugales, soberbia escarpadura que se precipita sobre la linda Liébana, de viñas feraces, dorados cereales, bosques de hayas y pródiga en encanto. Al día siguiente sube al pico de San Melar, y el 9 de julio realiza la primera ascensión de la que se tiene noticia a Peña Vieja, desde cuya cima, y aunque las nubes llegan en bandadas desde todas partes, pueden observarse en las zonas despejadas crestas formidables, amontonándose unas sobre otras, mundo aterrador, que, en un primer viaje como el nuestro, podría descorazonar a los mejores intenciona- dos por lo que de desconocido se revela.

Tras el descenso, y motivado en gran medida por las inclemencias atmosféricas, decide el 12 de julio dar por terminada su primera expedición a los Picos de Europa, marchando en diligencia desde Potes a través del puerto de Piedras Luengas a partir del cual el cielo se torna azul y el termómetro sube a los 26ºC.

SEGUNDO VIAJE A LOS PICOS (Septiembre de 1891)

Al año siguiente, Saint-Saud regresa a los Picos, una vez más junto a Paul Labrouche, amigo fiel, cinco años más joven que él, que le acompañaría a los Picos en cuatro de sus expediciones y colaboraría con él en la redacción de sus escritos. No en vano a él se debe la calificación de los Picos de Europa como macizo tricéfalo, al estar dividido en tres sectores, el occidental, entre los ríos Sella y Cares; el central, entre el Cares y el Duje; y el oriental, entre el Duje y el Deva.

Es el propio Labrouche el que hace un resumen de este viaje al que alude como poco exitoso ya que lo avanzado del año, lo corto de los días, las vacilaciones de los guías y la carencia de material alpino redujeron este segundo viaje a los Picos a una exploración de los valles y a una serie de escaladas a cimas secundarias, agotadoras y peligrosas, sin provecho proporcional al riesgo. Y es que de hecho, en esta ocasión, en poco más de los diez días que permanecieron en la zona de los Picos, y a pesar de la inestimable ayuda que reciben del ingeniero Marcial de Olavaria, director general de las minas de Los Picayos y Liordes (no hay que olvidar la importancia minera de los Picos en esa época, lo cual explica que gran parte de los primeros exploradores de la región fueran geólogos o ingenieros de minas) tan sólo subieron cumbres de segundo orden como Peña Mellera, Tiro Llago o Peña Bermeja.

LA CONQUISTA DE LAS GRANDES CIMAS (Julio y Agosto de 1892)

En este tercer viaje de exploración, el conde de Saint-Saud y Paul Labrouche ascienden, en menos tiempo que en la última expedición, a las principales cumbres de los Picos: Cerredo, Llambrión, Peña Santa de Castilla… cumpliendo felizmente, pero no sin trabajo, todo el programa previsto. Y esto es posible, en gran medida, y como el propio Labrouche señala, a que en esta ocasión tomamos nuestras precauciones: íbamos acompañados por un guía francés, teníamos tienda, camas de campaña, mantas, víveres en abundancia, una buena cuerda, e incluso una escala… que no sirvió para nada.

COMPLETANDO LAS OBSERVACIONES (Julio de 1893)

Un año más tarde, el conde vuelve, está vez solo, con el fin de tomar los datos necesarios para completar las exitosas observaciones geodésicas del verano anterior. En esta ocasión el punto de partida es la localidad de Espinama, a donde llega el 9 de julio que, día en el que, al ser domingo, puede observarse a toda la juventud del lugar jugando a los bolos en la plazoleta de detrás de la iglesia, el único espacio llano de todo el pueblo. Desde ahí, asciende a las cimas más cercanas: los escarpes de Fuente-Dé, el pico del Val de Coro y la cumbre Abenas.

A continuación marcha hacia Bulnes, donde se alojará en la casa del párroco quien le acompaña en la ascensión al Pico del Albo. De esta localidad asturiana a la que hasta la inauguración en 2001 del teleférico sólo se podía llegar a pie, deja el conde una interesante descripción que reproducimos, por su interés, en su integridad: “Bulnes es el único pueblo en el interior del gran macizo central. Es una aldea pobre, regada por un torrente que baja desde los Urrieles, afluente de la margen derecha del Cares. El barrio principal tiene rango de villa y se al- za en la misma orilla del río. Allí se hallan la iglesia y la rectoral. La aldea está enfrente, sobre la orilla izquierda, a un centenar de metros por encima del valle y a un cuarto de hora de camino. Una vieja torre, cuyas ruinas parecen ser del siglo XIV, se alza en medio de las casas. En total unos treinta y cinco hogares, de los que veinte pertenecen a la aldea. Eso es todo lo que vive, ama y muere en el macizo central de los Picos de Europa”.

De ahí marcha a Sotres, otra localidad asturiana en el corazón de los Picos que, según menciona el propio Saint-Saud, tiene una leyenda relativa a su común origen con Bulnes y Tielve. En el siglo XI los pastores de Arenas habrían fundado los tres caseríos, y Sotres, el más alejado de todos, recibiría el nombre del triunvirato: “Son Tres”. Desde dicha localidad sube a la Punta de San Llano donde realiza las últimas mediciones y da por terminado su cuarto viaje de exploración.

EL REGRESO A LOS PICOS (Julio y Septiembre de 1906)

Han pasado trece años desde la última visita del conde a los Picos. En esta ocasión vuelve de nuevo acompañado de su amigo Paul Labrouche, pero… ¿con qué objetivo? Pues fundamentalmente con la intención de llevar a cabo una serie de levantamientos topográficos en la zona noroccidental de los mismos, quizá hasta el momento el sector menos trabajado por ellos, para poder realizar un mapa más detallado de la zona a pesar de que el coronel Prudent ya había elaborado un primer mapa con los croquis, anotaciones, fotografías e indicaciones del conde tras sus primeros viajes.

Esta nueva expedición partió de Arriondas a donde llegan en tren y desde donde parten en dirección a Cangas de Onís primero y a Covadonga después. Allí comprueban que ya se ha terminado la basílica. Desde ese lugar inician un recorrido por el sector más septentrional de los picos en dirección a Cabrales, donde el sexo femenino viste faldas azules, medias blancas, verdes, rojas o amarillas. Se ven bien estas medias… desde lejos, pues si en la montaña las mujeres recogen sus faldas hasta la altura de las rodillas, para tener más libertad de movimientos en su marcha cadenciosa, en cuanto divisan a un señor se sientan o se ponen en cuclillas para no enseñar sus pantorrillas. También ensalza el queso de Cabrales, de manufactura idéntica al Roquefort y a menudo vendido en Madrid con este nombre francés.

Desde allí sigue hacia el este en dirección a Panes, regresando poco después a su país y confesando que “desde el punto de vista geográfico, este recorrido por el sector septentrional de los Picos de Europa no me había aportado nada nuevo”.

Pero dos meses más tarde regresa, en esta ocasión solo, a los Picos subiendo a diversas cumbres, como la Rasa, la Cabeza de Costurero y Torre Blanca, desde donde toma visuales y realiza levantamientos y triangulaciones durante horas, en parte favorecido por el buen tiempo.

POR EL VALLE DE LIéBANA (Julio de 1907)

Un año más tarde, el conde vuelve a los Picos con el objetivo, una vez más, de realizar las observaciones necesarias para conseguir los datos precisos que faltaban y que requerían los cartógrafos que elaboraban los mapas de la zona, especialmente su amigo León Maury, consciente de que, desde el punto de vista de vida y costumbres, de escaladas y descubrimientos, poco o nada podría ofrecer de particular, aunque otra cosa serían los datos técnicos. En esta ocasión recorre el sector más oriental de los Picos realizando gran parte de las observaciones junto a Gustavo Shulze (cfr. boletín nº 27 de la S.G.E.), geólogo de origen ale- mán que se encontraba en los Picos estudiando su composición, y con el que se reúne en Unquera el 12 de julio y se despide en Covadonga diez días más tarde.

En esta nueva etapa en los Picos se centra en el sector más oriental de los mismos, comenzando en los alrededores de la Hermida y centrándose en la Vega de Beges. Tras pasar por Tresviso sube al alto de la Cruz de la Biorna, sobre el monasterio de Santo Toribio de Liébana, y después de tomar una serie de datos en las proximidades de Potes vuelve a Unquera donde disfruta de las fiestas patronales. Merece la pena transcribir la descripción que de esa ocasión hace el conde: Dios me perdone, pero con mis cincuenta años bien cumplidos, habría que haberme visto en la tarde del 17 de julio, el día de la fiesta local, bailando pasadas las doce de la noche en la calle del pueblo, con las señoritas de Velarde y sus amigas, que iniciaban a don Gustavo, tan conocido y apreciados por todos en la comarca, en las bellezas coreográficas de una jota más o menos aragonesa.

EL úLTIMO VIAJE A LOS PICOS (Julio de 1908)

El conde hace aún un último viaje con fines científicos a los Picos debido, una vez más a las lagunas que el cartógrafo León Maury tenía para confeccionar un mapa detallado de la región. Así, y con ese objetivo, llega de nuevo a la Hermida en esta ocasión el 8 de julio de 1908. Los días siguientes realiza mediciones y toma de datos por los valles y cimas secundarias colindantes, destacando las que el día 11 hace desde los aledaños del monasterio de Santo Toribio, sorprendido por la ruina y abandono que presentaba este, en otro tiempo, célebre monasterio benedictino, del que salieron no pocos sabios. En la hora actual, las salas están destartaladas e invadidas por hiedras, zarza y musgo, y allí vive retirado un clérigo… cuando vive. Como está en un repliegue rocoso tristemente solitario, me dirigí a algunos metros de distancia al pequeño oratorio de San Miguel e instalé allí mi trípode.

Posteriormente recorre, tomando las observaciones pertinentes, el alto de Lobada, el sector de Piedras Luengas, el macizo de Andara y el valle de Sajambre. La última ascensión con fines cartográficos que realiza el conde en los Picos, la lleva a cabo junto a sus amigos Felipe Menéndez y Pedro Pidal (marqués de Villaviciosa, primer escalador del Pico Urriellu y promotor del primer parque nacional español, el de la Montaña de Covadonga) el día 29 de julio de 1908 ascendiendo al pico Cotalba: “Buen trabajo, buenas fotografías, inmensa alegría. Pasamos cuatro horas en este soberbio mirador, desde el que los escarpes vertiginosos y las áridas crestas con sus torres se pueden contemplar en toda su magnificencia. La vista se pierde a lo largo y ancho de Asturias. El viaje topográfico había terminado con éxito”.

EPíLOGO

Terminaba así el octavo viaje que el conde de Saint-Saud realizaba a los Picos con fines científicos. En menos de veinte años había llevado a cabo, según los datos que aporta José Antonio Odriozola Calvo en el capítulo final de la versión española de la Monographie des Picos de Europa (traducción del original de la obra del conde, con valiosísimas anotaciones de Odriozola) de 75 vueltas al horizonte, 2.600 visuales, 304 fotografías, 1.150 observaciones barométricas y numerosos croquis. Todo ello permitió al cartógrafo León Maury dibujar un mapa de los Picos de Europa de 71×61 cm. a escala 1:100.000 y a cuatro tintas. Este mapa, publicado finalmente en 1922, superaba con creces a todos los anteriores, algunos de ellos elaborados por personajes tan importantes como Guillermo Schulz o Francisco de Coello; e incluso el que el coronel Prudent realiza a par- tir de las primeras expediciones del conde a finales del siglo XIX.

El conde aún volvería en dos ocasiones más a la región de los Picos, aunque no con fines científicos. Regresó acompañado, sin duda, para poner en práctica el consejo con el que termina su monografía: que vayan a los Picos de Europa los amantes de las emociones que dan las escaladas escabrosas en agujas y rocas lisas. Volverán encantados de sus ascensiones en esta soberbia región española, y declaro en verdad que me siento orgullosos de haberla dado a conocer, de amar- la y de apreciarla como se merece.

Cabe por último destacar que, a propuesta de la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara, se bautizó con el nombre de Risco de Saint-Saud al afilado peñasco situado al noreste de Torre Cerrado, entre esta cumbre y la Torre Labrouche que el mimo conde bautizó. Fue un homenaje póstumo al conde de Saint-Saud pero no por ello menos importante.