NAVÍO SAN TELMO: UN DRAMÁTICO FINAL
En el año 1819 el navío español San Telmo con 644 personas a bordo desapareció entre el cabo de Hornos y la Antártida. Durante todo el tiempo transcurrido desde el trágico suceso, había permanecido olvidado hasta que recientes investigaciones y varias campañas arqueológicas de la última década han dado un poco de luz a su misterio.
La historia oficial considera al británico William Smith el primero en desembarcar en la Antártida , reclamando estas costas, por su primacía, para la corona británica unos meses después de la desaparición del San Telmo. Ahora se ha descubierto que fue el malogrado barco español el que llego primero en su desesperada deriva y que incluso en su naufragio algunos supervivientes consiguieron vivir algún tiempo hasta que el frío, el hambre y la desesperación acabaron con ellos.
En el invierno austral de 1819 tres barcos españoles, en su travesía desde Cádiz hacía El Perú, se encuentran navegando en uno de los peores y más tormentosos lugares del planeta, el Cabo de Hornos. La flota, con una derrota muy hacía el sur para librar los vientos contrarios, va encabezada por el navío de línea San Telmo. Se llevan tropas y suministros para hacer frente a las sublevaciones independentistas que se empezaban a extender por todos los dominios americanos de la corona.
El 2 de septiembre, entre olas que barren la cubierta y el frio viento antártico, se escribe desde las fragatas acompañantes:“Hemos dejado de ver al San Telmo en latitud 62º sur y longitud 70º oeste con averías graves en el timón, tajamar y verga mayor…”
Las fragatas lograrían llegar finalmente al Callao, con un mes de diferencia entre una y otra, pero desde ese pasado dos de septiembre nunca más se supo ni se sabría del San Telmo y de sus 644 tripulantes. Casi dos meses más tarde, el capitán de la armada británica, Robert Fildes es enviado desde Valparaíso hacia aguas más allá del Cabo de Hornos, para comprobar lo que el marino mercante Williams Smith contaba sobre unos avistamientos de tierras muy al sur cuando realizaba un viaje en busca de nuevas zonas de explotación foquera.
Desde las navegaciones de Gabriel de Castilla que también avistó tierras dos siglos antes, pasando por Cook que solo divisó los hielos de la banquisa sin encontrar el continente, la Antártida era algo que se intuía. Pero nadie había estado allí y había vuelto para contarlo.
En este viaje Smith fue embarcado como piloto para guiar el barco hacia el mismo lugar. Mientras, en el apostadero del Callao seguían esperando alguna noticia del San Telmo y sus más de seiscientas personas de dotación. A mediados de octubre Fildes y Smith llegaron a las actuales Shetland del Sur, desembarcaron en una de las islas peri antárticas en latitud 62º sur y 58º oeste, donde oficialmente nunca antes había llegado nadie y tomaron posesión para la corona británica el 19 de octubre del año 1819, denominándola Isla del Rey Jorge.
Recorrieron también el archipiélago bautizándolo como Islas Shetland del Sur en honor a las islas del mismo nombre que se encuentran al norte de Escocia y desde aquel día la historia oficial reconoce a Williams Smith como el primer hombre, y británico, en poner un pie en la Antártida.
Lo que Smith no contaría a su vuelta pero sí lo hizo el capitán Robert Fildes en su diario, es que al norte de una de las islas, la denominada hoy Livingston, hallaron los restos de un naufragio que el capitán definió como de tipología española y que se había producido no hacía mucho tiempo. En sus notas aparecen algunos datos haciendo claras alusiones al navío español perdido unos meses antes en las aguas del Cabo de Hornos y cuyas noticias de desaparición ya se habían extendido por todos los puertos del sur del continente.
UN SILENCIO INTERESADO
Geográficamente, estas islas Shetland del Sur se encuentran a 160 millas más al este pero en la misma latitud sur donde fue avistado por última vez el San Telmo. Y en la dirección del viento y corrientes dominantes que hubieran traído cualquier objeto a la deriva. ¿Eran estos los restos del San Telmo que habían llegado a esas tierras en una desesperada navegación? ¿Qué suerte habían corrido sus tripulantes?
Weddell, un ballenero que varios años más tarde realizó cartas y descripciones de este grupo de islas, también reconoce abiertamente en su diario haber encontrado los restos de un navío de guerra español de 74 cañones, otro dato más de que podrían haber sido del malogrado San Telmo.
Para comprender bien la situación en que se producen estos acontecimientos hay que explicar el contexto que engloba toda esa época. España había salido de la ruinosa Guerra de Independencia y la debilidad exterior hacía sus colonias que empezaban a independizarse hacía insostenible cualquier acción a favor de los intereses españoles. Los británicos, que habían sido nuestros aliados para expulsar a los franceses, volvían a barrer para casa y anhelaban los inmensos territorios y colonias que poseíamos. Estaban apoyando a los criollos sublevados en Chile y harían los mismo en otros lugares. Los pocos barcos que habían salido ilesos de Trafalgar por no entrar en combate o por que se encontraran en otro destino, eran totalmente insuficientes para patrullar y poner orden en las colonias. Y los ingleses, a la expectativa y desestabilizando, empezaban a extender su imperio marítimo..
El navío de línea San Telmo era un superviviente de todos estos acontecimientos.
Tenía 74 cañones y había sido construido en el Ferrol en 1788. Aunque con más de treinta años era un digno representante de la magnífica política de reconstrucción naval de Carlos III, que su sucesor Carlos IV eliminaría ayudado por Godoy, marcando el comienzo del declive de la armada y con ella el de un país que se sumergía en un siglo desastroso para nuestra historia.
La flota, denominada del mar del sur, estaba compuesta por cuatro barcos.
La nave capitana San Telmo, las dos fragatas Prueba y Primorosa Mariana que fueron las únicas que llegaron al Callao y dieron testimonio del último avistamiento. Y el Alejandro, un buque ruso de segunda mano, comprado en una operación poco transparente de intermediarios y que estaba en tan mal estado que tuvo que volver a Cádiz unas semanas después de salir porque era imposible su navegación. Cuentan que el zar, en la ceremonia de su entrega, y viendo el mal estado en que se encontraban regaló otros dos barcos menores ante el miedo de que los españoles se lo devolvieran.
El almirante que mandaba la formación era Diego Porlier, un criollo del que se cuenta que en la despedida de Cádiz dijo a un amigo “voy a una empresa de laque seguro no volveré”. Sin duda, el envío a la desesperada de la flota y la situación en que se encontraba hacían premonitorias sus palabras.
En el contexto geopolítico del momento, el San Telmo iba a suponer la presencia del buque más grande de todo el Atlántico Sur y el inmenso Pacífico. Los navíos de guerra que habían tomado parte en la batalla de Trafalgar estaban en el continente europeo y jamás se dispersaban por los lejanos territorios de ultramar. Los ingleses, conocedores de esta flota, sabían que el San Telmo, mucho más potente que cualquier buque ingles de la zona (Atlántico sur y todo el Pacífico) desestabilizaría las fuerzas en su contra, y temían su llegada. Por tanto su desaparición y las evidencias que ellos mismos habían encontrado en las Shetland eran magníficas noticias para sus intereses que, por supuesto, iban a ocultar.
En los años siguientes la armada española se desmoronaría. Entrábamos en el decadente siglo XIX y las colonias se irán perdiendo poco a poco. Los escasos barcos útiles para defender las posesiones eran totalmente insuficientes. El imperio español tocaba a su fin y en estas circunstancias la suerte que hubiera podido correr el San Telmo no preocupaba a nadie. El barco se olvidó y la historia pasó página.
EN BUSCA DE PRUEBAS
A la Antártida llegarían después las románticas expediciones de conquista. Amundsen, Shackleton, Scott, etc… Todos se llevarían la merecida gloria de sus hazañas. Se les recuerda hoy por sus éxitos e incluso por sus fracasos. Y por el contrario, tan solo una triste placa en el panteón de los marinos ilustres de Cádiz recuerda de forma oficial a una tripulación desaparecida en la Mar del cabo de Hornos. Un desastre más entre muchos.
Pero en la década de 1990 las olvidadas evidencias históricas volvieron a tener su protagonismo. El catedrático Martín Bueno de la universidad de Zaragoza, junto con un grupo hispano-chileno de arqueólogos, geólogos y marinos de la Armada, organizó varias campañas arqueológicas de investigación in situ. El objetivo era buscar evidencias que aclarasen este desconocido y misterioso hecho de la historia antártica.
El caso del San Telmo era algo que se mencionaba en la historia del descubrimiento de la Antártida de una forma vaga. En la cartografía antigua aparecían nombres de islotes llamados Telmo Island. Los documentos archivados durante siglos y en secreto por al Almirantazgo ahora eran accesibles. Y con todas estas pistas era necesario ir a esos confusos lugares a ver si todo aquello era real.
En tres campañas sucesivas en las Shetland del Sur, los investigadores se toparon en un principio con abundantes restos de balleneros y foqueros que en su voracidad desmedida habían esquilmado estas islas varias décadas después de la llegada del San Telmo, entre 1820 y 1840. Su actividad y el hecho de encontrarse en el reino permanente del frío y la tempestad hizo que los posibles restos de madera y tablazón que del San Telmo quedara por las playas se utilizaran para calentarse y extraer la grasa. Hay que recordar que en este lugar cubierto casi permanentemente de hielo no existe la vegetación.
Aún así, con modernas técnicas catalogaron diversas anomalías magnéticas sumergidas que podrían ser cañones y anclas que aún están sin bucear. Levantaron la cartografía de esos lugares a los que ni en épocas modernas los barcos se acercaban, y en tierra encontraron algunos objetos sorprendentes: restos de telas de las que se usaban en los uniformes, sandalias típicas de los marinos españoles de entonces, objetos varios del momento, como vinajeras de plata y huesos de cerdo, animales que normalmente embarcaba la armada y que eran todos ellos difícilmente atribuibles a un ballenero. Todo esto junto con oquedades y precarios emplazamientos a modo de improvisados refugios que no habían pertenecido a los foqueros.
Se encontraban, por tanto, las primeras evidencias de lo que podía haber ocurrido con aquellos 644 hombres olvidados por la historia.
Con las investigaciones inacabadas, el misterio continua. Las pruebas no son concluyentes, ya que no hay ningún objeto atribuible directamente al barco. Pero las evidencias nos dicen que el San Telmo pudo llegar a la costa y la suerte de los marinos está aún sin resolver.
Si de alguna manera desembarcaron, lo que había allí no era mucho mejor que flotar en un océano antártico a la deriva. Según el último avistamiento desde las fragatas, el San Telmo se dejo de ver con daños en el tajamar, la verga mayor y el timón. Averías que dificultan la navegación pero que no hunden un barco. Esto hace suponer que el buque se quedaría a la deriva y su derrota lo llevó en unos días hasta impactar contra las islas. Llegaron cuando aún era invierno, con pocas horas de luz, a una costa desconocida por los humanos y cubierta de hielos. Los supervivientes que lograsen tocar tierra tuvieron que hacer frente a unas condiciones inhumanas. Según Miguel Aragón, coronel de la armada con una amplia experiencia en la Antártida y que formó parte del equipo arqueológico, la posibilidades de supervivencia fueron mínimas.
Cualquiera que se mojase o cayera al agua, ante la imposibilidad de secarse, moriría en pocos minutos. Además, la abundante fauna que por allí se puede encontrar, como focas o pingüinos, aún no había llegado por la migración estacional.
El frío intenso e insoportable, las congelaciones y la seguridad de que allí nadie les buscaría hizo el resto con los más fuertes aún vivos, muriendo poco a poco en una desesperación agónica.
UN LUGAR EN LA HISTORIA
Otra teoría apunta a que un grupo de supervivientes iniciales usara alguna embarcación menor para salir al mar e intentar salvarse. De la misma manera que un siglo después hiciese Shackleton. Pero sin saber dónde estaban, sin medios, sin preparación, sin ropas adecuadas y lo peor de todo, con la certeza de que nadie les buscaría porque esas islas sencillamente aún no existían. Evidentemente no tuvieron éxito. Los mares antárticos se los tragaron para siempre.
No se han encontrado aún huesos humanos. Pero esto no significa que no estén allí, ya que se buscó en zonas muy concretas y falta aún mucho por investigar.
Las campañas científicas no han concluido. Quedan por bucear las pruebas definitivas y recorrer amplias zonas de la costa. Pero aún así, con las evidencias que ya hay se puede decir que estos malogrados compatriotas fueron los primeros en pisar esas tierras y no los ingleses que la historia reconoce como tal. Y que aún sabiendo de la existencia del San Telmo, lo ocultaron para mantener sus intereses. La historia negra cuenta que William Smith se hizo macabramente su ataúd, que le acompañaría para siempre, con los restos de un cepo de ancla que encontró del San Telmo. Otra prueba más, según el profesor Martin Bueno, ya que si el ancla fue llevada a tierra, sería con objeto de tener un punto fijo en la costa y así formar una línea de vida para el desembarco de personas y objetos.
El mar está lleno de leyendas, y verdad o no, también contaban los viejos marinos de los últimos veleros, que al pasar el Cabo de Hornos, en las noches gélidas y de tempestad, era posible divisar a lo lejos un navío congelado a la deriva sobre un tempano de hielo gigante. ¿Sería este el viejo San Telmo vagando aún por el océano austral?
La investigación y los hechos ahí están. Estos marinos olvidados vivieron una muerte dramática en un continente helado que tanto elogia los finales así. Otros se han llevado la gloria incluso con finales desastrosos que todos aclamamos. Y sin embargo desconocemos nuestro propio pasado. Si el San Telmo hubiera llegado a su destino quizá otras páginas de la historia se hubieran escrito. Las colonias del Pacífico hubieran tenido otros protagonistas, al menos en los primeros compases de su independencia. Y si ese barco menor, que en la desesperación de una muerte segura se hizo posiblemente a la mar en el peor océano del planeta, hubiese tenido una suerte mejor quizá estaríamos hablando de las islas San Telmo, en vez de Shetland del Sur. De Diego Porlier como el primer humano en pisar la Antártida en vez de William Smith. Y quizá todas esas reclamaciones que los países hacen para repartirse el pastel de la Antártida en base a sus derechos históricos serían diferentes.
La historia no se puede cambiar y ellos no volvieron para contarlo, pero los hechos ahí están. Y en un centenario en que se van a recordar las hazañas antárticas, los 644 tripulantes del San Telmo aún están esperando que se les conceda un lugar y un reconocimiento en nuestra historia y en la de la Antártida.