Entre el paraíso y el infierno
Primero fue el Olimpo, y el cosmos entero parecía girar en torno a la ira y felicidad del todopoderoso Zeus. Así, cuenta la mitología griega que el propio dios furioso expulsó de su paraíso a Hefesto, su hijo recién nacido de la diosa Hera, feo y tullido, que rodó ladera abajo del Monte de los Dioses, rompiéndose las dos piernas. De allí lo rescataron las oceánides, que lo cuidaron durante nueve años e instalaron para él la fragua donde crearía las armas y los tronos para los demás dioses mitológicos. Ya fuera en el interior del Stromboli y del mismísimo Etna Virgilio describió la legendaria morada de Vulcano, su nombre en la mitología romana, de la siguiente manera: “A un lado de Sicilia, entre ella y Lipara, está una isla célebre, encumbrada sobre altísimas peñas que humean; debajo de la cual una gran cueva y muchas otras, como aquellas de Etna, con los ciclópeos fuegos carcomidas, retruenan y retumban de continuo. Allí mil yunques, con valientes golpes heridos, suenan con terribles truenos que en torno se oyen claros de muy lejos. Rechinan por las cóncavas cavernas barras y masas de encendido hierro; salen de mil hornazas vivas llamas: ésta es la casa y fragua de Vulcano de él dicen“Vulcania” aquesta isla”
Entre el paraíso y el infierno
Los volcanes han sido desde siempre protagonistas de mitos y leyendas de sus pueblos vecinos. Su carácter de montaña viva,de inquietante y gigantesca presencia, ha alimentado historias sobre el amor, el paraíso y el infierno, que han llegado hasta nuestros días, algunas de las cuales os paso a contar.
El destino de los malditos
Tal vez una de las imágenes más habituales a las que se asocian los volcanes sea la de la entrada al infierno. En Europa el mito de la Fragua de Vulcano sitúa el taller del adusto dios olímpico del fuego, repudiado por su fealdad, debajo del Etna o el Estromboli. Cuenta además que en las profundidades ardientes de la montaña elaboró las armas que vistieron otros muchos dioses como el casco y las sandalias aladas de Hermes, la égida de Zeus, el famoso cinturón de Afrodita, la armadura de Aquiles, las castañuelas de bronce de Heracles, el carro de Helios, el hombro de Pélope, el arco y las flechas de Eros, el casco de invisibilidad de Hades, el collar que regaló a Harmonía y el cetro de Agamenón.
La mitología griega incluye los rayos de Zeus y por supuesto el trono en el que se vengó de su propia Madre y volvió al Olimpo.
Asociado a este rincón del Mediterráneo, pero situada mucho más al norte y con mucho menos romanticismo, se encuentra la historia que rodea al volcán Hekla, al sur de Islandia, del que se decía que era una de las dos entradas al infierno (la otra era el Estromboli), donde arrastraba el diablo las almas de los condenados para enfriarlas después en el hielo del mar.
No fue hasta 1750 cuando los exploradores Eggert Olafsson y Bjarni Pálsson ascendieron a la cima y desmitificaron el terror que despertaba la montaña.
Algo parecido a lo del Hekla sucedía al otro lado del mar, en el Volcán Masaya, en Nicaragua, del que el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo escribió que la mujer que habitaba sus laderas, y a quien consultaban los indígenas, era una bruja que encarnaba al propio demonio que se suponía en el interior de aquella “montaña que arde”, como traduce su nombre. Posteriormente Fray Francisco de Bobadilla colocó una cruz a la orilla del cráter para exorcizar al demonio.
Y cómo no hacer referencia aquí a otro ser oscuro, esta vez muy cerca de casa. Guayota, el rey de los espíritus malignos de la mitología guanche, cuya morada era el Echeyde (Teide). Según la leyenda, Guayota secuestró al dios Magec (dios de la luz y el sol), y lo llevó consigo al interior del volcán, sumiendo a todo el mundo en la oscuridad. Los guanches pidieron clemencia a Achamán, su dios supremo y tras una encarnizada lucha, Achamán consiguió derrotar a Guayota, sacar a Magec de las entrañas de Echeyde y taponar el cráter con Guayota en su interior. Cuentan que el tapón que puso Achamán es el llamado Pan de Azúcar, el último cono, de color blanquecino, que ahora se ve coronando el Teide. Desde entonces Guayota permanece encerrado en el interior de la gran montaña. Cuando el Teide entraba en erupción, era costumbre que los guanches encendieran hogueras con el fin de espantar a Guayota o bien, según otra versión, para que si Guayota lograba salir de Echeyde, creyera que seguía en el infierno y pasase de largo.
A Guayota se lo representaba a menudo como un perro negro, acompañado de los Tibicenas o Guacanchas, su hueste de demonios. En muchos tubos volcánicos del Teide se han encontrado restos de ofrendas y vasijas con alimentos, por lo que se sabe que los guanches hacían ofrendas en la morada de Guayota para aplacar la ira de este demonio.
La similitud de los personajes mitológicos en distintas culturas es algo habitual, y la de Guayota con otras deidades malignas habitantes de volcanes no iba a ser una excepción. Se le suele encontrar parecido al otro lado del planeta, en el remoto Océano Pacífico, con Pelé, responsable, según la leyenda, de las erupciones del volcán Kilauea. La mitología hawaiana describe a Pelé como la diosa del fuego, el relámpago, la danza, los volcanes y la violencia, sin embargo la imagen de esta diosa ha llegado hasta nuestros tiempos más bien como la diosa de la pasión divina y de la energía purificante del fuego, una visión más amable que sin embargo se sigue asociando al Kilauea. De hecho, si atendemos a la simbología, todo lo relacionado con el volcán termina haciendo referencia a la diosa, como las llamadas “lágrimas de Pelé”, en realidad partículas de vidrio basáltico con forma de gota o esfera que se forman en fuentes de lava durante erupciones de las islas hawaianas, y que se solidifican con el aire en el material sobre el que caen. A menudo estas gotas suelen ser un extremo de los llamados “cabellos de Pele” . Éstos, como su nombre indica, son hebras de vidrio basáltico formadas en cascadas y coladas de lava veloces, que pueden llegar a medir menos de 0.5 mm de diámetro y hasta 2 metros de largo.
El Fuji, la inmortalidad
El Monte Fuji, imagen sagrada de Japón desde el siglo VII, es de los pocos volcanes del mundo que no han inspirado historias de miedo o basadas en el miedo. Su nombre, Fujisan, podría traducirse como “deidad del fuego” o “inmortalidad”, de ahí que la mayor de las leyendas asociadas a él sea la de la princesa Kaguya, hija de la Luna, una preciosa, y larga historia de amor, Taketori Monogatari, o “El cortador de bambúes”. En ella, Kaguya, una bella princesa llegada de la Luna y hallada en un tallo de bambú, es criada en una humilde familia, pero al hacerse mayor su belleza despierta el interés de príncipes llegados de lejos, incluso del Emperador, que sucumbe ante ella y se enamora. Kaguya- Hime, que conoce su destino, rechaza al Emperador y explica a su familia que una de las causas es que tarde o temprano tendrá que regresar a donde pertenece.
Antes de partir le deja al enamorado un poema y un cántaro con el elixir de la inmortalidad que habían traído sus criados de la Luna.
La puerta del más allá
Es difícil encontrar un volcán del cinturón de fuego del Pacífico que no cuente con una leyenda, eso sin contar las historias de erupciones reales que parecen en ocasiones de ciencia ficción, como la brutal explosión del Krakatoa en 1883, mencionada ya en otras páginas de este boletín. La historia de los volcanes del actual Parque Nacional de Tongariro, en Nueva Zelanda, es la siguiente: los montes llamados Taranaki, Ruhapeu, Ngauruhoe y Tongariro vivían juntos cerca de Pihanga, encantadora montaña cubierta por un bonito y frondoso bosque. Los montes se enamoraron perdidamente de ella, pero fue Taranaki quien se atrevió a dar el primer paso en busca de su amor. Tongariro, también enamorado, sufría de celos y comenzó una terrible batalla entre los dos mientras Ruhapeu y Ngauruhoe observaban recelosos. La tierra hizo temblar el suelo, el cielo se oscureció y las montañas estallaron a causa de su enfado. Cuando la batalla acabó, la encantadora Pihanga se fue cerca de Tongariro, el gran vencedor. Taranaki, con mucho dolor y resentimiento, sacó sus raíces del suelo y abandonó el lugar que compartía con los demás y se fue rumbo al oeste, dejando una profunda zanja en su camino. Cuando alcanzó el mar, giró hacia el norte y tropezó con la costa, donde los Pouakai Ranges le pusieron una trampa y consiguieron atraparle, y allí se quedó hasta nuestros días. Al día siguiente una corriente de agua brotó de un lado del monte Tongariro y rellenó la profunda zanja que Taranaki había dejado en su viaje hacia la costa, formando el famoso río Whanganui. Fieles creyentes de la leyenda, que termina prediciendo que algún día Taranaki volverá a enfrentarse a Tongariro, los maoríes evitan vivir entre estos dos volcanes.
La historia del Kelimutu, en la isla de Flores, es más bien una creencia, y es que en sus cráteres aún activos, y que concentran gran concentración de minerales, existen ahora tres lagos de colores: el Tiwu Ata Mbupu o Lago de los Ancianos, de color azul casi negro; el Tiwu Nua Muri Koo Fai o Lago de los Hombres, turquesa; y el Tiwu Ata Polo o Lago Encantado, de color marrón. Los lugareños creen que, cuando alguien muere, su espíritu se dirige al Kelimutu para sumergirse en una de las tres lagunas, dependiendo del momento de la vida en el que se encuentran, por edad o carácter. El lugar es venerado por los habitantes de la isla de Flores desde hace siglos, pero en occidente no se conoció este rincón tan especial de la isla hasta que lo vio y difundió el holandés Van Such Telen en 1915. Desde entonces una oleada de turistas visitan cada año Kelimutu y sus lagos de colores.
Ararat: el Cielo tal vez era esto
La historia del inactivo volcán del Monte Ararat, situado en Turquía, a un paso de la frontera de Irán y Armenia, es la del Diluvio Universal y su imagen la de la intervención divina. El gran secreto que guardan sus laderas de nieves perpetuas es dónde esconde los restos del Arca de Noé, aquella que embarrancó después de 40 días con sus noches de tormentas e inundaciones, y que debería ser eterna, o por lo menos incorruptible: “que el decimoséptimo día del séptimo mes, el arca se detuvo sobre las montañas de Ararat” (Génesis 8,4).
La aventura de poder hallarlos ha motivado expediciones desde tiempos inmemoriales.
En la Edad Media, el monje Rubriquis, enviado del rey francés Luis IX ante al Gran Khan, visitó Armenia en 1255 y escribió: ‘Muchos han tratado de subir a su cima y no han podido. Me refirió aquel obispo que un monje se afanó mucho en el intento, y musulmanes de la región aún afirmaban que el arca se encontraba en la cima, intacta”. La primera ascensión moderna completada con éxito fue la del alemán Friedrich Parrot en el año 1824. “En 1955, una expedición retornó con una pieza de madera encontrada en un lago helado, que resultó ser no más vieja que el siglo V de nuestra era. El astronauta norteamericano James Irwin protagonizó otra 1982 sin hallar rastro de la preciada reliquia” (Jaume Barttolí, Revista Altair, nº 11).
Para mantener viva la leyendaexiste otra teoría sobre unas imágenes captadas en la parte más elevada del Monte Ararat, hacia la zona este de Turquía, que se atribuyen a una gran “anomalía” y que bien podría ser el Arca de Noé, según investigaciones que Porcher Taylor ha venido realizando con imágenes satelitales desde 1995. El tamaño de la formación según estas imágenes, 309 metros, equivaldría a los 300 por 50 codos que medía el Arca de Noé, como lo explica el libro del Génesis. Sin embargo, no existen pruebas arqueológicas válidas que demuestren la existencia real del Arca.
La otra orilla del Pacífico
He dejado Latinoamérica para el final de este artículo, aunque haya pasado sin mencionar África y el imponente Kilimanjaro y me deje en el tintero demasiados mitos alrededor de volcanes que deberían estar aquí. Bien es cierto que la historia del leopardo congelado en las nieves perpetuas de la gran montaña de Tanzania no corresponde a un mito sino a una anécdota cierta y documentada ocurrida en 1926, y no es precisamente lo que nos ocupa ahora.
Mi propósito aquí era acercarnos a las leyendas inspiradas por las montañas de fuego alrededor del mundo y observar que, a pesar de las distancias geográficas y las diferencias culturales, el amor, vida y la muerte ocupan desde siempre la cabeza de los hombres.
Desde Mëxico hasta Chile, el amor y el sacrificio son los protagonista de la gran mayoría de los mitos referidos a volcanes, empezando por el gran Popocatépetl del que ya hacemos referencia en este boletín. En la mitología mexicana, Iztaccíhuatl fue una princesa que se enamoró de Popocatépetl, uno de los guerreros de su padre.
Su padre intentó evitar ese amor, pero los dioses le entregaron la eternidad convirtiéndolo en volcán, a cambio de custodiar a la princesa Iztaccihuatl. Entre la espesa selva costarricense se esconde el Poás, uno de los volcanes más fieros del país centroamericano. En torno suyo habitan muchos animales salvajes, entre los que se encuentran cientos de aves cantoras y con plumajes de vistosos colores, pero entre todas ellas sólo una es muda: el rualdo, el protagonista de una de las leyendas indígenas más conocidas del país.
Dicen que hace siglos, antes de que llegaran los españoles, el canto del rualdo era uno de los más hermosos y melodiosos de la selva. En sus límites, cerca del volcán Poás había un poblado indígena donde vivía una hermosa muchacha huérfana amiga de los pájaros, en cuya choza anidó una pareja de rualdos que desapareció dejando un polluelo. La joven crió al pajarillo hasta que creció y se hizo fuerte y cantarín, alegrando la casa de la solitaria muchacha. Un día, la tierra tembló violentamente y los habitantes del poblado entraron en pánico: el volcán había despertado y había que calmar su furia. El brujo más anciano decidió acercarse a la lava para saber qué quería el furioso dios insatisfecho: un sacrificio humano, el de la doncella más hermosa del poblado. Aunque la muchacha no quería morir, pronto comprendió que era imposible luchar contra su destino. Su vida y su belleza eran el precio que había que pagar para salvar a los suyos de una muerte segura, asíque se entregó a los sacerdotes. Acercaron a la joven al borde humeante del Poásmientras el rualdo, sobrevolando el cráter, le habló al volcán en el lenguaje de la naturaleza: “a cambio de su vida te ofrezco la armonía de mi voz”. Entonces el rualdo cantó como nunca antes lo había hecho. La maravilla de sus melodiosos trinos vibraron en el ambiente callando el rugido de la propia montaña. El Poás lloró de ternura y sus lágrimas llenaron el cráter ahogando el fuego en medio de una gran humareda. La muchacha salvó su vida y la selva perdió el canto del pájaro, pero el volcán le concedió brillo al verde, azul y dorado de sus plumas convirtiéndolo en una de las aves más espectaculares de Costa Rica.
Cuentan que el Poás a veces llora recordando el noble gesto del rualdo, y por eso a veces deja escapar chorros de vapor caliente como lágrimas tardías del gran dios del fuego.
En la cordillera andina
Si nos vamos a Chile, escucharemos la historia del volcán Osorno; según dice, en un día de primavera la tribu Huilliche, que habitaba a sus pies, convocó a todos los caciques de las tribus de hasta 300 leguas a la redonda para participar en celebrar Nguillatun, una fiesta sagrada que se realizaba cada cuatro años para dar gracias y pedir una buena vida al padre creador y dueño de todo el universo.
Allí llegaron los jóvenes Millaluan, hijo del cacique Mapuche, y Ailef, la hija del cacique Huiliche, que, por supuesto, se gustaron. En uno de los paseos por la zona, la pareja se detuvo a observar la gran montaña que presidía el paisaje. El chico lo llamaba “Pirepillan”, la chica, Hueñaca. “Cuando era niña, decía Ailef, no me importaba que cada visitante lo llamara de una manera diferente. Pero ahora me confundo con tantos nombres. Cada una de las tribus le da distintosnombres como, Chodhueco, Quetrupe, Pire, Pirepillán, Purailla, Purarrahue o Prarauque. Tantos nombres para una sola montaña de nieve, ni los mismos adultos saben de lo que están hablando. Además no creo que al espíritu del volcán le agrade, estoy segura que eso provocará el enojo de Hueñauca”. Dicho y hecho.
Al anochecer, el joven mapuche observó las llamas en la cima del volcán y cundió el pánico en la aldea. “- ¡Ngunechén!, ¡dueño de la tierra y el firmamento!, ¡el Hueñauca a comenzado a vomitar fuego! El volcán empezó a botar lava y piedras ardientes que caían sobre la aldea. El terror hacía estragos entre los habitantes y las visitas. En ese momento Millaluan dijo al padre de Ailef:- ¡Venerado Kumillanca, creo que sé porqué el espíritu del volcán esta furioso!. Ailef me dijo ayer tarde que el volcán se enojaría si lo seguimos llamando de diferentes maneras. Kumillanca se acercó a su hija y le preguntó que podían hacer. Entonces Ailef dijo que el volcán quería que todos le llamaran por un solo nombre y que éste fuera sagrado. Así Kumillanca reunió a todos los caciques y tomaron la decisión unánime de llamar al volcán con el nombre de Hueñaunca. Al rato todo volvió a la calma y todos los aldeanos y visitantes se sintieron muy felices.”
Don García Hurtado de Mendoza rebautizó esta montaña sagrada en honor a su suegro el conde Osorno, en 1558. Un poco más al norte, entre Bolivia y Chile, se encuentran los Payachatas (“gemelos” en aimara), cuya leyenda parece inspirada en Romeoy Julieta, con el componente dramático de una naturaleza imponente. Dice que en tiempos incas el príncipe y la princesa de dos tribus rofundamente enemistadas se conocen por cosa del destino y entre ellos nace un profundo amor. Pero el odio entre ambas tribus no entendía este sentimiento y, ante la imposibilidad de separar a los dos jóvenes, recurren a la magia, pero no funciona. La propia naturaleza al verlos acongojados sufre, la luna y las nubes lloran, los lobos aúllan y torrenciales tormentas azotan para advertir a las tribus de su error. Pero las familias no entienden las señales de la naturaleza y continúan recurriendo a distintos artilugios para separar a la pareja que, por supuesto, fracasan.
El sacerdote de una de las tribus decide que lo mejor es el sacrificio y una noche sin luna, príncipe y princesa son asesinados. Como era de esperar, la furia de los dioses y la naturaleza se desata en forma de intensas lluvias y truenos que borran de la faz de la tierra a ambas tribus enfrentadas. En su lugar aparecieron dos grandes lagos, el Chungará y el Cota-Cotani, donde se dice que se ve pasar a los jóvenes príncipes en canoa, por fin juntos, y dos hermosos volcanes, El Parinacota y el Pomerame, dos tumbas para tan gran amor.
Podría seguir subiendo Andes arriba y desviarme contando maravillosos mitos y leyendas. Me dejo en el tintero la historia del indio dormido y la de Misti Tupac, condenado por los dioses a ser volcán para controlar su cólera, ambos en Perú; y la historia de amor y celos entre el Chimborazo y Tungurahua y Cotopaxi; y aún algunas más del resto de la Avenida de los Volcanes en Ecuador, más las de Perú, Colombia, El Salvador y las que esconden las nubes del Mombacho, en Nicaragua. Hay mucha montaña humeante y cráteres desgastados por el paso del tiempo y la naturaleza, casi invisibles. Muchas historias y leyendas y pocas páginas. Pero los mitos persisten en el fuego de los volcanes.