Texto: Emma Lira
Boletín 61 – Sociedad Geográfica Española – Las islas Filipinas y España
En el siglo XVI las Islas Filipinas quedaban muy lejos de España. La distancia geográfica era la misma que ahora, evidentemente, y la emocional seguramente menor, pero las noticias que llegaban desde aquel archipiélago del Pacífico tenían el toque onírico de las leyendas. O al menos contaban con sus mismos ingredientes: botines incalculables, marinos arrojados y feroces piratas.
Piratas en Mindanao
Los piratas son, en cualquier océano, y casi en cualquier época, proporcionales a la riqueza que se desplace sobre sus aguas. Por eso en un archipiélago formado por aproximadamente siete mil islotes llenos de esteros, manglares, pasos de arenas cambiantes y calas recónditas y engañosas, era cuestión de tiempo que una población para la que la navegación era algo inherente, optara por buscar opciones más lucrativas que la pesca, el transporte o el pequeño comercio. Quizá los negocios domésticos se hubiesen desarrollado en paz durante los siglos anteriores, pero a partir del siglo XVI, cuando la Administración española puso a Filipinas en el mapa del mundo también sacó a la luz todas sus riquezas. Y con ellas, sus miserias. El galeón de Manila, el emblemático referente de un rico comercio marítimo que se desplazaba de Acapulco a Manila dos veces al año, engrosando las arcas de la Corona española, despertó enseguida las ansias de botín, sobre todo por parte de chinos y de ingleses, pero también las de unos bandoleros mucho más cercanos y, aunque menos experimentados, mucho mejor conocedores del archipiélago: los piratas moros.
LOS PIRATAS MOROS, DUEÑOS DEL MAR DE JOLÓ
Piratas, porque a eso se dedicaban, y moros, porque así se autodefinían. Aproximadamente un 10% de la población filipina, los musulmanes de Mindanao, Jolo y Palawan, recibe aún a día de hoy, el adjetivo de mora. Esta nación mora englobaba entonces una población híbrida, unos 13 grupos étnicos, descendientes del mestizaje entre chinos, árabes, malayos y, en ocasiones, españoles. Convertidos al Islam durante los siglos XV y XVI, rendían pleitesía a su propio sultán, y su actividad se centraba principalmente en la agricultura, la pesca y la fabricación textil. O al menos así fue hasta que inmensas cantidades de un suculento botín extraído por extranjeros, y con destino a puertos también extranjeros, comenzó a moverse por aquel mar familiar frente a sus ojos. Las actividades de bandolerismo proliferaron rápidamente, ayudadas por el factor sorpresa y la singular orografía del archipiélago, y, así, las zonas de Mindanao, Joló y Borneo se convirtieron pronto en el coto de caza de los denominados piratas moros, que comenzaron a asaltar las zonas costeras en busca de botín y esclavos, produciendo graves perjuicios a la administración española, y convirtiéndose de facto en los dueños del Mar de Joló durante prácticamente los siguientes 300 años. Los piratas moros tenían sus propias embarcaciones, sus propias armas y su propio modus operandi. Blandían krais, dagas curvas diseñadas para matar; navegaban en proas o garays que podían transportar de 50 a 100 tripulantes, y armaban sus bajeles con tres cañones giratorios que llamaban lantakas. Las proas eran veloces, ligeras y muy ágiles, tan capaces de asaltar buque mercantes, como de desembarcar en zonas costeras en busca de esclavos. Se calcula que, desde el año 1600, los piratas moros esclavizaron así a más de 20.000 cristianos. Muchos de ellos, precisamente, para servir como galeotes a bordo de las embarcaciones de sus propios secuestradores.
LA RESPUESTA ESPAÑOLA
Impelido a hacer algo por la Corona y por los jesuitas, muy influyentes en el gobierno de Filipinas, el gobernador general de la plaza, Sebastián Hurtado de Corcuera, decidió emprender una campaña enérgica contra los piratas del Joló. En el año 1635, y tras 2 años de campañas, consiguió conquistar diversas islas del sur, apoderándose de más de 100 embarcaciones, destruyendo 16 pueblos, y acabando con la vida de unos 600 moros, no sabemos si todos ellos piratas. En 1638 emprendió su ofensiva más ambiciosa: la conquista de la isla de Joló. Con una escuadra de 80 buques, a bordo de los cuales navegaban unos 600 españoles y 1.000 tagalos, se enfrentó a una isla defendida por más de 4.000 efectivos y a las poderosas murallas de la fortaleza del sultán de Joló. El sitio se saldó con la muerte de 500 moros y 60 hispanos. El sultán pudo escapar, sin embargo, y, como luego pasaría en repetidas ocasiones, aunque los españoles se apoderaran de la plaza, el problema volvería a reproducirse con el tiempo: en cuanto alguien pudiera armar a un puñado de hombres que no tuvieran nada que perder. Sería un par de siglos más tarde, en el año 1848, cuando se planeó una nueva campaña con objeto de terminar con las constantes escaramuzas. La expedición de Balanguingui fue una campaña anfibia, organizada por el gobernador general Narciso Clavería y Zaldúa, para arrebatar a los piratas moros la isla de Balanguingui, en el archipiélago de Joló, utilizada como base para sus actividades de rapiña. Compuesta por 19 buques de guerra la expedición llegó el 12 de febrero a Balanguingui, una pequeña isla cubierta de manglar y selva y defendida por cuatro fortalezas. Eran Sipac, Balanguingui, Sungap y Bucotingol, instaladas sobre precarios bancos de arena y construidas por troncos de árboles, que llegaban a levantar hasta 20 metros de altura. La primera fue tomada tras un desembarco, un bombardeo naval y un asalto. La segunda y tercera solo pudieron ser ocupadas tres días más tarde en un cruento asalto, y una semana después, aproximadamente, las tropas españolas se hicieron con el fuerte restante. La campaña supuso un duro golpe para los piratas, quienes, además de ver destruidas sus fortalezas, se enfrentaron a la pérdida de más de 150 embarcaciones y a la liberación de más de 500 cautivos que mantenían retenidos. Se cuenta que muchos de ellos, al verse perdidos, se lanzaron contra las bayonetas de los sitiadores o sacrificaron a sus propias familias para que no cayeran en poder de los atacantes. Las tropas españolas, por su parte, sufrieron alrededor de 240 bajas, pero, a efectos oficiales, la campaña desplegada había sido todo un éxito, y durante muchísimo tiempo se redujeron en gran manera las actividades de los piratas moros contra las posesiones coloniales hispánicas en la región.
MITO Y REALIDAD DE SANDOKÁN
Sandokán, el Tigre de Malasia surgido de la pluma del escritor Emilio Salgari, cuyo rostro se asomó a nuestras pantallas televisivas en la década de los 70, escenificaba la figura del capitán pirata al mando de una tripulación de desharrapados enfrentándose, al final, tanto a la figura del sultán todopoderoso como a la de los colonizadores blancos, en una serie de maniobras híbridas entre el bandolerismo y la lucha antiimperialista. En un momento en que Kipling glosaba a los generales ingleses que combatían la piratería, Salgari tuvo la osadía de crear a un antihéore que se enfrentaba a ellos. James Brooke, el “rajá blanco”, su archienemigo inglés en las novelas de Salgari, existió en la realidad. Se llamaba así, vivía en Sarawak en la década de 1840, y dirigía una pequeña armada contra los piratas moros: en 1843 atacó a los bucaneros de Malludu, y en junio de 1847 llevó a cabo una importante operación en Balanini, en la que decenas de proas fueron capturadas o hundidas. Durante una confrontación con seis garays de los illanun en 1862, el capitán y heredero del rajá, John Brooke, hundió cuatro de ellas embistiéndolas con su vapor de cuatro cañones, el Rainbow. Brooke fue un personaje real que combatió la piratería, para salvaguardar sus costas y proteger sus propios intereses comerciales, Y también Sandokán, el mito de Salgari, estaba basado en un personaje real, Carlos Cuarteroni, un marino gaditano que navegó los mares de Filipina y Borneo como explorador, cartógrafo y bandolero, antes de dedicarse a combatir la piratería, y a emplear su propia riqueza para comprar cuantas almas cristianas encontraba en poder de los piratas.
SIGUEN LOS ENFRENTAMIENTOS ENTRE ESPAÑOLES Y PIRATAS
En este siglo XIX, y ante una amenaza que no cesaba, la Armada española emprendió diversas campañas contra los piratas, atacando los sultanatos que se desperdigaban en torno a Joló que les servían de base. Los enfrentamientos a corto plazo terminaban siempre con victoria española, por su superioridad tecnológica, naval y militar, pero, ante la imposibilidad de mantener guarniciones sobre el terreno, el problema se reproducía una y otra vez. Uno de los hitos más curiosos tuvo lugar en el asalto a Pagalungán. Tuvo lugar en 1859, cuando el gobernador español, ante un rebrote de las razzias moras, organizó una flota para atacar su fuerte, una fortaleza que se consideraba inexpugnable, pues con la pleamar el agua llegaba hasta los muros, impidiendo así un desembarco y el consiguiente ataque por tierra. Contra todo pronóstico, los cañones españoles lograron romper las cadenas que cerraban el acceso al río y se dio, entonces, orden a la goleta Constancia de que se lanzara a toda máquina contra la posición, con sus marinos encaramados a jarcias y vergas. Al llegar a las murallas, los hombres de abordaje pasaron del barco al fuerte, unos corriendo sobre tablas tendidas y otros sobre el bauprés, ante la sorpresa de los defensores moros, que veían como la misma naturaleza que garantizaba su defensa se convertía en su perdición. Pagalungán fue tomada y destruida junto con el resto de bastiones y la flota de proas enemigos. Aunque la piratería aún duraría medio siglo más, la Constancia protagonizó así el primer y único caso conocido de abordaje a una posición terrestre.
LOS PIRATAS DEL 2000
Las condiciones orográficas que convierten a un conjunto de siete mil islotes en una base perfecta para dedicarse a la piratería continúan siendo las mismas, y los motivos para dedicarse a ella no han cambiado tanto. En el año 2000, 21 personas fueron secuestradas por el grupo yihadista Abu Sayyaf, en la isla de Sipadan, mientras disfrutaban de una jornada de buceo, para ser rescatados, meses después, en la isla de Joló, base del grupo criminal. En 2013 un turista taiwanés fue asesinado al intentar evitar ser secuestrado junto a su mujer, quien corrió mejor suerte y fue liberada 36 días después. En el año 2016 un turista alemán que ancló su embarcación cerca de la isla donde operan los grupos criminales, fue secuestrado, y, al no obtener por él ningún rescate, fue asesinado. Aunque en los últimos tiempos el secuestro de pescadores malayos y filipinos, así como los asaltos a cargueros han aumentado, los turistas siguen siendo el objetivo principal, tanto por su repercusión mediática, como por los ingresos obtenidos de gobiernos que, como China, pagan los rescates exigidos por los secuestradores. Esta tensa situación provocó, ya en el año 2013, la creación del ESCOM, un grupo de vigilancia formado por militares malayos, filipinos e indonesios, tres países que se han tomado muy en serio este problema, ya que afecta directamente a su economía. La creación de este cuerpo supone que los militares de los tres países trabajen de forma coordinada, compartiendo patrullas, vigilancia e inteligencia, pero también implica dejar de lado ciertas rencillas históricas, y permitir que las fuerzas marítimas de cada uno de los países implicados tenga poder para actuar en las aguas jurisdiccionales de los otros, algo mucho más fácil sobre el papel que en la práctica.
LA PRESENCIA DEL YIHADISMO
Por otra parte, el botín que los piratas que operan en los mares de la zona buscan obtener en la actualidad tiene más que ver con intereses políticos que con simples riquezas. Desde reivindicaciones territoriales, como quien ostenta la soberanía de Sabah, hasta las guerrillas islamistas, la más violenta de las cuales, Abu Sayyaf, busca crear su propio sultanato en Mindanao, y ha llegado a jurar lealtad al Estado Islámico. Pese a la declaración de intenciones del gobierno filipino, dispuesto a distanciarse de esta influencia y a combatir el yihadismo en sus costas, es innegable que desde marzo de 2016 se ha registrado una oleada de incidentes de secuestros extorsivos en esas aguas, especialmente, frente a la costa oriental de Sabah. Los ataques, atribuidos al grupo extremista Abu Sayyaf, preocupan por la evolución de su modus operandi, que no se limita a asaltar embarcaciones lentas y fáciles de abordar, como remolcadores, barcazas o barcos de pesca de arrastre, sino que se atreven con naves más grandes y veloces. Las acciones comienzan a exceder incluso a las fuerzas de los países implicados, hasta tal punto que Manila ha solicitado recientemente a China y Estados Unidos que contribuyan a la seguridad marítima en aguas internacionales de la región. Los piratas moros, que hace cuatro siglos sembraron el terror en los mares desde su base segura de Mindanao, vuelven a ser parte de la historia de Filipinas. Y ahora, de la presente.