Juan de Novoa. Un explorador gallego en la Armada de Portugal
Por Enrique Morales Cano
Bibliografía: Boletín 53 – Imperio Otomano
Nacido en Maceda en 1460 y establecido en Lisboa casi treinta años después, desempeñó un importante papel en la historia de la navegación portuguesa, sirviendo primero a Juan II y siendo más tarde hombre de confianza de Manuel I el Afortunado. Descubrió la isla de Santa Elena y la de Ascensión, realizó tres viajes a la India en busca de las muy codiciadas especias, y destacó por sus buenas artes diplomáticas.
De Maceda a Lisboa
La historia de este noble gallego nacido en Maceda (Orense), Juan de Novoa para los españoles, Joao da Nova en el ámbito histórico portugués, se remonta a la Era de los Descubrimientos. Se trata de un complejo personaje para una época también compleja, que forma parte con todo mérito y honores de esa desdichada legión de seres injustamente olvidados, de quienes ya nadie se acuerda, ni apenas consta memoria. Originario del castillo de Maceda, en medio de un entorno paradisíaco, pertenecía por derecho propio a la baja nobleza gallega. Las perdurables sevicias cometidas contra el campesinado gallego se habían hecho ya por entonces tan ostensibles como crónicas, y así, ante las atrocidades de todo sesgo cometidas contra el campesinado, optó el gallego por marcharse. Tal decisión le supondría a Xoan cruzar para siempre la raya portuguesa para salvar la cabeza en lo mejor de su existencia, la treintena. Ya no volvería más a la amada tierra. No obstante, dadas sus buena cualidades, enseguida entra con buen pie a servir a Portugal, volcado entonces en la conquista del norte de África y deslizándose en sucesivos descubrimientos por la costa occidental africana, en busca incansable del cruce del Atlántico con el Índico que les llevaría directamente a la India, el capital mundo de las especias.
Una vez en Lisboa se hizo amigo de Tristán de Acuña, favorito del rey Manuel I y figura de máximo y reconocido esplendor en todos los terrenos públicos imaginables, sociales, culturales y sobre todo financieros. Con este “comodín” en mano y las habilidades y conocimientos públicamente desplegados, Novoa se haría, a no muy tardar, con la alcaldía de Lisboa, y bajo su férula recaería también la seguridad ciudadana lisboeta, así como las implícitas funciones de guardián del estratégico castillo de San Jorge. Pero su mundo no era el de la burocracia, lo oficinesco ni el alto funcionariado, aunque tan bien supiera, no obstante, lidiar con todo ello; ni la codicia le cegó nunca desde los puestos que paulatina y gustosamente mantenía correspondidos y ciertamente conquistados. Su afán era proseguir el latido explorador y seguir los pasos de los primeros pioneros en pos de la India, seducción a la que ya habían caído en pleno, por su parte, tanto Gama como luego a continuación Álvares Cabral.
Al mando de La Flor de la mar
Cuando Novoa (o da Nova) marchaba firmemente ya a la India sin más tropiezos, encomendado a Dios y la mayor de las fortunas, Cabral, en cambio, andaba perdido por algún lugar del universo marino. Acabando por devolver apenas siete de los 13 navíos con los que partiera de Lisboa, dos de los cuales, además, vacíos en contenido de especias: razón por la cual quizá la acogida en la corte no fuera especialmente tan allegada como otras, ni tan calurosa. Nervioso, pues, Manuel I por falta de noticias ultramarinas, ordena entonces al gallego encabezar la III flota hacia el Indostán, al frente de cuatro carabelas, cuyo buque insignia -que comandará siempre-, ofrece el bello nombre de “Flor de la mar”, en español. Sería el título que, en adelante, llevarían sucesivas naves capitanas de la Armada lusa.
A su feliz regreso, sin más contratiempos que el cruce del siempre temido Cabo de Buena Esperanza, Juan de Novoa descubre la isla de Santa Elena, auténtico bastión reparador a lo largo de toda la extensísima y peligrosa “Carrera de la India”. A la ida, había avistado ya otro enclave isleño, igualmente aislado en la inmensidad del vacío navegable, Concepción, por todas partes marginado de tierra e incrustado en medio de la nada del Atlántico Sur, luego conocido por Ascensión. Tiene la isla la implícita particularidad de disponer de la mejor aguada de “la Carrera de la India”, así como de haber sido el lugar de natural anclaje, hospital, reposo de la tripulación y reaprovisionamiento de naves. Sin olvidar el determinante factor de servir de punto de encuentro para reagrupar y defender las flotas provenientes del rico Malabar indostánico, constantemente atacadas por sus enemigo. Cada vez más cargadas de preciadísimas y caras especias, estaban permanentemente bajo el acecho de las flotas holandesas, primero, y más adelante de otras potencias europeas.
Novoa cruza, pues, el Cabo de Buena Esperanza en que entrechocan las aguas frías con las más cálidas índicas, y llega final y bonanciblemente a Cananor con la suerte permanentemente de cara. Una vez llegado a la costa india, y gracias a sus buenos oficios y fácil labia, se gana para Portugal la voluntad del rey local. En realidad, pese a exigidos intentos comerciales, previamente evidenciados y comandados por Gama y Cabral, de sustentar firmes bases económicas en la zona, es da Nova, sin embargo, quien formalmente funda la primera factoría sobre bases operativas estables en dicha localidad costera. Tal negociación le supone cargar las naves de preciosísimas especias y regresar a casa con cuantos navíos partió sin contratiempos. Algo que, sin embargo, raras veces solía ocurrir, a causa de ataques o fieros temporales que desbarataban las escuadras anuales a la India.
Mientras el imperio ultramarino español, por su parte, se estaba asentando sobre las tierras más cercanas de América, los portugueses se meten de lleno por su parte en la auténtica “boca del lobo”. Unos mares y unas tierras pisadas y disputadas por imperios tan sólidos, fuertes y aguerridos como los persas, hindúes o como los mogoles. Sin contar tampoco -en tránsito por la costa oriental africana rumbo al Malabar- con la virulenta y combativa animadversión demostrada por algunos enclaves árabes y negros. Tan solo los comisionistas de especias venecianos, que comerciaban el producto con Europa vía Mediterráneo, eran institucional y cordialmente aceptados a base de acuerdos, entramados, y encontrados intereses.
Enfrentamiento naval en la bahía de Cananor
En este entorno histórico, dispuesto Juan de Novoa a zarpar hacia Portugal con las naves casi repletas de especias, y coronar así con indudable éxito tan arduo periplo (que le llevaría incluso en su segunda expedición a la India, de 1505, a descubrir Sri Lanka), se dio de bruces con toda la bahía de Cananor bloqueada por fuerzas enemigos. Advertido por sus fieles de no plantar cara, pues el mínimo intento de cruzar esas aguas sin permiso conduciría a un devastador abordaje en masa, se le aconseja aceptar la situación y rendirse. Pero Xoan, sin dudarlo, ordena reagrupar desde “Flor de la mar” sus cuatro frágiles carabelas, frente a centenares de barcos de toda clase y pertrechos dispuestos a asfixiar sus planes y abordarle. Así, el gallego se lanza en tromba sobre la sólida y estructurada muralla enemiga, la atraviesa ante la estupefacción general y ,una vez realizada tal proeza, dispara contra ellos sus cañones de bronce haciendo añicos las embarcaciones de sus incrédulos enemigos, que disponiendo tan sólo de inferior artillería de hierro, se retiran derrotados. Llevando a la práctica una táctica de ataque que se consagró en la guerra naval hasta épocas muy recientes.
Victorioso, volvió en 1505 con su protector Tristán de Acuña al mando de una nueva flota expedicionaria a la India, pero una repentina ceguera de su amigo le obliga a salir de nuevo en solitario hacia el Malabar. A su regreso, problemas de salud y el mal estado de su nave le hacen recalar durante meses en las isla de Pemba, muy próxima a la costa africana. Allí llega a rescatarle Acuña, restablecido de su mal, comandando otra poderosa flota anual a la India. Repara la nave de Joao y trasvasa las codiciadas especias varadas en Pemba a otra embarcación, que dirige de inmediato rumbo a Lisboa.
Días de trabajo y olvido en Cochin
Pero la llegada de socorro de su providencial amigo ocasionará, no obstante, el comienzo de todas las sucesivas desgracias para Novoa, al surgir en escena su auténtica bestia negra, el mítico y legendario personaje asociado a Acuña Alfonso de Albuquerque, quien se enfrentará una y mil veces, humillándole, a nuestro gallego. Se producen, pues, a continuación múltiples enfrentamientos inútiles y atroces, y tras el fracaso de la toma de Adén, finalmente las fuerzas lusas se reunifican en la India, regida ya por su primer virrey, el loable Francisco de Almeida.
Allí, hasta su muerte en Cochín en 1509, Juan de Novoa sigue oponiéndose al de Alburquerque y, posteriormente, participa de forma activa en diversas y trascendentes batallas navales, que consolidan la primacía portuguesa en la zona. Fallecería en dicha ciudad portuaria en situación económica menesterosa, señalan las crónicas de los principales historiadores (Gaspar Correia, etc.), siendo precisamente su principal rival, Alburquerque, quien habría de pagarle el entierro. Lo cierto es que su verdadero patrimonio no está del todo esclarecido, pues, según se sabe, en su momento llegó a testar, dejando posiblemente legado a sus deudos. Incluso, al parecer, adquirió una casa al rey, adosada a la iglesia lisboeta de la Concepción (muy devota de los marinos próximos a zarpar) para edificar una capilla.
Hoy, Juan de Novoa, o Joao da Nova -como indistintamente se quiera- parece, en cambio, no existir en Portugal, España ni ninguna parte. Entre portugueses, quizá por oscurecer luces o ampliar sombras de los grandes mitos marinos de sus inmediatos precursores y pioneros en la apoteósica “Carrera de la India”, los Gama y Cabral. Así, en el mastodóntico monumento levantado en loor de los descubrimientos erigido en Lisboa, próximo a la maravillosa Torre de Belém, quedan esculpidos perdurablemente hasta los necesarios zapateros, cocineros y barberos acoplados a la magna gesta, pero ni rastro del bueno de Juan, que tanto hizo por arraigar el Imperio.
En España, la desatención sin duda se debe a la desidia hispánica hacia los propios que han llevado a cabo grandes proezas con otros. Pero ningún olvido puede borrar la obra hecha y bien concluida de Joao da Nova.