Texto: Mariano López
Boletín 75 – Sociedad Geográfica Española
Geografías míticas
James Benson Irwin, el octavo astronauta en pisar la Luna, realizó seis expediciones al monte Ararat en busca de los restos del Arca de Noé. Antes de Irwin, se sucedieron más de cuarenta expediciones con el mismo fin; después de Irwin, continúan. Otra arca bíblica, el Arca de la Alianza, también ha sido objeto de una singular, tormentosa, expedición. Mariano López recorre en este artículo la fascinante y sorprendente historia de la búsqueda de las dos arcas perdidas: el Arca de Noé y el Arca de la Alianza.
Robert Graves y Raphael Patai sostienen en su obra Los mitos hebreos que la ausencia de dioses y diosas en la Biblia, la presencia de un solo dios universal, impediría hablar con propiedad de mitos bíblicos. La mitología, un concepto griego, acoge historias que relatan la intervención de dioses y diosas en los asuntos humanos, una interacción que no se da en la Biblia. Tampoco lo permitiría la acepción que fue cobrando la palabra “mito” en el mundo grecorromano. En la Ilíada, mythos equivale a “dicho”, “conversación”, pero en la época en que los primeros cristianos difundieron los libros de los evangelistas, la palabra “mito” ya había empezado a significar “fábula”, “ficción” o “mentira”. Desde entonces, y en adelante, los textos cristianos evitan llamar “mito” a ningún relato bíblico, menos aún los de quienes creían -también los de quienes creen, hoy- que la Biblia responde literalmente a la palabra de Dios revelada.
¿Cabe, por tanto, hablar de mitos en la Biblia? ¿Ni siquiera en el relato de Noé y el arca? Dos textos antiguos son análogos al del Diluvio en el Génesis y nadie ha dudado nunca en calificarlos de mitos: uno acadio y otro griego. El acadio se encuentra en la epopeya de Gilgamesh, que también pertenece a la memoria de los sumerios, los hurritas y los hititas, según exponen Graves y Patai en la obra citada. En el mito acadio, el dios de la sabiduría, Ea, también conocido como Enki por los sumerios, advierte al protagonista de la narración, Utnapishtim, que otros dioses encabezados por Enlil, el creador, proyectan un diluvio universal para destruir a la humanidad por haber omitido los sacrificios de Año Nuevo. Para salvarse, debe construir un arca. En siete días, Utnapishtim construye un arca de seis cubiertas con la forma de un cubo exacto, con la que él y su mujer sobreviven a los efectos del Diluvio. En el mito griego, el dios Zeus decide desencadenar un gran diluvio para exterminar a la raza humana, como castigo al comportamiento impío y antropófago de los pelasgos, pero Deucalión, rey de Ptía, prevenido por su padre Prometeo, construye un arca. Asi logra escapar de los efectos del Diluvio, junto con su esposa Pirra.
El arca acadia termina su viaje, cuando las aguas descienden, en el monte Nisir, que se cree corresponde a la montaña conocida como Pir Omar Gudrun, situada cerca de Suleimaniya, en el Kurdistán iraquí. Nunca nadie ha buscado sus restos. El arca del mito griego fue a posarse en la cumbre del monte Parnaso, o quizás, según algunos, en la del Etna, y, según otros, en la del monte Atos o en la del monte Otris, en Tesalia. Hay dudas sobre la cumbre elegida, pero no las hay respecto a que nadie, nunca, ha intentado encontrar sus huellas. Por el contrario, el arca de Noé ha motivado -y seguramente seguirá motivando- expediciones al lugar donde, según el relato bíblico, acabo deteniéndose: el monte Ararat, el pico más alto del macizo de Ararat, en Turquía (5137 metros de altitud).
EL ARCA DE NOÉ EN LA BIBLIA Y EN EL CORÁN
En la Biblia, Yahveh decide exterminar a todos los humanos con la excepción del virtuoso Noé y su familia por medio de un gran diluvio. Ordena a Noé construir un arca de maderas resinosas, de 300 codos de largo, 50 de ancho y 30 de alto, con tres cubiertas, puerta a un costado y tragaluz en el techo de la cubierta superior. En el arca viajarían Noé, su mujer, sus hijos y las mujeres de sus hijos, dos setenas -siete parejas- , machos y hembras, de los animales puros y dos parejas, machos y hembras, de los impuros. Noé había cumplido 600 años de edad cuando las aguas inundaron la tierra. Estuvo lloviendo durante 40 días y 40 noches. Se rompieron todas las fuentes del abismo y todas las cataratas del cielo (las aguas sostenidas por la primera bóveda celeste del universo hebraico). Ciento cincuenta días después, cuando descendieron las aguas, el arca se posó sobre los montes de Ararat.
El Corán recoge también relatos sobre Noé, el arca y el Diluvio. Según Concepción Castillo (El arca de Noé en las fuentes árabes), el texto más completo coránico sobre el Diluvio se encuentra en la azora 11, aleyas 37 a 47. En estas aleyas, el castigo solo se refiere al pueblo de Noé, no a toda la humanidad; el arca tiene la forma de un animal (cabeza de gallo en su parte delantera, vientre de ave en su parte central y cola de gallo en la parte posterior); y, después de dar vuelta a la Meca, termina posándose en un monte que el Corán llama “Yudi”. Comentaristas orientales identifican Yudi con el monte Judi o Qardu, en la cabecera del río Tigris, mientras otros, más vinculados a la exégesis bíblica, lo hacen coincidir con el Ararat.
Tabla del diluvio.
LA TRADICIÓN ARMENIA Y LA PRIMERA ASCENSIÓN AL ARARAT
La tradición de la iglesia apostólica armenia sostiene que el eremita San Jacobo de Nisibis, que participó en el Concilio de Nicea (325 d.C.), trató de escalar el monte Ararat para encontrar el Arca. Según esta tradición, varios ángeles le ordenaron que dejara de intentarlo, pero premiaron su voluntad con un trozo del arca, una reliquia que fue a parar a la que se considera la catedral cristiana más antigua del mundo, la catedral de Echmiadzin, en Armenia, donde, conforme a la tradición armenia, se conserva la madera del arca junto a la lanza de la Pasión, la que atravesó el cuerpo de Cristo, y la mano derecha de San Gregorio, el evangelizador de Armenia.
Escalar una montaña de más de cinco mil metros no es una tarea fácil. No lo fue, al menos, durante siglos, hasta que se iniciaron las prácticas y técnicas del montañismo. La primera expedición al monte Ararat, registrada y documentada, fue dirigida por un pionero del montañismo: el naturalista alemán Johan Jacob Friedich Parrot. En su relato de la expedición, realizada en 1829, Parrot escribió que todos los armenios estaban firmemente convencidos de que el Arca de Noé se encontraba en la cima del Ararat.
Catedral de Echmiadzin
LA CAMBIANTE IMAGEN DEL ARCA: CAJA, BARCA, SÍMBOLO
La expedición de Parrot y su crónica motivaron nuevas expediciones en busca del Arca. Pero, ¿qué esperaban encontrar? La idea del Arca -su forma, sus dimensiones, sus materiales- ha ido cambiando desde sus primeras representaciones hasta hoy. La imagen más antigua presenta el arca de Noé como una caja. Según expone Jorge Francisco Liernur (El Arca de Noé y la arquitectura del Humanismo), la representación del Arca como caja se basa en la descripción del Diluvio que realiza la versión latina de la Biblia, que emplea la palabra “arca” y no otras designaciones que identificarían la construcción como una nave o una embarcación.
También en la versión hebrea, que emplea la palabra tevah, un vocablo que solo se usa en la Biblia en otra ocasión: para designar el receptáculo en el que Moisés fue depositado en el Nilo. Para el Arca de la Alianza, se emplea otra palabra: el término aron. Por eso, explica Liernur, en el mundo judeo cristiano el arca fue durante doce siglos una caja, no muy diferente de la que transportó a Moisés. La imagen del Arca como caja puede verse en los frescos en las catacumbas de Roma, las iluminaciones del manuscrito del Beato de Liébana, las ilustraciones de la Biblia de Ávila o la imagen de la Catedral de Santa María de Gerona, entre otras.
A partir del siglo XII, se multiplican las representaciones que identifican el Arca de Noé con un barco, o, como precisa Liernur, con un paralelepípedo ubicado dentro de una quilla que lo transporta, una imagen defendida y explicada, por primera vez, por el teólogo cristiano Hugo de San Víctor, en 1141, con tanto éxito que ha sido la imagen del Arca predominante hasta nuestros días.
Bramante, Rafael y Miguel Ángel aportaron sus propias visiones del Arca en algunas de sus más excelsas pinturas. En su caso, y en el de otros pintores, como el del luterano Lucas Cranach, el tratamiento del Arca resultaba siempre simbólico, al servicio de la alegoría general de la obra. Un planteamiento al que pondría fin el canon estético que surgió de las veinticinco sesiones del Concilio de Trento (1563).
Entrada de los animales al arca de Noé
ATHANASIUS KIRCHER Y LA NUEVA VISIÓN DEL ARCA
A partir del Concilio de Trento, el texto bíblico debía ser entendido en sentido literal. La Biblia, según el nuevo canon, no hablaba en metáforas. El Sol giraba en torno a la Tierra porque así lo expresaba el libro de Josué, cuando Yahvé hizo que el astro se parara en medio del cielo para facilitar el la victoria de Josué en Gabaón. Negar la correspondencia con la realidad de este relato le costaría muy caro a Galileo. En cuanto al Arca, la nueva exégesis obligaba a demostrar qué dimensiones habría de tener para alojar a todos las especies de animales del planeta, cómo podía navegar, de qué madera habría sido hecha, qué sistemas habrían empleado Noé y su familia para introducir los animales, alimentarlos durante ciento cincuenta días y mantener limpia el arca y, por fin, dónde se había detenido después del Diluvio cuando descendió el nivel de las aguas.
En auxilio de los códigos de Trento, pronto llegó una nueva imagen del Arca, presentada y desarrollada por el jesuita alemán Athanasius Kircher, políglota, erudito, estudioso del magnetismo, la luz, el vulcanismo, experto en griego y hebreo, en la lengua copta y los jeroglíficos egipcios, autor de 44 libros de los temas más diversos entre los que se encuentra el que dedicó, por encargo de la Compañía de Jesús al Arca de Noé. Inspirado en la obra del monje francés Johannes Buteo, Kircher desarrolla la necesidad de concebir el Arca como un paralelepípedo con cubierta a dos aguas, dividido en tre niveles, de un tamaño comparable al que ocupaba la ciudad de Roma. Kircher detalla en su obra el número de plantas, secciones y perspectivas del Arca, las funciones de sus habitáculos, los sistemas de alimentación posibles y hasta un método para las evacuaciones. Conforme a su texto, el Arca que llegó a Ararat era un imponente edificio rectangular de madera, de una madera -dice Kircher, cerrando la especulación sobre este punto- ”apta para la fabricación del Arca”.
Maestro Französischer
MÁS DE CUARENTA EXPEDICIONES AL MONTE ARARAT
Las búsquedas del Arca continuaron después de la expedición de Parrot, a finales del siglo XIX, y tras el obligado paréntesis de las dos guerras mundiales, se incrementaron a partir de los años cincuenta del pasado siglo. Se calcula que desde entonces a hoy, se han registrado más de cuarenta expediciones en busca del Arca. El industrial francés Fernand Navarra protagonizó tres expediciones sucesivas: en 1952, 1953 y 1955. En su tercer viaje, afirmó que tanto él como su hijo Raphael, que le acompañaba, vieron lo que parecía ser la silueta de un barco bajo el hielo. En una grieta profunda, lograron encontrar una madera que, según las pruebas que realizaron a su regreso a Francia, tenia aproximadamente 5000 años, la edad que debía tener el Arca de Noé.
Afirmaciones como la de Navarra alimentaron -y alimentan- la fe de quienes creen que hay restos del Arca en el monte Ararat. En 1971, el recién creado Institute for Creation Research (ICR),un instituto entregado a la apología del creacionismo y a la interpretación de la Biblia como una sucesión de hechos históricos, promovió la primera de sus expediciones al monte Ararat. Liderada por el director del ICR, John D. Morris, la expedición estaba formada por jóvenes voluntarios que cumplían con los dos únicos requisitos exigidos: debían financiarse ellos mismos el viaje y estar capacitados para contar su experiencia a la vuelta.
Morris y su grupo de voluntarios fracasaron en su intento de alcanzar la cumbre. Bandidos kurdos saquearon su campamento. Tres miembros fueron derribados por un rayo. Otros le disputaron a Morris su liderazgo, lo que le llevó a concluir que Satanás se había apoderado del espíritu de la expedición. Según su testimonio, hubo avistamientos del Arca, pero ninguno concluyente. En sus libros Adventure on Ararat y The Ark on Ararat sostiene que el Señor revelará donde está el Arca en un tiempo de su elección. Grupos afines al ICR defienden que la localización del Arca es conocida por los gobiernos de Rusia y de Estados Unidos, que la ocultan como igualmente ocultan los datos que poseen sobre la visita de extraterrestres.
LAS SEIS EXPEDICIONES DEL OCTAVO HOMBRE EN LA LUNA
De todas las expediciones realizadas en busca del Arca, las más afamadas han sido las protagonizadas por el octavo hombre que caminó sobre la Luna: el astronauta estadounidense James B. Irwin. Después de su misión en el Apolo 15, que aterrizó en la Luna en 1971, Irwin renunció a seguir formando parte del cuerpo de astronautas, fundó una organización evangélica y anunció que pensaba dedicarse a difundir “la buena nueva de Jesucristo”.
Irwin dirigió seis expediciones al monte Ararat en busca del Arca. En la primera, en 1982, se separó de su cordada cuando creyó haber visto, como en una revelación, un atajo para subir a la cima. Sufrió una caída que le causó lesiones en las piernas y la cara y le impidió continuar, le rescataron al día siguiente y le llevaron de vuelta a la base. Tan solo un mes después, volvió a intentarlo, en esta ocasión con su esposa y su hijo. De nuevo, tuvo que abandonar, esta vez por la dificultad que suponía emprender la escalada sin equipo, ni siquiera una mochila. Años después, su esposa Mary, expresó dudas sobre la capacidad mental de Irwin, que podía haberse visto afectada por su caída en la primera expedición. En 1983, Irwin volvió a intentarlo, al frente de una expedición de 22 montañeros. Una tormenta de nieve les obligó a retroceder. El astronauta reanudó la búsqueda del Arca en el Ararat en 1984, 1985, 1986 y 1987, en esta última ocasión asociado con John D. Morris y el ICR. El estado de su corazón, afectado por arritmias, le impediría nuevos intentos. “Hice todo lo que pude -declaró Irwin, tras su abandono-, pero el Arca sigue eludiéndonos. Creo que es hora de que otros emprendan su búsqueda”. Efectivamente, otros, como el empresario hawaiano Daniel Mc Givern, han continuado buscando el Arca, traspasado el umbral del siglo XXI.
LA EXPEDICIÓN PARKER Y EL ARCA DE LA ALIANZA
Otra arca bíblica, el Arca de la Alianza, también ha atraído buscadores, entre ellos el filólogo, poeta y espiritista finlandés, director de la biblioteca municipal de la ciudad de Víborg, Valter Henrik Juvelius, quien llegó a estar convencido de que había descubierto en el libro de Ezequiel un código oculto que revelaba la situación del Arca de la Alianza en un túnel al sur del Monte del Templo, en Jerusalén. Juvelius llamó la atención con su presunto descubrimiento y consiguió reunir socios y dinero para organizar una expedición en busca del Arca y obtener, por medio de sobornos, los permisos necesarios para excavar en Jerusalén. Con sus socios, en 1908 constituyó la empresa JMPVF Ltd, nombrada conforme a las iniciales de los cinco expedicionarios principales: el propio Juvelius, el ingeniero John Millen, el conde Montagu Brownlow Parker, el capitán de navío Frederick Vaugh y el empresario George Fort. Parquer, quinto conde de Morley, fue quien se encargó de gestionar los permisos ante las autoridades otomanas, que acabarían llamando al grupo de Juvelius la Expedición Parker.
La Expedición Parker estuvo excavando en Jerusalén durante tres años, desde 1909 hasta 1911 inclusive. Drenaron el túnel de Siloé, construido por el rey Ezequías 700 años antes de Cristo, por donde pasa la principal fuente de agua potable de la ciudad. Encontraron restos de cerámica, algunas tumbas y otros objetos de escasa relevancia. Con todo, llamaron la atención del barón Edmond James de Rothschild, filántropo y coleccionista judío, un destacado sionista que antes de 1900 ya había financiado en Palestina varios asentamientos judíos. A Rothschild le espantaba la idea de que el Arca de la Alianza fuera a parar a manos de una expedición formada por no judíos. Compró las tierras donde estaba excavando la Expedición Parker, expulsó de las mismas a Juvelius y a sus socios, les prohibió el acceso, y formó una nueva expedición, dirigida por el arqueólogo francés Raymond Weill para que prosiguiera la búsqueda.
A pesar de la acción de Rothschild, el conde de Morley continuó sobornando funcionarios y la Expedición Parker pudo continuar sus excavaciones en 1911, ahora en un lugar más relevante que el túnel de Siloé: en el propio Monte del Templo, bajo la Explanada de las Mezquitas.
Parker había logrado sobornar el gobernador, al guardián oficial de la mezquita de Al-Aqsa, y a la mayoría de los guardias musulmanes de la Explanada. Los sobornos de Parker permitieron a los buscadores excavar, disfrazados de árabes, en la Explanada, un lugar sagrado para judíos y musulmanes. Un guardia al que no habían logrado sobornar les descubrió y las autoridades no tuvieron otro remedio que ordenar su captura, en medio de un grandísimo escándalo.
LA HUIDA Y EL TRÁGICO FINAL DE LOS EXPEDICIONARIOS
Nuevos sobornos permitieron a todos los miembros de la Expedición Parker escapar, por poco, a bordo del yate del propio Parker. Aún no habían alcanzado aguas internacionales cuando se extendió el rumor de que se llevaban consigo el Arca de la Alianza. Las protestas se extendieron por todo Jerusalén. Aumentaron las manifestaciones, incluso hubo huelgas que exigían castigar a los culpables, capturar a los huidos y recuperar lo robado. El gobernador y el guardián principal de las Mezquitas fueron descubiertos y destituidos. Mientras, los miembros de la Expedición Parker llegaron a Gran Bretaña sin que dieran noticia de haber encontrado tesoro alguno.
De vuelta a Londres, acuciado por los inversores y por sus propios empleados, convencidos todos de que había huido con el Arca o con algún otro tesoro del Templo de Salomón, Parker volvió a solicitar permiso del gobierno de Constantinopla para excavar en Jerusalén, permiso que le fue denegado. No hubo trato de favor, al contrario: el gobierno otomano reclamó ayuda internacional para detenerle y enjuiciarle. A favor de la detención, se manifestaron periódicos ingleses, suecos, rusos, otomanos y estadounidenses, entre ellos el New York Times. El estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914, disipó todo interés en la causa contra Parker, quien participó en la contienda y fue condecorado con la Cruz de Guerra de Francia, aunque nunca llegó a entrar en combate. En 2021, el novelista inglés, especializado en relatos históricos, Graham Addison publicó Raiders of the Hidden Ark, que narra la historia de la Expedición Parker. Según Addison, sus excavaciones orientaron el trabajo de los arqueólogos israelíes Ronny Reich y Eli Shukron, que en 1995 excavaron en el túnel de Siloé y la fuente de Gihón y finalmente los abrieron al público. También relata Addison la desventurada fortuna final de los miembros de la Expedición. En pocos años, después de abandonar Jerusalén, tres murieron de muerte repentina, uno se volvió loco, dos perdieron toda su fortuna y uno fue deportado. Juvelius fue el único que tuvo un retiro apacible. Retomó su trabajo como bibliotecario, publicó, en 1916, un libro de cuentos que incluía un relato sobre las excavaciones en la Explanada, y acabó anunciando nuevos códigos ocultos en la Biblia, que, como el presunto enigma revelado de Ezequiel, no llegaron a servir para nada.
Arca de Noé