Texto: Carlos García  Gual

Boletín 75 – Sociedad Geográfica Española

Geografías míticas

Si existe un lugar mítico en nuestra cultura mediterránea ese es la Atlántida, una isla situada más allá de las Columnas de Hércules, mencionada por Platón, y que llegó a alcanzar un gran poderío. Su nombre y su inmensa influencia han llegado hasta nuestros días rodeados de un aura prodigiosa.

LAS BASES DEL RELATO

El relato fundamental sobre la Atlántida se encuentra en un texto tardío de Platón, en su diálogo Timeo (24-5) y se prolonga en otro diálogo posterior, aún más tardío e inacabado, el Critias (108-125).

PALABRAS DE PLATÓN

“Admiramos muchas y grandes hazañas de vuestra ciudad, pero una de entre todas se destaca por su importancia y excelencia. En efecto, nuestros escritos refieren cómo vuestra ciudad detuvo en una ocasión la marcha insolente de un gran imperio, que avanzaba desde el Océano Atlántico sobre toda Europa y Asia. En aquella época se podía atravesar aquel océano porque había una isla delante de la desembocadura que vosotros llamáis de las Columnas de Heracles. Esta isla era mayor que Libia y Asia juntas y de ella los de entonces podían pasar a otras islas y de las islas a toda la tierra firme que se encontraba frente a ellas y estaba rodeado por el océano auténtico… En dicha isla, Atlántida, había surgido una confederación de reyes grande y maravillosa que extendía su poder sobre ella y muchas otras islas, así como partes de la tierra firme. En ese continente dominaban también los pueblos de Libia, hasta Egipto, y de Europa hasta Tirrenia.

Toda esa potencia unida intentó una vez en un ataque esclavizar a toda vuestra región, y la nuestra, y el interior de la desembocadura. Entonces, Solón, el poderío de vuestra ciudad se hizo famoso entre todos los humanos por su excelencia y audacia, pues superó a todos en valentía y en artes guerreras, dirigió en un momento a la lucha a los griegos, y más tarde se vio obligada a combatir sola cuando los otros desertaron, corrió los peligros más extraordinarios y dominó a quienes nos atacaban. Alcanzó así una gran victoria e impidió que los aún no esclavizados lo fueran y al resto, a cuantos habitábamos más acá de los confines heraclidas, nos libertó generosamente. Posteriormente, tras un violento terremoto y un diluvio extraordinario, en un día y una noche terribles, vuestra clase guerrera se hundió de golpe toda bajo tierra, y la isla de la Atlántida desapareció de la misma manera, hundiéndose en el mar. Por ello aún ahora el océano es allí intransitable e inescrutable, porque lo impide la gran masa de arcilla que produjo la isla al hundirse en aquel lugar y que se encuentra sumergida a poca profundidad.”

“Acabas de oír un resumen, Sócrates, de lo que contaba el anciano Critias según noticias de Solón.”

LA FUNDACIÓN DE LA LEYENDA

Como se ve, aquí Critias cuenta a Sócrates una fabulosa historia que había oído a su abuelo, también llamado Critias, de un relato que éste había escuchado del viejo Solón. Es decir, un mythos, puesto en circulación por acreditados sabios atenienses, y que Solón, según Platón, habría escuchado en Egipto, tierra de fabulosas memorias. Mythos y lógos son aquí términos contrapuestos, aunque no en nuestro texto, y sin embargo queda claro que el relato reviste una cierta ambigüedad, un halo fabuloso que lo distancia de cualquier precisa narración histórica. Pero lo que aquí queremos resaltar es que estas palabras de Platón inician o fundan la leyenda de una gran isla atlántica, fabuloso y poderoso imperio frente a la costa occidental de África, que parecía amenazar a las ciudades europeas, pero luego quedó sumergido, tragado para siempre por una gigantesca catástrofe oceánica. Este relato a nosotros ahora nos suscita pronto un curioso paralelo: el de otra isla fabulosa, llamada Utopía, que inventaría el humanista británico Thomas Moro unos dos mil años después del diálogo platónico.

Pero Platón vuelve a tratar de esa mítica Atlántida para insistir en el esplendor de su civilización, y en el trágico final de la gran ciudad sumergida por designio de los dioses como castigo a su arrogancia. Ese es el relato que hallamos en el Critias. Cuenta allí que la catástrofe sucedió hace nueve mil años y la fabulosa Atlántida desapareció sumergida por un maremoto y “forma ahora un lodo intransitable que impide el paso por aquel espacio marino a los que por allá navegan”. Los dioses que antes habían impulsado su brillante civilización castigaron la arrogancia de sus habitantes cuando estos se excedieron en su orgulloso poderío. Pagaron las culpas de su hybris. “Pero cuando desapareció en ellas la parte divina, pues se había mezclado arrogancia y un vano poderío”, cuando desapareció en ellos la parte divina, pues se había mezclado en exceso con la humana, y se comportaban de forma indecente, y parecían muy vulgares y soberbios y habían perdido lo más noble y preciado, y, no pudiendo llevar una vida unida a la auténtica felicidad, se creían bellos por completo y felices rebosando una injusta arrogancia y un vano poderío” los dioses los aniquilaron a los fabulosos isleños sumergiendo su gran ciudad en el misterioso Océano. De modo que, en resumen, así fue como aquella fastuosa civilización isleña de fabuloso poderío y mítico esplendor desapareció tragada por las aguas oceánicas como castigo a la impiedad y soberbia de sus gentes. De ella sólo quedó el fabuloso mito que algunos egipcios contaron a unos sabios turistas griegos.

Es curioso que algunos arqueólogos europeos, desde finales del s. XIX, hayan creído encontrar en ese trágico final de la isla un eco de la catastrófica destrucción de tierras y palacios minoicos por un tsunami, causado por la erupción del volcán de la isla de Tera (Santorini) en los últimos siglos del segundo milenio a.C. Ese gran terremoto, que alteró una amplia zona del Egeo, pudo haber inspirado el relato que reconfigura unos siglos después el mito platónico, que, a larga distancia de siglos, lo recompone cambiando escenario y lo recuerda como motivo mitológico tomado de una tradición egipcia, recogida por ilustres viajeros griegos. Esta tesis ha tenido notables partidarios, como el famoso arqueólogo Spiridon Marinatos, pero está muy discutida.

Arriba, Ellanicus Atlantis. Abajo, La reina Antinéa

EL MUNDO MISTERIOSO DE OCCIDENTE

Para los griegos, el gran mar oceánico, que comenzaba a partir de las míticas Columnas de Heracles, fue durante largo tiempo un ámbito misterioso, ya que sus naves no podían avanzar hacia el desconocido occidente, dado que desde el siglo V a.C. los cartagineses dominaban toda esa zona del sur de Hispana y los pasos del estrecho. Pero, antes, algunos viajeros griegos llegaron hasta el sur de Hispania, como Coleo de Samos, que, según cuenta Heródoto, había visitado Tartesos, hacia el 630 a.C., y un tal Midácrito, que, según cuenta Plinio, habría llegado acaso hasta las costas gallegas, y un Eutímenes de Massalia, que pudo llegar a recorrer costas africanas y admirarse de las mareas de la costa y divisar desde su nave un río con hipopótamos y cocodrilos. Pero luego el océano se convirtió, como se ha escrito, “en un gran coto privado de los cartagineses”, que dominaron las rutas de los ricos yacimientos de metales como el oro y la plata, y también los caminos hacia el estaño y el ámbar.

Y es muy justo recordar a los grandes y audaces viajeros cartagineses, como los hermanos Hanón e Himilcón, que recorrieron con una amplia flota gran parte de la costa africana bajando hasta cerca de la desembocadura del Níger, cerca de Guinea, visitaron buena parte de las costas desérticas y algunas islas de los archipiélagos cercanas. Las noticias sobre estos tan extraordinarios viajeros nos han llegado en el texto latino de una Ora Marítima tardía, pero no cabe duda de que “el periplo de Hanón es el fascinante recuento parcial de uno de los viajes más épicos de la historia”.

El sueño de la Atlántida

LA EXPLORACIÓN HACIA EL ATLÁNTICO NORTE

No sabemos qué motivos impulsaron a Píteas de Masalia, hacia el 320 a.C., a lanzarse a su gran viaje de exploración por las costas del desconocido Atlántico norte, es decir, a circunnavegar las costas del Atlántico Norte desde la Bretaña continental hasta las Islas Británicas y, tras recorrer sus costas, proseguir mucho más allá hasta el lejano norte, alcanzando al parecer la antes misteriosa y fabulosa isla de Tule (Islandia). (Es curioso advertir que, como investigadores modernos han destacado, parece que Píteas no partió en su nave atravesando el estrecho de Gibraltar, controlado aún por los cartagineses, sino, probablemente, desde algún puerto de la Galia, tal vez desde el estuario de la Gironda). En fin, después de concluir con feliz éxito su largo y asombroso periplo, Píteas volvió a su ciudad y escribió el relato de sus aventuras y exploraciones en un tratado que tituló “Sobre el océano”.

Citaré el claro comentario de B. Cunlife: “En un único libro, Píteas describía con detalle la naturaleza del océano, con sus mareas y sus fieras tormentas, sus islas y sus habitantes, y sus gélidos confines septentrionales. En lo sucesivo, el mundo entero lo sabría todo acerca de la extracción y distribución del indispensable estaño y del extraordinario ámbar. Por fin, los lejanos confines del mundo comenzaban a tomar forma”. El relato de tan fabuloso como verídico y audaz recorrido, se perdió pronto, pero muchas de sus noticias fueron recogidas pronto por diversos historiadores helenísticos, latinos y griegos. Parece oportuno recordar que ese viaje por el entonces aún desconocido espacio marino del occidente europeo es casi coetáneo, es decir, sólo unos lustros posterior, al heroico avance de Alejandro y sus tropas por el Oriente, hasta los antes misteriosos confines del norte de la India.

Volcán de Santorini

HACIA EL ATLÁNTICO SUR

Como último ejemplo de audaz viajero griego, quiero recordar como tardío ejemplo del intrépido Eudoxo de Cízico, quien, a finales del s.II a.C., se empeñó en un viaje de circunnavegación de África, partiendo de Gadira (i.e. Cádiz) y con arribada final en el puerto de Alejandría en Egipto. Su historia la cuenta Estrabón (Geografía, libro II,4) tomándola de Posidonio.

El texto de Estrabón es interesante, porque quiere dar una idea muy crítica del navegante, como un tipo quimérico y muy arriesgado, y de un merecido fracaso final. Cuenta que, tras realizar algunos viajes desde Egipto hasta la costa de Etiopía, una vez ya en Alejandría, se entusiasmó con su proyecto de dar la vuelta al continente africano partiendo de Cádiz. Creo que vale la pena citar unos párrafos de ese texto.

“Cayó en la cuenta Eudoxo de que era posible hacer el periplo de Libia (África), volvió a su patria, invirtió toda su fortuna y se hizo a la mar. Con que llegó primero a Dicearquia, luego a Masalia y luego, siguiendo la costa, hasta Gadira (Cádiz). Divulgando sus planes por todas partes y, enriqueciéndose, equipó un gran navío y dos chalupas como las de los piratas, y embarcó a jóvenes cantantes, médicos y otros artesanos y zarpó después hacia la India, impulsado por un continuo viento del Oeste. Pero, al cansarse sus compañeros de navegar, se acercó, a su pesar, a tierra, por temor al flujo y reflujo de las mareas. Y, sin embargo, sucedió lo que él ya se temía: el barco embarrancó de forma que no quedó totalmente desvencijado, sino que pudieron poner a salvo rápidamente en tierra el cargamento y la mayor parte de las maderas. Con ellas construyó una nueva chalupa, semejante a un barco de cincuenta remeros, y zarpó y navegó hasta encontrar unos hombres que pronunciaban palabras que él reconocía. Y con ello se dio cuenta de que los hombres de aquel lugar eran de que los etíopes y que estaban en los límites del reino de Bogo. Y abandonando su navegación hacia la India se dio media vuelta; y en su navegación costera vio una isla rica en agua y en árboles… Llegado sano y salvo a Maurusia (Mauritania), viajó a pie hasta encontrar a Bogo …”

“Pero advirtió que el rey pensaba venderlo como esclavo, o dejarlo en una isla desierta, y escapó. Y de nuevo, ya en Iberia, intentó reunir gente y provisiones para regresar a aquella isla africana y proseguir la navegación. Así acaba el relato de Estrabón, basado en el del filósofo Posidonio, y agrega, citando al famoso autor con cierta sorna:

“Yo, dice Posidonio, hasta aquí he llegado en la historia de Eudoxo; lo que sucedió después es posible que lo sepan los de Gadira e Iberia.” Me parece muy interesante este apunte sobre la figura del esforzado Eudoxo. Ciertamente fracasó, aunque al parecer no perdiera de todo el ánimo aventurero. Su idea fundamental, por la que tanto arriesgó era acertada: era posible su proyecto de circunnavegación del continente africano saliendo del puerto de Cádiz y acabando el largo viaje en un puerto de Egipto. (Cierto es que el continente africano era bastante más extenso de lo que él pudo imaginar).

*CARLOS GARCíA GUAL, es escritor, helenista, crítico y traductor. Miembro de la Real Academia de la Lengua. Catedrático emérito de Filología Griega de la Universidad Complutense de Madrid 2023.

Hanon el cartaginés