Texto: Emma Lira

Boletín 75 – Sociedad Geográfica Española

Geografías míticas

Hay lugares que nunca existieron, pero cuyos nombres nos evocan realidades maravillosas; reinos que se trazaron sobre un mapa sin que nadie los hubiera visto; ciudades soñadas o imaginadas que pervivieron en la memoria de navegantes y exploradores durante siglos. En Europa, gran parte de esos lugares fantásticos se situaron en el Lejano Oriente durante siglos. En algún caso, el halo fabuloso de sus riquezas alentó sueños, provocó expediciones y derivó en descubrimientos de otros mundos, nunca antes soñados.

En el extremo occidental del mundo, donde la tierra amenazaba con acabarse abruptamente y abrirse en un abismo, el Extremo Oriente era algo inabarcable, terreno propicio para la fantasía. Sus crónicas arrastraban el eco maldito de los ejércitos de Alejandro Magno, rebelándose contra su general, e incapaces de continuar más allá hacia lo desconocido. Sus riquezas ya eran estimadas por los prolijos historiadores romanos y su estética se teñía del aroma de las fábulas con que Marco Polo, casi 1500 años después del general macedonio, se decidió a describirlas. En la imaginación humana, Oriente alcanzaba proporciones casi míticas. Poblaciones humanas de rasgos impensables, distancias no concebidas en Europa, montañas magníficas e infranqueables… Oriente sonaba a fábula ya mucho antes de que el comerciante veneciano lo materializase en su Libro de las Maravillas, sin imaginar ni por un momento, que sus crónicas excitarían la imaginación de navegantes, clérigos, exploradores, y ávidos lectores que seguirían sus pasos, física o metafóricamente hablando, muchos siglos después.

“Es el país más hermoso y magnífico del mundo”. Así describía Marco Polo su impresión inicial al descubrir la India, un subcontínente tan rico y extenso que fue, desde el primer momento, objeto de descripciones fascinantes. En la Antigüedad, proliferaron las suposiciones más extravagantes sobre su flora y su fauna. Hasta la Edad Media, la India fue aquel inmenso territorio, situada al este, en el extremo de la Tierra, el lugar por donde nacía el Sol. Quizá por eso se le adjudicaban un calor sofocante, la existencia de animales animales fabulosos como el fénix o el unicornio, y un sinfín de riquezas admirables. Los animales jamás vistos y las riquezas intocadas serían consecuencia lógica de su lejanía y su climatología adversa.

En el siglo XIII, Giovanni di Montecorvino tuvo el privilegio de hacer el primer retrato de los habitantes de aquel exótico país. Los indígenas de la costa de Malabar no eran, según reseñó, «realmente negros, sino oliváceos; están bien proporcionados, caminan descalzos, no se afeitan y se lavan muchas veces al día». Era la primera descripción física de un mundo nuevo.

EL PAÍS DE LAS ESPECIAS, LOS LEONES NEGROS Y LOS REYES MAGOS

Marco Polo llegó a la India dos siglos antes de que fuera conquistada por el imperio mongol y recibiera la influencia del Islam. Quedó deslumbrado, no solo por sus parajes y sus riquezas, sino por la espiritualidad de sus habitantes. La India fascinó en el imaginario occidental hasta tal punto que se ubicaron allí el paraíso terrenal y el país de origen de los Reyes Magos. Los animales descritos por Marco Polo estaban a la altura de las expectativas: «Los leones son negros. Y hay loros de diferentes especies, ya que los hay blancos como la nieve con las patas y el pico negros. Los hay también rojos y azules, que son la cosa más hermosa de ver del mundo […].

Por supuesto, el comerciante veneciano no olvidó mencionar las enormes cantidades de pimienta, jengibre, algodón e índigo que se encuentran en la provincia de Gujarat. Quizá esta fastuosa y pormenorizada colección de riquezas, alentaran la idea occidental de acceder directamente y sin intermediarios a un mundo cuyas rutas comerciales estaban en manos de los árabes tras la conquista de Constantinopla. En un mundo presuntamente redondo, si el Este estaba cerrado, siempre quedaría el camino del Oeste. Quizá esta idea bullera en la cabeza de Cristóbal Colón, cuando suplicó a la reina Isabel de Castilla que le concediera el mando de una flota.

EL MÁS INMENSO DE LOS PARAÍSOS SOÑADOS

Dicen que Colón estaba fascinado por el Libro de las Maravillas de marco Polo, en cuyas descripciones, a diferencia de muchos otros personajes de su tiempo, creía a pies juntillas. Más allá de la India se adivinaba Catay, probablemente el más inmenso de esos paraísos soñados. Catay arrastraba reminiscencias del país de los sederos, que mencionaban los escritos de Plinio el Viejo y Séneca. Sus habitantes se hacían llamar khitán y su mítico país, ubicado en el norte de Asia y de una extensión aproximada a la actual China, pronto se acomodó a la idea occidental del paraíso. Para darle unas lindes bíblicas se ubicó allí el legendario país de Gog y Magog, pero sus parajes y sus gentes eran absolutamente desconocidas

Marco Polo es uno de los primeros que describirá sus paisajes y sus orillas. “Un mar tan largo y ancho que, según sabios pilotos y marineros que por allí navegan y saben decir muy bien la verdad, tiene 7448 islas, la mayoría de ellas habitadas », escribe. Dicen que sus fabulosas descripciones del palacio desmontable del Gran kan y los techos de oro de sus pagodas alentaron aún más las ansias de riqueza del almirante.

Arriba, Emperatriz Ki de la Dinastía Yuan (China). Abajo, “Los argonautas partiendo de Colchis” de Roberti.

LA FABULOSA ISLA DEL ORO MAS ALLÁ DE CATAY

Cipango era otra de esas geografías fabuladas que excitaron su imaginación. A diferencia de India o Catay, nadie, había estado nunca allí. Marco Polo hablaba de oídas; también a él le habían contado historias de aquella fabulosa isla más allá de Catay, “a 1500 millas de tierra firme”, aseguraba. Marco Polo escribiría de sus gentes que eran “altas y apuestas, idólatras e independientes”. Y, por supuesto, aunque no las había visto con sus propios ojos, no se olvidó de mencionar sus riquezas: “Pocos mercaderes van allí por lo lejos que queda de tierra firme. Esta es la razón de la profusa abundancia de oro”.

Cuando embarcó en el puerto andaluz de Palos de la Frontera, el 3 de agosto de 1492, Cristóbal Colón estaba obsesionado con la idea de abrir una nueva ruta para llegar a la India, Catay y Cipango por el oeste para explotar sus extraordinarios tesoros. Por ello, cuando llegó a las Antillas, y pasó de San Salvador a Haití, estaba convencido de haber alcanzado la India y de encontrarse a solo unas jornadas de navegación de Catay y Cipango. La naturaleza desbordante y los indígenas, tan afables como los descritos por el veneciano dos siglos antes, corroboraron su creencia.

Según la tradición, fue al término de su tercer viaje cuando Cristóbal Colón, asombrado por las dimensiones de ese nuevo mundo, comprendió que aquella tierra no podía ser una isla. No estaba frente a Cipango, como él pensaba, sino en el umbral de un continente desconocido que se erguía como un obstáculo insoslayable en la ruta de la India… Los cartógrafos se adhirieron a esta hipótesis: dibujaron al oeste una tierra de contornos indefinidos y al este de la India, Catay y Cipango. Esta disposición de los continentes y las islas en los mapamundis, con Asia a la derecha y América a la izquierda, terminaría por imponerse poco a poco, resolviendo con dignidad la incógnita sobre aquel vacío que separaba Catay y Cipango de las nuevas tierras descubiertas. No sería hasta 1566, en el mapa de Bolognino Zaltieri, cuando Cipango se convertiría por vez primera en Japang.

LA TIERRA DE LOS DRAGONES Y LOS DIABLOS

Pero antes de llegar a Cipango; antes de llegar incluso a Catay, había otra tierra cuyo nombre ocupaba un sitio privilegiado entre aquellos ávidos de aventuras y descubrimientos. Era la mítica Tartaria, la tierra de los diablos, el pueblo euroasiático que ya en el siglo XIII se extendía desde los Urales hasta el Océano Pacífico una raza de hombres impíos, herederos de aquel imperio mongol, cuyas hordas llegaron casi al corazón de Europa, infundiendo pavor. El privilegio de hacer desaparecer la frontera invisible que separaba el occidente medieval de aquel imperio del fin del mundo le había correspondido también a Marco Polo que fue embajador en la corte de Kublai Kan durante 17 años, hasta el punto de que, a su vuelta a Italia su aspecto, según sus coetáneos, era el de uno de esos tártaros tan temidos. Nunca más tendría Tartaria el refinamiento y la grandeza que conquistaron el corazón de Marco Polo y, más tarde, el de todos sus lectores.

A comienzos del s. XVII, Tartaria se extendía desde el este de Polonia hasta Extremo Oriente, y desde el mar Caspio hasta el océano Ártico, pero aún era una región prácticamente desconocida. En el mapa de Tartaria del Atlas Maior de Joan Blaeu, compuesto a comienzos del s. XVIII, en el desierto de Lop, al oeste de la Gran Muralla de China, todo lo que aparece es una composición gráfica de dragones y diablos.

GOLCONDA, EL REINO DE LOS DIAMANTES

El lejano oriente despertó, durante mucho tiempo, admiración y miedo. Mucho después de las expediciones de Marco Polo, las primeras que abrieron los ojos a los viajeros occidentales, trascendió en Europa la imagen de Golconda un efímero reino que surgió en torno al siglo XII y que pervivió hasta comienzos del XVI en las llanuras de Telegana, en el mismísimo corazón de la India. Golconda era una ciudad fortificada fundada por una dinastía hindú y desarrollada por otra, turca, que prosperaba gracias a sus minas de diamantes. Fue esta ostentación de riqueza la que despertó la codicia del emperador mogol Aurangzeb, que tras un sitio de ocho meses, la redujo prácticamente a ruinas. Aún desaparecida de la historia, pervivió en la imaginación y la literatura de Occidente; amparada por la moda orientalista que suscitó la primera traducción de los cuentos de Las mil y una noches.

Tartaria, o el Reino del Gran Khan

KAFIRISTÁN: LOS DESCENDIENTES DE ALEJANDRO MAGNO

El atractivo de esa India exótica y misteriosa se mantuvo durante siglos. Ya en poder de la corona británica sus paisajes, su sistema de castas, sus rituales de vida y de muerte siguieron encendiendo la imaginación de los europeos. Y el atractivo de la India se extendió a sus países vecinos. En el siglo XVIII Rudyard Kipling recreó el mítico reino de Kafiristán (el país de los infieles) en su relato El hombre que pudo reinar, en el que dos soldados se comprometen ante el redactor jefe del Northern Star a convertirse en reinos de ese territorio escurridizo, visitado por Alejandro Magno y que ningún europeo había vuelto a pisar jamás. Las leyendas decían que sus habitantes, politeístas, eran descendientes directos de los soldados macedonios de Alejandro.

Independientemente del origen de su población, “el país de los infieles” se convirtió masivamente al islam en torno al siglo XVIII. Desde entonces abandonaron el politeísmo y el nombre por el que el mundo los conocía. Ahora forma parte del actual Afganistán bajo una nueva acepción, Nuristán, el país de la luz.

EL REFUGIO DE ADÁN Y EVA, TRAS SU EXPULSIÓN DEL PARAÍSO

En las islas del Índico se ocultó durante mucho tiempo otro de esos lugares perdidos. La isla de Taprobana. Se contaba que en la Antigüedad los egipcios llegaban hasta ella en 20 días a bordo de embarcaciones trenzadas con hojas de papiro. Dibujada por Ptolomeo y visitada por Alejandro Magno, sus fastuosas riquezas fueron elogiadas por el griego Megástenes y despertaron la codicia de los comerciantes romanos. Mencionada por Cervantes y escenario de las correrías de Simbad el Marino, Taprobana conquistó durante mucho tiempo al mundo no solo por la promesa de unas riquezas aún mayores que las que podían hallarse en la India , sino porque se consideraba el lugar a donde Adan y Eva habían huido tras ser expulsados del paraíso. Como evidencia de esta afirmación, en la actual isla de Ceilán, los lugareños aún muestran a los visitantes la huella del pie de Adán milagrosamente conservada en la piedra.

Simbad el marino

VIAJE A LA CÓLQUIDA EN BUSCA DEL VELLOCINO DE ORO

En el terreno de la mitología es donde pervive aún la Cólquida, el reino de Eetes y su hija Medea que albergaba el vellocino de oro, una piel de carnero con extraordinarios poderes que el rey Pelías había regalado a Eetes. Para la historiografía occidental, Jasón, sobrino de Pelías, reclama el trono que ha usurpado ilegalmente su tío y éste le impone como prueba la búsqueda del vellocino de oro. Así sería como Jasón y sus argonautas, una cincuentena de jóvenes griegos, partirían rumbo a la Cólquida, en un famoso viaje iniciático en el que superarán diferentes pruebas. Será la propia Medea, hija de Eetes quien, enamorada de Jason, ayude al joven griego a conseguir su propósito para poder, luego, huir con él. La Cólquida situada en lo que entonces se conocía como Ponto Euxino y hoy como Mar Negro, se encontraba en uno de los límites del mundo conocido, más allá de los oscuros desfiladeros de las Simplégades. El reino mítico hunde, sin embargo, sus raíces en un reino real, el de los colcos (probablemente derivado del griego kolkós, cobre), un grupo de pueblos que formaron una confederacion de tribus en las orillas del Mar Negro, en la actual Georgia.

LA PUERTA DE LOS INFIERNOS, LA OSCURIDAD Y LAS SOMBRAS

Hay reinos míticos que han sido hallados por historiadores y geógrafos y otros que permanecen en la bruma. Nunca mejor dicho. Es el caso del país los cimerios, el lugar que Ulises debe cruzar, guiado por Circe, en su camino a Ítaca, un territorio asociado irremediablemente con las sombras, el reino de la Oscuridad y el Hades. “Nunca, ni al amanecer, ni a mediodía, ni al ocaso, puede acceder a él Febo con sus rayos. El suelo exhala vapores que engendran densas brumas en las que flota una incierta luz crepuscular.”, escribe Ovidio en sus Metamorfosis, Esta estética avivó la inspiración de los románticos, amantes de las brumas y las sombras e inspiró a compositores como Wagner o Litz, y a autores como el estadounidense Howard, que sitúa en este país mítico su creación más famosa, el bárbaro Conan. Sin embargo, pese a las referencias que nos han dejado, su ubicación no resulta del todo clara, quizá porque nadie desea -voluntariamentevincularse con el mundo del Hades.

Los clásicos solían localizarlo, como el jardín de las Hespérides, en el Extremo de Occidente, en Táuride o en aquellos lugares que supuestamente comunicaban con los infiernos, mientras que algunos historiadores modernos, siguiendo la derrota lógica que marca la Odisea, lo sitúan en Cumas, cerca de la actual Nápoles. Una de las hipótesis más manejadas, en la actualidad, es la que lo sitúa en el actual Mar de Azov, en las cercanías del Mar Negro, que en la época clásica constituía uno de los confines naturales de la antigua ecúmene griega, donde acababa el mundo conocido, que explicaban los mitos. Más allá, empezaban las fábulas, los terrenos ignotos y la magia. Siempre hacia el Oriente.

Kublai Khan en el Atlas catalán