Iniciativa
El trabajo de guía de montaña en el Campamento Byers, isla Livingston, Antártida.
En el año 2001 un grupo de técnicos y científicos españoles llegaba en el mes de diciembre a las costas de la Isla Livingston (archipiélago Shetland del Sur, Antártida), y desembarcaba en la Península Byers. A lo largo de esa campaña levantaron un pequeño campamento y prolongaron su estancia durante un par de meses para llevar a cabo diferentes investigaciones sobre el lugar. La Península Byers posee la característica principal de estar en una zona libre de hielo, lo que propicia la presencia de fauna y vegetación (musgos y líquenes). El campamento tenía como objeto dar soporte a un proyecto de estudio limnológico en los lagos de agua dulce circundantes. El proyecto se ha dilatado en el tiempo hasta nuestros días y el campamento, en origen temporal, ha dado lugar a un refugio internacional gestionado por la logística polar española. El campamento se encuentra a tres horas de navegación de la base Juan Carlos I. Los técnicos de montaña de la misma base, entre los que me encuentro, nos encargamos del apoyo logístico en dicho refugio. La presente campaña ha sido la quinta en que acudo a estas costas a trabajar en la gestión del campamento.
El Refugio consta de de dos iglús de fibra de color rojo y diseño futurista. Uno de estos módulos hace las veces de habitabilidad y el otro de laboratorio. Nosotros habitamos en tiendas de campaña a razón de una por persona. El resto del campamento lo componen una tienda almacén y otra usada como baño. En la Península Byers los residuos humanos han de ser retirados de la Península y eliminados fuera de la Convergencia Antártica.
Este año permaneceremos durante algo más de un mes en el campamento dos técnicos de montaña dando cobertura a dos proyectos científicos diferentes. El primero de ellos se encarga del estudio del agua dulce que baña los pequeños lagos situados dentro de la Península. El segundo investiga el permafrost en diferentes zonas aledañas al campamento. Analizan el comportamiento del mismo para posibles aplicaciones en el ámbito de la investigación espacial, debido a su similitud con algunos suelos del planeta Marte.
Las costas de la Península son ricas en fauna y vida en general. Pero el interior es yermo y austero, un paisaje lunar, o marciano, modelado por la retirada del glaciar. Sobre sus suaves colinas de colores cenicientos se asientan líquenes y rocas mayores con extrañas formas. Entre colina y colina aparecen pequeñas lagunas de agua dulce. Su agua limpia y ajena a la contaminación es lugar de residencia de formas de vida primigenias. Los científicos se afanan día tras día en la extracción de esta agua para su posterior análisis, así como de los organismos que la habitan. Nuestro trabajo con ellos pasa por ayudar a cargar y descargar las muestras obtenidas así como recoger agua de los lagos o guiar a los científicos hacia los lugares que puedan serles de interés. Al margen del trabajo directo con los científicos nuestra misión principal es la de hacer que el campamento funcione. Levantar y mantener las tiendas en pie en un lugar donde el viento roza habitualmente los cien kilómetros por hora es una constante de nuestro día a día. Así como proporcionar al refugio de todo aquello que necesita para su funcionamiento: Combustible, agua, provisiones. También gestionamos las comunicaciones vía radio con la base de la que dependemos, Juan Carlos I, y vía satélite conectamos con un servidor de correo electrónico propio pues carecemos de Internet. Pero la vida en el campamento Byers no es tan sufrida como puede parecer. Recibimos comida envasada al vacío y congelada cada dos semanas aproximadamente. Sólo tenemos que descongelarla y calentarla en nuestra pequeña cocina. La cocina es nutritiva y de alta calidad y más de una noche podemos acompañarla con vino que también nos traen de la base.
Los residuos humanos se realizan en el interior de un cubo metálico que es enviado fuera del continente antártico y destruido en tierra. Los residuos líquidos, al ser este un campamento de poca ocupación, son enviados al mar. Con organización y algo de experiencia el funcionamiento de este sistema (el ir al baño, básicamente) es menos engorroso de lo que aparenta.
Sin duda es un privilegio el trabajar en semejante entorno. La soledad, al margen del grupo de trabajo, es enorme y la sensación de estar en un lugar realmente salvaje es constante. La Península Byers en realidad pertenece a los elefantes marinos, pingüinos y demás aves y focas que la pueblan. Nosotros somos únicamente invasores una pequeña parte del año. Al acercarnos a la playa, decenas de elefantes descansan entre los cantos rodados y algas que la tapizan. Suele haber muchas hembras y algún macho que triplica su tamaño. La convivencia con ellos es diaria pues gustan de parapetarse del viento entre el material que depositamos en la playa y todos los días hemos de abrirnos hueco entre sus enormes cuerpos.
El viento es otra de las constantes del lugar. Con escasa protección debido al llano terreno donde se asienta el campamento, el viento barre sin piedad las tiendas y los iglús casi todos los días. El sonido que hace al chocar contra nuestros módulos es un elemento más siempre presente en nuestra vida en la Península Byers. A menudo pasamos días refugiados en el iglú de habitabilidad pues la violencia del viento imposibilita cualquier acción en el exterior. Son días de lectura y trabajo en el interior, de recuperar fuerzas para las próximas jornadas.
Mi trabajo como guía de montaña en la base Juan Carlos I se realiza en su mayor parte dentro de la base y en sus alrededores. El campamento Byers es una excepción supeditada a las necesidades de los proyectos existentes en cada campaña. Salir de la comodidad de la base para permanecer en el campamento es objeto de reflexión. Con menos infraestructura a disposición, el apoyo humano es esencial, trabajar aquí para un científico o para un guía es algo más similar a las expediciones antárticas de los pioneros en la primera mitad del siglo XX. Aquello que se conoce como “espíritu antártico” y que encierra valores como la solidaridad, el compromiso y el apoyo mutuo se convierte en algo naturalmente necesario para el desarrollo de cualquier iniciativa en este lugar. Este surge de manera espontanea al trabajar en las duras condiciones del exterior o al calor de una cena refugiados en un pequeño iglú de fibra mientras fuera sopla la ventisca.
Hilo Moreno
Refugio Internacional Byers; Isla Livingston, Antártida a 17 de enero de 2013.