La semana española del pintor Édouard Manet

Por Marga Martínez

Bibliografía: Boletín SGE Nº 68 – China: pasado, presente y futuro

 

El rechazo y las feroces críticas de los oficialistas de arte del Salón de París fueron las causas por las que Manet viajó, a finales de agosto de 1865, a una exótica y llena de incomodidades España. El Museo del Prado y Velázquez, el pintor de pintores para Manet, fueron el objetivo principal de su viaje.

 

Necesitaba de los consejos del gran pintor sevillano y, sin duda, la visita al Museo del Prado bien valía soportar “las incomodidades y la infecta comida española”. Manet regresaría a Francia tras diez días de viaje, flaco y desmejorado por sus problemas con la gastronomía de tan romántico y deseado destino. Al mismo tiempo, volvió entusiasmado con Velázquez, Goya, las corridas de toros y un Paseo del Prado lleno de bellísimas mujeres con mantilla. “En este país la vista proporciona inmensos placeres, pero el estómago sufre una verdadera tortura. Cuando uno se sienta a la mesa, más bien tiene ganas de vomitar que de comer” escribía a su amigo Charles Baudelaire tras su estancia.

 

UNA EXPERIENCIA AMARGA EN EL SALÓN DE PARÍS

“Una epidemia de locas carcajadas se desata ante el cuadro de Manet” decía el Moniteur des Arts. “Cuando el arte desciende tan bajo no merece ni siquiera un reproche”, recogían en La Presse. “Nunca hemos visto con nuestros ojos un espectáculo semejante y de un efecto más cínico: “Olympia”, especie de gorila hembra…” decía Amédée Cataloube. “Un cuadro como ése podría incitar a una sedición” escribían en L’Epoque. Este dechado de elogios son algunas de las delicadas críticas que recibió el “Olympia” de Manet en el Salón de París de 1865. Triste y deprimido por el dudoso éxito de su cuadro, Manet partiría a finales de agosto de ese mismo año a España para, según sus propias palabras, “pedir consejos al maestro Velázquez”. Manet ya había sido también duramente criticado por su hoy célebre y admirada obra Almuerzo sobre la hierba, “una vergonzosa úlcera que no merece ser expuesta”, en el mismo salón en 1863, hecho que le enviaría al famoso Salón de los Rechazados. Ironías, o no, del destino, Manet está considerado como uno de los precursores del impresionismo sin él pretenderlo. Le afectaban mucho las críticas y quería ser aceptado por los sectores oficialistas del arte. Sin embargo, siguió combinando lo clásico y lo moderno, la inspiración de los maestros españoles y venecianos con las fotografías y xilografías japonesas, para escándalo de unos y admiración de otros. El artista aguantó las críticas y hasta las burlas de muchos de sus contemporáneos y se mantuvo en la línea que le dictaba su inspiración. Sin embargo, su espíritu estaba afectado por unos comentarios tan adversos.

 

UN VIAJE FUGAZ PERO MUY BIEN APROVECHADO

No parece equivocada la reacción la de Manet ante unas reacciones tan negativas. Y decidió poner tierra por medio y pedir consejo a los clásicos. Y a quién mejor que a Velázquez, el más grande. Así pues, lo tiene claro, y en el verano de 1865 Manet emprende viaje a una España que ya empezaba a despertar interés en los viajeros europeos. Habían pasados los años agitados de la Guerra de la Independencia, y desde los años treinta, y más aún en los cincuenta, visitan nuestro país ilustres viajeros como Mérimée, George Sand, Théophile Gautier, Victor Hugo, Alejandro Dumas, y pintores como Delacroix, Regnault o el grabador Gustave Doré. Sin duda, el tema de lo español y el interés por un país diferente hacía tiempo que despertaba la curiosidad en el viejo continente. Como una completa guía de viajes podríamos definir la carta que su amigo Zacharie Astruc, uno de los primeros pintores en reconocer el talento de Manet, le envía hacia el 22 de agosto de 1865. En ella le detalla y sugiere un itinerario preciso, con las visitas imprescindibles que tiene que realizar, los lugares en los que alojarse y hasta la recomendación de llevar entre su equipaje una caja de pintura. El trayecto de ida, según su asesor de viajes era el de París a Burdeos, y de ahí hasta Bayona, para partir hasta Madrid, parando en Burgos, Valladolid, Ávila, Madrid y Toledo. La vuelta la debería hacer, recomendaba Astruc, por El Escorial, Segovia, otra vez Madrid, y Valencia, donde partiría directamente hasta Marsella. Sin embargo, Manet reconoce no haber realizado ese trayecto por haber cólera en Marsella. También señala haber estado siete días en Madrid con tiempo para verlo todo, el Paseo del Prado con sus bellas mujeres ataviadas con mantilla, el espectáculo único de las corridas de toros, y el museo del Prado donde poder “contemplar todos los Velázquez, que por sí solos valen todo el viaje”, según comenta a Fantin-Latour a su regreso. Los pintores de todas las escuelas que están en torno a él en el Museo del Prado parecen todos unos impostores jactanciosos, -escribe – “Es el pintor de pintores”. Viaja también Manet a El Escorial y Toledo para ver a El Greco y a Goya, muy bien representados, según le habían comentado.

 

EL GRAN TROPIEZO DE LA COMIDA

“Es realmente fastidiosa esta infecta comida”, así describía Manet a su amigo Zacharie Astruc lo que se llevaban a la boca los españoles. En realidad no es el primer comentario de un viajero francés sobre las cocina: las opiniones suelen ser desdeñosas y muy generalizada la aversión de los viajeros franceses siglo XIX al abundante uso en los guisos españoles del ajo y el aceite de oliva, que, decían, “lo utilizan por igual para las ensaladas que para la extremaunción”. Manet, desde luego, no fue una excepción. Ya advertía Germond de Lavigne en su “Guía itinerario de España y Portugal” de 1880, que existía la opinión común de que España era todavía un país que no se podía visitar sin haber hecho antes testamento, haciendo referencia, además de a la gastronomía, también a sus más que precarios transportes.

Protagonizaría Manet una divertida anécdota a cuenta de la comida española que le haría ganarse la amistad de Théodore Duret, periodista, crítico de arte y, finalmente, uno de los principales defensores del impresionismo. Sucedió en el restaurante del recién inaugurado Grand Hotel de París de la Puerta del Sol, uno de los primeros hoteles de Madrid, tal y como entendemos ahora tal denominación. El hotel, conocido popularmente como “Fonda de París”, parecía responder a la llamada de la modernidad europea, puesto que contaba con cuartos de baño en cada habitación, recepción, salón de lectura, servicio de habitaciones, etc. Y albergó a no pocos personajes ilustres a lo largo de su historia.

Encontramos, pues, a Duret en la Fonda de París tras un viaje a Portugal, y después de unas cuarenta horas de diligencia desde Badajoz. Llegaba el crítico de arte, al parecer, hambriento y cansado, y encontró en la comida que le servían en este hotel según sus palabras “un festín de Lúculo”. El restaurante estaba vacío, solo había un huésped al otro lado del salón, que no era sino nuestro pintor recién llegado de París, que estaba visiblemente molesto. No paraba de rechazar los platos que le ofrecían por incomibles. Duret aprovechaba la situación llamando al camarero para que le sirviera los platos que Manet rechazaba. Hasta tal punto que este último pensó que se estaba burlando de él y, ni corto ni perezoso, se dirigió airado a la mesa de Duret. “Y ¿qué, señor? ¿Se burla de mí, se mofa de mí, cuando pretende encontrar buena la comida que, cada vez que yo rechazo, usted vuelve a pedir?”. La cara de asombro de Duret le hizo comprender que no pretendía reírse de él, es más, que tampoco reconocía al pintor francés. Solo cuando se dieron cuenta de que uno venía de Portugal y el otro de París, encontraron comprensible la situación y comenzaron a reírse al entender de esta forma la diferencia de criterios en cuanto a la idoneidad de la cocina. Estaba claro que para los visitantes galos solo había una cosa peor que la comida española, la portuguesa.

 

LOS TOROS Y LAS HERMOSAS MUJERES CON MANTILLA EN EL PASEO DEL PRADO

Parece, sin embargo, que la comida española propició una buena amistad entre ambos, ya que acabaron siendo compañeros de viaje. Escribe, de hecho, una carta Manet en la que comunica a Duret que ha conseguido pintar La plaza de toros de Madrid tras su viaje, a la vez que añora sus correrías y comentarios en sus recorridos por Madrid y alrededores, si bien es cierto, le advierte, que jamás aceptará la opinión de que “almorzasen bien” en Toledo. Realmente debió resultarle una tortura la gastronomía española.

El caso es que el tema español ya estaba presente en Manet antes de su viaje a España. Afirman los críticos que El bebedor de absenta (1858-9) se envuelve en una capa y lleva un sombrero al estilo español. Son otros ejemplos claros El guitarrero (1860) con alpargatas, chaquetilla corta, guitarra, cántaro de barro, cebollas… El ballet español (1862), uno de los más famosos, Lola de Valencia (1862-3), o El torero muerto (1863-4), inspirado, por supuesto, en Velázquez.

En su viaje a España, el pintor encuentra en Madrid una ciudad agradable, llena de curiosidades y diversiones. “El Paseo del Prado, un encantador paseo lleno de hermosísimas mujeres con mantilla, lo cual les confiere un aspecto muy original”. Le llama la atención que en las calles se ven muchos trajes de gala y que los toreros lleven un traje de calle. Pero, sin duda alguna, una de las cosas que más le impresiona es una corrida de toros. Escribe el 14 de septiembre, en una de sus cartas a Charles Baudelaire, que “uno de los más bellos, más singulares y más tremendos espectáculos que se pueda ver es una corrida de toros. Espero a mi vuelta, poder plasmar sobre el lienzo el aspecto centelleante, relampagueante y al mismo tiempo dramático de la corrida a la que asistí”. Este festejo se celebró el 3 de septiembre y uno de los toreros que participó en la lidia fue el entonces célebre Cayetano Sanz y Pozas. Manet retrató al diestro en el cuadro Matador (1866-7), y lo expuso junto con una veintena de otros sobre temas españoles en la exposición individual que organizó en un pabellón privado, junto a la Exposición Universal de 1867 en París.

Theodore Duret, su improvisado compañero de viaje en esos días, escribiría, muchos años más tarde en un texto de recuerdos, que “las corridas de toros estaban entonces en todo su apogeo, creando espectáculos realmente populares. El público, formado casi exclusivamente de españoles, acosaba a toreros y picadores, se desgañitaba contra los toros mansurrones o aplaudía la fiereza de los valientes”. Duret compró la pintura de Manet en 1870.

 

VELÁZQUEZ Y GOYA, LOS MEJORES EJEMPLOS DE ARTE Y DE VIDA

Goya también marcó al francés. Le pareció, de hecho, “el más original después del maestro” y no cabe duda de la influencia de obras de Goya como Los fusilamientos en El fusilamiento de Maximiliano. O la relación de obras como las Majas al balcón del pintor aragonés en lienzos del francés como El balcón. Parece, pues, más que evidente que el viaje a España dejó en Manet una profunda huella. Cuando la mujer de Manet, Suzanne Leenhoff, le pregunta en una carta qué es lo que le pasó en España, Manet le responde haciendo un ejercicio de sinceridad: “Verás, querida, técnicamente podría decirte lo que cuento en las tertulias: que la modernidad Goya la extrajo de Velázquez, y que éste, a su vez, comprendió que en los retratos de El Greco el alma estaba impresa en el rostro; pero si quieres que te diga a ti, quien tan bien me conoces, lo que verdaderamente siento en mi fuero interno tras mi paso por el Museo del Prado, es que en realidad comprendí que ser moderno es atreverse a pintarlo todo, sin concesiones y hasta el final, y que Velázquez y Goya, que lo habían hecho, me decían: ‘Vamos, Edouard, píntalo tú también y sin miedos, a tu manera!’. Y te lo aseguro, querida: voy a hacerlo”.