Fanny Bullock Workman. En bicicleta por España

Por Pilar Tejera

Bibliografía: Boletín SGE Nº 67 – Los caminos de las epidemias

 

Nació en 1859 en Worcester, Massachusetts, en una familia acomodada, y a partir de los veintidós años se lanzó a conocer el mundo y a escalar montañas. Se casó con acierto con un hombre con el que compartió su vida, sus andanzas y sus sueños de mujer activa, culta y amante de los viajes. Juntos, y dándole a los pedales de sus bicicletas recorrieron la España de 1895. Sobre esta aventura escribió un libro lleno de observaciones y detalles.

 

En una ocasión, la actriz Mae West afirmó: “Solo se vive una vez, pero si lo haces bien, una vez es suficiente”. Sin duda, Fanny Bullock Workman hizo honor a esta máxima. Exprimió la vida de la forma en la que sólo pueden hacerlo personas excepcionales. Fue el paradigma de la trotamundos decimonónica, una mujer que descolló por encima de las demás aventureras de la época no solo por sus andanzas sino por su ingenio, su inteligencia y, sobre todo, su elegancia y originalidad.

Más o menos en las mismas fechas en las que las mujeres clamaban por el derecho a montar en bicicleta, por el derecho a pensar, a estudiar, a trabajar, a votar, a “ser felices”, esta aventurera norteamericana cruzaba Argelia y Europa agarrada a un manillar. Parecía imposible que una dama protagonizara semejante proeza, pero Fanny Bullok Workman no era precisamente un estereotipo de dama victoriana. Coetánea de la Reina Victoria Eugenia, supuso el “reverso luminoso” de una época marcada por las reglas y los prejuicios, conceptos que para ella no fueron sino barreras para ser saltadas. A través de sus largos paseos por el mundo alcanzó su propia cima, como viajera, como mujer adelantada a su época, y como referente de todas aquellas damas que no lograban liberarse de las normas y leyes que las  atenazaban.

Fue la primera estadounidense invitada a dar una conferencia en la Sorbona de París, y la segunda en hacerlo en la Royal Geographical Society de Londres. Este último dato lo dice todo, pues pasar el riguroso filtro de la Institución que había encarnado el “Gran Inquisidor” de las viajeras decimonónicas, da cuenta de los logros de esta vividora y deportista que hizo oídos sordos a las prohibiciones de su época. Para ella, la vida se resumía a una sucesión de retos que había que superar y siempre estuvo a la altura de sus propias metas, aunque estas alcanzaran alturas improbables para el común de los mortales.

 

“¡VOTO PARA LA MUJER!”

Siempre al límite de su resistencia, al filo de lo imposible, Fanny Workman jamás incluyó la palabra mediocridad en el diccionario de su vida. Asombró al mundo pedaleando por los desiertos y proclamó su apoyo al sufragio femenino a más de 6.000 metros de altura, exhibiendo una pancarta cuyas cuatro palabras, «voto para la mujer», resumían su concepto de la vida, porque participar en las decisiones del mundo era para ella sinónimo de sentirse viva. Lo suyo fue competir, llegar siempre más lejos, más arriba, sin perder con ello la toma de tierra con las cosas importantes de la vida, y de hecho consiguió encontrar la forma de compartir su faceta de madre y esposa con sus dos grandes pasiones: las cumbres y los viajes.

Feminista convencida, intentó convertirse en ejemplo vivo para demostrar que las mujeres que se lo propusieran, podían igualar, incluso superar, a los hombres en muchas facetas. De esta forma encarnó el espíritu de la deportista moderna y la bicicleta fue una de sus herramientas para lograrlo.

  

DESPLEGANDO LAS ALAS…

Fanny Workman nació en 1859 en Worcester, Massachusetts, en el seno de una familia adinerada y aristocrática. Heredó de su madre la fortaleza mental, y de su padre Alexander Bullock, empresario y gobernador republicano, la resolución y ambición.

En 1879, con los 22 años cumplidos, Fanny Bullock Workman ya tenía asentados los pilares básicos de su vida. Había cursado estudios en la escuela de Nueva York, había recorrido Europa, y se había perdido por la campiña francesa y la salvaje naturaleza alemana. El corazón ya le latía con una vehemencia sofocante cada vez que pensaba en viajar y en perderse entre las altas montañas, pasiones que la acompañarían de por vida.

Tuvo la suerte, además, de encontrar la horma de sus zapatos. Un hombre atraído por la aventura, los deportes, los retos… un hombre abierto, liberal, con el que Fanny compartió su ajetreada vida. William Hunter Workman, doce años mayor que ella, enseguida descubrió en aquella joven poco convencional su media naranja, y no tardó en introducirla en la escalada al poco de casarse con ella. Durante sus primeros años de unión, pasaron los veranos en las Montañas Blancas en New Hampshire, ascendiendo las faldas del Monte Washington. A diferencia de los clubes europeos, los clubes de escalada estadounidenses aceptaban entre sus filas a mujeres, lo que contribuyó a crear una nueva versión de la mujer estadounidense, con su dualidad tanto doméstica como atlética. Fanny se imbuyó en este espíritu entusiasmada.

A los Workman se les quedó pequeña la atmósfera de Worcester y pusieron su pensamiento en Europa. Después de que los padres de Fanny y William murieran, el matrimonio heredó grandes propiedades y una gran fortuna que decidieron emplear en viajar.

 

LO PRIMERO, UN VIAJE POR EUROPA

Su primera escapada europea consistió en una gira por Escandinavia y Alemania, donde la pareja se estableció poco después. Con dos hijos pequeños, Fanny se negó a asumir el rol de madre abnegada. Había descubierto las posibilidades de aquel nuevo mundo de glaciares y montañas, y en algún rincón de su mente se había encendido una luz. Su esposo no solo no lastró sus inquietudes, sino que alentó su realización como deportista y aventurera.

La pareja dejó a sus hijos al cuidado de institutrices, y comenzó recorriendo en bicicleta Suiza, Francia e Italia, antes de hacer sus incursiones por el norte de África y Asia. Recorrieron Argelia a golpe de pedal en 1895, una aventura impensable en la época, que emprendieron sin guía ni mapas precisos. Aunque para ellos supusiera un pasatiempo divertido, el peligro acechó en cada curva. Caminos impracticables, aguaceros, barrizales, ausencia de mapas de carreteras, de lugares donde pernoctar… durmieron donde podían; a veces, y con suerte, en posadas locales sufriendo temperaturas extremas donde corrieron el riesgo de congelación. A pesar de los constantes problemas, su espíritu no decayó jamás: “De qué manera la esperanza de que un camino mejore aviva los ánimos de los ciclistas en sus viajes por tierras extrañas!”, escribió Fanny en su diario.

 

ESPAÑA EN BICICLETA

Después de su aventura en Argelia, los Workman se perdieron con su bicicleta por España (cerca de 5.000 kilómetros), causando gran revuelo entre los periodistas que salían a su encuentro para entrevistar a la dama de aspecto sufragista, ataviada con impecable falda larga y gorrito que, con cada pedaleo, hacía tintinear su hervidor de té colgado del manillar.

Cubrieron distancias de 72 km por día, alcanzando en ocasiones los 130 km/ día. En el libro que escribieron sobre este viaje “Sketches a wheel in modern Iberia”, describieron España como un país “rústico, pintoresco y encantador”. Fanny quedó deslumbrada por la belleza y la gracias de las mujeres españolas: “Cuando la procesión pasó, deseamos a nuestra anfitriona las buenas noches agradeciendo sus atenciones. Estábamos en el proceso de aprender a ser españoles, disfrutando de las cosas agradables de la vida. Ella pareció entenderlo y movió sus ojos oscuros con cierto toque de éxtasis bajo aquella mantilla negra”. El tipismo de Andalucía y de las posadas donde se alojaron cautivaron sus sentidos: “En la fonda de Sevilla, la camarera nos trajo algunos hermosos claveles y el mozo colocó unas rosas junto a nuestros platos en la cena, que se sirvió en un comedor abierto a un patio de mármol con una fuente de caños en el centro. La cena, consistente en sopa casera, pescado delicado, aves, o batatas, y naranjas, resultó sencillamente excelente”. Se sentían a gusto rompiendo el orden de una vida convencional, soñando con la siguiente salida, el siguiente destino… A lo largo del viaje, Fanny y su esposo tuvieron que recomponer la idea que tenían sobre España. Redescubrieron el sentido de palabras como felicidad, amabilidad, calor, hospitalidad… “Después de la misa del Corpus Christi en Toledo, la gente permanecía en las calles y llenaba los balcones para presenciar la procesión. La policía a caballo, intentaba hacer espacio entre la multitud, pero tratando a todos con una gentileza que rara vez muestran los agentes en otros países”.

La extraordinaria relación del matrimonio con las personas que conocieron, con los lugares que recorrieron, queda descrita a lo largo de su libro. “Antes de llegar a Granada, pasamos una noche en Bailén y un día en Jaén. Desde esta última ciudad hasta llegar a Sierra Nevada, cuyas cumbres estaban cubiertas de nieve, tuvimos que atravesar tres cadenas montañosas, pero el viaje nos permitió descubrir la combinación variada de lo fértil y lo sublime que resulta esta parte del país. El camino estaba patrullado por la Guardia Civil, cuyos hombres cubrían sus sombreros negros con un pañuelo blanco. Aquí, como en todas partes, los hallamos muy amables. Asimismo, descubrimos la cortesía de todas las clases de personas hacia los demás, algo sorprendente cuando uno piensa en el sangriento espectáculo de los toros con el que tanto se deleitan aquí”.

Workman hizo siempre especial hincapié en el tesón de su esposa viajando en bicicleta. “Ella concentraba su atención en el fin del camino, sin tener en cuenta las dificultades o peligros que podrían acecharnos. Siempre avanzaba con la determinación de alcanzar su objetivo, con una valentía sin la cual no hubiera podido lograrlo. Creía en la necesidad de aprovechar cada oportunidad, jamás desfalleció ante las circunstancias desalentadoras”.

 

PEDALEANDO POR UN MUNDO DESCONOCIDO

Esta aventura ciclista les dejó con ganas de seguir pedaleando, llevándoles a cubrir en bicicleta otros 22.500 kilómetros a lo largo de Tánger, India, Birmania, Ceilán, Java, Sumatra e Indochina. En total, dos años de correrías. Pasaron hambre, se enfrentaron a enjambres de mosquitos, sufrieron hasta cuarenta pinchazos de ruedas al día, y pasaron noches en chozas infestadas de ratas, pero en todo momento se sintieron ansiosos por aprender de otras culturas y disfrutar de la vida nómada. Más tarde, en los Himalayas, fueron introducidos a la escalada de gran altura. Regresaron a esta región inexplorada hasta en ocho ocasiones durante los siguientes catorce años.

Al concluir su existencia errante, el matrimonio escribió ocho libros sobre sus andanzas y se dedicó a pronunciar conferencias en sociedades geográficas y científicas: Fanny hablaba en inglés, alemán o francés, según lo requiriera la ocasión. La gente acudía en masa para escuchar sus aventuras. En una charla pronunciada en Lyon, Francia, 1.000 personas se congregaron en el auditorio, y 700 tuvieron que ser rechazadas por falta de aforo. Fanny no solo demostró que una mujer podía escalar grandes altitudes tan bien como un hombre, sino que ayudó a romper la barrera de género en el deporte y la aventura.

Después de ser admitida como miembro de la Royal Geographical Society, y de convertirse en la primera mujer estadounidense en dar una conferencia en la Sorbona, Fanny Bullock recibió varias condecoraciones, otorgadas por diez sociedades geográficas europeas y fue elegida miembro de instituciones como el American Alpine Club y la Royal Asiatic Society.

 

PIONEER HIMALAYAN EXPLORERS

Tras una vida azarosa escalando y recorriendo el mundo en bicicleta con su tetera en el manillar, Fanny Workman enfermó, y tras una larga convalecencia murió en 1925 en Cannes, Francia. Sus cenizas fueron trasladadas a Massachusetts, y descansan junto a los restos de su esposo, bajo un monumento en el Cementerio Rural de Worcester, donde puede leerse: “Pioneer Himalayan Explorers”.

Siguiendo sus deseos expresados en el testamento, se destinó parte de su fortuna a cuatro universidades para incentivar en ellas la educación de la mujer. “Nunca olvidaré la visión de aquella multitud congregada en el templo. Las mujeres con mantillas negras arrodilladas con devoción, los hombres, apoyados en las columnas mirando hacia el coro con fervor. En Italia hay música en Semana Santa, pero no posee el solemne esplendor de España, donde los sonidos del órgano recorren las bóvedas góticas formando un obbligato de música arquitectónica”, escribió esta pionera sobre el país que la embrujó. Sin duda sus palabras reflejan la sensibilidad de quien supo ingeniárselas para encumbrar y pedalear todos sus sueños.