11 de Diciembre de 2017: ascenso al Pico Orizaba

Hoy es el día que llevo esperando desde que hace unos 6 meses se pasó por mi inquieta mente la idea de ascender los volcanes más altos de Centroamérica y Norteamérica en una sola expedición. Son verdaderos gigantes de fuego, que hoy están dormidos, pero que arden con fuerza en mi interior. Tras el ascenso previo al Tajumulco, la montaña y volcán más alto de Centroamérica, ahora tengo al alcance de la mano el próximo y deseado objetivo: el Pico Orizaba o Citlaltépetl, que con sus 5.610 metros de altura domina los cielos mexicanos. No ha sido nada fácil llegar hasta aquí, tras varios meses de preparación y sacrificio, donde he puesto a prueba un lema de vida que llevo marcado a fuego, las ”5 Ps”: pasión, perseverancia, prudencia, planificación y paciencia. Son ingredientes básicos para hacer realidad un sueño, y mi mochila está llena de ellos a rebosar.
El despertador suena a la 1:00. Apenas he dormido, desde que a las 19:00 nos metimos en el saco a dormir. Por un lado el jaleo propio de los refugios de montaña no invitaba a ello (con uno escuchando por la radio un partido de fútbol mexicano a todo volumen), y por otro lado un fuerte dolor de cabeza no ha parado de azotarme constantemente. Tengo serias dudas de si poder subir hoy. ¡Estaré bien aclimatado! El dolor es intenso y me martillea la sien por lo que me tomo otro ibuprofeno esperando a que se me pase. Nos vestimos para la ocasión con nuestros mejores trajes de gala: camiseta y mallas térmicas de primera capa, forro polar y pantalón cortavientos de segunda capa y forro cortavientos de tercera capa. ¡Parecemos una cebolla con tantas capas! Para desayunar tomo un plátano, un bollito de chocolate y té calentito, todo ello mientras la cabeza parece que me va a estallar. Estoy serio, callado y concentrado. Son momentos de tomar decisiones y la mía ya está tomada: hacia arriba.
Salimos de la comodidad del refugio a las 2:15. Hace frío, e iniciamos el ascenso bajo una espectacular noche estrellada, acompañada de una luna menguante. Sin embargo, mi ánimo está en fase creciente, con el dolor de cabeza menguando a pasos agigantados. La luz de nuestros frontales ilumina el terreno que tenemos de frente, mientras paso a paso vamos ascendiendo entre la oscuridad. Una hilera de lucecitas nos precede, y vamos siguiéndolas conforme ascendemos en línea recta, mientras abajo la llanura está salpicada de las luces de los pueblos y ciudades. Avanzamos por un terreno pedregoso, por un camino de tierra claramente marcado y poco a poco nos acercamos a los montañeros que iban delante de nosotros. Es un grupo de montañeros mexicanos de la ciudad de Orizaba que van de peregrinación a la montaña para honrar a su patrona, la virgen de Guadalupe. Hacemos buenas migas con ellos, formando un grupo improvisado que ascendemos juntos a buen ritmo. La altura se nota y aunque el dolor de cabeza ha desaparecido, el esfuerzo que requiere semejante empresa hace que vayamos a un ritmo pausado. Ascendemos por una zona pedregosa, con mucha piedra suelta, una especie de arenal por donde se hace complicado subir. Si no eres firme en la pisada, das un paso adelante pero dos hacia abajo.
Tras unos 200 metros de desnivel nos desviamos hacia la izquierda y abandonamos el arenal para meternos en la morrena que baja de la cumbre, ya subiendo por un terreno rocoso un poco más cómodo, pero más inclinado.
Nos sentimos fuertes y dejamos atrás al grupo de mexicanos, excepto a Miguel y Pepe que continúan con nosotros. Pasan las horas y cada vez estamos más altos. Avanzamos a un ritmo de 200 metros de desnivel cada hora, parando a
intervalos de 1 hora, más o menos, para comer o beber algo y descansar del esfuerzo continuado.
Entre 6:00 y 6:30 el cielo empieza a clarear y poco a poco las luces de la llanura se van a apagando y el brillo de las estrellas comienza a desaparecer, conforme por el este va surgiendo el astro rey. Estamos sobre los 5.200 metros de altura y la estampa es bellísima. Aprovechamos para descansar en una pequeña repisa de la empinada morrena rocosa, mientras los rayos solares nos calientan y contemplamos absortos como en el horizonte se proyecta la sombra triangular del Orizaba. Continuamos hacia arriba, con la pendiente cada vez más inclinada. Subimos con mucho cuidado, pues un traspiés podría ser peligroso y hacernos caer por la ladera. Justo encima de nuestras cabezas, en la distancia, tenemos una gran pared rocosa de 25 metros de altura llamada El Púlpito, que se encuentra justo en el borde del cráter. Es nuestro punto de referencia y sabemos que cuanto más cerca estemos de ella, más cerca estamos de la cumbre. A las 7:00 alcanzamos una repisa rocosa sobre los 5.400 metros que está rodeada a ambos lados por una ladera nevada llena de penitentes, unas formaciones características hechas por la acción del viento y la diferencia de temperatura por las que es un verdadero suplicio el adentrase. Es el momento de ponerse los crampones y coger el piolet. Con mucho cuidado ascendemos por la empinada ladera, ganando altura y acercándonos a la base de El Púlpito, pared que bordeamos por su derecha. Ascendemos un corto tramo y por fin
alcanzamos el borde del cráter, divisando a apenas 30 metros de distancia la enorme cruz metálica que marca el
punto más alto. ¡Estamos muy cerca! ¡Lo vamos a conseguir! Son momentos únicos. Aún no has coronado, pero sabes que nada te lo va a impedir, que lo vas a lograr.
Es un momento mágico, lleno de intensidad. Estamos solos y gritamos de alegría. Unos últimos metros echando una
pequeña carrera nos dejan sin aliento, y nos fundimos en un fuerte abrazo al llegar a la cumbre.

¡Cimaaa!
Son las 8:30 y hemos tardado unas 6 horas en ascender. El día es estupendo, soleado y sin apenas viento.
Desde la cumbre las vistas son increíbles. Al lado tenemos el cráter del volcán, con altas paredes que descienden a los
avernos, al corazón mismo de la montaña, hoy dormida. La helada cara norte desciende empinada hacia abajo. En el
horizonte, 360 grados de amplias vistas a las llanuras circundantes, donde divisamos en la lejanía los volcanes
Popocatépetl y Iztaccíhuatl, segunda y tercera montañas más altas de México. No paro de tomar fotos y disfrutar del momento en compañía de mi amigo Germán que decidió acompañarme a esta loca aventura y con el que he compartido tan buenos momentos. Para él ha sido un reto mayúsculo, pues ha sido su primera gran montaña. Sabía que lo lograría y juntos hemos hecho un buen equipo. La montaña te brinda estos momentos, y en apenas 2 semanas de expedición, compartes tantos instantes tan intensos que fortalecen lazos de amistad de más de 20 años. ¡Seguro que buscaremos próximos objetivos en el futuro!

Al rato llegan Pepe y Miguel y luego el resto de mexicanos. Muy emotivo fue el momento en que nos “bautizaron” con un trozo de hielo por ser la primera vez que ascendíamos el Orizaba. Luego sus posteriores oraciones a Dios por permitirles ascender a la cumbre nos hicieron sobrecoger el alma. Pasamos 1:30 horas en la cumbre, y sobre las 10:00 iniciamos el descenso. Hasta no regresar al refugio no se da por acabada la ascensión, pues la verdadera
cumbre es regresar sano y salvo. Bajamos por los tramos más empinados con mucho cuidado y descendemos rápidamente hasta alcanzar un arenal donde como si fuésemos esquiadores entre rocas sueltas bajamos  rápidamente, pero ya muy cansados por el esfuerzo realizado. En 2:30 horas estamos de vuelta al refugio. Un pequeño descanso, recogemos las mochilas y bajamos a la pista donde un todoterreno nos espera para llevarnos de vuelta a Tlachichuca.