Texto: Pedro Páramo

Boletín 12

Diplomáticos, viajeros y turistas de final de siglo
Blasco Ibáñez

La vida del novelista valenciano fue digna de un personaje de sus novelas. Escritor, viajero, aventurero y hombre inquieto, viajó por todo el mundo antes de decidirse a emprender una “vuelta al mundo” que le llevaría durante medio año desde Nueva York a Niza pasando por Hawai, Japón, Corea, China, Filipinas, Indonesia, Birmania, India, Sudán y Egipto.

En el otoño de 1923, Vicente Blasco lbáñez. exiliado en su casa de Menton (Francia), decide dar la vuelta al mundo. Tiene 56 años y es el escritor de más éxito de la época. En Francia lo veneran, le consideran el Zola español. En Estados Unidos es un ídolo de masas desde que Hollywood llevara a la pantalla “Sangre y arena”, “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” y otras cuatro de sus novelas. Sentado en un banco del jardín de su mansión, rodeado de árboles, estanques, arbustos floridos, pájaros y peces, el escritor reflexiona sobre la importancia vital del viaje: “Ahora es el momento propicio -escribe-… Si tardo en emprenderlo, vendrá la vejez, y con ella los achaques que debilitan  nuestros órganos vitales y agarrotan reumáticamente nuestros músculos”.

El capítulo primero del tomo primero de los tres que componen “La vuelta al mundo de un novelista” recoge en un monólogo las reflexiones de un hombre inquieto y muy viajado sobre los viajes y sus motivaciones , entre las que ocupa un lugar principal la literatura viajera: “Hay que conocer por completo la casa en que hemos vivido antes de que la muerte nos eche de ella. Recuerda que desde mis primeras lecturas de muchacho sentí el deseo de ver el mundo y no quiero marcharme de él sin haber visitado su redondez. Ten en cuenta además la voluptuosidad del movimiento. las embriagueces de la acción, la ardiente curiosidad de contemplar de cerca, con los propios ojos lo que se leyó en los libros. Tal vez sufra grandes desilusiones y lo que imaginé sobre las páginas impresas resulte más hermoso que la realidad. Pero siempre me quedará el placer de haber llevado una existencia bohemia a través del mundo'”.

La vida de Vicente Blasco Ibáñez, ciertamente. no fue nada aburrida. Él mismo podía haber sido el personaje de una de esas novelas de acción ambientadas en algunas de las conmociones que sufrió el mundo en las postrimerías del siglo XIX y el comienzo del XX. Nuestro escritor nació en Valencia el 29 de enero de 1867. A los dieciséis años publicó sus primeros artículos. Comenzó a estudiar Derecho, pero abandonó los estudios. Su espíritu aventurero le llevó a Madrid donde pensaba alcanzar fama y gloria con la pluma. En la capital  de España comenzó como amanuense de un prolífico escritor posromántico apellidado Femández y González, y se dice que Blasco Ibáñez embutía algunas morcillas de cosecha propia en las obras de su patrón.

En 1883 publicó sus primeras novelas. Su participación en una conspiración republicana le obligó a exiliarse por primera vez en París. De regreso, en Barcelona, escribió una “Historia de la Revolución Española” que no llegó a terminar. Se afilió al Partido Republicano de Pi MargalI. De vuelta a su tierra natal, en 1889 se casó con María Blasco Cacho y fundó una revista, Turia, y un diario, Pueblo. desde el que lanzó virulentos ataques contra la política exterior española que enardecían a las masas. Su actitud contraria al gobierno durante la guerra hispano-norteamericana por Cuba le acarreó un año de prisión . Blasco Ibáñez salió de la cárcel convertido en un héroe. Fue elegido diputado por Valencia en seis ocasiones seguidas entre 1898 y 1907. Hombre vehemente e impulsivo, este período fue el más movido de su vida, años de agitación política, de disturbios, polémicas, detenciones y duelos. y también cuando irrumpe con fuerza en el panorama literario del momento con las novelas ambientadas en su tierra: “La barraca”. “Entre naranjos”. “Cañas y barro”.”La catedral”, “El Intruso”, etcétera.

En 1909 abandonó la vida pública y emigró a América con la idea de hacer posible la utopía de la igualdad y la justicia en las despobladas tierras del sur de Argentina, donde fundó dos colonias agrícolas, Río Negro y Nueva Valencia, que acabaron en un enorme fracaso. El Blasco lbáñez soñador regresó a Europa, a París, completamente arruinado. Pero en 1895, mientras él se hallaba preso en la cárcel valenciana de San Gregorio en París tenía lugar la primea exhibición de un nuevo invento que iba a cambiar por completo su vida y que granjearía la admiración del público en los cinco continentes: el cinematógrafo.

El nuevo arte pronto se interesó por la obra de Vicente Blasco lbáñez. En 1913 una productora valenciana filmó “El tonto de la huerta”, adaptación de uno de sus cuentos, titulado “Dimoni”. Pero lo que c:onvirtió al escritor valenciano en el de mayor éxito en todo el mundo fue la aparición en los Estados Unidos de su novela “Los cuatro jinetes del Apocalipsis ” escrita en 1916 de la que se vendieron 90.000 ejemplares en tres meses. En poco tiempo la portada de la edición americana de la novela de Blasco lbáñez aparecía reproducida en pañuelos de seda en cajetillas de cigarrillos, hasta en juguetes. Universidades y fundaciones de  Nueva York a San Francisco querían oír al autor de moda y se disputaban su presencia. Blasco lbáñez, que durante quince años escribió uno o dos artículos diarios, era buscado como cronista de actualidad. Los periódicos de mayor circulación de los Estados Unidos } de Jos países de habla española pujaban por sus reportajes y opiniones. Aparecía así en el panorama  m undiaJ el Blasco Ibáñez ,fajero. escritor de libros de viajes.

En  1908 había escrito un libro con sus  impresiones sobre su aventura en la América meridional titulado “Argentina y sus grandezas”. Pero en la segunda década del siglo XX, convertido ya en un escritor de éxito universal, Vicente Blasco lbáñez recorrió la Europa central y los Balcanes hasta Estambul escribiendo artículos sobre los lugares que visitaba para “El Liberal”, de Madrid. “La Nación” de Buenos Aires y ‘”El Imparcial” de México. Estos artículos viajeros aparecieron luego recopilados en un volumen titulado “Oriente”. La mitad del Libro, que comienza en el balneario francés de Vichy, está dedicado a Turquía. entonces «el gran enfermo de Europa” país al que el escritor español profesa una gran admiración: “Yo soy de los que aman a Turquía y no se indignan, por un prejuicio de raza o religión, de que este pueblo bueno y sufrido viva todavía en Europa-escribe-. Todo su pecado es haber sido el último en invadirla y estar, por tanto, más reciente el recuerdo de las violencias y barbaries que acompañan a toda guerra … Yo amo al turco, como lo han amado con especial predilección todos los escritores y artistas que le vieron de cerca…“. Y el escritor valenciano encuentra grandes similitudes entre turcos y españoles, los dos grandes países que flanquean el Mediterráneo:  “lr por una calle de Constantinopla es casi lo mismo que por una calle de Madrid. Cada cara recuerda un nombre. A veces se duda al cruzar la mirada con los ojos de un transeúnte, y se lleva la mano al sombrero para saludar. Se cree uno en Carnaval y dan ganas de decir:

Amigo López…o amigo Fernández, ¡basta de broma! ¡Quítese el gorrito, que le he reconocido!”.

En 1920 el escritor valenciano recorrió México durante dos meses buscando escenarios para una novela que pensaba titular “El águila y la serpiente”. La revolución había triunfado, pero el presidente Venustiano Carranza andaba huido por los montes tras la sublevación del general Álvaro Obregón en Sonora. Las noticias de la nueva rebelión mexicana llegaban a los Estados Unidos llenas de errores y contradicciones. Cuando Blasco Ibáñez llegó a Nueva York procedente de México, los periodistas se abalanzaron sobre él para conocer de primera mano sus conocimientos y opiniones sobre la actualidad en el gran país del sur de río Grande: “Cayeron sobre mí los noticieros a docenas, casi a centenares contó luego, vanidoso-. Yo soy algo conocido en los Estados Unidos, como tal vez sepa el lector; hasta puedo decir, sin miedo a que me tengan por inmodesto, que gozo allí de cierta popularidad. Además, los reporteros -mujeres en su mayoría-me aprecian por mi carácter franco y llano, por su facilidad con que les recibí y escuché siempre, y por esto me apodaron en sus interviews, desde el primer momento de mi viaje a la gran República, “Ibáñez el Accesible”.

Un avispado agente le ofreció al escritor la oportunidad de publicar sus impresiones sobre el agitado México posrevolucionario a través de artículos, que fueron publicados por el New York Times, el Chicago Tribune y en un centenar de periódicos locales de todos los Estados Unidos. Estos artículos de Vicente Blasco lbáñez no son propiamente artículos de viajes. Son crónicas y reportajes de un enviado especial a un país convulsionado por los últimos estertores de la revolución, en las que aparecen magistralmente retratados los actores principales de aquel traumático periodo de la historia de México. Destaca entre estos artículos uno de los dedicados al general Álvaro Obregón, que había perdido un brazo en campaña. En él cuenta el siguiente diálogo que comienza con esta pregunta del militar mexicano:

“- A usted le habrán dicho que yo soy algo ladrón.

Miro en tomo con extrañeza, y me convenzo al fin de que es el general el que dice esto y que se dirige a mí.

No sé qué contestar.

-Sí -insiste-; se lo habrán dicho indudablemente. Aquí todos somos un poco ladrones.

fo hago un gesto de protesta.

-¡Oh, general! ¿Quién puede hacer caso de las murmuraciones…? Puras calumnias.

Obregón no parece oírme y sigue hablando.

-Pero yo no tengo más que una mano, mientras que mis adversarios tienen dos.

Por esto la gente me quiere a mí, porque no puedo robar tanto como los otros”.

Los artículos de Blasco Ibáñez sobre el México posrevolucionario se recogieron luego en un volumen con un título muy poco viajero: “El militarismo mejicano”. Sin embargo estas crónicas periodísticas están plagadas de descripciones que recogen el ambiente y el alma de las poblaciones que visita:

“La capital de Méjico es una ciudad triste… Este ambiente de tristeza y soledad se agranda con una espléndida iluminación. La tristeza de algunas ciudades anti­ as parece disimularse en la penumbra romántica que las envuelve apenas declina el sol. En cambio, Méjico es una de las ciudades mejor iluminadas de la tierra. Nueva York, fuera de los sitios en que abundan los anuncios luminosos, es un lugar de tinieblas comparado con las calles de la capital mejicana …”

Sin embargo, es Nueva York la ciudad que apasiona a Vicente  Blasco  Ibáñez. “La ciudad que venció a la noche”, titula  el segundo capítulo de “La vuelta al mundo de un novelista”. “Esta ciudad que parece construida para otra raza más grande que la humana – escribe- hace pensar en Babilonia, en Tebas. en todas las aglomeraciones enormes de la historia antigua. tales como nos imaginamos que debieron ser y como indudablemente no fueron nunca”. El escritor cuenta con detalle las emociones que le produce el Nueva York de 1924 cuando se halla en Manhattan para abordar el Franconia, un paquebote  de 20.000 toneladas de la Compañía  Cunard que va a hacer su primer viaje alrededor del mundo, organizado por American Express.

El viaje de Blasco Ibáñez no presentaba ningún riesgo; todo había sido previsto con antelación. Estaba planificado con mucho más cuidado que cualquiera de los viajes mejor organizados en nuestros días por los más experimentados tour operators. “Hay un director de viaje, hombre instruidísimo que guarda en su memoria todas la vías de comunicación existentes en el planeta, con sus innumerables enlaces y combinaciones, y percibe por su trabajo 12.000 dólares al año, una remuneración superior al sueldo de muchos jefes de gobierno en Europa -cuenta el escritor-. Tiene a sus órdenes un Estado Mayor de veinticuatro funcionarios, retribuidos también con largueza. Unos antiguos profesores de Universidad, especialistas en materias geográficas y lenguas orientales, que darán conferencias durante el viaje; otros, sim­ ples hombres de acción, exploradores que vivieron en las regiones menos conocidas de la China y la lndia, norteamericanos enérgicos e instruídos que para descansar de sus andanzas se han alistado en esta expedición sin riesgos. Ellos servirán de guías a los pequeños grupos de viajeros que abandonando el buque se lancen a través de las naciones asiáticas.

El Blasco Ibáñez de “La vuelta al mundo de un novelista” ¿fue un viajero o un turista?. Aquellos que establecen diferencias entre viajeros y turistas por los medios elegidos para viajar y no por el espíritu con que se aborda el viaje, tendrán dificul­tades para catalogar al escritor valenciano. Desde luego, no es frecuente encontrar­se con turistas tan curiosos como el Blasco Ibáñez que recorre el mundo rodeado de multimillonarios a bordo del Franconia. Las descripciones que hace del barco, de su equipamiento, de la tripulación y de la vida cotidiana en las cubiertas y salones constituyen una riquísima fuente de datos para conocer y reconstruir la historia del turismo de lujo en los comienzos del siglo XX. Blasco Ibáñez es, además de un novelista de éxito, un excelente periodista que husmea por los rincones:  “Llevamos a bordo cincuenta toneladas de carne de buey-informa- 20 toneladas de cordero y otras tantas de cerdo. 1.000 jamones, 3.000 pollos, 195.000 huevos, 10 toneladas de mantequilla, 100 toneladas de patatas, 90.000 manzanas, 60 000 naranjas, 22.000 grape-fruits. especie de toronja dulceamarga, sin la cual el norteamericano no comprende el placer del desayuno, 54 toneladas de azúcar, siete toneladas de café, cua­tro toneladas de té, seis toneladas de helados americanos de las mejores fábricas de los Estados Unidos, duros y consistentes como el mármol, saturados de perfumes de frutas y flores, iguales a los que compra el público, envueltos en un papel, en los te­atros de Nueva York. Además, uno máquina especial fabrica poro nosotros diaria­mente una tonelada de hielo, con agua previamente esterilizada.

Viajero o turista, Blasco lbáñez, fue un pasajero distinguido en el Franconia. La tripulación y buena parte del pasaje agasajaban constantemente al autor de ‘”Los cuatro jinetes del Apocalipsis”. En las escalas en los países de habla española o in­glesa las autoridades aprovechan su visita para homenajearle, como ocurre en La Habana, primera escala después de la partida de Nueva York, donde el ayuntamiento lo hace su huésped de honor. En Panamá, después de la travesía del Canal, Blasco lbáñez es recibido por el presidente Belisario Porras y por todas las fuerzas vivas de la capital. En Honolulu, el escritor es agasajado con todos los honores por el gobernador de Hawaii y la Asociación de la Prensa local.

El espíritu viajero, el afán de conocimiento del novelista está presente en toda la obra, contada en primera persona. Cada uno de los capítulos de “La vuelta al mundo de novelista” dedicados a los parajes que visita está lleno de meticulosas des­cripciones del paisaje, del clima, del ambiente, de las gentes, de las costumbres y de la historia y las leyendas del lugar. En ese sentido, esta obra, la última publicada por Blasco Ibáñez, exhibe la maestría del autor en plena madurez. Con la meticulosidad del buen reportero, informa de cuanto noticioso va hallando por el camino y los lec­tores de hoy podrán encontrar el estilo y la forma de narrar muy parecidos a los de las actuales revistas de viajes. Es una lástima que las grandes editoriales actuales no reediten en sus colecciones viajeras esta obra, sin duda una de las más importantes de la literatura española de viajes del siglo XX.

La vuelta al mundo de Vicente Blasco lbáñez durante medio año comienza en Nueva York y termina en Niza. Después de la visita a Hawai, el Franconia llega a Ja­pón, a Yokohama, y los viajeros recorren Tokio, Kyoto y Osaka. La siguiente escala es Corea; de Seúl parten hacia Pekín, recorren la Gran Muralla, Shanghai, Hong­ Kong, Cantón y Macao. El viaje pasa luego por Manila, la isla de Java, Singapur, Rangún, Calcuta, Benarés, Bombay, Delhi, Port-Sudán y Kartúm. Allí, un vaporci­to transporta a los viajeros Nilo abajo, Abu-Simbel, Assuan, Tebas, El Cairo, hasta Alejandría y de allí a Niza.

Al llegar Blasco Ibáñez al Café de París de Montecarlo le saludan dos damas, que le preguntan de dónde viene:

-De dar la vuelta al mundo. Acabo de desembarcar.

Las dos sonríen con alegre incredulidad. Adivino que van a llamarme bromista, pero uno de ellas contiene a la otra. Recuerda haber leído algo de este viaje. Después afirma que está perfectamente enterada de él por los periódicos … Una de Las damas insiste en preguntar cuál es la idea resumen de mi viaje, la enseñanza concreta que me ha proporcionado ver tantos pueblos distintos, tantas creencias religiosas, tantas organizaciones sociales.

Lo que he aprendido, amigas mías -se responde Blasco lbáñez no es alegre ni tranquilizador. Creo que existe ahora en el mundo más gente que nunca. Los ade­lantos de la higiene y la facilidad de los transportes han evttado una gran parte de las matanzas, las epidemias y las hambres que formaron siempre nuestra pobre his­toria humana. Somos cada vez más numerosos sobre la corteza de nuestro planeta, y esto resulta inquietante, pues los alimentos no se multiplican con la misma rapi­dez. Podría hacer un resumen brutal diciendo que más de la mitad de los hombres viven sufriendo hambre. Nosotros los blancos llevamos la mejor parte hasta ahora; pero ¿y si algún día los centenares de millones de asiáticos encuentran un jefe y un ideal común?… Este viaje ha servido para hacerme ver que aún está lejos de morir el demonio de la guerra. He visto futuros campos de batalla: el Pacífico, la China, la India, ¡Quién sabe si Egipto y sus antiguos territorios ecuatoriales! Esos choques futuros puede ser que aún los presenciemos nosotros, y si nos libramos de tal angus­tia, los verán seguramente las próximas generaciones. ¡Tantas cosas que podrían evitar los hombres si dedicasen a ello una buena voluntad!.