Alfonso Graña, el rey de los jíbaros

Por María E. Pérez

Bibliografía: Boletín 37 – Protectores de la Tierra

En los años veinte del siglo pasado comenzó a forjarse la leyenda de un hombre blanco al que las tribus del Amazonas reconocían como rey. Era Alfonso Graña, un emigrante y aventurero gallego que un día desapareció en la selva desde Iquitos donde trabajaba como cauchero, para reaparecer poco después convertido en líder de los más temibles indios del continente americano, los jíbaros. Llegó a ser reconocido como Alfonso I del Amazonas. Podría ser una simple leyenda pero se trata de un hecho real. Esta es su historia.

 

La de Ildefonso Graña Cortizo podría haber sido una más de las miles de historias de éxito o fracaso de los emigrantes que a finales del siglo XIX dejaron la empobrecida España para buscar una vida mejor en nuestras antiguas colonias americanas. Entre finales del siglo XIX y el comienzo de la Guerra Civil Española, medio millón de gallegos emigraron a América. Fue un éxodo masivo propiciado por la necesidad y el hambre, pero fueron muy pocos los que se atrevieron a entrar en la selva para hacer fortuna en uno de los negocios más lucrativos y peligrosos del momento: la extracción del caucho. Sólo los más desesperados o los más aventureros lo intentaban y uno de estos últimos fue Ildelfonso Graña, un campesino gallego que protagonizó una peripecia vital digna de una película de aventuras.

Alfonso (o Ildelfonso) Graña, nació en 1878 en la pequeña aldea de Amiudal (Avión), en Orense. La enfermedad y el hambre causaban estragos y obligaban a dejar la aldea a quienes querían sobrevivir. Siguiendo el camino de la mayoría de los habitantes de la zona, Graña emigró a Brasil a finales del siglo XIX, ya que el gobierno de este país pagaba el pasaje de cuantos quisieran establecerse en este rico y extenso Estado. Tendría 18 ó 19 años (1896-1897), ya que en los documentos se habla de él como “analfabeto y quinto prófugo”. Recaló, como la mayoría, en Belén de Para (Brasil) pasando a Manaos y más tarde a Iquitos. En esta zona permaneció dedicado al comercio y extracción de caucho hasta finales de 1921.

A principios del siglo XX se produjo la gran crisis del caucho, que hizo caer bruscamente su precio en los mercados internacionales. Fue entonces cuando Graña decidió dirigirse hacia Pongo de Manseriche en el Alto Marañón, es decir en la parte alta del río Amazonas y sus afluentes (río Nieva, Santiago…). En 1922 se encontraba, como él mismo refiere “… en el Santiago… dedicado a la extracción de gomas y a ganar la vida…” Por un tiempo, se pierde la pista de Graña.

Según unos autores fue raptado por los indios jíbaros donde logró salvar la vida gracias a que la hija del jefe se encaprichó de él, y al fallecer éste, quedó Graña cómo “rey de los indios jíbaros”. Otros sin embargo aseguran que Graña intentó seguir su vida de recolector de caucho en estos territorios inhóspitos y, tras matar a uno de sus patrones, se refugió entre los indios aguarunas donde fue bien recibido y se casó con una india. La realidad es que durante un tiempo no se supo nada de Graña y cuando hacía dos años y un día desde que se había ido de Iquitos, se le vio de nuevo aparecer en la ciudad con dos balsas cargadas de mercancías y con remeros indios. Graña podría haber sido un aventurero más pero su caso se hizo famoso por varios motivos y sobre todo por algunos de sus amigos, como Cesáreo Mosquero, propietario de la célebre librería de Iquitos “Amigos del país” que además de brindarle su amistad le haría famoso pues lo puso en contacto, entre otros, con el capitán Iglesias Brage famoso por su nunca realizada expedición al Amazonas y con el periodista y escritor Víctor de la Serna al cual le debemos los mejores recuerdos de Graña. Gracias a todos ellos se fue forjando la leyenda de Graña, el “hombre blanco” que vivía en la selva con los temibles indios jíbaros.

Cesáreo Mosquera, que era de Costeira (Ribadavia), muy cerca Amiudal, sentía una gran admiración y respeto por Graña. Por ello, le gustaba dejar por escrito muchas de las aventuras que el propio “rey de los jíbaros” le relataba. Con su máquina de escribir, recogía textualmente y palabra por palabra lo Graña le iba contando para enviar estos relatos de aventuras a sus amigos Iglesias Brage o de la Serna. Éste último a su vez se encargaba de divulgar las aventuras de Graña en diferentes artículos en revistas y prensa. Eran largas entrevistas en las que a Graña le gustaba contar con todo detalle historias como cuando rescató a un aviador que cayó en la selva, lo embalsamó y tras cuatro meses en la selva, consiguió trasladarlo a Iquitos. O cómo salió en auxilio de una expedición que se había perdido sin recursos en la selva, o cómo sirvió de guía a la Latín American en sus exploraciones por la selva en busca de petróleo. Todo son historias propias del mejor guión de Holywood en las que no faltan los detalles de lo mucho que aprendió de los indios sobre plantas, animales, tradiciones guerreras y todo tipo de misterios amazónicos.

 

LA LLEGADA DE GRAÑA AL PAÍS DE LOS JÍBAROS

Sabemos por tanto mucho de las andanzas de este aventurero-explorador que probablemente vivió donde ningún hombre blanco estuvo antes. Sobre su principal aventura (cómo llegó al territorio de los temibles y sanguinarios indios jíbaros, aguaruna y humabisa, en los cursos del río Santiago y Nieva) hay varias versiones. Una de ellas es la transmitida por su amigo el capitán Iglesias Brage que relató que Alfonso Graña trabajaba en una tienda a la que se asomaban los indígenas a comprar algunos artículos, en el límite entre la selva y la civilización.

Un día, un grupo de nativos lo llevó contra su voluntad hasta la tribu donde residía el Rey de la tribu, y éste, dirigiéndose a Graña, le dijo que lo habían elegido para casarse con su hija… Y así fue como Graña, sin querer, comenzó a vivir a la fuerza entre los aborígenes. Poco a poco, logró ganarse el cariño y el respeto de los habitantes de la zona, apoyado por el rey de la tribu, que al morir le dejó como sucesor con el nombre de Alfonso l Rey de la Amazonia. En realidad no parece probable que Graña adoptara la vestimenta y costumbres de los “salvajes”. Tenemos fotos en las que aparece con un aspecto muy diferente y además sabemos que tenía relaciones con otras tribus como los indios huambisa y no exclusivamente con los jíbaros. Lo que si parece cierto, por los documentos que tenemos, es que Alfonso Graña “reinaba” en aquella inmensa zona de la Amazonia y que tribus de indios aguarunas y huambisa le seguían “como soberano indiscutible”

Lo mejor es quedarse con el relato de su amigo Víctor de la Serna publicado en el periódico “Ya”, en 1935, tras la crisis del caucho, que probablemente sea un relato casi directo del propio Graña, a través de la correspondencia que Cesáreo Mosquera mantenía con el y el capitán Iglesias Brage.

“Hubo un éxodo de caucheros hacia Iquitos , la ciudad capital de Loreto, estado amazónico del Perú… Alfonso Graña preguntó sencillamente “¿Qué hay para el oeste? “Nada”, le contestaron. El misterio para hollarle, la tiniebla para rasgarla, está siempre para el español por el lado del Poniente. Un día, navegando ese rumbo, multiplica el mundo por dos y descansa para unos siglos… Como por el Oeste no había nada, Graña partió para el Oeste (repite Oestede); solo y analfabeto igual que había partido, también para el Oeste, desde Rivadavia, hacia nuestra Señora de la Mar Dulce.”

“Al cabo de un par de años se supo por unos indios jíbaros, de la tribu de los huambisas, que allá por la gigantesca grieta que el Amazonas abre en el Ande; hacia el Pongo de Manseriche… vivía mandaba y reinaba un hombre blanco, Graña era el rey de la Amazonia”. “Un día, hacia Iquitos, avanzó por el río una “xangada” con indios jíbaros, muchas mercancías… y Graña. Le reconocieron sus amigos y, sobre todo, con doble alegría Mosquera…”

Hasta aquí el relato del periodista, escritor e historiador Víctor de la Serna, que no llegó a conocer nunca personalmente al rey gallego pero dejó el mejor de los retratos del personaje. No sabemos cómo le llegaron estos datos pero se puede suponer que son parte de la correspondencia que mantenía con César Mosquera. También a través de estas cartas podemos conocer el territorio sobre el que ejercía su “reinado” el gallego.

“Dominaba Graña, único ser blanco habitante de la selva, una zona comprendida entre los ríos Nieva, Santiago y Alto Pastaza; en una extensión como la de Andalucía, Extremadura y Castilla la Nueva, juntas. La pueblan los indios más indómitos del Continente, los temibles jíbaros, disecadores de cabezas, magos y gigantescos guerreros, e inatacables a la civilización”, escribe de la Serna en el ya citado artículo publicado en el Ya en 1935.

 

EL REINO DE ALFONSO GRAÑA

Hay diversos autores que han intentado investigar sobre la influencia real que Alfonso Graña ejercía sobre los jíbaros en un territorio tan amplio. En realidad todos se basan en la correspondencia antes mencionada, por lo que tal vez lo mejor sea seguir los artículos de Víctor de la Serna. Parece ser que a la vez que se empapaba de la cultura jíbara y de los conocimientos de los indios de su entorno natural y los secretos de la selva, Graña los “civilizaba a su manera” aportándoles sus conocimientos: incluso parece que les enseñó a construir un molino de agua. Por el propio Graña sabemos que los indios extraían sal de un río salino que pasaba por el territorio de los aguaruna, pero él consiguió multiplicar su producción por diez incorporando alguna maquinaria.

Sorprende la evolución de este personaje hecho a sí mismo. Sabemos que era analfabeto cuando salió de España y que aprendió él solo a leer en la selva, pero tenía otros muchos conocimientos de la cultura tradicional gallega con los que asombraría a los indios. Así lo cuenta de la Serna, que no hace más que recoger lo que el propio Graña le contaba a Cesáreo Mosquera, cuando bajaba a Iquitos y se reunía con otros gallegos y emigrados en la librería “Amigos do país”, propiedad de Mosquera. El Capitán Iglesias Brage, que estaba preparando su famosa “Expedición Iglesias al río Amazonas” estaba muy interesado en estas informaciones. Graña le prometió todo su apoyo para introducirse en esta parte de la selva sin el peligro de las tribus hostiles.

Así describe el periodista de la Serna el territorio dominado por Graña: “Podrán discutir Ecuador y Perú sobre el dominio teórico de esa zona. Prácticamente allí solo ha mandado el gallego Graña, a quien reconocían los jíbaros como jefe único. Él les enseño a curtir pieles, a fabricar chozas, a extraer sal de las lagunas, a desecar la carne del “paiche” gigantesco pez del Amazonas, y a hacer tasajo de un mono melenudo, negro y sedoso, que constituye el alimento mas preciado de los iquiteños”.

En realidad Graña era el único “rey” sobre la zona y quien disponía de los indios. Así, cuando Iglesias planteó hacer una película de los indios jíbaros, Graña se limitó a decir condescendientemente: “yo pondré a disposición del capital cinco mil indios”. También cuando la Standard Oil quiso explorar el Alto Amazonas en 1926 para conocer la existencia o no de pozos de petróleo, tuvo que pactar con Graña y sólo cuando éste dio su consentimiento, los americanos pudieron hacer su trabajo, vivir y comer en la zona. Y cuando terminaron, el gallego los acompañó hasta el límite de “sus tierras” y allí los despidió como un auténtico monarca.

En cuanto a la relación con los indígenas, éstos adoraban a Graña y lo seguían a todas partes, como a un verdadero líder. El gallego por su parte se ocupaba como un padre de todos ellos: “En la ciudad (Iquitos) les curaba las úlceras… cortaba el pelo…invitaba a helados… llevaba al cine… y a pasear en coche”, así lo recoge el escritor Gonzalo Allegue en su obra “Galegos as mans de América”, a partir de las conversaciones mantenidas con Cossetta Mosquera , hija de Cesáreo Mosquera, sobre todo lo que ésta recordaba tanto de su padre como de Alfonso Graña. …” Quizás A. Graña viajase a aquella hora por el Marañon, en una balsa seguida de bongos y curiaras repletas de exóticas mercaderías: kgs y kgs de hangañas, monos, maqui sapas, tapires, paujiles, pescados salados, venados… Durante la surcada, de hasta 4 meses por los afluentes del Amazonas, el Santiago, el Pastaza, el Marañon, Graña negociaba con toda clase de “carne curada del monte” hasta llegar a Iquitos para contrabandear con charapas, sal y un par de cabezas reducidas de la alfarería jíbara, envueltas en papel de periódico.

Con él venían cuatro o cinco jíbaros, indios huambises. Los indígenas lo adoraban y lo seguían a todas partes. En la ciudad les curaba las úlceras de las piernas, les cortaba el pelo, les invitaba a helados y los llevaba al cine. Por las tardes los huambises se vestían de frac y sombrero de copa de los masones de la colonia española y salían Al dia siguiente desenvolvía las cabezas de los periódicos y las ofrecía a turistas ingleses o yanquis -a 10-la rara botillería que mostraba “la selva revelada”, la botella de sangre de drago para cortes, heridas y enfermedades de la boca, la que contenía aceite del árbol “cahuito”, que usaban los nativos para el pelo, la del agua mineral azufrada, la del petróleo crudo, la de la sal del rió Nieva, sustanciosa como la de mar. En el suelo, sobre cubertería de Limoges prestada por Mosquera, lotes de taba a pasear en el Ford 18, descapotable, cedido por Cesáreo Mosquera. Los huambises iban muy serios, abismados, y saludaban a los peatones, tocándose muy ligeramente el sombrero. Graña conducía y les explicaba la ciudad. Libras de oro cabeza–, voceaba el “pescado seco del Marañon que no produce lepra”, exponía fósiles, mono, paugil ahumado, conchas, paiche salado, castañas silvestres, mapas, vocabularios de las lenguas indígenas. Mientras mercadeaba, los huambises hacían tertulia con Mosquera y sus amigos en la librería “Amigos do país” Graña, con su rostro aniñado, ojos gatos, pelo claro y extrema delgadez, sorprendía a las gentes. Era difícil imaginarlo entre los jíbaros. Pero su fragilidad era solo aparente; resistía como cualquiera las fiebres y las tarántulas y se negaba a que lo atasen cada vez que cruzaba el terrible Pongo de Manseriche, un rápido que se tragaba continuamente balsas y curiaras. En medio del Pongo, agarrado a la pértiga, pedía a voz en grito un canto y un rezo “para el maina ¡ iracoche español el Padre Rafael Ferrer” ahogado en el río, el primero, iban mas de cien años, ahora dios protector de Graña y sus criaturas, del gallego y su despensa, mono, charapa y loro ofuscado que, encadenado a la pértiga, maldice a los jíbaros por encima del ruido de las aguas. Mientras los huambises hacían tertulia, Graña enseñaba lenguas indígenas a la puerta de la librería. Era sobre todo fonetista y no pasaba ni una, “blanco” en guaraní “moroti”; en cocama, “tini”; en cashivo “uni”…; casa en guarani “oga” ; en cocama “uka” ; en cashivo , “muaseasobo”,; “estrella”, en guarani no existe, en cocama “sisu” , en cashivo “hischti”… Lo de ortodoxos era palabra que usaba mucho, la sacó de las reuniones masónicas, de cuando iba a devolver trajes y sombreros. “¡ Repetir ortodoxos… !” Dejaba a los alumnos repitiendo a la puerta y se entraba un rato a la librería en donde los huambises seguían hablando de la yacumama, la anaconda de los ríos, de los árboles del tanino y, sobre todo, preguntan por Cossetta, la heroína de “Los Miserables” que conocían muy bien porque Graña la nombraba con sensualidad cada vez que alucinaba con la ayahuasca en las fiestas del poblado.

—¿Tomando mucho ayahuasca, Graña?— preguntaba la tertulia.

—-Si, tomando—decían los indios.

—-¿Y que viendo?

—Ah…viendo el cielo y las escaleras.

Los huambises asentían con la cabeza y se les pintaba una lagrima con la historia de Cossetta mientras hacían collares y peinecitos de púas de puna y pulseritas con hilo de chambira para las hijas de Mosquera—una de ellas, asombrosamente, también se llamaba Cossetta—o regalaban sus pendientes de escarabajo, de concha tornasolada, a las cholitas que entraban tímidamente en la librería y hojeaban sin parar montañas de revistas ilustradas esperando que alguien se fijase en ellas. Cuando Graña y los huambises decidían remontar, de vuelta al Santiago, Mosquera, se sentía mal y durante días se paseaba taciturno. Ahora era un hombre sedentario, se había rendido, tenia mujer, hijos, un negocio, en fin. De cuando en cuando echaba de menos los remontes por el Pastaza, cuando la campaña aurífera, aquellos cinco, seis meses afiebrado por el oro, como todo el mundo.”

Una de las cosas más sorprendentes de la biografía de Graña es cómo un emigrante analfabeto logró ganarse el respeto y admiración de las tribus más temidas del Amazonas, célebres por sus costumbres sanguinarias. Parece ser que, como con toda probabilidad, una gran dosis de valor, como demostró en sus muchas aventuras, que iban desde atravesar corrientes peligrosas en inestables balsas y canoas hasta adentrarse en impenetrables selvas. ” e su astucia y su inteligencia da muestra la forma en que intervenía en la obtención de armas.

Las creencias de estos indios les hacían guerrear continuamente. Necesitaban conseguir “tantzas” (cabezas reducidas) y además del prestigio que esto daba a los guerreros, también adquirían, según su cultura, todo el valor y la fuerza del guerrero que habían matado, y esto provocaba guerras incluso entre los de la misma etnia. Y ante algo tan fundamental para su supervivencia vendían incluso a sus seres más queridos, mujeres e hijos. Nada atraía tanto a los indios como las armas, rifles, escopetas…, pues de ello dependía su vida, ya que si una tribu enemiga tenía armamento y ellos no, y como las escaramuzas eran continuas, esto podía significar el fin. Por ello, hacían este intercambio cuando entraban en guerra, vendían o cambiaban a sus mujeres por rifles. Y es aquí donde interviene Graña… “yo hago que me las entreguen a mí…” y continúa “…y yo se las devuelvo así es como se tiene la simpatía de todos ellos la confianza… y que jamás ha habido un fracaso de matanzas como la hacían antiguamente…”

No cabe duda que este fue uno de los comportamientos con los que Alfonso Graña consiguió el respeto y la admiración de los indios jíbaros, aguarunas y huambisa sobre los que él “reinó” doce años, hasta su muerte.

 

GUÍA DE EXPEDICIONES

Otro de los aspectos más llamativos y cinematográfico de la vida de Graña es su faceta de guía de expediciones. Conocía bien la selva y sus tribus y esto le permitió guiar a diferentes expediciones científicas y comerciales en busca de petróleo y otras recursos y aprovisionarles de todo lo necesario. Tenemos relatos dignos de una película de Indiana Jones, como aquella ocasión en la que acude en ayuda de una expedición perdida y que además se habían quedado sin alimentos en la selva y los conduce a su casa.

Alfonso Graña acostumbraba a bajar “desde sus posesiones”, en la selva del Alto Marañón hasta la “civilización” (Iquitos) dos veces al año, pues dependía del comercio que realizaba con los productos de la selva. Bajaba cada vez con dos balsas cargadas de hasta 5″ ” ” ilos, cada una, en las que transportaba variadas mercancías, como “… venados, sajinos, maquisapas, machines, paugil, tortugas, pescados salados…” y hasta bueyes vivos que vendía por el camino. Todo lo vendía en Iquitos, donde estaba sólo diez días, lo justo para colocar la mercancía y para hacer contrabando con algunos artículos con los que estaba prohibido comerciar libremente por ser monopolio del estado (sal, tortugas en tiempo del desove ). Con él llevaba casi siempre 4 ó 6 indios como remeros (bogas), fuertes para remar y hombres de su confianza, a los que Graña paseaba como a niños por toda la ciudad.

Mientras el aventurero gallego vendía sus mercancías, Mosquera entrevistaba a los indios en su famosa librería “Amigos do país”, con ayuda de un joven intérprete, ahijado de Graña, que hablaba además los dialectos de los indios tanto aguaruna, como huambisa. En estas entrevistas, Mosquera les preguntaba por sus costumbres, vida en la selva, guerras, medicinas naturales propiedades de algunas plantas medicinales… y todo aquello que pudiera satisfacer la curiosidad del estudioso o con miras científicas. En una de estas entrevistas, realizadas por Cesáreo Mosquera, un indio llamado Ambuxo relata cómo atacaban un poblado enemigo, como los mataban para luego cortar algunas de sus cabezas y el procedimiento para reducirlas al tamaño de un puño (tantzas) con una técnica milenaria que hasta hace poco aun era un misterio. Alfonso Graña sólo volvió a España en una ocasión y sólo estuvo 15 días. Suficientes para decidir que quería volver rápidamente al Amazonas. Se llevó consigo a su hermana Florinda pero los celos de la mujer india de Graña obligaron a Florinda a marcharse del poblado. Esta esposa parece ser la hija del jefe de los indios de la zona y hay documentos que atestiguan que le acompañaba en algunas de sus aventuras.

Todo apunta también a que tuvo al menos un hijo, el intérprete que le acompañaba en sus viajes a Iquitos: un joven medio español medio indio, que se llamaba también Alfonso y que hablaba tanto español como lenguas indígenas. Nunca se le reconoció como hijo de Graña pero probablemente era debido a que en aquella sociedad estaba mal considerado que un blanco se casara con una india y por ello lo presentaba como ahijado. Tampoco sabemos si tuvo más hijos y tampoco cuál fue la suerte de su familia indígena.

La de Alfonso Graña sí que la conocemos: terminó sus días entre los indios jíbaros, querido y admirado por sus “súbditos”. Su muerte en octubre de 1934, a los 56 años, fue recogida por el diario Ya, con un epitafio literario a cargo, cómo no podía ser de otra forma del periodista Víctor de la Serna, que hace un bello y brillante “funeral literario” de nuestro héroe: “ Yo tenia la pluma y las metáforas afiladas para entonar un himno atlético al músculo y al nervio de Alfonso Graña, el español que reina como señor único, por encima de tratados y fronteras, sobre un territorio tan extenso como España, allí donde se parten en dos el mundo, la noche y el día; en la Amazonia, donde el hombre tiene, como en el Paraíso, todo al alcance de su mano. Pero donde a cambio de poder elegir constelación -Estrella Polar o Cruz del Sur-acecha la muerte, en el silencio resonante de la selva. Pero cuando yo he ido a buscar, anoche lunes, la única fotografía existente de Graña, me han dicho:

— Pero no sabe usted? ¡Graña ha muerto! –¿ Cuando? –En octubre. Hasta ahora no ha llegado la noticia. Hace tres o cuatro días…

…..” Acaba de morir nadie sabe aún cómo. Si España tuviera un sentido de su destino, le hubiera hecho el funeral del héroe. Detrás de Graña en tránsito, detrás de su alma simple, como la de una criatura elemental, la selva se habrá cerrado en uno de esos estremecimientos indecibles del cosmos vegetal.

“Se volverá a abrir en un gesto de entrega siempre virginal, ante la planta de un español. Tengo que hacer el funeral literario de Graña cuando pensaba hacer un canto optimista. Es igual. En el umbral tembloroso de lo desconocido, está ya el cáñamo de otra sandalia española.

….Como un español. Que no se acaban, Señor, que no se acaban, ni permitas Tú que se acaben, por los siglos…

Ahora mide, lector, conmigo, la magnitud de estas palabras:

“¡ Graña ha muerto ¡”

Roguemos al Dios de las selvas y de los mares y de los cielos por su alma pura como un ala de una garza”.

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

Alfonso I de la Amazonía, rey de los jíbaros, Maximinio Fernández Sendín. Autor-Editor, Pontevedra, 2005