Jacinto Verdaguer y Francesc Cambó. Dos catalanes en Oriente Medio

Por Ana Puértolas

Bibliografía: Boletín 56 – Especial canales: Caminos de agua

 

Cada uno de ellos fue un gigante en sus respectivas áreas y épocas. Verdaguer, además de sacerdote entregado, escritor, poeta, místico y hasta exorcista, fue un gran viajero y recorrió en 1886 Tierra Santa “per conèxer a Jesucrist”. Casi cuarenta años más tarde, en 1923, Cambó, político conservador catalanista y ministro con AlfonsoXIII, viajó hasta Turquía con el propósito de comprobar de primera mano cuál era la situación del gran coloso de Oriente Medio tras el desmoronamiento del imperio otomano.

 

MOSSEN JACINTO, UN CATÓLICO DEVOTO ENTRE INFIELES

Nacido en 1845 en Folgueroles, estuvo ligado profundamente a su tierra, a sus tradiciones y a su lengua, con tanta intensidad como lo estaba a su misión sacerdotal. Extremadamente inquieto y curioso, se lanzó a conocer de primera mano la comarca donde había nacido, y se convirtió en un senderista infatigable recorriendo las montañas cercanas (de allí su poema épico Canigó). Paso a paso alcanzó las cumbres más altas del Pirineo oriental, explorando la Cerdanya, l´Alt Urgell, la Ribagorza, el Valle de Arán y la Alta Garrotxa. Vestido con su sotana, calzado con los zapatos de diario y sin más equipo que un gran paraguas se lanzaba a los senderos más inseguros y afrontaba los desniveles más abruptos. Estos contactos directos con su país constituyeron la fuente y la inspiración de sus poemas, donde su amor por Cataluña estuvo siempre impregnado de su devoción religiosa.

Mientras las caminatas no paraban, su dedicación a la escritura le fue dando más satisfacciones y recompensas, sus poemas épicos fueron alcanzando importantes premios, y él mismo fama dentro de la literatura catalana. De hecho, hoy en día es considerado por los expertos en el tema ser quien consagró el catalán como lengua literaria.

Sus conocimientos, sin embargo, no se limitaban a su entorno más próximo. Acompañando a sus protectores, los marqueses de Comillas, en 1883 realizó un crucero por el Mediterráneo, y al año siguiente tuvo la oportunidad de conocer París, Ginebra, Berlín y San Petersburgo.

Es en este contexto cómo se puede entender y apreciar su viaje a Tierra Santa y su libro “Dietari d´un pelegri”. No era Mossen Jacinto en absoluto un típico cura rural, por muy apegado a su tierra y a su lengua que estuviera. Era un mossen viajado y leído, y esa doble condición se refleja en sus comentarios sobre las poblaciones y los pobladores con los que se fue encontrando a lo largo del recorrido. Del mismo modo que sale a luz constantemente la mentalidad de un católico ferviente, de principios firmes y convicciones sólidas, la de un capellán formado en la segunda mitad del siglo XIX, poseedor de la única fe verdadera y denostador de las falsas religiones. Los párrafos que siguen muestran su espanto ante el comportamiento de los cristianos ortodoxos en el templo del Santo Sepulcro, un comportamiento, por cierto, que puede ser el mismo de muchos cristianos católicos en algunos lugares santos:

“Lo sant Sepulcre (vergonya fa´l dirho) ha pres la forma de teatre ab sos palcos y galeries. Los grechs, possessors de la major part de la Basílica, lloguen a altíssim preu ses tribunes y sos intercolumnis.[…] La devoció n´es fugida estona hà. Se mentja com a casa, s´enrahona com al carrer, se riu y´s juga com en una fira, y a baix los hòmens s´agiten, se mouen d´ací d´allà, corren, s´apilonen, pujant en castell los uns sobre´ls altres. […] Confesso que jo n´hauria fugit espantat desde´l principi si hagués trobada la porta oberta y lo pàs lliure. ¡Quína paciencia la de nostre Senyor! Su visión de los judíos orando ante el Muro de las Lamentaciones tampoco tiene desperdicio. Tras una descripción de cómo “los juhheus més fervorosos de la ciutat” se acercaban al muro del Templo, dándose golpes con la cabeza y llorando ante las piedras, comenta sus oraciones, interpretando de una manera una tanto peculiar los sentimientos de quienes rezan ante los restos del Templo de Salomón: ¡Pobres fills d´Abraham! D´ençà que Jesucrist, ab la creu al coll, digué a les filles de Jerusalem: No ploreu sobre Mi, ploràu sobre vosaltres y sobre vostres fills”, ells ploren; mes, com observa un viatger, ses llàgrimes son estèrils, perque no es pas l´arrepentiment que les fa caure”

Su concepto “dels orientals” también parece responder a los prejuicios propios de un católico occidental hacia los correligionarios locales al afirmar que: “Respecte a la devoció, ´m sembla que no entra molt endins del cor dels orientals, sinó que´s queda molt per sobre.” Añadiendo: “Si demanden alguna cosa al convent y no se´ls dona, cambien de religió, fins qu´en la nova també tenen algun disgust, que´ls fa tornar enrera”

Y sobre su xenofobia hacia los musulmanes, muy extendida en la sociedad de aquellos años, siempre se cita un párrafo de los que dan escalofríos: “(…) Raça fanàtica, sorda i cega, ramada d’homes que el profeta Mahoma junyí a son carro en son triomf a través de l’Àfrica, l’Àsia i Europa, moros que tenen una fe cega, tan cega que necessita de la nit de la ignorancia per viure (…)”.

Con todo es su profunda fe la que domina ese Dietari, una emoción permanente en su encuentro con la tierra de Jesús, que puede resumirse en estas palabras de su prólogo:

«L’anada a Terra Santa m’ha apagada aquexa set, i ja no desitjo ni espero fer altre viatge que el de l’eternitat, quan hora sia.” Según cuentan sus biógrafos, el viaje por Tierra Santa alteró tanto el ánimo de Mossen Jacinto que a su vuelta se dedicó exclusivamente a cuidar de las capas sociales más desfavorecidas, apartándose de la buena sociedad que hasta entonces había frecuentado. Al parecer, se dedicó a socorrer a los necesitados y a la oración, pasando pronto a tomar contacto con videntes y exorcistas, desatando el escándalo y las reprimendas de sus superiores. Pero esa es otra historia distinta a la nuestra, tan sólo señalar que volvió al buen camino del sacerdocio y que, tras su muerte, gozó de un entierro multitudinario.

 

EL POLÍTICO CAMBÓ VIAJA A TURQUÍA

Nació don Francisco en 1876, un año antes de que Mossen Jacinto disfrutara del premio extraordinario de los Juegos Florales de Barcelona con su gran poema épico La Atlántida. Y como él, catalanista convencido, se valió de su lengua materna, el catalán, en sus muchos escritos. El que nos ocupa en estas páginas es su curioso libro Visions d´Orient, que, como señala uno de sus más conocidos biógrafos, el historiador Jesús Pabón, “…es de lectura amenísima. Si tal o cual afirmación hecha en él puede parecernos hoy históricamente discutible, se nos impone el conocimiento de tierras y de personas, e incluso el apasionamiento que sostiene el discurso o la narración.” En él se recogen los artículos publicados en “La Veu” a partir de enero de 1924, en los que da cuenta de sus impresiones sobre la situación política de Turquía tras la caída del imperio otomano, y sus relaciones históricamente encontradas con la vecina Grecia. Fue precisamente su viaje por Turquía en 1923, realizado para palpar y conocer más a fondo la situación de aquel país, el que constituye la fuente de sus comentarios y observaciones. Especialmente notable es su visión sobre la nueva República turca de Mustafá Kemal, y las diferencias que llega a establecer entre su figura y el pasado movimiento de los Jóvenes Turcos. Así señala:

“Quan Mustafa Kemal es r voltá contra el govern de Constantinoble […]a Occident ningú no va fer-ne cas. Más tarde, els comentaristes occidentals de les cosas d´Orient asimilaren el moviment d´Angora a la revolució des Joves-Turcs. I, no obstant, entre l´un i altre moviment hi havia un abisme.” Y pasa en ese momento a señalar el carácter puramente imitativo con respecto a Occidente de esa revolución, mientras que “el movimiento de Ankara”, el de Kemal, asegura, se basa en la restauración de las tradiciones propias, la reaparición de un estado nacional turco, alejado de ese arruinado símbolo del imperio otomano que es Constantinopla. “la Nació turca, dictamina, apartada de la influencia de Constantinoble, ha retrobat l´expresssió autèntica de la seva raça i del seu esperit nacional”.

Habrá que recurrir de nuevo al libro de Jesús Pabón, (la única biografía para la que se contó con los materiales proporcionados por la familia): “Cambó, en el capítulo de las responsabilidades por el desastre “de Grecia y de Inglaterra, de Lloyd George y de Lord Curzon-, insiste: Venizelos “pensaba en el Imperio Otomano, única realidad que tuvo en cuenta; no pensó que, dentro de un Imperio Otomano definitivamente muerto, hubiese una nación turca en la plenitud de su vida. Del Imperio Otomano no qwuedaba nada, pero quedaba Turquía, que dejaba ser la fuerza hegemónica de un estado complejo para convertirse en un estado-nación; una cosa[…]mucho más sólida y resistente que el Imperio Otomano”.

Conviene subrayar aquí la perspicacia de Francisco Cambó, quien pudo percibir, por debajo de la derrota de un imperio, la creación de una nueva nación, en manos de un dirigente enraizado con su país y con su gente, una realidad que costó mucho reconocer a la mayor parte de los políticos occidentales. Comentando el desastre griego en Esmirna, Cambó señala: “Mustafà Kemal no era solament un gran general: era i és un formidable polític; un home la qualitat suprema del qual és de saber manar y de saber infondre confiança cega i devoció fanàtica a aquells que comanda. La intensitat del seu fervor patriòtic no li obscurí mai una visió exactíssima de les realitats, tant militars com politiques.”

Sin duda los artículos de Cambó, reunidos en el libro Visions d´ Orient, fruto de su viaje en 1923, constituyen un testimonio de gran interés para conocer la opinión de la Europa occidental sobre aquella Turquía, la cabeza de un Imperio destruido en la que estaba surgiendo ya una gran nación.

 

 

Para saber más:

Jacint Verdaguer, Dietari d´un pelegri a terra santa, Edicions Proa S.A. 1999.

Francesc Cambó, Visions d´Orient, Editorial Catalana, 1981