El marqués de Rays y el fraude de Port Breton

Por Juan Carlos Rey

Bibliografía: Boletín 67 – Los caminos de las epidemias

 

Los fiascos, estafas y fraudes son tan antiguos como la propia humanidad, y se han conocido en todas sus posible formas y dimensiones. Pero el que se narra a continuación es unos los más siniestros y fatales que se conocen en la historia del Pacífico Sur. El fraude de Port Breton fue una argucia ideada por un marqués francés que superó todos los limites imaginables y que llevó a catastróficas consecuencias, incluso la muerte, a los infelices que respondieron a los anuncios publicados por el marqués Charles de Breil de Rays.

 

El marqués de Rays, como fue comúnmente conocido, es el personaje central de esta sorprendente historia. Nació un dos de enero de 1832, en Bannalec, una pequeña aldea situada no lejos de la población de Lorient en la Bretaña francesa. Su infancia la pasó rodeado por la gran actividad naval y comercial desarrollada en los puertos bretones, desde donde los excelentes marinos locales surcaban el mundo, conectando las colonias francesas con la metrópoli. Charles, desde su juventud, recorría los muelles y dársenas de los puertos de la mano de un tío suyo. Desde su juventud escuchó embelesado las historias de paraísos lejanos, con exóticos y atractivos paisajes, en donde se decía que hacer fortuna era una tarea fácil. Estos cantos de sirena inculcaron al joven Charles la pasión por conocer países lejanos, por las historias de mar, las navegaciones a destinos exóticos y las aventuras en lugares distantes lejos del tiempo gris y lluviosos de su natal Bretaña.

 

EL MARQUÉS SE LANZA A CONOCER MUNDO

En 1850, en plena fiebre del oro del oeste americano, Charles de Breil inicia un periplo americano que, después de pasar por varios estados, termina en la Florida, donde conoce a un español que será cómplice en la gran estafa de Port Breton. El español, de origen catalán, era un médico llamado Bernardo Febrér. Los viajes de Charles continuaron por las posesiones francesas del océano Índico, más concretamente en la isla de la Reunión y Madagascar, donde quiso dedicarse al cultivo de la caña de azúcar.

Su imaginación desbordante, alimentada por las lecturas de los cuadernos de viajes de los grandes navegantes franceses de la Ilustración, como Durmont de D’Urville, Bougainville, o D’Entrecasteaux, no parecía tener límites. Su pasión por leer las narraciones de los exploradores franceses e ingleses le proporcionaron una buena base documental. Uno de sus proyectos, quizás el que más acariciaba, era el establecimiento de una colonia libre, sin tutela de ningún estado, en alguna parte del Pacífico y más concretamente en Nueva Zelanda.

Continuó sus periplos por África y posteriormente por Indochina, para pasar a América central, donde se le atribuyen trabajos para el futuro canal de Panamá. También se le imputan iniciativas para hacer un canal en el istmo de Kra, en la península de Malaca, para conectar el Índico con el golfo de Tailandia. Finalmente, amante de los títulos, logra ser nombrado marqués y cónsul de Bolivia en la localidad francesa de Brest, lo que lo lanza a la vida pública con cargos locales y regionales.

 

PASIÓN DE FUNDADOR

Su idea de fundar una colonia independiente, basada en los principios de la República Francesa, en el Pacífico, está bien afianzada en su espíritu, y se dedica a estudiar detalladamente cual sería el lugar idóneo donde situar la pretendida colonia. Estudiando la cartografía disponible, que analizó en profundidad, y las narraciones de exploradores y marinos, decidió que el asentamiento debería instalarse en la costa occidental de Australia. Al hacer esta elección no contó con el rechazo de las autoridades británicas, que no estaban dispuestas a compartir la inmensa isla-continente con una colonia francesa “libre”, sin la tutela inglesa. Se comenta que la elección de Australia estuvo inspirada en la fundación de Nueva Nurcia, un monasterio benedictino fundado por monjes gallegos en los territorios del oeste australiano, no lejos del actual Perth. Ante el revés británico y siguiendo con sus investigaciones cartográficas, se dio cuenta que los territorios de lo que hoy es Papúa Nueva Guinea no estaban reclamados, al menos teóricamente, en las cartas y mapas de que disponía. Esto no es exacto, porque los territorios que vislumbraba para la instalación de la colonia ya estaban bajo soberanía alemana, si bien hay que decir que su presencia se limitaba a ciertos establecientes costeros dedicados, fundamentalmente, al comercio y a la extracción de aceite de coco. Al resto del territorio no llegaba la presencia de la autoridad alemana, por lo que en la práctica se trataba de un territorio “libre”. Hay que decir que Charles de Breil de Rays nunca puso los pies en el lugar elegido para el asentamiento que pretendía crear, ni comprobó tan siquiera la mas mínima de las informaciones publicadas, que en la mayoría de los casos ya estaban obsoletas. Seguramente si hubiera visitado el lugar elegido habría desistido de su intento.

 

LA COLONIA LIBRE DE PORT BRETON

La fundación de una colonia en el distante Pacífico, a la que llamó Colonia libre de Port Breton, necesitaba de importantes fondos que él no podía aportar, por lo que decidió hacer una suscripción pública. En 1877 y sin pedir permiso alguno a las autoridades de Paris, publicó el siguiente anuncio:

“Colonia libre de Port-Breton, tierras a 5 francos la hectárea, fortuna rápida y asegurada, para toda información dirigirse a M. Du Breil de Rays, cónsul de Bolivia, Castillo de Quimerc’h en Bannalac, Finisterre”.

El lugar elegido fue el extremo sur de la isla de Nueva Irlanda, en el mar de Bismark. Su intención no era otra que crear un nuevo territorio que pasaría a llamarse Nueva Francia y que englobaría la isla de Nueva Irlanda, una parte de las islas septentrionales de la actual Islas Salomón y otras islas adyacentes, y cuya capital, por así llamarla, sería Port Praslin (previamente bautizado como Irish Cove por el pirata inglés Dampier). Los comentarios y descripciones hechas por los navegantes que habían recalado en Port Praslin eran muy atractivos, a la vez que indicaban que el lugar elegido disponía de un fondeadero seguro y protegido de los vientos dominantes por la isla Lamboun, pero no hacían mención a las interminables lluvias tropicales, el paludismo existente, la pobreza del suelo, el aislamiento extremo, la falta de recursos de todo tipo, ni la existencia de poblaciones autóctonas de Melanesia, consideradas las más feroces de todo el Pacifico y con prácticas habituales de canibalismo.

 

LOS INGENUOS MUERDEN EL ANZUELO

La respuesta a los anuncios publicados sobre la venta de tierras en Port Breton, no se hizo esperar. En 1879 unos 3.000 interesados habían comprado sus derechos de tierra por más de medio millón de francos. Sin saber que el marqués de Rays no era propietario de ni un palmo de tierra en Nueva Irlanda.

Seguidamente creó la Sociedad de Granjeros Generales de Nueva Francia y en ese mismo año se publica, en Marsella, la revista “La Nouvelle France”, revista de la colonia libre de Port Breton, que a partir de 1880 se publicaría también en español. En la segunda emisión de títulos, el precio por hectárea pasa de cinco a diez francos y en la tercera emisión, el precio de la hectárea se sitúa a treinta francos. El proyecto tomó una dimensión inusitada, que sorprendió al propio Charles de Breil, por lo que la empresa Colonia de Port Breton abrió oficinas en Paris, así como en otros lugares de Francia e incluso en Bruselas. Este éxito atrajo a otros inversores que se asociaron al proyecto sin conocer sus pormenores y las dificultades que vendrían más tarde. Los colonos que compraron los títulos de propiedad de las tierras no eran exclusivamente franceses, sino que también se encontraban italianos, belgas, suizos, españoles y alemanes. El perfil general del emigrante era el de un campesino pobre, iletrado, que trata de emigrar para huir de la pobreza que invade Europa en esa época. El primer contingente de 82 colonos salió de Europa el 14 de septiembre de 1879 a bordo del mercante Chandenagor, un barco de tres mástiles y 682 toneladas de registro, con una tripulación de 28 hombres de dudosa condición reclutados para esta travesía. En sus bodegas viajaba todo aquello que se necesitaba para el establecimiento de una próspera colonia: útiles para el trabajo de la tierra, incubadoras, una serrería, 180.000 ladrillos, etc… La salida se efectuó desde el puerto holandés de Flessinguen, ya que las autoridades marítimas francesas prohibieron la salida de emigrantes con destino a Port Breton desde puertos franceses. El viaje no se realiza sin incidentes, las malas condiciones de vida a bordo, y los conflictos entre los colonos y la tripulación, hacen que la travesía se convierta en un infierno. Debido a la presión de las autoridades francesas y americanas, el Chandenagor debió cambiar su pabellón francés por el de Liberia durante su escala en la isla de Madeira para poder continuar su viaje. El 16 de enero de 1880 llegaron a su destino.

 

AQUELLO NO ES LO ANUNCIADO Y VENDIDO

Los colonos no salen de su asombro al ver por primera vez Port Praslin, nada de lo que habían imaginado se ajustaba, ni de lejos, con la realidad que estaba delante de sus ojos. No había ni rastro del atractivo pueblo dibujado en las páginas de la revista Nouvelle France, en las que se veían edificios, una iglesia, caminos bien delimitados y practicables, etc… Lo que observaron fue una selva impenetrable que llegaba

hasta la playa. La cascada de Bougainville, mostrada como un majestuoso salto de agua se limitaba a un simple riachuelo. La decepción fue inmensa y lo peor aún estaba por llegar.

Una vez en tierra evidenciaron las dificultades con las que deberían enfrentarse, y, viendo que el lugar de Port Praslin era inviable, decidieron establecerse en Likiliki, un lugar situado en la parte opuesta de la isla. Las tensiones entre los colonos no tardaron en llegar, al tiempo que el Chandenagor abandonaba sigilosamente, sin aviso previo, su fondeadero, dirigiéndose a Australia con parte de los víveres y útiles destinados a la colonia.

La congoja y desazón de los colonos y sus familias, abandonados a su suerte, no se dejó esperar al ver la fuga del barco, y al constatar que las semillas europeas se pudrían sin germinar, entre tanto el hambre y el paludismo comenzaban a hacer estragos. A las seis semanas de la llegada a Likiliki tan solo quedaban tres colonos en condiciones de trabajar. Otros seis colonos habían desertado por mar yendo a parar a la isla de Bouganville, donde fueron cazados y cinco de ellos terminaron en los platos de caníbales. Solo uno de ellos, un italiano llamado Boero, se salvó de ser parte del terrible festín al ser rescatado por el capitán del barco Génil a cambio de dos hachas.

De los 82 colonos llegados a Port Breton, 23 murieron, 21 desaparecieron, el resto fueron rescatados por misioneros y posteriormente fueron enviados a Australia, tan solo un pequeño grupo de colonos decidió quedarse en Likiliki.

 

MÁS ANUNCIOS FALSOS Y REALIDADES CRUELES

Una segunda expedición salió el 16 marzo de 1880 a bordo del Génil, un pequeño vapor de 350 toneladas, que transportó 135 inmigrantes con un final similar a la anterior. Le siguieron dos expediciones más, la del vapor L’India, en julio de 1880, con 329 colonos a bordo, y la del navío Nouvelle-Bretagne con 150 inmigrantes. Estas tres últimas expediciones salieron del puerto de Barcelona.

Uno de los navíos de la nueva colonia, el Nouvelle-Bretagne fue enviado a Manila para proveerse de víveres que no se pagaron, por lo que las autoridades españolas lo retuvieron en el puerto. El hábil capitán del Nouvelle-Bretagne logró burlar la vigilancia, y en un día de fuerte temporal abandonó el puerto clandestinamente y retornó a Port Breton. Las autoridades españolas enviaron a la fragata Legazpi, que capturó el barco y su tripulación devolviéndoles a Manila, donde se hizo un proceso que no tuvo mayores consecuencias. El barco quedó en libertad después de efectuar el pago de las mercancías.

El gobierno francés, apoyado en los alarmantes informes procedentes de Australia sobre las condiciones desastrosas de la colonia, trató de llevar al marqués delante de los tribunales, al considerar que había violado las leyes de inmigración, pero ningún cargo le pudo ser imputado ya que ninguna de las expediciones salió de un puerto francés. Ante la prohibición de dar autorización a la salida de inmigrantes desde Francia y la presión de las autoridades francesas, el marqués de Rays se instala en Barcelona en marzo de 1880, y es aquí donde encuentra a su viejo amigo el doctor Febrér, el médico español que encontró en la Florida, y al representante de Liberia en España. Ambos apoyan el proyecto del marqués.

 

DE PORT BRETON A AUSTRALIA Y EL COMIENZO DEL FIN

El proyecto de la colonia de Port Breton tocó a su fin en dos episodios sucesivos. El primero, preludio de lo acontecería un año después, ocurrió en febrero de 1881 cuando el Génil condujo los restos de la tercera expedición a Nueva Caledonia y desde allí, a causa del rechazo francés de admitirlos, los desplazaron a Australia a bordo del L’Inde. De los 340 colonos inicialmente llegados Port Breton tan solo desembarcaron 217.

El segundo y definitivo adiós a la colonia de Port Breton sucedió en febrero de 1882, cuando el mismo vapor, el Génil, condujo a los 40 colonos sobrevivientes (incluidos mujeres y niños) a Australia, a donde llegaron en condiciones lamentables. La mayoría de los colonos (la mayor parte de nacionalidad italiana) prefirieron desembarcar en Sydney, mientras que unos pocos (entre los que se encontraban 3 españoles) decidieron quedarse en Cairns. Ante la imposibilidad de regresar a Europa, los colonos encontraron trabajo como empleados en labores agrícolas y en la industria de la lana. Los emigrantes italianos se reagruparon y fundaron un pueblo llamado la “Nueva Italia” en Nueva Gales del Sur. Hoy es un pueblo casi fantasma que guarda un pequeño museo en memoria de esta trágica historia.

El fraude de Port Breton reportó unos 9 millones de francos, de los cuales el marqués se embolsó unos dos millones, lo que constituía una autentica fortuna para la época.

La justicia francesa reclamó a España la extradición del marqués de Rays, quien fue juzgado en Paris por estafa el 27 de noviembre de 1883 y condenado, en enero de 1884, a cuatro años de prisión, 3.000 francos de multa y obligado a vender sus bienes para pagar a sus numerosos acreedores. Otros colaboradores del marqués, envueltos este fraude, también fueron condenados a penas de prisión y fuertes multas. El marqués de Rays murió olvidado en su tierra natal el 29 de julio 1893.

 

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