La “Romería a Rusia” de Ramón Sender

Por María Luisa Martín-Merás

Bibliografía: Boletín 64 – La primera vuelta al mundo

 

En los años veinte del siglo pasado fueron muchos los escritores, periodistas y políticos españoles que emprendieron viaje a la nueva Unión Soviética, en lo que Ernesto Jiménez Caballero denominó “romerías a Rusia”. La inédita construcción del paraíso socialista sobre las ruinas del régimen zarista atraía a todos aquellos viajeros fascinados por el triunfo de la tecnología y la industria. Ramón J. Sender fue uno de aquellos viajeros que, en 1933, invitado por la Internacional Comunista, visitó la URSS, un país que llevaba a cuestas un largo proceso revolucionario iniciado en 1905, continuado durante la intervención rusa en la Primera Guerra Mundial, y la sangrienta guerra civil posterior.

 

UN ESCRITOR COMPROMETIDO

Ramón J. Sender (Chalamera, Huesca, 1901. San Diego, Estados Unidos, 1982) fue un prolífico escritor y periodista que, desde temprana edad, empezó a escribir y a colaborar en prensa. Participó en la guerra de Marruecos como soldado de reemplazo, y a su vuelta se instaló en Madrid, donde ingresó en la redacción del diario El Sol como redactor y corrector. Antes de la Guerra Civil ya era uno de los escritores más prestigiosos del momento, gracias a sus novelas Imán (1930), Siete domingos rojos (1932) y Míster Witt en el Cantón (1935) entre otras.

En el capítulo de los reportajes periodísticos, alcanzó gran notoriedad al narrar en 1925 el desenlace del famoso crimen de Cuenca. En 1933 publicó “Tormenta en el sur. Primera jornada del camino a Casas Viejas”, la primera crónica de las 11 que dedicó a la sublevación anarcosindicalista de Casa Viejas. Aquel mismo año recogió sus artículos en el libro Casas Viejas (Episodio de la lucha de clases) y un año después, en 1934, lo publicó y amplió en Viaje a la aldea del crimen. Documental de Casas Viejas. De ideas revolucionarias, simpatizó primero con los movimientos anarquistas y más tarde con los comunistas, de los que se desvinculó en la guerra civil. En todo caso, en febrero de 1933 fue uno de los fundadores la Asociación de Amigos de la Unión Soviética de inspiración comunista.

 

LA GUERRA CIVIL Y SUS DESGRACIAS

El estallido de la Guerra Civil Española le sorprendió en San Rafael (Segovia), con su mujer Amparo Barayón y sus dos hijos. Al ocupar los rebeldes esa zona decidieron separarse, él se incorporó al frente republicano y su familia marchó a Zamora para refugiarse con la familia de su esposa. En el mes de octubre fusilaron los franquistas a su mujer y a su cuñado, aunque él no tuvo noticia hasta el mes de diciembre. Al quedar sus hijos desamparados en zona enemiga, se trasladó a Francia, donde los niños habían sido recogidos por la Cruz Roja Internacional. Una vez, instalados sus hijos y al cuidado de personas de su confianza, volvió a Barcelona para incorporarse al frente. Su actitud fue inequívoca y participó activamente en la propaganda republicana, siendo oficial adscrito al Estado Mayor republicano en la defensa de Madrid contra los franquistas. Su ruptura con el partido comunista ya durante la guerra no está muy clara, pero el resto de su vida fue un anticomunista convencido. En 1938 la República lo envió a Estados Unidos, a dar conferencias en universidades y otros centros para presentar la causa republicana. Luego estuvo en París a cargo de una revista de propaganda de guerra, llamada La voz de Madrid, donde permaneció hasta que Barcelona cayó en poder de Franco, momento en que se exilió a México hasta 1942, cuando se asentó definitivamente en Estados Unidos, acogido gracias a la recomendación de Eleonor Roosevelt, y donde se le consideraba como un notorio refugiado europeo de izquierdas. Falleció en 1982 en San Diego, Estados Unidos.

Las crónicas de viaje de Sender, bajo el título Madrid-Moscú fueron publicadas en el periódico La Libertad entre el 27 de mayo y el 13 de octubre de 1933. En 1934, con modificaciones y ampliaciones posteriores, se publicó como libro en la editorial Pueyo. La edición que comentamos Madrid-Moscú Notas de viaje, 1933-1934, con prólogo de José Carlos Mainer, Fórcola Ediciones, 2017, es la segunda edición en español y está basada en la primera.

 

EL FARO DE LA HUMANIDAD

Solo la brillante ciudad de Nueva York atrajo tanto la atención de los europeos de los años 20 y 30 como lo hizo la Unión Soviética. Las razones de la curiosidad eran simétricas: en Nueva York se admiraba o se denigraba la culminación material del capitalismo; en la nueva Rusia, la inédita construcción del paraíso socialista sobre las ruinas del más antiguo de los regímenes, el zarista. La Unión Soviética que visitó Sender como invitado de la Internacional Comunista era la consecuencia de un largo proceso revolucionario, que empezó en 1905, y que no interrumpió ni la catastrófica intervención rusa en la Primera Guerra Mundial y el armisticio unilateral de 1917, ni la sangrienta Guerra Civil de 1917 a 1920.

En 1919 Lenin había fundado la Tercera Internacional, que acogió a todos los socialistas del mundo. Tras la muerte de Lenin, Josef Stalin había asumido en 1924 la jefatura del Estado, y la hegemonía del partido soviético sobre todos los partidos hermanos de otras naciones. Las nuevas medidas económicas cambiaron la faz del país y, tras conocerse las largas y mortíferas hambrunas, se procedió a la colectivización de la agricultura y a su organización en koljós. La exportación de productos agrarios facilitó capitales para el logro de la mayor obsesión del régimen, la industrialización, que consiguió en pocos años duplicar la producción de carbón y triplicar la de acero. La fiebre industrial supuso la adopción de jornadas laborales de 16 y 18 horas. La colectivización de la propiedad privada se construyó sobre el exterminio de los kulaks, los antiguos siervos emancipados por el Zar Alejandro I, que se habían convertido en pequeños propietarios, y por el desabastecimiento, seguramente provocado, de las regiones más insumisas.

Todavía se discute hoy si la muerte de dos o tres millones de campesinos ucranianos en el comienzo de los años 20 y después, entre 1932 y 1933, fue un genocidio decidido por Stalin o un error de planificación combinado con las pésimas cosechas y las requisas indiscriminadas de grano.

 

EL VIAJE Y EL LIBRO

La obra está dividida en capítulos con títulos que hacen referencia a los aspectos de la realidad moscovita que va conociendo. Empieza su viaje pasando por Cataluña, Francia, Polonia y Alemania a los que describe en rápidas pinceladas. Sender llegó a Moscú invitado a una olimpiada de arte revolucionario durante ocho días, pero prolongó su estancia por invitación expresa de la Unión Internacional de Escritores Revolucionarios, que le acompañaron y mostraron todos los logros de la revolución que el autor observa con una curiosidad entre desenfadada y admirada. Según él, los habitantes de Moscú, y por extensión de toda la URSS, viven en el mejor de los mundos, donde todos trabajan y colaboran en las tareas generales muy felices. Los proletarios van a la ópera y se divierten, las chicas son jóvenes sanas y guapas, y todos trabajan sin descanso para cumplir el plan quinquenal. Sender no tiene duda de que está viendo el verdadero pueblo moscovita con todas sus conquistas y no el que ven los turistas de Intourist que critican la realidad soviética con ojos europeos y según él, se mueven por resortes sentimentales. Las escuelas y los padres se desviven por los niños y los protegen, ya que son los verdaderos reyes del pueblo. No existen colas para la comida ni para otros bienes, que adquieren a un precio muy bajo en los economatos con el carnet de obrero. Solo hay colas para comprar libros. Las muchachas son independientes y participan en las sesiones de atletismo que son muy numerosas.

Las reclamaciones sobre los servicios públicos se recogen ordenadamente y son resueltos en poco tiempo. Tuvo ocasión de ver a Stalin en la Plaza Roja y comprobar cuanto le admira el pueblo. Considera que toda la política está orientada a la economía.

 

UNA CONVIVENCIA IDÍLICA

Piensa que el nivel de vida allí es como el de Vallecas o Cuatro Caminos; sin embargo, de todas las reformas emprendidas por la revolución, precisamente la mayor ha sido la inmolación de la independencia personal, de la intimidad e incluso de la vida privada, en nombre de la colectivización. Explica que los domicilios privados son diminutos, hasta en el caso de los dirigentes, pero en cambio los espacios de socialización son grandes y espaciosos como los comedores en las fábricas, las oficinas amplias y luminosas, así como los parques culturales donde se practica deporte y cultura física, se asiste al teatro y al cine, se escucha música o se canta. Comprueba la camaradería sin mengua del ejercicio de la autoridad, cuando procede que así sea, y todo el mundo parece saber lo que tiene que hacer. El orden público se suele limitar a la reconvención amable de los encargados de velar por él y en todos los órdenes de la vida colectiva parece haberse impuesto un intercambio de papeles pues los soldados pasan temporadas en las fábricas y los obreros industriales dedican algún tiempo de su vida participar en los trabajos de los campesinos. La práctica de la autocrítica política es habitual, y no se busca el conformismo ni la intemperancia con el disidente, sino una mejor conciencia del papel de cada uno. Paralelamente hay una jovialidad ante las dificultades y los problemas que Sender cifra en una expresión rusa que se oye a menudo y que se ha hecho traducir: No importa.

Sender ha comprobado que en la nueva Unión Soviética los escritores cuando se reúnen no hablan de literatura sino de política, y que, si bien en las bibliotecas abundan los libros, se traducen los extranjeros y florecen las literaturas en todas las lenguas de la Unión, lo más importante que sucede es el triunfo de un nuevo teatro realista, que en gran medida es una creación colectiva que implica a muchos autores y actores. En realidad, el motivo de la invitación de Sender era la celebración de una olimpiada de teatro popular a la que, aunque lo oculte, asistieron otros colegas españoles de los que nuestro escritor no era el menos cualificado, ya que en 1932 había publicado un volumen de teatro de masas, que daba cuenta de algunas novedades de la escena europea revolucionaria.

En las páginas de Madrid Moscú lo sabemos discrepante del culto al poeta suicida Vladimir Maiakovski que, en su opinión, encarna el espíritu ruso tradicional, confuso y alucinado, no se sabe si contemplativo o dinámico o las dos cosas juntas. Maiakovski era según él la Rusia revolucionaria enferma de occidentalismo.

 

EL ENVÉS DEL PARAÍSO

El lector de Madrid Moscú advierte que Sender tuvo noticias del envés del paraíso: sabía lo sucedido en Ucrania y también en el Cáucaso, en las regiones de los antiguos cosacos. Ante todas estas noticias la actitud de Sender es ambigua, casi penosamente ambigua. Y con una calculada mezcla de impasibilidad y desparpajo, en sus crónicas se inventaba un comunismo alejado de la realidad del primer estalinismo.

Sin embargo, él considera que se ha comportado como un testigo inquisitivo y nada complaciente y así lo manifiesta la noche antes de su partida:

Yo he estado casi siempre en la Unión Soviética en una posición de crítica, sobre todo con los miembros del partido que yo suponía que tenían alguna responsabilidad. Aquella noche había hecho muchas observaciones desagradables y había tratado de señalar algunas contradicciones.

Pero ¡sorpresa! específica que su crítica es contra los escritores rusos que admiran sin rubor la cultura burguesa, y lo mismo hacen muchos comunistas que tiene complejo de inferioridad frente a la burguesía de los países capitalistas. En una carta a sus anfitriones, que reproduce José Carlos Mainer en el prólogo de la obra ,y publicada en la revista Octubre, nº 4-5, decía lleno de fervor militante:

Ahora, después de mi estancia en la Unión Soviética vuelvo con la mayor fe en el triunfo completo y definitivo, y no solo definitivo sino inquebrantable. Después de todo lo que aquí he visto, no hay razón para que un intelectual esté indeciso. En la trinchera hay un uniforme y un fusil más…Al llegar aquí era un intelectual, hoy es un soldado del frente de lucha y de la edificación socialista el que os deja. Saludos revolucionarios.

 

COMPAÑEROS DE VIAJE

Sender no fue el único visitante de la URSS que publicó sus impresiones, los libros de esta naturaleza abundaron en los últimos años de la dictadura de Primo de Rivera, pero no todos fueron tan entusiastas como las de nuestro escritor. El primero de los testigos, Fernando de los Ríos, era un catedrático socialista que acudió a negociar el ingreso de su partido en la Tercera Internacional, y cuyo informe fue desfavorable como contó en Mi viaje a la Rusia soviétista, 1921. También fue negativa la opinión de Ángel Pestaña, que llegó como representante de la anarquista Confederación Nacional del Trabajo y que plasmó sus impresiones en un par de folletos. Setenta días en Rusia. Lo yo vi, 1924 y Setenta días en Rusia. Lo que yo pienso, 1929. Más benévolos fueron Rodríguez Soriano, republicano radical, autor de San Lenin (Viaje a Rusia), 1927, y el burgués liberal republicano, Diego Hidalgo, que tuvo un gran éxito editorial con sus Impresiones de un notario español en Rusia, 1929. Pero el socialista Julio Álvarez del Vayo en La nueva Rusia, 1926 y Rusia a los 12 años, 1927, es el más crédulo y entusiasta de los viajeros de su partido, como se comprueba a la vista de otros testimonios: los de Rodolfo Llopis en Cómo se forma un pueblo, la Rusia que yo he visto, 1930, Julián Zugazagoitia, en Rusia al día, 1932 y Luis Amado Blanco en 8 días en Leningrado, 1932.

Estas complacencias contrastaron con las serias objeciones del periodista liberal Manuel Chaves Nogales que planteó serias objeciones al paraíso soviético en La vuelta al mundo en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja, 1929, en la novela La bolchevique enamorada del mismo año y en 1931 Lo que ha quedado del imperio de los zares, además de otra narración inspirada en un personaje real El maestro Juan Martínez que estaba allí, 1934.

Las páginas apasionadas y elogiosas que escribió Sender en Madrid-Moscú fueron las últimas dedicadas a la revolución rusa y, más allá de su ceguera y de sus legítimas esperanzas revolucionarias, son una inmersión de primer orden en la cenagosa historia del siglo XX.