El Camino de Santiago
Desde lo alto del Somport se contempla un impresionante circo de montañas. Pero toda la carretera está tan poblada de hoteles, restaurantes y edificios de apartamentos de los urbanizaciones delos campos de esquí que al viajero le cuesta trabajo imaginar cómo era este lugar cuando se alzaba allí el hoy derruido hospital de Santa Cristina que era considerado, en el siglo XII , junto con el hospital de Jerusalén y el del Gran san Bernardo, en el camino de Roma, una de las “tres columnas que el Señor estableció en este mundo para el sostenimiento de sus pobres”. Hoy, Somport parece haber cambiado los antiguos peregrinos por esquiadores y turistas, aunque siguen pasando por allí los que vienen de Provenza, de Italia o de regiones más alejadas del este de Europa.
El antiguo camino pasa por lo que es hoy la estación de esquí de Candanchú y sigue el curso del río Aragón, por las provincias de Huesca y Zaragoza, hasta el pantano de Yesa, en la linde con Navarra. Hay cosas muy interesantes que ver en la carretera que conduce a Jaca y no sólo monumentos jacobeos. Me gustó mucho la estación de Canfranc, una preciosa construcción de hierro y cristal de los años veinte que, a pesar de su abandono, mantienen el encanto de los antiguos viajes en tren. El ferrocarril que por aquí pasaba unía España con Francia hasta que se hundió el puente de l’Estanguet, en 1970.
Que estamos en el Camino de Santiago se percibe enseguida por las numerosas iglesias y ermitas románicas que encontramos en los pueblos o fuera de ellos. A esta vía se la podría llamar el Camino del Románico y España debe a la devoción jacobea algunos de los más bellos monumentos de este arte que existen en Europa y que jalonan toda la Vía a través de Aragón, Navarra, La Rioja, Castilla y León y Galicia.
La catedral de Jaca es uno de los más excelsos ejemplos de este estilo. Consiste en un templo de espaciosas naves, con una bellísima cúpula octogonal sostenida por arcos califales. El maestro de Jaca esculpió los capiteles para contar a los que no sabían leer la sagrada historia. EL más bello de todos puede ser quizá el que representa el sacrificio de Isaac, en el que Abraham y su hijo aparecen desnudos. Es famoso el crismón del tímpano de la puerta de entrada. Parece ser el más antiguo de Europa. Consiste en un anillo circular con el anagrama griego de Cristo, XPS, adornado con margaritas, las flores que en la tradición oriental representan la forma dela Eucaristía. A cada lado del crismón o lábaro hay un león. Bajo el de la izquierda yace una figura humana que sujeta una serpiente con las manos. El de la derecha pisotea a un oso, o un animal parecido a un oso, y a un basilisco, bestia mitológica nacida de un gallo e incubada por un sapo, a la que se creía capaz de talar árboles a su paso e incluso matar sólo mirando a su víctima. La inscripción en latín del lado izquierdo dice: “El león se apiada del caído bajo sus pies y Cristo del que le invoca”; el de la derecha : “EL potente león aplasta el reino de la muerte”.
El crismón de Jaca, que luego encontramos repetido a lo largo del Camino de Santiago, se presta a toda clase de especulaciones y hace las delicias de los que buscan en la Ruta Jacobea signos esotéricos. Confieso estar poco inclinado a tales interpretaciones, que muchos creen a pie juntillas. Pero la verdad es que en Jaca pasan cosas bastante raras. Por ejemplo, en lo alto dela catedral ondea una bandera blanca que parece encontrarse allí como amuleto protector contra las tormentas y, según me dijeron, de buenos resultados pues el mal tiempo no suele causar destrozos en Jaca ni en los campos vecinos. La tela blanca de la bandera se cambia cada año. Tiene que permanecer sobre el sagrario del altar mayor el Jueves y el Viernes Santos antes de izarla. Más extrañas todavía son las propiedades que tiene la reliquia de santa Orosia, una mártir de la alta Edad Media, patrona de la ciudad. Esta reliquia se guarda en su capilla de la catedral y ha venido sirviendo para exorcizar a los endemoniados que acudían desde muchos países.
Hoy es Jaca una bella y próspera ciudad, capital de los deportes de invierno y sede de la primera Universidad de Verano que existió en España. Sus testimonios jacobeos son muchos. No quisiera convertir estas páginas en una lista de monumentos pero merece la pena visitar el museo catedralicio, con sus preciosas pinturas románicas y, en el monasterio de las monjas benedictinas, el prodigioso sepulcro labrado de doña Sancha, hermana del rey de Aragón, Sancho Ramírez.
Estuve también la iglesia de Santiago, románica igualmente, aunque muy reformada, para hablar con el cura que se encarga de recibir a los peregrinos, darles albergue y proporcionarles la compostela, que luego tendrán que sellar en las sucesivas etapas del Camino. Don Fernando, así se llamaba el cura, me contó que la mayoría de los peregrinos traen una carta de presentación que les acredita como tales. “Hace unos días me llegó un peregrino alemán con una carta de un pastor luterano. Y yo le dije: Sea bienvenido”. Recalcaba sus últimas palabras como para darme a entender que la Iglesia ya no mantiene frente al protestantismo la actitud que solía.
En Jaca, como en muchas otras ciudades del Camino, existe una asociación de amigos de la Vía Jacobea. Estuve hablando con su presidente, don Francisco Orós, que se hallaba preocupado por la señalización del tramo aragonés, defectuosa en algún pronto, debido a la lentitud de la Administración, que tarda en cumplimentar las indicaciones de la asociación. Don Francisco reconoció: “los navarros lo tienen mejor organizado que nosotros”. A través de sus palabras se manifestaba cierta rivalidad entre Aragón y Navarra a propósito de la localización de algunos hechos históricos o legendarios. “La batalla de Roncesvalles no fue en Roncesvalles”, dijo y aseguró que hay estudios hechos en Aragón que revelan que le lugar donde aconteció la célebre batalla en que murieron los pares de Francia fue le puerto de Palo, en el valle de Ansó, en Huesca. En él hay una gran cortadura en la roca que, desde siempre, se llama la Brecha de Roldán, porque fue el héroe dela Chanson quien la hizo con un tajo de su espada Durandal.
La ciudad de Jaca puede presumir de ser dos veces milenaria pues fue el centro de la tribu ibera de los jacetanos, que Roma convirtió en capital de toda la región. Allí se fundó el condado de Aragón, núcleo del reino de este nombre. La ciudad fue siempre una plaza militar de importancia. Felipe II mandó construir en ella la ciudadela pentagonal o castillo de San Pedro, en los últimos años del siglo XVI. Un acontecimiento más moderno llevó el nombre de la ciudad a los libros de Historia de España: en 1930,los capitanes Galán y García Hernández se sublevaron en Jaca contra Alfonso XIII y proclamaron al República. Fueron juzgados y ejecutados pero la Monarquía cayó en 14 de abril del año siguiente.
Ni el pueblo de Santa Cruz de la Serós ni el monasterio de San Juan de la Peña se encuentran, propiamente hablando, en el Camino de Santiago. Muchos peregrinos y viajeros toman el breve desvío que, a la salida de Jaca, conduce a ellos. El lector agradecerá que le recomiende con entusiasmo la visita porque la iglesia de Santa Cruz, la minúscula capilla lombarda de San Caprasio y, sobre todo, el monasterio de San Juan están entre los más bellos monumentos románicos que yo haya visto. Su origen es legendario. Dicen las crónicas que a mediados del siglo VIII un joven cazador llamado Voto, natural de Zaragoza, fue a practicar la caza del ciervo en el monte Pano, el lugar donde hoy se encuentra el monasterio de San Juan de la Peña. Cabalgaba el hombre persiguiendo al animal cuando éste se despeñó. Su caballo estuvo a punto de caer también en el precipicio, pero él se encomendó a san Juan Bautista y al animal quedó clavado en el suelo al borde del abismo. Se asegura que allí están todavía las huellas de sus herraduras.
Voto bajó entonces por tortuosos caminos al lugar donde el ciervo había caído y encontró en el fondo de una cueva una pequeña iglesia dedicada al Bautista junto al cuerpo muerto de un anacoreta. En la piedra donde el cadáver reposaba la cabeza, había una inscripción que decía que, en vida, se llamó Juan y era vecino del pueblo de Atares. Voto sepultó el cuerpo y volvió a Zaragoza donde persuadió a su hermano Félix de que dejara el mundo y se retirara con él a aquel lugar. Así lo hicieron y, al poco tiempo, acudieron allí otros eremitas deseosos de pasar su vida en oración. De esta manera nació el monasterio de San Juan de la Peña. Y no faltan los que afirman que aquel templo, edificado bajo la mole de piedra del monte Pano, fue el lugar donde se concentraron no sólo los monjes sino también los guerreros que habían de iniciar la Reconquista del reino de Aragón.
Con San Juan de la Peña se relaciona el Santo Grial que es el vaso de la última cena y también el cáliz en el cual José de Arimatea recogió la sangre de Cristo cuando fue clavado en la cruz. No es obra humana sino que fue tallado por los ángeles en la esmeralda que adornaba la frente de Luzbel, cuando éste cayó al abismo por haber desobedecido a Dios. Durante mucho tiempo, el cáliz estuvo en San Juan de la Peña pero, hasta llegar allí, recorrió un largo camino. Parece ser que el apóstol San Pedro lo llevó consigo a Roma y cuando, en el siglo III el diácono Lorenzo, que luego sería mártir, fue el encargado de guardar los bienes de la Iglesia, lo envió a España con un soldado para que no cayese en manos de los paganos. En Huesca, de donde Lorenzo era natural, guardaron el cáliz en una ermita de nombre Loreto. Luego fue construida para custodiarlo la catedral oscense de San Pedro el Viejo. De allí pasó a San Pedro de Siresa, a San Adrián de Sasabe y a la catedral de Jaca que, según algunos, había sido edificada para guardar el Santo Grial. En el año de 1076 se trasladó a San Juan de la Peña donde se guardó durante tres siglos en un arcón de marfil. En aquel tiempo se creía que quien miraba el Grial con ojos de pureza tenía la seguridad de no morir en la siguiente semana.
Quizá por esta razón, le rey Martín el Humano quiso llevarse el Grial y se lo cambió a los monjes de San Juan por un cáliz de oro. En 1399 estaba en el palacio zaragozano de la Aljafería y en 1410 en la catedral de Barcelona. En 1424, el rey de Aragón Alfonso el Magnánimo entregó el Santo Grial a la catedral de Valencia donde hasta hoy se venera.
Luis Carandell