La gran mayoría de los relatos sobre el río Congo comienzan de manera invariable con la llegada de los portugueses a su desembocadura a finales del siglo XV. Como si la cuenca del segundo río más caudaloso del planeta y sus pobladores – los reinos Lunda, Luba, Kuba, o los innumerables grupos étnicos que han vivido en simbiosis con su entorno en el otro pulmón verde del planeta, además del Amazonas- no hubieran existido hasta esa relativamente reciente fecha.
Es también revelador que en ninguno de los más de cien idiomas autóctonos practicados por las personas que pueblan el río a lo largo de sus 4.670 km de longitud se utilice la palabra “Congo” para designarlo. Fueron los europeos los que lo bautizaron de esa manera haciendo referencia a la etnia Ba-Kongo que ocupaba parte de la desembocadura. En idioma ki-kongo existe la palabra “nzádi” que significa “río”, de donde viene la palabra “Zaire”. En los demás idiomas autóctonos de la cuenca la palabra para designar al río tiene innumerables variantes, siendo el punto de unión entre sus pobladores no
la manera de referirse al río en sí, sino las múltiples referencias a la sirena Mama Wata, un personaje mitológico que encarna para los congoleños el espíritu de este sistema fluvial. Representada junto a una serpiente multicolor, Mama Wata es para los africanos portadora de vida y esperanza, lo que contrasta con la visión negativa cultivada en Occidente del río Congo como un lugar tenebroso e inhóspito tal como reflejó el escritor Joseph Conrad en el “Corazón de las tinieblas”.

LLEGAN LOS PORTUGUESES: COMIENZA LA TRATA DE ESCLAVOS

Volviendo a los portugueses, su encuentro con los Ba-Kongo se produjo en 1482 en el transcurso de una de las expediciones capitaneadas por Diogo Cão a lo largo de la costa africana en busca del paso al Océano Índico. Diogo Cão intuyó que únicamente un río “poderoso” (así le designaron los portugueses en primera instancia) era capaz de arrastrar agua dulce y lodo a tan considerable distancia de la costa (el ecosistema del río se prolonga, en efecto, a través de un cañón submarino 800 km más allá de la desembocadura).
El encuentro inicial fue pacífico y prometedor para los Ba-Kongo, cuyos monarcas, cristianizados por los portugueses, apostaron por las ventajas que supuestamente les acarrearían los extraños e inesperados visitantes. Ahora bien, una vez que los portugueses descubrieron que las cataratas del río les cerraban el paso navegable hacia el Nilo y el mítico país cristiano del Preste Juan, pasaron a dedicar se de manera casi exclusiva a la lucrativa trata de esclavos, abriendo así el proceso que llevó a la fuerza, durante más de tres siglos, a millones de africanos a América.
Reflejo de la hegemonía portuguesa en la región durante la era de la trata de esclavos fue el próspero Reino de Loango, que floreció entre los siglos XVII al XIX sobre territorios de la actual Cabinda (Angola), los dos Estados del Congo y Gabón.

La mera mención de los principales enclaves esclavistas, o las estadísticas más o menos fiables acerca del llamado comercio triangular (entre Europa, África y América), no siempre sirven para imaginar el drama humano que supuso el fenómeno de la trata en la región del Congo. Para hacerse una idea de dicho drama y de sus consecuencias están las cartas que el Mani- Kongo (rey Congo) Mpanzu a Muzinga (cristianizado con el nombre de Alfonso) escribió a los monarcas lusitanos coetáneos (Manuel I y Juan III).
“Muy poderoso y muy digno príncipe y rey, mi hermano -reza una de las cartas dirigida a principios del siglo XVI por dicho rey kongo a Manuel I, conservada en los archivos reales de Lisboa-, cuán excesiva es la libertad dada por tus funcionarios a los mercaderes a los que se autoriza a venir a este reino. No podemos llegar a valorar el daño que hacen. Los mencionados mercaderes capturan a diario a nuestros súbditos, a los hijos de la tierra y a los hijos de nuestros nobles, y a los vasallos y sus parientes.
Ladrones y hombres sin conciencia cazan a nuestras gentes y las venden; tan grande es, señor, su corrupción y su desenfreno que nuestro país está siendo despoblado.”
La misma carta podría haber sido escrita cuatro siglos más tarde por cualquier jefe tribal congoleño al rey de los belgas, por aquel entonces propietario personal del Estado Independiente del Congo, un territorio que cubría la casi totalidad de la cuenca del río y que era 70 veces más grande que Bélgica.

LOS ESCLAVISTAS ÁRABES Y LAS CARAVANAS NEGRERAS

En Bruselas, capital de la antigua metrópoli del Congo Belga, hay monumentos que cargan las tintas contra los “esclavistas árabes” que, procedentes del sultanato de Zanzíbar, habrían esquilmado durante siglos el Congo hasta que fueron vencidos y expulsados por los europeos. En realidad, los árabes habían llegado a la costa índica africana de manera análoga y con los mismos propósitos que los portugueses y el resto de europeos lo hicieran a la costa atlántica, y tan sólo redoblaron la actividad esclavista en su zona de influencia a principios del siglo XIX para hacer frente a la creciente demanda de esclavos por parte de los occidentales.
Dicho de otro modo, fue la prohibición de la trata atlántica, iniciada por el Reino Unido, lo que provocó el auge de las actividades esclavistas de los araboswahilis en el Índico, ante la demanda constante de esclavos para América a lo largo del siglo XIX.

De la acción de los esclavistas árabes en la región de los Grandes Lagos y la cuenca del Congo no sólo se beneficiaron los tratantes europeos, sino también los exploradores que sentaron las bases de la era colonial en el corazón de África.
En efecto, los descubrimientos geográficos de los que se enorgullecieron los europeos a lo largo del siglo XIX no habrían sido posibles sin la labor de los esclavistas árabes y sus macabras caravanas de negros.

LAS INFAMIAS DEL REY LEOPOLDO II

Tres fueron las grandes rutas abiertas por los arabo-swahilis desde el océano Índico hacia el interior de África, las mismas que recorrieron respectivamente Livingston, Burton con Speke y, finalmente, Stanley, cuya alianza estratégica con el negrero Tippo Tip le permitió llegar al río Lualaba y, desde allí, llevar a cabo el primer descenso conocido del río Congo hasta su desembocadura. No es de extrañar que, por consejo de Stanley, Leopoldo II nombrara a Tippo Tip gobernador de los territorios orientales del Congo.
Las nefastas consecuencias de la explotación del Congo en tiempos de Leopoldo II las puso de manifiesto el escritor Adam Hochschild en su libro “El fantasma del Rey Leopoldo”. Hochschild llegó a la conclusión, aunque sin pruebas fehacientes, que la población del Congo se redujo de 20 a 10 millones de habitantes como consecuencia de la despiadada acción de los agentes del monarca belga, interesados a toda costa en productos como marfil y caucho. Isidore Ndaywel è Nziem, historiador congoleño contemporáneo, autor de la monumental “Historia general del Congo”, incluso aumenta esta cifra de pérdida de población congoleña en tiempos de Leopoldo II a 13 millones.
Fenómenos como la secular trata de esclavos, la explotación en la época de Leopoldo II, los trabajos forzados en tiempos de la colonia belga y las guerras desatadas desde la independencia – guerras vinculadas principalmente al control de las riquezas mineras – son explicación más que suficiente para entender los males endémicos de la actual República Democrática del Congo, pese a disponer de recursos comparables a los de Brasil, o tal vez por ello…

LA SEGUNDA SELVA TROPICAL DEL MUNDO

En la actualidad, la cuenca del Congo se extiende sobre ocho países: Angola, Burundi, Camerún, Congo-Brazaville, República Centroafricana, Tanzania, Rwanda, Zambia y República Democrática del Congo. Casi dos terceras partes de la cuenca están en la República Democrática del Congo, un Estado de unos 75 millones de habitantes de los que sólo tres millones viven en las 180 millones de hectáreas de selva que aún se conservan. El conjunto de la cuenca del Congo contiene la segunda selva tropical del mundo, que representa el 12,5 por ciento del territorio africano.
Las selvas del Congo presentan una diversidad biológica excepcional con alrededor de 400 especies de mamíferos, 1.000 especies de pájaros, 2.000 especies de peces, 10.000 plantas y un número aún indeterminado de insectos, moluscos, reptiles, anfibios, hongos… Entre las especies piscícolas endémicas del Río Congo figuran sardinas adaptadas al agua dulce. También hay peces que comunican por señales eléctricas y peces que guardan huevas y crías en sus bocas durante semanas. Los recursos piscícolas representan la mayor parte de la proteína animal para las poblaciones de la cuenca del Congo. Una de las técnicas de pesca más llamativa consiste en la utilización de enormes embudos construidos a base de ramas que se colocan de manera estratégica entre rocas en los rápidos.

UN RIO INMENSO Y UN PAIS SIN AGUA

El Congo, cuya fuente está en territorio de sabana a 1.420 m de altitud, en Katanga, al sudeste de la República Democrática del Congo, contiene más de 4.000 islas, unas 50 de ellas con longitudes mayores a los 50 km. La anchura del río varía entre 1,6 y 23 km. La capital, Kinshasa, reproduce todos los males de las grandes urbes africanas achacables a la superpoblación y a un crecimiento caótico. Resulta paradójico que, pese a la proximidad del río y las abundantes lluvias, uno de los más graves problemas de Kinshasa sea la carencia de agua potable, lo que explica que una de las actividades cotidianas de las mujeres consista en trajinar cubos y bidones.
Otra de las carencias endémicas de Kinshasa, y del África central en general, es la energía eléctrica, y ello pese al potencial hidroeléctrico de la cuenca del Congo. Entre Kinshasa, donde el río se sitúa a 300 m de altitud, y Matadi, donde el río se hace navegable hasta el mar, hay una sucesión de rápidos y cataratas con una gran potencial hidrográfico. En los años 1970 se diseñó el proyecto “Gran Inga” compuesto por una presa de 150 metros de altura y otras cuatro menores que permitirían producir casi 35.000 MW, el equivalente de 35 centrales nucleares.
La República Democrática del Congo podría cubrir de esa manera gran parte de sus necesidades energéticas e incluso exportar electricidad a los países vecinos, pero la inestabilidad política explica que ni éste ni otros proyectos se lleven a cabo.

MINERALES DE PESADILLA

En cuanto a los recursos mineros, la región de Katanga, en la que nace el río Congo, es fiel reflejo de la penosa situación en la que vive sumida la población congoleña. La otrora floreciente mina Shinkolobwe de cobre, cobalto y uranio es explotada en la actualidad supuestamente por clandestinos, incluidos niños, y en realidad hay toda una organización de corte mafioso en torno a esta actividad.
La mina desempeñó un importante papel en la historia, ya que de ella procedía el uranio utilizado por los estadounidenses para la fabricación de las bombas atómicas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki.
El auge de los videojuegos y los teléfonos móviles supuso una nueva pesadilla para las regiones mineras congoleñas, que atesoran el 80 por ciento de las reservas mundiales de coltán, un mineral imprescindible en la fabricación de los nuevos artilugios electrónicos cuyo control es fuente de miseria y conflictos.

EL CONGO DESDE BELGICA

Desde la época del monarca belga Leopoldo II, Bélgica cuenta con un escaparate del Congo situado a unos diez km de Bruselas, en la localidad de Tervuren. Fue allí donde, a finales del siglo XIX, se erigió, como parte de la Exposición
Universal de Bruselas, el Pabellón dedicado al Congo, origen del que fuera Museo del Congo Belga, en la actualidad Museo del África Central.
El museo, en proceso de profunda transformación, reabrirá sus puertas en 2017 con la intención de consolidar su reconocida posición de referente mundial en materia científica y divulgativa en torno a la cuenca del Congo. Una exposición monográfica dedicada en 2010 al río demostró la capacidad de este museo de cumplir dicha labor, pese a la pesada herencia colonial que rezuman sus muros y sus jardines versallescos, en cuyos estanques Mami Wata, el espíritu del Congo, brilla por su ausencia.