Texto: Pedro Páramo

Boletín 62 – Sociedad Geográfica Española – El viaje de los alimentos

El soldado cronista de la conquista de México Bernal Díaz del Castillo, en su Historia Verdadera de la Conquista de Nueva España, testigo de alguno de los banquetes del gran Moctezuma, nos ha dejado una detallada descripción de qué y cómo comía el señor de los aztecas.

 “En el comer –escribió Díaz del Castillo– le tenían sus cocineros sobre treinta maneras de guisados a su manera y usanza… cotidianamente le guisaban gallinas, gallos de papada (pavos), faisanes, perdices de la tierra, codornices, patos mansos y bravos, venado, puerco de la tierra (especie de jabalís), pajaritos de caña, palomas y liebre y conejos y muchas maneras de aves y cosas que se crían en esta tierra”. El convite finalizaba con una exhibición de cuantas frutas había en México, de la que Moctezuma “no comía sino muy poca de cuando en cuando”, y, como colofón obligado, el chocolate: “Traían en una como a manera de copas de oro fino con cierta bebida hecha del mismo cacao –cuenta Bernal Díaz–; decían que era para tener acceso con mujeres”.

En un apartado de su Historia General de las Cosas de Nueve España, titulado De las comidas que usaban los señores, fray Bernardino de Sahagún relaciona una gran variedad de tortillas de maíz y tamales (especie de empanadillas de harina de maíz cocidas al vapor) rellenas de verduras, frutas y gallina cocida o asada. Especialidades muy apreciadas por los ricos aztecas eran las cazuelas y potajes con maíces y chiles, unas veces con verduras y semillas como tomates, cacahuetes, granos de amaranto y pepitas de calabaza y otras enriquecidas con carnes, peces, ranas, renacuajos, saltamontes, camarones y gusanos de maguey. No faltaba la estrella final de los convites, el chocolate.

Un manjar habitual en las mesas de Moctezuma y los grandes caciques mexicas era la carne humana. “Oí decir que le solían guisar (a Moctezuma) carnes de muchachos de poca edad –cuenta Bernal Díaz del Castillo–, y como tenían tantas diversidades de guisados y de tantas cosas, no lo echábamos de ver si era carne humana o de otras cosas”. Fray Bernardino de Sahagún relata con detalle cómo, en muy variados acontecimientos, tenían lugar sacrificios de grandes grupos de prisioneros, cuyos cuerpos desmembrados eran ofrecidos a las multitudes presentes para ser llevados a los hogares, y cómo estos restos eran conservados, cocinados y consumidos por la población.

Los historiadores indigenistas, que juzgan con severidad la conquista y colonización españolas con criterios morales de hoy, suelen pasar de puntillas sobre el asunto del canibalismo practicado por numerosos pueblos de América con anterioridad a la llegada de Colón. Si lo mencionan, es formando parte de rituales mágicos o religiosos, como si estas razones fueran más nobles que las puramente nutritivas en un mundo sin apenas ganadería. Para los antropólogos de la corriente del materialismo cultural las razones eran más prosaicas. El antropólogo estadounidense Marvin Harris, por ejemplo, sostiene en su libro Bueno para comer que la finalidad de la guerra dejó de ser en un momento histórico la aniquilación del enemigo y se pasó a aprovechar a los prisioneros para los trabajos de desarrollo y expansión de los imperios con una única excepción: la del canibalismo azteca. Harris opina que el sacrificio y consumo de carne humana no pudo ser suprimido por la clase dirigente de los aztecas como recompensa al ejército por su lealtad, debido al agotamiento de la caza y a la ausencia de grandes animales domésticos.