Texto: Lola Escudero

Boletín 64 – Sociedad Geográfica Española

La primera vuelta al mundo

A principios del siglo XVI, cuando Magallanes llegó a Sevilla para preparar su expedición, la ciudad ya era la capital no oficial de un nuevo imperio. Solo habían pasado 25 años desde el primer viaje de Colón, pero la ciudad se había convertido en el centro del mundo. Situada en el Guadalquivir, era ya importante desde tiempos musulmanes, estaba bien comunicada con el resto de la península y lo bastante lejos de la costa como para dar abrigo a los barcos. Reunía las mejores condiciones para convertirse en puerta y puerto del Nuevo Mundo.

Ya en tiempos de los Reyes Católicos, Sevilla era la capital del oro que venía desde el Sudán, y se había convertido en el punto clave para la expansión de España hacia el Atlántico. Desde 1482 hasta 1503, la ciudad había conocido una enorme evolución y la Sevilla islámica se transformó velozmente. Se empezaron a abrir espacios en la intrincada red urbana islámica, y la ciudad se transformó en un puerto fluvial, cada vez más centrado en el muelle de las Muelas, las Atarazanas y el Arenal. La riqueza, en forma de oro, plata y diversos productos del Nuevo Mundo, tendría también su reflejo y el Arte y la Cultura nos ha dejado una ciudad increíblemente rica. Este lugar hegemónico se confirmaría definitivamente en 1503, con el establecimiento de la Casa de la Contratación, que convirtió a la ciudad en el centro vital de las expediciones a ultramar y del comercio con las Indias, un monopolio que haría de Sevilla durante años el principal centro comercial de la Europa Occidental.

UNA CIUDAD DE AIRE ORIENTAL Y GRAN METRÓPOLI COMERCIAL

Cuando Magallanes llega a la ciudad, el 20 de octubre de 1517, tras convencer a la Corona de que hay otra ruta alternativa para llegar a las Molucas, la ciudad lleva ya casi tres siglos siendo cristiana, pero persiste un aire oriental no solo en el aspecto exterior de la ciudad, sino también en la forma de vida de sus habitantes. Su catedral tiene un gran patio con naranjos, recuerdo de la mezquita, y su campanario, la Giralda, en otros tiempos fue el alminar desde el que se llamaba a la oración. Sobrevive la muralla almohade, hay baños públicos, cada vez menos utilizados (los Baños de la Reina Juana y los de San Juan de la Palma todavía estaban de moda cuando el navegante portugués vivió en la ciudad). Y, sobre todo, se mantiene un acueducto islámico que sigue abasteciendo de agua a Sevilla, entrando por la zona oriental de las murallas.

Al mismo tiempo Sevilla está en pleno proceso de transformación. Es una gran metrópoli comercial, con una población creciente que se mueve en nuevos escenarios en torno al Guadalquivir, todos al servicio del Nuevo Imperio al otro lado del Atlántico. Hay que imaginarnos a Magallanes caminando por una Sevilla llena de actividad, transitada por comerciantes de todas las nacionalidades, navegantes, marineros, buscadores de fortuna, pilotos, constructores de barcos, cartógrafos, burócratas, y también por pícaros en busca de una oportunidad, prostitutas y maleantes, que de todo hubo.

Junto al Guadalquivir se construyen barcos adaptados a las nuevas necesidades para cruzar el Atlántico, muy diferentes a los construidos hasta entonces para navegar por el Mediterráneo. Es una ciudad al servicio de su papel como Puerto de Indias, y los escenarios principales están ligados a este fin: la Casa de la Contratación, las gradas de la Catedral donde se realizan los negocios, las atarazanas en las que se construyen las embarcaciones, las nuevas fábricas de porcelana, jabón o alimentos para llevar a bordo… la actividad es desbordante. Como contrapunto está la iglesia, cada vez más poderosa, y encargada de impregnar la ciudad de religiosidad. Por todos lados se construyen nuevas iglesias para inspirar devoción y propagar el pensamiento de la iglesia. Y junto a ellas, los que se enriquecen con este nuevo comercio levantan también sus palacios y casas señoriales, ya de factura renacentista, y algunas de ellas en plazas abiertas, mostrando su poder, en contraste con los antiguos palacios escondidos en callejas y rodeados de jardines para ocultarse a miradas ajenas.

La Sevilla del siglo XVI de Alonso Sánchez Coello, 1570-80.

SEVILLA EN TIEMPOS DE MAGALLANES

El navegante llegó a Sevilla el 20 de octubre de 1517, después de exponer a Carlos V su propósito de descubrir una nueva ruta de las especies navegando siempre hacia el oeste. En la ciudad encontrará un gran apoyo en sus compatriotas, los cosmógrafos Ruy Falero, Pedro y Jorge Reinel y Diego Ribero, un portugués naturalizado español y al servicio de la Casa de la Contratación, donde colaboraba en el Padrón Real.

La ciudad que se encuentra Magallanes vive una frenética actividad: el Guadalquivir está repleto de carabelas, naos y bateles. Desde la Torre del Oro se controla la actividad del puerto, y también la partida y la llegada de las expediciones oceánicas. Tras ella se carenaban los barcos, aprovechando la bajamar. A pesar de que la ciudad está a muchos kilómetros del mar, es una ciudad claramente oceánica: hay grandes atarazanas, almacenes de pertrechos y mercancías, talleres de calafatería y caballería, fábricas y talleres para abastecer las grandes navegaciones…

En aquellos tiempos, Sevilla tenía más de 60.000 habitantes, aunque es difícil calcularlo porque la ciudad recibía constantemente emigrantes, llegados de todas partes en busca de una oportunidad. Muchos de los extranjeros terminaban asentándose y castellanizando sus apellidos. También llegaban muchos castellanos para buscar fama y fortuna en el Nuevo Mundo. Y no hay que olvidar a los esclavos: miles de esclavos negros o bereberes, comprados en Lisboa, y también esclavos nativos de las Canarias. Quizá también hubo europeos del este, que en la Edad Media eran la mayoría. Quedaban también en la ciudad algunos musulmanes y muchos conversos, que solían ser albañiles o comerciantes. No podían emigrar al Nuevo Mundo, pero algunos llegaban a hacerlo pagando una elevada tasa.

MAGALLANES INSTALADO EN SEVILLA

Imaginamos que Magallanes se movería cotidianamente entre los símbolos del poder de aquella época: el comercial, centrado en la Casa Lonja, el religioso, centrado en la catedral, y el poder real en el Alcázar, donde se encontraba también la Casa de la Contratación. Aquí es donde acuerda Magallanes la compra y preparación de las naves, y el reclutamiento de los hombres que le acompañarán en la aventura. También pasaría mucho tiempo en las gradas de la catedral, donde mercaderes y comerciantes se reunían para negociar las mercancías y utensilios, víveres, aparejos o pólvora.

Le podemos imaginar también caminando por el intrincado laberinto de sus calles más céntricas. Por toda la ciudad había tiendas y talleres a los que iban los marineros y responsables de las flotas antes de embarcarse. Eran tiendas llenas de productos traídos de los rincones más remotos de la tierra. En estas calles se asientan también las colonias de extranjeros (genoveses, florentinos, portugueses, flamencos, sieneses e ingleses) y de nacionales (catalanes, valencianos, burgaleses y vascos) y es notable la presencia de casas comerciales europeas, agrupadas por nacionalidades, que acabarían dando nombre a calles como Alemanes, Génova o Francos.

En el bullicioso Barrio del Arenal, la actividad de los toneleros, carreteros o ballesteros es frenética. En la zona entre la catedral y el Arenal era donde se acumulaban grandes cantidades de aceite en grandes barricas de roble, buenos jabones (Sevilla se había convertido en el principal productor de jabón de Castilla), o toneladas de cereales de los campos de Carmona y Écija, que veían cómo su demanda aumentaba en las Indias año tras año. Sevilla era también la mayor región productora de vino de la península y esta fue otra de las mercancías cuya demanda aumentó con el descubrimiento de las Indias. Eran vinos añejos que aguantaban mucho sin pasarse, por lo que resultaban perfectos para las largas travesías. Gran parte del negocio del vino lo manejaban los genoveses y los florentinos.

INDUSTRIAS Y COMERCIOS AL SERVICIO DEL TRASIEGO PORTURIO

Había por toda la ciudad otro tipo de industrias, todas al servicio del trasiego portuario, como los telares, que trabajaban sin parar para cubrir la demanda, o como la industria del cuero o el comercio del terciopelo, muy activo y dominado por los genoveses. La pólvora se fabricaba en Triana, donde también era importante desde tiempos de los romanos la industria alfarera. En época de Magallanes había cincuenta hornos en Triana que producían loza vidriada, ladrillos, tejas y platos.

Y había otros negocios de importancia creciente, como la impresión y comercialización de libros. Muchos viajeros llevaban consigo ejemplares de las famosas novelas de caballerías, impresas por un alemán instalado en Sevilla, Jacob Cromberger. Los libros podían comprarse en el Arenal o en la calle del Mar (hoy calle García de Vinuesa), que llevaba desde el Arenal a la Catedral.

En estas animadas calles había también sastres, talleres de todo tipo, fábricas de sombreros o de ballestas. Los vendedores de pantalones y chaquetas estaban en la calle Génova, los sombreros y ballestas en la calle del Mar, las gorras y zapatos en las Gradas, los perfumes y adornos para mujeres en la Calle Francos, la ropa interior en la calle Escobar y las armas ligeras en la calle Sierpes.

Y no hay que olvidar todas las industrias auxiliares para la construcción de barcos, como los madereros, o los fabricantes de toneles para almacenar los productos., que estaban sobre todo al otro lado del río, en Triana.

LOS ESCENARIOS SEVILLANOS DE MAGALLANES

LA CATEDRAL Y LAS GRADAS
Con sus siete naves, la catedral de Sevilla era el edificio más grande de Europa cuando Magallanes llega a la ciudad, aunque seguía en obras. Se finalizó en 1606. Levantada sobre la antigua mezquita almohade, en su construcción participaron artistas internacionales de toda Europa. Junto a la catedral, la torre musulmana de la Giralda se había convertido en el campanario donde se tañían las campanas para llamar a los cristianos a la oración.

La Torre del Oro. David Roberts, óleo sobre tabla 1833.

Magallanes tuvo una intensa relación con la catedral, sobre todo con la Virgen de la Antigua, que despertaba gran devoción entre marinos y exploradores. Ante ella los expedicionarios de Magallanes se postraron antes de partir en 1519, y los supervivientes volvieron a postrarse al regreso del periplo en 1522 “en camisa y descalzos con un cirio en la mano”, según dice la tradición. Una inscripción de bronce en la puerta de la capilla rememora el hecho.

En las gradas de la catedral, en la margen derecha de la actual calle Alemanes, debió de pasar mucho tiempo Magallanes en aquellos dos años de preparación del viaje: estas escaleras fueron el centro de negocios más concurrido de Sevilla, una lonja abierta para comerciantes y banqueros, que se instalaban aquí junto con pequeños tenderos y sobre todo cambistas, muchos de los cuales eran genoveses (antes fueron judíos). Todos ellos desarrollaban una activa vida social y pasaban en las gradas todo el día. Si llovía, se refugiaban en la catedral, e incluso metían allí sus caballos y continuaban los negocios. Por ello, la puerta del Perdón que se alza tras las gradas, se remató, en 1519, con un relieve de la expulsión de los mercaderes del templo, una advertencia para que dejaran de hacer sus tratos en el interior y se limitasen a su exterior.

Hoy es uno de los lugares de Sevilla que menos ha cambiado, y por eso podemos contemplar hoy las mismas escalinatas, rodeadas de cadenas, e imaginar aquí los muchos tratos cerrados en torno al oro, la plata, las sedas, las piedras preciosas, incluso los esclavos.

Pero las gradas eran también el mentidero de la ciudad, en el que se mezclaban pícaros y vagabundos, mancebas, frailes, monjas y cargadores. Tan importante era el lugar, que el ayuntamiento creó el cuerpo de Alguaciles de las Gradas para cuidar este productivo punto sevillano.

Fue también en estas gradas donde acabó en cierta forma la nao Victoria. En 1523 fue subastada y adquirida por el genovés Esteban Centurión, que la empleó después en la navegación de la carrera de Indias, hasta perderse su pista en 1525.

LA CASA LONJA DE MERCADERES Y EL ARCHIVO DE INDIAS
En 1572 se construyó una Lonja de Mercaderes para desalojar a los comerciantes de las gradas, y sobre todo del interior de la Catedral. En 1785 Carlos III ordenó convertir la Lonja en Archivo General de Indias. Hoy es el mayor centro de investigación de la conquista de América. El edificio se encargó al arquitecto real Juan de Herrera, y su planta es prácticamente un cuadrado, con un patio interior monumental al estilo del claustro de los Evangelistas del Monasterio del Escorial.

La creación del Archivo General supuso la reunificación de todos los archivos, que hasta entonces estaban repartidos en diferentes enclaves. Aunque el Archivo no existía en la época de Magallanes, aquí se encuentran algunos de los documentos relacionados con aquella epopeya, como la carta que Elcano escribió al emperador Carlos V desde Sanlúcar de Barrameda, el 6 de septiembre de 1522.

LAS REALES ATARAZANAS
Son uno de los espacios patrimoniales más interesantes y desconocidos de Sevilla, pese al importante papel que han jugado en la Historia. Cuando Magallanes venía por aquí, era un lugar de construcción de barcos, aunque antes tuvo otros usos: fue la primera sede de la Casa de la Contratación y también aduana e incluso un almacén de mercurio. Se trata de una de las mayores instalaciones industriales de la Baja Edad Media en Europa, solo comparable a las del Arsenal de Venecia en la misma época.

Las Atarazanas eran la mayor construcción del puerto de Sevilla, 17 naves de ladrillo que nacieron como astilleros en el siglo XIII para construir y reparar embarcaciones. Propiedad de la corona, estaban situadas en unos terrenos junto al río, fuera de las murallas de la ciudad, en un arenal cercano a las torres del Oro y de la Plata, y solo a un metro sobre el nivel del agua, para que fuera fácil trasladar las embarcaciones. Hoy solo quedan siete de las 17 naves, en sentido perpendicular al Guadalquivir.

Por estos astilleros pasaron las cinco naves de la flota de Magallanes. Las compró en Cádiz en un estado lamentable, y fueron llevadas a Sevilla para limpiar, reparar, calafatear, emplomar las costuras y embrear sus cascos.

Una curiosidad: las atarazanas sirvieron como escenario para el rodaje del segundo capítulo de la séptima temporada de “Juego de Tronos”.

LA TORRE DEL ORO Y EL PUERTO DE SEVILLA
Hoy la Torre acoge el Museo Naval de Sevilla, pero, en tiempos de Magallanes, esta antigua torre almohade era un elemento principal del puerto de la ciudad, el lugar desde donde partían y al que regresaban todos los navegantes hacia las Indias. La Torre era el primer lugar al que llegaban los cargamentos de Ultramar.

El puerto fluvial de Sevilla ocupaba hasta el siglo XVIII el Arenal de la ciudad, una enorme explanada entre las murallas y la orilla izquierda del Guadalquivir, y entre la Torre del Oro y el Puente de Barcas que cruzaba a Triana.

Cuando Magallanes vivió en Sevilla, el puerto estaba enormemente concurrido. La salida de las embarcaciones suponía todo un acontecimiento, la industria local vivía volcada en el abastecimiento de los barcos y esto incluía la contratación de tripulación.

Este ambiente dio lugar también a una literatura, la del Siglo de Oro, donde Sevilla aparece como un lugar casi mágico, lleno de pícaros, de bribones y de personas de todas las razas y culturas. Una ciudad cosmopolita que era escala obligada en el comercio entre el viejo y el nuevo mundo.

A primera vista, llama la atención la elección de un puerto a orillas de un río, a 100 kilómetros de la costa, pero existían razones para ello. La costa de Huelva estaba al margen de las principales rutas de comunicación, como el resto de Cádiz, y Sanlúcar en aquellos tiempos era una ciudad pequeña, casi aislada de la península y expuesta a los ataques por mar. Sevilla, sin embargo, estaba protegida, y además llevaba siendo un puerto comercial desde la antigüedad.

Allí, en el puerto, Magallanes pudo abastecerse de provisiones para más de doscientos hombres durante dos años.

REAL ALCÁZAR DE SEVILLA
Se trata de uno de los palacios en uso más antiguos del mundo, residencia oficial de los reyes desde el siglo X. En sus edificios estuvo la Casa de la Contratación. Aquí se entrevistaron Fernando de Magallanes y el rey Carlos I, gracias a la intermediación de un amigo portugués, Diego Barboza, al que Magallanes conoció nada más llegar a la ciudad, y que resultaría decisivo en sus años sevillanos. Barboza acababa de ser nombrado Teniente de Alcaide del Alcázar, donde era alcaide otro paisano, el aristócrata Jorge de Portugal, que hizo valer su influencia para ayudar a Magallanes a cumplir sus sueños. Este palacio será el lugar donde comienza a gestarse la primera vuelta al mundo. Hay que imaginarse a Magallanes maravillado por aquel extraordinario palacio, y, más en concreto, moviéndose por los edificios donde por entonces deambulaban constantemente funcionarios, caballeros, cosmógrafos, comerciantes y pilotos, interesados, como Magallanes, en los negocios de Ultramar.

Puente de Triana Sevilla.

Reales Atarazanas de Sevilla.

LA CASA DE MAGALLANES
Cuando Magallanes llega a Sevilla se aloja en casa de su compatriota Diego Barbosa, en la calle de la Borceguinería, actual calle de Maestro Gago.

Desde allí comienza sus gestiones para lograr llegar a la Corte a través de sus compatriotas mejor situados, con los que traza unos lazos muy estrechos, hasta el punto de que Magallanes se casa con Beatriz Barboza, hija de Diego, y tiene dos hijos, Rodrigo y Carlos, que murieron siendo niños.

Toda la colonia portuguesa ayudó a Magallanes a conseguir financiación, a reunir todo lo necesario para dotar a la flota y a llegar a obtener el apoyo del rey. Durante los meses que Magallanes se alojó en la casa de la Borceguinería, esta era una de las mejores zonas de la ciudad, con grandes casas nobiliarias e importantes negocios del gremio de los fabricantes de zapatos (borceguineros), que residieron en la calle hasta el siglo XVIII. Su aspecto actual no tiene mucho que ver con la antigua Borceguinería, que fue mucho más estrecha y tortuosa que la actual Mateos Gago.

TRIANA Y EL PUENTE DE BARCAS
Hoy los sevillanos cruzan de una orilla a otra del Guadalquivir con toda normalidad, por sus seis puentes y una pasarela, pero en los tiempos de Magallanes sólo había una forma de cruzar el río: un único puente flotante, formado por barcazas encadenadas entre sí, cerca del castillo de San Jorge. Era también el puente por el que cruzaban los condenados por la Inquisición, camino del Castillo de San Jorge, donde esperaban a que se celebraban los Autos de Fe.

A principios del siglo XVI, el arrabal de Triana era la única parroquia fuera de los muros de Sevilla. Era un barrio en rápido crecimiento en el que vivían sobre todo marineros, junto con alfareros, hortelanos y otros artesanos.

Fue de Triana, concretamente del Puerto de las Mulas, de donde partieron las cinco naves de Magallanes, y a este mismo lugar regresó la nao Victoria un 8 de septiembre de 1522, remolcada río arriba desde Sanlúcar. Este muelle, hoy desaparecido, se encontraba en lo que ahora se conoce como la Plaza de Cuba. No queda en pie nada de aquel lugar que vio partir a los 265 hombres de la expedición. Tanto a la ida como a la vuelta, la tripulación se encomendó a la Virgen de la Victoria en la Iglesia de Santa Ana, gótico-mudéjar, la primera iglesia construida tras la Reconquista de Sevilla, y considerada la Catedral de Triana.

SANLÚCAR DE BARRAMEDA
En realidad, el origen y destino de la Primer Vuelta al Mundo fueron las playas de Sanlúcar. De aquí partieron el 29 de setiembre de 1519 las cinco naves, concretamente de la zona que hoy se conoce como Paseo Bajo de Guía, en las marismas del Guadalquivir. Hoy el lugar del que partieron aparece señalado con una cita del cronista Antonio Pigafetta: “Desde que habíamos partido de la bahía de San Lucar hasta que regresamos a ella recorrimos, según nuestra cuenta, más de catorce mil cuatrocientas sesenta leguas, y dimos la vuelta al mundo”. En aquellos tiempos, Bajo de Guía era un puerto de pescadores, donde, durante muchos siglos, se había comerciado con pescado y productos marinos. El Sanlúcar de 1519 estaba presidido por el Castillo de Santiago, uno de los edificios más antiguos de la ciudad, que se encuentra junto a la antigua ciudadela de Sanlúcar, y sus muros han conocido a otros personajes ligados a la aventura atlántica como el propio Cristóbal Colón o como Isabel la Católica, de la que se dice que vio el mar por primera vez desde una de sus torres. Otro de los hitos de la ciudad ligados a aquellos tiempos es la Parroquia Mayor de Nuestra Señora de la O, de estilo gótico mudéjar, uno de los monumentos más importantes, donde los supervivientes de la expedición rezaron por primera vez al pisar tierra.

También es especialmente representativo de esta ciudad el Palacio Ducal de Medina Sidonia, en la plaza de los Condes de Nieva, construido sobre la base de un antiguo alcázar musulmán del siglo XI. En su interior se encuentra el Archivo General de la Fundación Casa de Medina Sidonia, uno de los mayores archivos históricos privados de Europa. Gracias a la documentación aquí guardada se puede reconstruir cómo era Sanlúcar durante los tiempos de Magallanes.

En esa época eran también importantes el Convento de Madre de Dios, en pleno centro histórico de la ciudad, vinculado a la Casa Ducal, y la Iglesia de la Trinidad, una pequeña iglesia marinera, una de las primeras edificaciones construidas en el exterior de la muralla que delimitaba la ciudad en el siglo XV. Situada en la ribera de Sanlúcar, frente al Guadalquivir, era un faro y referencia para los navegantes que volvían de Canarias. De hecho, en su interior se conserva un cuadro de la virgen de Guadalupe, patrona de México. También de los mismos años data la iglesia de San Jorge, construida para la comunidad inglesa de comerciantes que vivía en la ciudad. O el convento de Regina Coeli, fundada en el mismo año en el que Fernando de Magallanes partió rumbo al oeste. Esta iglesia es un ejemplo de la influencia recíproca entre la cultura de ambos lados del Atlántico. Su fachada es el modelo con el que se levantaron los conventos femeninos en Latinoamérica.

Fachada del Palacio del rey don Pedro.