Texto: Miguel Gutiérrez Garitano y Miguel Gutiérrez Fraile

Boletín 67 – Sociedad Geográfica Española

Los caminos de las epidemias

“El escorbuto causó más muertes en alta mar que los temporales, los naufragios, las batallas navales y todas las demás enfermedades combinadas. Los historiadores han aventurado la cifra prudente de dos millones de marineros fallecidos por el escorbuto durante la era de los grandes veleros. Esta época empezó con la travesía de Colón del océano Atlántico y terminó con el desarrollo de la propulsión a vapor y su adaptación a los motores navales, a mediados del siglo XIX. Los marinos lo temían, así como los mercaderes de las Compañías inglesa y holandesa de las Indias Orientales, y, a lo largo del siglo XVIII, también las fuerzas navales de las potencias europeas”. Stephen R. Bown

No era una enfermedad vírica, tampoco estaba causada por una bacteria o por la picadura de un mosquito. Conocida como “la peste de las naos”, se trataba de una avitaminosis tan severa que causaba la muerte a quienes la padecían. Esta es la historia del combate llevado a cabo por médicos y marinos, con sus pasos adelante y sus vueltas atrás, hasta dar con la clave que conseguiría acabar con este mal.

Hoy sabemos que el escorbuto es una avitaminosis debida a la falta de vitamina C. Era común entre los marineros, ya que durante los meses que duraban las singladuras solamente se alimentaban de galletas, carne salada y licor, dieta que repetían por igual los hombres de mar de casi todas las naciones europeas. A pesar de los síntomas definidos (palidez, manchas negras, halitosis, calambres, malestar, encías inflamadas, debilidad, etc.), en el siglo XVIII todavía no había sido identificada como enfermedad. Así que, siempre que un marinero se ponía enfermo durante un viaje, aunque presentara muy diferentes síntomas, se achacaba a la peste de las naos, como se la llamaba entonces.

NARANJAS Y LIMONES EN EL GALEÓN DE MANILA

Refiriéndose a la aportación española en la lucha contra el escorbuto, Agustín Ramón Rodríguez, en un reciente artículo de febrero de 2018, nos cuenta cómo, en 1980, Don Julián de Zulueta y Cebrián, ilustre marino, publicó “La contribución española a la prevención y curación del escorbuto en la mar”, que documenta cómo encontró en el Archivo de Indias de Sevilla la sensacional noticia de que el tratamiento con naranjas y limones era habitual a principios del siglo XVII, tanto en el “Galeón de Manila” como en las flotas españolas de aquella época. En concreto, cita que, en la flota al mando de Don Francisco de Tejada de 1617-18, se embarcaron nada menos que 44 fresqueras de “agrios de limón”, cinco barriles de dicho “agrio” y una cantidad indeterminada de “jarabe de limón”. Y todo señala que tal práctica era normal, y desde hacía mucho, en los buques españoles que surcaban la “Mar del Sur”. Por otra parte, y en época anterior, sabemos que Pedro García Farfán, nacido en Sevilla en 1532 y muerto en Ciudad de México en 1604, estudió Medicina en las Universidades de Salamanca y Sevilla en 1552, y posteriormente se trasladó a la Nueva España (actual México). Ejerció allí la medicina unos años. A la muerte de su mujer entró en la Orden de los Agustinos, la misma que Urdaneta, con el nombre de fray Agustín Farfán. En 1579 publicó un tratado de medicina donde se recomienda el uso de naranjas y limones para el tratamiento del escorbuto. Como recoge Agustín Ramón Rodríguez González, el descubrimiento probablemente le llegó a través de noticias desde Acapulco, base de partida y llegada del “Galeón de Manila”. La hipótesis más razonable que explicaría por qué, doscientos años más tarde, los británicos Lind y Blane se apropiaran del descubrimiento del remedio, es que los enormes problemas que se derivaban al tratar de conservar los cítricos y otras frutas y verduras frescas durante largas travesías se mostraron bastante complicados, y quizás ello contribuyó a su olvido y abandono.

 

SIDRA, LA MEDICINA DE LOS BALLENEROS VASCOS

Tenemos también referencias de los balleneros vascos de aquella época, cuya campaña duraba nueve meses. Dos meses de ida hasta las costas de Terranova y otros dos de vuelta. Arrostraban los innumerables peligros que generaba el viaje, incluido el escorbuto, “la peste del mar”. Para una empresa como la ballenera, el barco debía de ir muy bien provisto de alimentos, ya que en El Labrador, excepto pescado, algo de caza o algunas bayas, no había otra forma de conseguir provisiones. Los alimentos y provisiones que llevaban para el viaje consistían en trigo, tocino, habas, arvejas, aceite, mostaza, ajos, vinagre, sal (para la correcta conservación de las vituallas), bacalao, sardinas y bizcocho o galleta (unas tortas duras de harina de trigo, duras, doblemente cocidas y sin levadura que duraban largo tiempo, por lo que se convirtieron en un alimento básico dentro de los buques). Llevaban también abundantes cantidades de sidra o vino. Como el agua no se conservaba adecuadamente, combatían la sed bebiendo sidra en cantidades, al parecer, importantes. La sidra, gracias al proceso natural de la fermentación de la fruta original, mantenía las propiedades de las vitaminas, evitando la ingesta del agua en malas condiciones de salubridad. De este modo, conscientes o no, evitaban el mayor peligro de las grandes travesías marítimas, el escorbuto. La sidra era la medicina de los marineros vascos, la pócima mágica gracias a la cual la tripulación se mantenía sana sin contraer enfermedades como el escorbuto. Las bodegas de los barcos iban repletas de barricas de sidra, y se calcula que cada marino consumía una media de tres litros de sidra al día. Samuel Reason describe el papel clave que tuvo la sidra en el éxito de los marinos vascos en sus campañas como cazadores de ballenas o pescadores de bacalao a lo largo de varios siglos. Así, los marinos vascos, que habían hecho del Atlántico norte «su mar», y dominaron la caza de la ballena durante siglos, en sus travesías no sufrieron de esa enfermedad, ni por lo tanto de sus terribles consecuencias.

Las pruebas de que los balleneros utilizaron sidra para abastecerse en sus viajes a Terranova, están en las barricas encontradas en el pecio de la nao San Juan, descubierta en 1978 en Red Bay, Terranova. Este ballenero, de 200 toneladas, es un ejemplo de los primeros buques de carga transoceánicos que zarpaban del País Vasco hacia Terranova, y un reflejo de la industria marítima vasca de la época. Hundido en las costas de Canadá, en el Labrador, a orillas del estrecho de Belle Isle, Red Bay fue una base marítima para los marinos vascos en el siglo XVI.

Cítricos a bordo

La vitamina C presente en alimentos como el limón, fueron la clave de la lucha contra el escorbuto.

LA HISTORIA OFICIAL DEL COMBATE CONTRA EL ESCORBUTO

¿Cómo pudieron perderse estos conocimientos? Pues porque, citando de nuevo a Agustín Ramón Rodríguez González, “A menudo en la Historia de la Ciencia y la Técnica se ha hablado del fenómeno de la “Prisca Sapientia”, o “sabiduría perdida”, de descubrimientos notables realizados en épocas antiguas que, por una razón u otra, se perdieron o pusieron en discusión después, pero que la Ciencia y Técnica modernas han reivindicado”. Esperando que nuevos historiadores abunden en el tema y reivindiquen la aportación oficial de los españoles al tratamiento del escorbuto, vamos a centrarnos a continuación en la “historia oficial”.

Gracias al excelente libro de Stephen R. Bown, “Escorbuto”, hoy nos hacemos una idea del alcance de este mal, que con el tiempo se convertiría en el mayor reto a batir por Inglaterra y Francia, potencias que, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, pugnaban entre sí para lograr la hegemonía de los mares. En este sentido el autor canadiense escribe: “El registro anual de 1763 presentó las bajas entre los marineros británicos durante la Guerra de los siete años contra Francia: de los 184.899 hombres enrolados y reclutados para la guerra, 133.708 habían fallecido de diversas enfermedades, principalmente de escorbuto. En comparación, sólo 1.512 hombres murieron en acción”.

Datos como este convencieron a los hombres más influyentes de la Corona Británica de que, para hacerse con el control de los océanos y derrotar a Francia, antes que elaborar estrategias, lograr avances técnicos, promover el valor y entrenamiento de los hombres, había que derrotar al escorbuto. Al final lo lograron y esto, más que las genialidades de Nelson, tan jaleadas, dieron la primacía a la Royal Navy sobre la flota de Napoleón.

LAS PRIMERAS INVESTIGACIONES BRITÁNICAS. EL PAPEL DE LIND

La historia de cómo se llegó a la curación de la peste de las naos, entronca las investigaciones de un cirujano naval británico, James Lind, con el primer viaje de exploración por el Pacífico de ese genio que fue el capitán James Cook. Lind dio con el remedio, consistente en la ingestión de cítricos, aunque no logró lo más importante: perpetuar su hallazgo.

A partir del siglo XVIII el mejor lugar para estudiar Medicina en Gran Bretaña era Edimburgo, pues el centro se nutría de profesores formados en la prestigiosa Universidad de Leiden, Holanda, a la sazón la mejor del mundo. Los alumnos de Edimburgo eran preparados para mantener un activismo científico y un método que era imposible en los meros cirujanos navales. Así que, cuando el joven hijo de unos comerciantes acaudalados de Edimburgo se alistó en 1739 como cirujano en la Marina inglesa, dada su preparación en la capital escocesa, superaba ampliamente lo que se suponía que tenía que saber un mero “saja muñones”.

Porque Lind aspiraba a mucho más que a navegar de batalla en batalla, remendar hombres, verter serrín en los charcos de sangre y mandar abrir escotillas para airear las bodegas. Pero la oportunidad de investigar no se le mostró hasta 1747, cuando fue destinado a un barco, el HMS Salisbury, cuyo capitán, George Edgecombe, era un naturalista reconocido y veía con buenos ojos toda pulsión que pudiera redundar en el avance médico.

EXPERIMENTOS DE ÉXITO, PERO FALTOS DE DEFENSA TEÓRICA

Cuando la nave navegaba por el canal de La Mancha se desató el escorbuto. Lind había asistido a numerosos brotes de la peste de las naos, pero nunca había osado, frente a los habituales capitanes de la Royal Navy, experimentar con las posibles curas. Pero sabía que en esta ocasión la situación era muy diferente: al fin tenía su oportunidad. Con el permiso del capitán Edgecombe, Lind eligió a doce hombres entre los enfermos y los dividió en 6 parejas. A la primera pareja le administró un litro de sidra al día; a la segunda veinticinco gotas de elixir de vitriolo tres veces al día; la tercera pareja engullía dos cucharadas de vinagre tres veces al día; la cuarta recibía un cuarto de litro de agua de mar por día; a la quinta le fue administrada un par de naranjas y un limón diario por cabeza; y la sexta, al fin, debía tomar una pasta hecha a base de hortalizas y vegetales, como ajo, mostaza, etc.

El resultado de este primer seguimiento controlado de la Historia de la Medicina fue sorprendente en el caso de la pareja que tomaba cítricos, pues quedaron restablecidos en un lapso de tiempo corto; también los que tomaban sidra sintieron una clara mejoría. No así el resto, por lo que Lind consignó los resultados en sus informes de cirujano de a bordo. Pero, lo que es más importante, fijó su método cuando inventó el rob, o concentrado de cítricos, que posibilitaba que estos se conservaran durante largas singladuras. Pero cuando tocaba ya la gloria médica, Lind cambió de rumbo.

Dejada atrás la época de la guerra, Lind se estableció en Edimburgo como médico y miembro del Real Colegio de Médicos; su prestigio era grande y trató de engrosarlo publicando en 1753 las conclusiones extraídas en sus experimentos a bordo del Salisbury bajo el título de Tratado sobre el escorbuto, con una investigación de la naturaleza, las causas y la cura de le enfermedad, junto con una visión crítica y cronológica de lo publicado sobre el tema.

Esa “visión crítica” de los remedios que usaban para combatir al escorbuto otros colegas, al final echó al traste todo el trabajo del escocés. Porque muchos médicos eminentes se sintieron insultados y Lind, para lograr revertir el efecto de sus críticas y quedar bien con todo el mundo, terminó por renegar de sus propios postulados y dar por buenos las curas de otros, que, en realidad no eran tales. Para ello en la tercera edición de su libro, prácticamente se desdecía de todos sus postulados, tirando por tierra el trabajo de años. La valentía que había demostrado en su praxis médica, no la mantuvo a la hora de defender su trabajo, así que este quedó como uno más entre otros. Al menos fue nombrado Jefe Médico del Royal Naval Hospital de Haslar, el más prestigioso del país, pero aquí acaba su aportación en la guerra contra el terrible escorbuto.

James Lind cuidando enfermos.

EL IMPORTANTE PAPEL DE COOK Y SU ENDEAVOUR

El siguiente asalto de esta lucha por atajar el mal, se lo debemos al prestigioso explorador y navegante James Cook, elegido por la Corona británica para comandar un viaje de exploración al Pacífico. Hoy sabemos que Cook, hasta que fue asesinado por los nativos de Hawai, navegó durante once años, llenando casi todas las áreas desconocidas que quedaban en las cartas navales. Su papel en esta historia tuvo lugar en su primer y más productivo viaje (1768-71) que le llevó a dar la vuelta al mundo a bordo del mítico barco Endeavour, además de explorar Tahití, Nueva Zelanda y la costa este de Australia.

Cook, que, dada su larga carrera marítima, conocía muy bien los efectos del escorbuto, estaba decidido a minimizar lo máximo posible las bajas por esta y otras enfermedades. Dio órdenes estrictas en el plano de la higiene, y encargó probar una serie de antiescorbúticos al naturalista y botánico de la expedición, el aristócrata Joseph Banks. Educado en Eton y Oxford, centros elitistas por antonomasia, Banks basculó pronto hacia la botánica, la ciencia que más le interesó, junto a la geografía; era un admirador sin condiciones y amigo de Linneo, y embarcó en el Endeavour al sueco Solander, uno de los alumnos del botánico de Uppsala, para que le sirviera de ayudante. Juntos dieron al primer viaje de Cook una dimensión científica que no tuvieron los otros dos. Descubrieron y trajeron a Europa numerosas plantas desconocidas, como el eucalipto, las mimosas, las acacias, etc., tantas que Linneo denominó un género vegetal como banksia, en honor al inglés. También se le debe a Banks el nombre que Cook le puso a una de las bahías exploradas en el oriente australiano, Botany bay, o Bahía de los botánicos.

El último viaje de exploración que realizó, al que también le acompañó Solander, fue a Islandia, aunque después prefirió, como rico y baronet que era, dedicarse a la planificación de expediciones. Joseph Banks llegó a ser Presidente de la Royal Society, y fundador y presidente de la African Association. Y, como tal, cerebro planificador e impulsor de las más prestigiosas expediciones de exploración por todo el mundo. Fue el responsable del envío de toda la saga de pioneros a cartografiar el curso del río Níger, una auténtica epopeya. Y también parten de él otros viajes famosos, como el llevado a cabo por Franklin al Ártico en busca del paso del noroeste, que acabó en desastre, y el del capitán William Bligh en busca del árbol del pan, que terminó en el muy literario y cinematográfico Motín del Bounty.

Cook había ordenado a Banks embarcar todos los remedios con que los distintos médicos trataban el escorbuto, entre los que sobresalían la col fermentada y el rob de Lind, que el botánico guardaba bajo llave en una alcancía. Cuando, tras dejar atrás Tahití, se declaró a bordo el escorbuto, Banks aplicó los distintos productos con un resultado mediano. Los hombres, a los que no se perdía ocasión de alimentar con verduras frescas en las recaladas que se hacían, se mantuvieron con vida que no es poco. Banks, que también estaba enfermo, tal vez por intuición, probó el rob consigo mismo, por lo que se repuso del todo al poco tiempo.

Hombre de 38 años enfermo de escorbuto.

EL ELIXIR MILAGROSO DEL ROB DE CÍTRICOS

La puntilla al escorbuto, al final, se la dio un caballero y médico formado en Edimburgo llamado Gilbert Blane. Elegido médico jefe de la flota británica, aplicó las recomendaciones higiénicas de Cook y Lind, y, lo que supuso el mayor avance, ordenó embarcar en todas las naves el milagroso elixir del rob de cítricos. Gracias a ello, a principios del siglo XIX, los británicos, que minimizaron las tremendas bajas que producía la peste de las naos, pudieron imponer el bloqueo naval a los franceses y derrotar a Napoleón, cuya flota seguía padeciendo la enfermedad. Como dijo el explorador S.R.Dickman –frase recogida por S.R.Bown en su obra- “se puede afirmar que el Imperio británico nació de las semillas de los cítricos”