Texto: Javier Martínez Sarasate

Boletín 67 – Sociedad Geográfica Española

Los caminos de las epidemias

Constantinopla, capital del imperio bizantino gobernado por el emperador Justiniano I y su mujer, la emperatriz Teodora, vivía un momento dorado en su política exterior, reflejado en un comercio floreciente. Sin embargo, no todo eran alegrías. En torno al año 541, llega a esta ciudad una terrible enfermedad, posiblemente una de las más devastadoras de la historia, que se extenderá por parte del mundo conocido: la llamada peste de Justiniano. Las murallas de Teodosio II no pudieron proteger a la ciudad de un enemigo desconocido, que las convirtió en improvisadas sepulturas de los cadáveres que se amontonaban en sus calles.

Las imponentes murallas de Teodosio II protegían la ciudad. Tras sus puertas, una bulliciosa urbe con un comercio más que floreciente albergaba a casi medio millón de habitantes en el siglo VI d. C. Sus mercancías, un amplio catálogo de puro exotismo y riqueza: orfebrería, esmaltes, marfiles y sedas, tintes, resina de lentisco, tejidos de lino y algodón, vinos y frutos secos; pero también oro, especias, perfumes, piedras preciosas, maderas finas y sederías orientales, pieles, madera, pescados y miel. Sin embargo, aquel año 536 fue el peor de la Historia para estar vivo. O al menos así lo asegura Michael McCormick, profesor de historia de Harvard, en la revista Science tras investigar y documentar las catástrofes más devastadoras ocurridas en Europa ¿Qué es lo que ocurrió para que McCornick sea tan tajante? Las crónicas de la época dicen que una misteriosa niebla cubrió Europa, Oriente Medio y parte de Asia: “Durante este año tuvo lugar el signo más temible. Porque el Sol daba su luz sin brillo, como la Luna, durante este año entero, y se parecía completamente al Sol eclipsado, porque sus rayos no eran claros tal como acostumbra”, escribió el cronista de la época Procopio de Cesarea (500-554 d.C.).

Esta edad oscura, como la llaman los historiadores, fue consecuencia de una pequeña edad de hielo en la que las temperaturas cayeron entre 1,5 y 2,5 grados. A esta fiesta del apocalipsis se apuntó una peste bubónica que asoló el imperio de Justiniano del 541 al 549, con sucesivos rebrotes posteriores. Factores que justifican la afirmación de este historiador de Harvard. Ahora las investigaciones de McCormick desvelan que las nubes negras que cubrieron parte del hemisferio norte no eran sino las cenizas de una enorme erupción volcánica ocurrida en Islandia, e inauguraron lo que sería un gran “periodo negro” en todos los sentidos, que favoreció a su vez la propagación de la terrible pandemia.

LOS PUERTOS Y EL EJÉRCITO, LOS SUPERCONTAGIADORES DEL SIGLO VI

Pero centrémonos en la tristemente famosa “Peste de Justiniano”, denominada así por aparecer durante el reinado del bizantino Justiniano (527-565), de quien irónicamente tomó su nombre, a pesar de que se contagió y logró vencerla. El bacilo que provocó esta catástrofe fue la misma que devastó el mundo en 1348, la yersina pestis, también conocida como la Peste Negra. Para comprender bien la importancia que tuvo esta enfermedad debemos saber de dónde surgió y cómo afectó al imperio bizantino y a otros pueblos.

Su origen parece estar en importantes enclaves comerciales del continente africano. Aunque hay teorías que apuntan a Asia y a su expansión por vías comerciales como la ruta de la seda, se sabe por las crónicas de la época que desde ciudades como Rhapta, en Tanzania, que comerciaban con árabes de Yemen, Opone, actual Ras Hafun, Essina y Toniki, en Somalia, fueron azotadas por la peste de Justiniano. De ahí, se trasladó a través de los distintos puertos de las ciudades hasta Pelasio, en Egipto, donde comenzaron los devastadores efectos de la plaga.

En este momento Bizancio seguía comerciando con África productos de gran valor, como piedras preciosas, marfil, o esclavos, y así el comercio que daba riqueza al imperio fue el vehículo en el que viajó la enfermedad. Según Procopio de Cesarea en Historia de las Guerras I “se propagó en dos direcciones: hacia Alejandría y el resto de Egipto y otra parte fue a sus vecinos los palestinos y, desde allí, recorrió toda la Tierra” hasta llegar a Constantinopla en la primavera del 541 d.C. Posteriormente se expandió por otras zonas como Hispania a través de los puertos del litoral mediterráneo, por las rutas comerciales del Guadiana y del Guadalquivir, y por la Galia a través de la provincia narbonense. En el 542, el historiador Gregorio de Tours narra que la enfermedad llegó al territorio franco por el comercio a través del puerto de Marsella, y de ahí se extendió por toda la Galia e Hispania. Otro sector que se vio afectado fue el ejército, ya que aumentaron el número de bajas debido a la enfermedad; mientras además expandía la acción del virus a las regiones donde combatía.

Empezó a surgir la creencia, desde el punto de vista teológico-cristiano, de que la enfermedad era un castigo de Dios. En palabras de Procopio “Para este desastre, sin embargo, no hay manera de expresar con palabras un motivo ni de concebirlo mentalmente, salvo que nos remontemos a la voluntad de Dios”. Hoy sabemos que el origen de esta enfermedad estaba en la combinación de tres “simpáticos” elementos: las pulgas, las ratas negras y la yersina pestis. La rata negra o rata de los barcos, originaria de Asia, se extendió por el norte de África y las grandes urbes de Europa, y con ella las pulgas que portaba el bacilo asesino.

Mosaico del siglo VI del emperador Justiniano y su corte, en la Basílica de San Vital en Rávena.

Pintura que representa la peste de Justiniano.

UNA PLAGA MORTAL

Este brote de peste asoló al imperio y se extendió más allá durante más de un siglo. La peste llegó a Constantinopla en la primavera del 541 d.C. y se mantuvo hasta el 544 d.C., dejando al imperio en auténtica penuria y desastre, y reduciendo en considerable número a su población. Las estimaciones contemplan una horquilla de 25 a 50 millones de personas fallecidas en todo el mundo, 4 millones en el Imperio Bizantino y el 25% de la población mediterránea.

Los indicios de la enfermedad se mostraban en los cuerpos de los hombres a través de una ligera fiebre, seguida de unos tumores localizados en la zona de la ingle, axila e incluso en la oreja. Seguidamente, algunos padecían delirios y otros entraban en coma, necesitados de cuidados especiales y de alimentación, ya que si no morían de hambre. Sin embargo, tal y como nos dice Procopio, nadie sabía cuál era el mal que lo provocaba, y ante esto “algunos médicos, sin saber qué hacer por su desconocimiento de los síntomas” creían que la enfermedad era debido a los tumores de las ingles.

Pasado un tiempo, el número de muertos ascendió tanto que llegó un punto en que las personas no podían enterrar a sus familiares, y los dejaban tirados en las calles. De ese modo “se amontonaron de cualquier manera en las torres de las murallas”, que en vez de parecer imponentes, eran testigos de los desgarradores gritos de desesperación de los ciudadanos a los que protegían: se cree que llegaron a morir entre 5.000 y 10.000 personas al día.

Por supuesto, la afectación económica no tardaría en llegar ya que “las actividades cesaron y los artesanos abandonaron todos los empleos y trabajos llevados entre manos”, provocando que la economía bizantina sufriera una gran crisis, acentuada por el auto-confinamiento de los sanos para protegerse de los contagios. Tal situación provocó el abandono de los campos y la proliferación de plagas, como la de langostas, que a su vez trajo consigo gran escasez de alimentos. Semejante panorama apocalíptico de oscuridad, peste, muerte, plagas y hambruna no tardó en achacarse a un origen divino, como castigo por los pecados cometidos, según señalaba Juan de Éfeso.

Finalmente, este brote de peste desapareció sin saber un porqué en el 544 d.C., habiendo acabado con un 40-50 % de la población de Constantinopla, llegando a contagiarse al mismísimo emperador Justiniano. Según rumores de la época se creyó que había muerto. Finalmente, el emperador se recuperó dando por terminado ese lapso de tiempo de incertidumbre.

A lo largo de los siglos posteriores, y hasta el s.VIII, se dieron varios rebrotes (en concreto se cree que hubo 22 más) en distintas ciudades. En el 559 en Italia, entre el 570-574 volvió a afectar a Constantinopla, se documenta también en Toledo (573), en el 584 en la Galia, en la zona de la narbonense, y en el 588 la peste asolaba Hispania.

San Sebastián rezando por la vida de un enfermo.

Mosaico de Justiniano.

UN BACILO CON EL QUE CONVIVIMOS DESDE HACE 5.000 AÑOS

Diversos autores de diferentes épocas han descrito esta enfermedad con una gran variedad de adjetivos haciendo referencia a la peligrosidad o a sus efectos. Por ejemplo, San Isidoro de Sevilla empleó el término “inguina”, que significa “golpe recibido en la ingle”, ya que la enfermedad se solía manifestar con bultos o tumores en la zona de la ingle, entre otras zonas. Otros términos utilizados eran “calamitates et miseriae” (desgracia y miseria), “inmisericorditer” (despiadadamente), “pestis assidua” (peste frecuente, continua).

Estudios actuales desvelan que bacilo pudo ser el misma que asoló el mundo en 1348, la yersina pestis, conocida también como Peste Negra. Una investigación de restos funerarios encontrados en Altenerding (cerca de Múnich) ha descubierto dos nuevos datos importantes: en primer lugar, que el alcance territorial de la pandemia parece haber llegado geográficamente más allá de lo que comentaban las fuentes de la época y en segundo lugar, que esta peste que asoló el mundo desde el 542 al 750 era más compleja de lo que parecía con al menos 30 mutaciones nuevas.

Se cree que a nivel mundial pudo acabar con un quince por ciento de la población, las cifras oscilan de 25 a 50 millones de personas, debido a las redes comerciales del Imperio Romano de Oriente. La actividad comercial y la relación económica que existía entre los distintos territorios a lo largo del siglo VI, a través de los puertos y rutas comerciales, provocó que esta peste se extendiera por distintos lugares (primero por África y luego por Europa). El coste de vidas humanas, las consecuencias económicas y la devastación que provocó favoreció el debilitamiento de un imperio del que muchos autores señalan como el fin de una edad Antigua que daba paso a los inicios de la Edad Media.

Se considera que la plaga de Justiniano fue la primera pandemia de peste, sin embargo ha ido reapareciendo a lo largo de los siglos y sigue activa en la actualidad. El mismo bacilo, la “Peste Negra”, reapareció entre los siglos XIV y XVII, matando al 60 por ciento de la población en Europa. A principios del siglo XIX, una nueva oleada de peste dejó 10 millones de muertes, esta vez en la provincia de Yunnan en China. Se fue extendiendo a través de las rutas del opio y del estaño hasta llegar, en el año 1894, a Cantón y Hong Kong. La extensión de la peste continuó por la India en el año 1896, y a través de las rutas comerciales marítimas en el año 1900, ya había afectado a poblaciones de los cinco continentes.

Este bacilo, que ha convivido con los humanos desde hace 5.000 años, ha dejado brotes recientes en India, a mediados del siglo pasado, y en Vietnam durante la guerra (1960-1970). La yersina pestis afecta a casi 3.000 personas en todo el mundo, siendo más común en Estados Unidos, Madagascar, China, India y América del Sur. La forma de contagio sigue siendo a través de las pulgas de roedores, pero con el tratamiento adecuado el 85 por ciento de las víctimas actuales sobreviven a la enfermedad. Sin embargo, en 1995 se descubrió una cepa en Madagascar resistente a los antibióticos. La amenaza continúa.

PARA SABER MÁS

Procopio de Cesarea, Historia de las Guerras, Libro I-II, Guerra Persa, Gredos, Madrid, 2000