Texto: Ramón Jiménez Fraile

Boletín 69 – Sociedad Geográfica Española

Fronteras

Inaugurada en noviembre de 1884, la Conferencia de Berlín ha pasado a la historia como el epítome del despiece del continente africano y de la voracidad colonial. La idea que se tiene de esa cita internacional, a la que no asistió ningún africano, es que transformó los espacios en blanco de los mapas de África en piezas arbitrarias de un puzle que se repartieron los países occidentales.

En realidad, el evento diplomático como tal no estableció fronteras ni procedió a repartos, sino que fijó las reglas del juego que guiaron el comportamiento de las potencias coloniales. Fue, en efecto, al margen de esa conferencia y en las décadas que siguieron, cuando dichas reglas serían invocadas por los países europeos para repartirse el pastel africano. Por ejemplo, en base a los principios acordados en Berlín, Reino Unido y Francia firmaron, hasta 1905, más de doscientos tratados fronterizos relativos a territorios en África.

La Conferencia de Berlín supuso también la inusitada emergencia como potencia colonial de Bélgica. Mejor dicho, de su soberano Leopoldo II, el cual, astutamente, logró hacerse con el control de una parte substancial de la cuenca del Río Congo. En cuanto a España, su papel en la Conferencia fue secundario, cuando no insignificante, y estuvo marcado por tensiones en torno a la parte continental de la actual Guinea Ecuatorial.

El devenir de todo un continente quedó diseñado por los representantes de catorce Estados, procedentes de Europa, del Imperio otomano y de Estados Unidos, que celebraron reuniones en la capital del Imperio alemán entre el 15 de noviembre de 1884 y el 26 de febrero del año siguiente. El “Canciller de Hierro”, Otto von Bismark, fue el impulsor de esta “cumbre” centrada en África, pero en la que estuvo muy presente la realidad de Europa, donde el Imperio alemán ejercía por aquel entonces un papel preponderante que se afanaba por consolidar. Se ha dicho que, orquestando el reparto de África, Bismark buscaba atenuar el revanchismo de la Francia derrotada en la no muy lejana guerra franco-prusiana (1870-1871), al tiempo que pretendía promover el expansionismo ordenado de las potencias europeas, con objeto de rebajar tensiones en una Europa que se debatía entre el desarrollo industrial y el proteccionismo nacionalista.

UN TRASFONDO ECONÓMICO REVESTIDO DE GRANDES PALABRAS

Garantizar el libre comercio de los grandes ejes de comunicación africanos (concretamente los ríos Congo y Níger), y hacerse con el control de la mayor extensión posible de territorio, se antojaba para los líderes europeos de la época la mejor manera de preservar no solo el suministro de materias primas, sino también de dar salida comercial a sus excedentes industriales. Pese al evidente trasfondo económico de la cuestión africana, el pretexto esgrimido por los mandatarios en sus declaraciones públicas fue llevar el de llevar el progreso y la civilización a ese continente y abolir la esclavitud.

En ausencia de africanos en la reunión, las particularidades y la implantación territorial de sus habitantes fueron totalmente ignorados por la Conferencia de Berlín. El profesor Achille M’Bembe, de la Universidad de Johannesburgo, ha puesto en evidencia la diferencia fundamental que existía entre occidentales y africanos respecto a la noción misma de frontera. Mientras que para los primeros ese concepto significaba un obstáculo infranqueable, para los africanos lo fronterizo consistía más bien en “un espacio de mezcolanza y de encuentro” propicio a los intercambios de todo tipo.

En el plano geopolítico, la súbita irrupción de las potencias europeas en el interior de África, tras cuatro siglos de presencia limitada a sus costas, supuso el fin de la era presidida por los llamados “derechos históricos”, y el inicio de otra dominada por la nueva doctrina de la “ocupación efectiva”. El más perjudicado por este cambio de doctrina fue Portugal, ya que vio cómo fueron descartadas muchas de sus aspiraciones, como primer país europeo, hacia finales del siglo XV, en establecer contacto con el África subsahariana, empezando por la pretensión lusa de unir territorialmente Angola y Mozambique, es decir sus posesiones del Atlántico y del Índico.

Página de título del instrumento alemán de ratificación del acta final de la conferencia del Congo del 26 de febrero de 1885 en Berlín (contrato del Congo).

Otra innovación de la reunión de Berlín fue la introducción del concepto “esfera de influencia”, utilizado por primera vez en el Acta general de la Conferencia, según la cual “toda potencia europea instalada en la costa (africana) podrá extender su dominación hacia el interior hasta encontrar una esfera de influencia vecina”. En cuanto a las “condiciones esenciales” que debían reunirse para dar por buena toda nueva ocupación de territorios africanos, el decisivo artículo 34 del Acta general estableció lo siguiente: “La potencia que, a partir de ahora, tome posesión de un territorio de la costa del continente africano situado fuera de sus posesiones actuales, acompañará el acta en cuestión de una notificación dirigida a las otras potencias firmantes del presente acta, con objeto de darles la oportunidad de establecer reclamaciones”. 

A estas disposiciones en materia de ocupación territorial se sumó la exigencia de garantías relativas a la libertad de tráfico y comercio en los dos grandes ríos de la costa occidental africana: el Níger y el Congo. Había sido precisamente la pretensión del Reino Unido de imponer a Portugal, a principios de 1884, el libre comercio en la desembocadura del Río Congo lo que había llevado a Bismarck a convocar la cita diplomática de Berlín.

OBJETIVOS MARCADOS POR BISMARCK

Comparada con la de otros países europeos, la presencia de Alemania en África era, por aquel entonces, marginal, puesto que se limitaba a sendos protectorados en Togo (1883) y Camerún (1884), así como a una pequeña colonia privada, fundada por Adolf Eduard Lüderitz, en el Sudoeste africano (1884), destinada a explotar minas de cobre. Por otro lado, una expedición de la Compañía Alemana del África Oriental, dirigida por Carl Peters, pretendía haber anexionado unos 140.000 kms2 con la firma de doce tratados con jefes locales de la actual Tanzania. En realidad, Bismarck nunca se mostraría particularmente activo en materia de colonialismo. De hecho, fue su prudencia colonial la que le haría perder la confianza del emperador alemán Guillermo II, y verse definitivamente apartado de la política en 1890. Más que el afán expansionista, el interés de Bismarck por ejercer de árbitro de la carrera colonial en África fue el de poner coto al creciente protagonismo británico, al tiempo que intentaba satisfacer a Francia.

Aunque Bismarck apenas participó en los trabajos de la conferencia, la marcó con su impronta al fijar los cuatro objetivos primordiales que expuso en su discurso de apertura:

  • Garantizar la apertura comercial de las cuencas de los ríos Congo y Níger.
  • Garantizar la libertad de navegación en los ríos.
  • Suprimir la esclavitud.
  • Establecer los procedimientos a seguir cara a futuras ocupaciones europeas en África a partir del litoral.

Conferencia con totos sus participantes, aparecida en Alemania

Grabado de Leopoldo II. 1880.

Otto Fürst von Bismarck. 1870

LA SORPRENDENTE IRRUPCIÓN DE LEOPOLDO II

Una de las consecuencias más relevantes de la Conferencia de Berlín fue la sorprendente irrupción del Rey de los Belgas Leopoldo II como agente colonial, al convertirse en dueño y señor del futuro Congo belga.

Haciendo valer los servicios que le había prestado en África el reportero metido a explorador Henry Morton Stanley, primer occidental en recorrer en toda su amplitud el Río Congo, el monarca belga había obtenido antes del inicio de la conferencia la garantía de Alemania de reconocer la llamada Asociación Internacional del Congo. Esta organización era la heredera de la Asociación Internacional Africana que había surgido de una conferencia geográfica organizada por Leopoldo II en Bruselas. El propio Stanley, que participó en la conferencia como experto en el seno de la delegación estadounidense, se encargaría de que el Gobierno de Estados Unidos fuera el primero en anunciar públicamente el reconocimiento de la organización concebida por Leopoldo II para hacerse con el control del Congo. El principal escollo para Leopoldo II respecto al Congo fueron las pretensiones francesas sobre la parte norte de la cuenca del río, apoyadas en los acuerdos pasados, en abierta rivalidad con Stanley, por Savorgnan de Brazza con jefes de tribus.

El 5 de febrero de 1885, al margen de la Conferencia de Berlín, Francia y la AIC firmaron un acuerdo según el cual esta última cedería a Francia sus territorios en caso de disolverse la organización. Asimismo, Leopoldo II aceptó la presencia de Francia en la parte norte de la cuenca (el actual Congo-Brazaville), al tiempo que, de manera subrepticia, incluyó dentro del trazado fronterizo de la AIC la inmensa región suroriental de Katanga. Este hecho, que pasó casi desapercibido por aquel entonces, tendría inmensas repercusiones a nivel mundial debido a las riquezas mineras del territorio.

EL ESTADO INDEPENDIENTE DEL CONGO Y SU REY AUTOPROCLAMADO

El 15 de febrero, también al margen de la conferencia, Leopoldo II firmó un acuerdo con los portugueses sobre el enclave de Cabinda, situado al Norte de la desembocadura del Río Congo. Y fue el 23 de febrero, tres días antes de que concluyera la conferencia, cuando un emisario de Leopoldo II expuso en sesión plenaria sus pretensiones sobre el Congo, sin que el trazado de la frontera de la AIC figurara en el Acta final de la conferencia.

Habría que esperar hasta el 1 de setiembre cuando, coincidiendo con la ausencia de los expertos en África del Foreign Office, Londres envió a las cancillerías europeas una notificación que suponía el reconocimiento oficial del mapa de la AIC, tal como lo habían presentado en Berlín los emisarios de Leopoldo II. Los funcionarios británicos que enviaron esta notificación pensaron, erróneamente, que dicho mapa formaba parte del Acta general de la Conferencia de Berlín, la cual, en realidad, se limitaba a una descripción textual de la cuenca del Congo.

Una vez logrados sus objetivos, Lepoldo II decidiría transformar la AIC en Estado Independiente del Congo (EIC), del que pasó a ser “rey soberano”, con su propio gobierno nombrado por él y su fuerza militar. Ante la imposibilidad de obtener ingresos fiscales debido a los acuerdos de Berlín, el EIC se dedicó a vender concesiones de terrenos a sociedades privadas y recurrió al trabajo forzado de los indígenas.

En 1890, Leopoldo II propició una revisión del Acta final de la Conferencia de Berlín mediante la cual el EIC fue autorizado a recaudar derechos de aduana de hasta un 10% del valor de las mercancías trasportadas. Dos años más tarde, Leopoldo II dictaba un decreto que reforzaba su control económico sobre el EIC, poniendo así fin del principio de librecambio surgido de la Conferencia de Berlín. Dos décadas después, el Estado belga heredaba el EIC de Leopoldo II, que pasaba a convertirse en Congo belga con carácter pleno de colonia. Para entonces, el interior de África era un mosaico de posesiones europeas que la Primera Guerra Mundial vendría a trastocar, esta vez con Alemania como perdedora, ya que le serían arrebatados sus territorios africanos, incluidos Ruanda y Burundi, que pasaron a ser protectorados belgas.

LA MUY ESPINOSA CUESTIÓN DEL MUNI

Desde la perspectiva española, la mayor, y hasta se puede decir que la única, preocupación durante la Conferencia de Berlín fue la llamada “cuestión del Muni”, que tenía que ver con la parte continental de la actual Guinea Ecuatorial. Correspondió defender los intereses españoles en la cita berlinesa a Francisco Merry y Colom, Conde de Benomar, asistido por Francisco Coello, presidente de la Sociedad Geográfica de Madrid. España fundamentaba sus pretensiones territoriales sobre el Golfo de Guinea en el Tratado de la Granja de San Ildefonso, firmado con Portugal en 1777, por el que, además de la isla de Fernando Poo, había recibido el derecho de comercio con la franja costera comprendida entre los ríos Níger y Ogoué.

En vísperas de la Conferencia de Berlín, Joaquín Costa, adalid del llamado regeneracionismo, preconizaba la creación de un imperio español en el Golfo de Guinea que cuadruplicara el territorio de España. Como gerente de una hipotética “Compañía del Golfo de Guinea”, Costa se había fijado en el explorador vitoriano Manuel Iradier, quien ya había viajado a Guinea años antes por sus propios medios. A través de la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas (sic), Costa encomendó a Iradier viajar al Golfo de Guinea para fundar factorías en la región de Camarones (el litoral del actual Camerún). Frente al millón de pesetas presupuestado para llevar a cabo la operación, Iradier apenas dispuso de 27.000 pesetas, de las que 5.000 provinieron del médico asturiano Amado Osorio, que se sumó a la expedición.

Cuando, a finales de 1884, es decir en plena Conferencia de Berlín, Iradier y Osorio se presentaron en el Golfo de Guinea, descubrieron que el Reino Unido ocupaba la desembocadura del Níger, que Alemania hacía lo propio en la costa comprendida entre el Níger y el Río Campo, incluida la región de Camarones, y que Francia y Alemania compartían la ocupación del litoral comprendido entre el Río Campo y el estuario de Gabón. En otras palabras, España había sido desalojada de todos los territorios costeros situados frente a Fernando Poo.

Ante esta situación, Iradier y Osorio, a los que se unieron el escribano de Fernando Poo Bernabé Jiménez y el marino Antonio Sanguiñedo, decidieron dirigirse al estuario del Muni, donde, durante dos semanas, el tiempo que tardó en caer enfermo, Manuel Iradier pasó contratos de cesión de territorios con jefes indígenas.

Frontera de Niger de Koulikoro y Tombouctou. De François-Edmond Fortier (1862-1928)

Henry Morton Stanley. 1872

LA DISCUTIDA GESTIÓN DE IRADIER Y OSORIO EN GUINEA

Camino de España, Iradier envió desde Santa Cruz de Tenerife, el 20 de diciembre de 1884, un telegrama en el que daba cuenta de la obtención de catorce mil kilómetros cuadrados, mediante pactos con diez tribus situadas en parte en territorio del actual Gabón. Mientras que este telegrama en concreto y, en general, la expedición de Iradier daría lugar al siglo XX (debido en gran parte al oportunismo político del también vitoriano Ramiro de Maeztu) a la construcción del mito del vasco que conquistó la Guinea española, la reacción que provocó en su momento en Madrid fue muy diferente. Costa llegó a hablar de “catástrofe nacional” ante el hecho de que Iradier hubiera abandonado el objetivo de Camarones, y sólo reivindicara para España catorce mil km cuadrados en la Bahía de Corisco.

En Berlín, donde se celebraba la conferencia sobre África, Coello tuvo que tragarse el sapo de ver cómo los franceses se servían de los informes de Iradier para sus propios intereses, puesto que ellos habían firmado más contratos con jefes de tribus locales y con mayor antigüedad. A su regreso de Berlín, Coello declaró que “la consignación de los límites que atribuía nuestro viajero Iradier a los territorios españoles del Golfo de Guinea ha alentado mucho las usurpaciones en esa zona”. El propio compañero de Iradier, Osorio, afirmaría que Iradier fue “altamente perjudicial para los intereses de España”.

El “imbroglio” diplomático en torno a Guinea que tuvo lugar en plena Conferencia de Berlín lo resumiría el propio Iradier de la siguiente manera: “Yo he dicho que en 1884 adquirí para España el país del Muni, afirmando con esto que ese país no era español antes de esa época; y como quiera que Francia defiende ser poseedora de esa comarca desde épocas anteriores a 1884, estoy como haciendo la causa de esta nación y perjudicando los intereses de España”.

La cuestión no quedaría resuelta hasta la llegada del siglo XX, mediante el “Tratado de Límites de París” de 1900, que fijó las fronteras de la posesión española en el Golfo de Guinea (la que sería provincia española de Río Muni), al tiempo que daba satisfacción a Francia en la delimitación de los territorios españoles en el Sahara Occidental.

Congo belga. Annemarie Schwarzenbach 1941