Texto: Emma Lira

Boletín 71 – Sociedad Geográfica Española

Camino de Santiago.

En el siglo IX el rumor de la existencia de la tumba del apóstol, en un remoto rincón de la Europa Occidental, traspasó rápidamente las fronteras. Los peregrinos narraban sus vivencias, junto al lujo que ornaba la última morada de Santiago el Mayor. La historia de aquella tierra, rica y sagrada para los cristianos, llegó hasta los señores del mar en el Norte, los vikingos, siempre ávidos de botín y nuevas expediciones. Santiago se convirtió en un objetivo. En sus mitos la llamaron Jakobsland.

El primer domingo de agosto, en la localidad gallega de Catoira todavía se puede vivir un desembarco vikingo y participar heroicamente en la defensa del territorio. Los drakkar aparecen encarando la ría, y los habitantes del pueblo se congregan para presentar batalla. Invasores y defensores acaban regando sus diferencias con vino, música y risas, en una fiesta que ya se ha declarado de interés turístico nacional. No se trata de ninguna invención, sino de la recreación de una batalla real, una de las varias en que Galicia se vio envuelta, hace ya un milenio, en relación con los temibles hombres del Norte, los lordemanos. Acostumbrados a los atractivos botines que conseguían en los monasterios, pensando en las presuntas riquezas que debían rodear al que ya se promulgaba como el mayor templo de la Cristiandad, los vikingos se hicieron a la mar para conquistar Jakobsland, no una ni dos, sino hasta cinco veces a lo largo de cuatro siglos. Escandinavia era ya una potencia naval, y la orografía gallega facilitaba el acceso a diferentes poblaciones a través de sus rías, por no hablar de que Galicia reunía todas las características necesarias para convertirse en un lugar de aprovisionamiento, en otras posibles incursiones, al también deseable Al Andalus o a las riberas del Mediterráneo.

LA PRIMERA INVASIÓN VIKINGA

La primera irrupción de los vikingos en Galicia aparece ya reflejada en los Annales Bertiniani. En el mes de agosto del año 844, una expedición de hasta 150 barcos daneses arribó a las costas de Galicia, saqueando una a una las aldeas costeras, hasta que fue rechazada por las tropas de Ramiro I de Asturias en los alrededores del Farum Brecantium, la actual Torre de Hércules en A Coruña. Apenas 15 años después, en el 858, y ya durante el reinado de Ordoño I, los vikingos -no sabemos si los mismos, o sus hijos, espoleados por las historias contadas frente al fuego- se internaron en tierras gallegas, a la vuelta de una expedición de saqueo en la costa francesa. Enfilaron la ría de Arosa, y, tras saquear la diócesis de Iria Flavia, llegaron hasta la mismísima Santiago de Compostela, sitiando la ciudad.

Sus habitantes llegaron a pagar un tributo para evitar el saqueo, pero fue la decisiva intervención del conde Pedro, la que derrotó a los vikingos, destruyendo 38 de sus embarcaciones. Como consecuencia de esta expedición, la sede episcopal de Iria Flavia fue trasladada a Santiago.

En el año 951 los vikingos reaparecieron de nuevo, y saquearon distintas aldeas, lo que obligó a que las ciudades se reforzaran en previsión de unos nuevos ataques que llegaron muy pronto. En el año 964 los vikingos regresaron. Y, una vez más, la población tuvo que hacerles frente con el propio obispo Rosendo de Mondoñedo a la cabeza.

Pero los hombres del norte no se dieron por vencidos. Quizá, el botín jamás conseguido de Jakobsland pasara como un reto de generación en generación, ya que, pese al fracaso de las incursiones, siempre había un nuevo contingente dispuesto a arriesgarse en la empresa. En el año 968, el segundo duque de Normandía pidió ayuda a sus parientes daneses y noruegos para atacar al rey de Francia. Estos acudieron con una gran flota vikinga, pero, como una vez derrotado el rey francés se dedicaron a campar a sus anchas por Normandía, el duque se los quitó de encima. Id a conquistar Galicia, debió decirles, “esa tierra tan rica de la que tanto hablan los peregrinos”. Los invitados le hicieron caso y zarparon, probablemente con la intención, no solo de conseguir un botín rápido, sino de crear en ella su propia Normandía.

Barco vikingo.

A ría de Arousa desde O Carreiro de Aguiño.

MÁS NAVES VIKINGAS PARA LA CONQUISTA

Las crónicas cuentan que arribaron a Galicia unas doscientas naves al mando de Gudrød, a quien los locales llamarían Gunderedo. Cien de ellas se detuvieron en la costa cantábrica de Galicia, y atacaron la diócesis de Bretoña, mientras otras cien se internaron en la ría de Arosa y desembarcaron en el puerto de Iuncariae (Xunqueira), para dirigirse por tierra hasta Santiago. El obispo Sisnando intentó detenerlos en las proximidades de Iria Flavia, pero murió atravesado por una flecha durante la batalla de Fornelos. Esta fue una de las incursiones más exitosas de los hombres del norte. Los vikingos se dispersaron por Galicia, y permanecieron durante cerca de tres años. Incluso se adentraron en Santiago para tratar de hacerse con los restos del Apóstol, pero, como en un designio divino, fueron interceptados por un ejército al mando del conde Gonzalo Sánchez, que consiguió vencerlos en los alrededores de la ría de Ferrol, dando muerte a su líder y quemando la mayoría de sus naves.

Torre de Hécules. A Coruña.

INCURSIONES AISLADAS PERO PERTINACES

Desde el siglo X los vikingos comenzaron a aparecer en Galicia de forma cada vez más esporádica. En el año 1015, dirigidos por el rey Olaf atacaron Castropol, Betanzos, Ribas de Sil y Tuy, a donde llegaron por sorpresa remontando el río Miño. Por el camino, vencieron al ejército del conde Menendo González, y llegaron a secuestrar al obispo Alfonso para exigir un rescate.

En el año 1028, reinando Bermudo III, Ulf el gallego también dirigió una expedición contra las costas gallegas, subiendo por la ría de Arousa. La saga “Knytlinga”, que trata de los reyes que dominaron Dinamarca, dice sobre él: “Partió valientemente con los suyos hacia el Oeste, a la conquista de Jakobsland”.

Que sepamos nadie tocó los huesos del apóstol, pero Ulf permaneció durante unos 20 años en tierras gallegas -lo que le valió su apodo-, estableciendo una especie de gobernación, y trabajando, incluso, como mercenario de los condes de Galicia. En el año 1047, el Obispo de Santiago, Cresconio, harto de la presencia vikinga, optó por cerrarles el acceso: restauró las “Aras” o Torres de Augusto en Catoira, puso en medio una capilla dedicada al Apóstol Santiago, y rodeó todo el conjunto con unas sólidas murallas a la que acompañó de una cadena en la ría del Ulla. Nacía la fortaleza de “Castellum Honesti”, conocida más adelante como las Torres del Oeste, la llave del Reino de Galicia. Aquí fue derrotada la escuadra de Ulf tras su última expedición, y esto es lo que casi 1000 años después continúan celebrando los vecinos de Catoira cada agosto.

LA CONQUISTA SE CONVIERTE EN PEREGRINACIÓN

Tras la expulsión de Ulf, las expediciones vikingas en Galicia se redujeron hasta convertirse en historia. La última incursión de un monarca nórdico se produjo en 1108, pero esta sería ya en son de paz: el rey Sigurd de Noruega recorrió como peregrino el camino marítimo del vestvegr, que conectaba Escandinavia con Galicia, en unos ocho días de travesía. Los temibles vecinos del norte se habían ido cristianizando aproximadamente desde el año 1000, y ya no eran tan enemigos.

Todavía algún topónimo de influencia escandinava, como es el caso de Lordemanos, en la provincia de León, nos recuerda la presencia vikinga en estas zonas. Como en todas las pequeñas historias de la Historia, seguramente, alguno de aquellos aguerridos hombres del norte que vinieron buscando las riquezas de Santiago, encontró algún motivo menos material para quedarse.

*Periodista y escritora, es autora de “Espejismo, viaje al Oriente desaparecido”