Texto: Lola Escudero
Boletín 74 – Sociedad Geográfica Española
El río Misisipi y la Luisiana española
Hace ya más de dos siglos que terminó la presencia española oficial en el Misisipi, pero en los pantanos de Luisiana aún es posible escuchar a algún anciano hablando un castellano casi perfecto e incluso puede que nos cante alguna canción que suena familiarmente a vieja copla. Probablemente esta herencia cultural esté a punto de desaparecer del todo, pero en los museos y en los libros de historia se seguirá hablando de los isleños: descendientes directos de los canarios y algunos malagueños que llegaron a estas tierras a finales del siglo XVIII.
Luisiana, en la baja cuenca del Misisipi, junto al Golfo de México, es hoy uno más de los cincuenta estados que conforman los Estados Unidos. Pero en los mapas de 1800, Luisiana era una enorme franja de territorio, prácticamente la tercera parte de lo que hoy conocemos como Estados Unidos, desde la frontera de Canadá hasta el Golfo de México, incluyendo toda la cuenca del Misisipi. Y todo eso, durante varias décadas (1763-1803) fue español. Al menos en la teoría, porque en la práctica la ocupación española real fue muy limitada.
A principios del siglo XIX, cuando se produjo el traspaso de la Luisiana española a Francia (y tres años después su venta a los EE. UU.), nuestras posesiones en Norteamérica abarcaban un territorio enormemente diverso y estratégico, paso necesario hacia ese Oeste americano que los estados del este se lanzaban a conquistar y con los que terminarían conformando la nación actual. Durante las últimas décadas del XVIII Luisiana fue una gobernación española perteneciente a la Capitanía General de Cuba y a su vez parte del Virreinato de Nueva España. En 1763 la población de Luisiana rondaba los 50 000 habitantes y su extensión, 2 275 940 km2, era una enormidad: cuatro veces mayor que la península ibérica. Fue el momento histórico de mayor tamaño del imperio español, que por estas latitudes apenas tenía presencia real y se limitaba sobre todo a la sede del Gobierno: Nueva Orleans.
LOS PRIMEROS EN EL DELTA
Luisiana, lo que queda de la antigua colonia española /francesa, es hoy uno de los estados más originales del país, con un riquísimo patrimonio multicultural y multilingüe que todavía muestra la intensa mezcla de la cultura francesa, la española, la indoamericana y culturas africanas de los que llegaron como esclavos para trabajar en sus plantaciones. De los españoles queda poco, a pesar de que fueron los primeros en llegar al delta del Misisipi (al margen de los pobladores amerindios), entre ellos algunos de nuestros exploradores más famosos. El primero en llegar fue Alonso Álvarez de Pineda en el año 1519; le siguió Álvar Núñez Cabeza de Vaca y su exploración forzada del sureste del territorio (desde Florida y Texas hasta México y Nueva España, recorriendo gran parte del territorio de la actual Luisiana).
Mucho antes de que los franceses comenzaran a explorar la región y crear la colonia de Nueva Francia, los españoles ya habían explorado el Misisipi (al que llamaron río del Espíritu Santo) y su enorme cuenca, partiendo de la Florida. Hernando de Soto tomó posesión de esta cuenca fluvial para España en 1538. Luis Moscoso de Alvarado llegó hasta el territorio de los natchitoches en 1542 y a Texas, y poco antes Francisco Vázquez de Coronado salió de México en busca de las Ciudades de Oro de la Gran Quivira atravesando un enorme territorio de lo que luego fue Luisiana. Llegó hasta Arkansas y Kansas. Esta larga tradición de exploración y presencia española culminó mucho más tarde, a finales del siglo XVIII, con las cuatro décadas de gobierno español sobre Luisiana desde Nueva Orleans, siguiendo el curso del Misisipi y sus afluentes. Pero ¿qué queda concretamente de los españoles en aquellas latitudes? ¿cómo perdimos un territorio de semejantes dimensiones en el que apenas se conservan recuerdos hispanos?
Sitio histórico de los Adaes.
EL ASENTAMIENTO FRANCÉS
Los comienzos no fueron fáciles para los españoles que llegaron a comienzos del siglo XVI a estas costas llenas de pantanos. Después de esas primeras incursiones casi heroicas, los huracanes y la hostilidad de los indios fueron suficientes para mantener alejadas nuevas expediciones. Tuvo que pasar más de un siglo para que en 1682 el explorador francés René-Robert Cavelier Sieur de La Salle llegara a la desembocadura del Misisipi después de haber descendido por el Misisipi desde los Grandes Lagos. La Salle reclamó para Luis XIV de Francia estos territorios a los que dio el nombre de Luisiana en su honor. Unos años más tarde, en 1714, Louis Juchereau de Saint-Denis creó el primer asentamiento permanente de europeos en el valle del gran río: el Fuerte de St. Jean Baptiste (actual Natchitoches), y cuatro años más tarde, Felipe, Duque de Orleans, fundó la ciudad de Nueva Orleans.
Y así quedó la cosa: con un asentamiento francés en Luisiana, gobernado desde Nueva Orleans, hasta que en 1763 el Tratado de París, que puso fin a la Guerra de los Siete Años en Europa, incluyó entre los acuerdos el traspaso de la colonia de Luisiana a la Corona Española. Este intercambio entre Luis XV de Francia y su primo Carlos III de España, perpetuó una tradición histórica hispanofrancesa de intercambios que unida a la posterior influencia de los anglosajones y de los esclavos africanos llevados para trabajar en las plantaciones de algodón y azúcar del Misisipi, han hecho de Luisiana el estado multicultural que es hoy, uno de los más originales del país.
Museo de los isleños.
RECUERDOS ESPAÑOLES EN LUISIANA
Desde 1762 hasta 1800 los territorios en torno al río Misisipi fueron españoles y estas raíces hispanas han conseguido sobrevivir, a duras penas, en la arquitectura y los monumentos, en muchos topónimos, en fiestas populares y sobre todo en un aire inconfundiblemente español en muchos lugares, sobre todo en calles de Nueva Orleans. Pero la huella hispana más directa no está aquí, sino en la comunidad de los isleños, en un territorio conocido como New Iberia, que hasta hace bien poco seguían hablando en español cantaban canciones populares de nuestro país y presumían de sus nombres y apellidos hispanos.
De los primeros colonos españoles quedan vestigios en todo el estado de Luisiana y abundantes referencias, pero la herencia más directa la encontramos en la Parroquia de Saint Bernard (san Bernardo) que representa el último recuerdo vivo de la colonización española, o la propia Baton Rouge, capital del estado de Luisiana, que en otro tiempo fue la capital del territorio español de la Florida Occidental, a donde se trasladarían muchos colonos tras la compra de la Luisiana, ya que prefirieron trasladarse antes que vivir bajo los americanos.
Hay también referencias españolas en Galveztown, al suroeste de Baton Rouge, o en Spanish Town, un distrito histórico de Baton Rouge que fue poblado por los españoles procedentes de Galveztown, aunque apenas quedan casas originales ya que fueron quemadas en la guerra civil de Estados Unidos.
En el suroeste del estado se mantienen otros indicadores de la presencia española. Por ejemplo, el Old Spanish Trail, el sendero que utilizaban los españoles durante el siglo XVII como vía para el ganado, o la ciudad de New Iberia, pobla da en su día por colonos malagueños y canarios. En el centro de Luisiana se encuentran los Adaes, que se cree que fue el primer poblado español de Luisiana. Los españoles establecieron la misión de San Miguel de los Adaes en 1717 para difundir el cristianismo a los indios adaes y para protegerse de los franceses que estaban instalados en Natchitoches.
Los Adaes fue el centro de la provincia española de Texas durante muchos años, pero cuando España adquirió Luisiana, la amenaza francesa desapareció y la capital se trasladó a San Antonio. El pueblo de los Adaes fue destruido. Muchos adaesanos españoles que no querían irse a San Antonio fundaron nuevos poblados en la región, como Zwolle y Ebarb.
Mardi Gras. Nueva Orleans.
REFERENCIAS EN NUEVA ORLEANS
Encontramos muchas referencias españolas en la propia Nueva Orleans, empezando por las calles, en forma de cuadrícula siguiendo el modelo urbanístico de las ciudades coloniales hispanas. “Calle Real”; “Calle Mayor”… las placas de cerámica indican los nombres de las calles en castellano y en francés, dando a las esquinas un toque que nos resulta muy familiar. Entre los edificios más interesantes están el Cabildo, en la Jackson Square, que en otros días fue la gran plaza mayor de la ciudad, un edificio construido por los españoles en 1794 como Casa Capitular y que hoy es parte del museo estatal de Luisiana. Junto al Cabildo se alza la Catedral de St Louis construida en 1794 sobre el lugar que ocupaban dos iglesias anteriores. Y al otro lado de la catedral se encuentra el Presbiterio, otro edificio colonial construido como Casa Curial para servir de alojamiento a la jerarquía eclesiástica. Hoy alberga el Museo del Mardi Gras, el gran carnaval de Nueva Orleans. Y hay otras muchas referencias españolas por toda la ciudad, como la Spanish Plaza, presidida por una fuente que España regaló a Nueva Orleans en 1976, o la estatua de Bernardo de Gálvez, gobernador de Luisiana entre 1777 y 1784, y que también fue un regalo de España en 1976 en reconocimiento del papel de España en el bicentenario de la Guerra de Independencia americana.
Paella en el Isleño Center.
LA LLEGADA DE LOS ISLEÑOS
Una de las historias más curiosas de la emigración europea en América es la de los canarios en los pantanos de Luisiana. Se les conoce como los isleños y llegaron a Luisiana entre 1778 y 1800 procedentes de las Islas Canarias. Concretamente, fue en 1778 cuando el gobernador español Bernardo de Gálvez decidió traer colonos canarios para poblar la región y proteger Nueva Orleans de la invasión británica. Un año después, traería también colonos malagueños que se instarían en la región conocida como Nueva Iberia. Desde 1778 a 1783 llegaron desde Tenerife y Gran Canaria hasta Delacroix y otros rincones de Luisiana, unos dos mil colonos canarios que se instalaron primero como ganaderos y agricultores, y más tarde como tramperos y pescadores en los pantanos, lagos e islas del delta del Misisipi. Los colonos canarios formaron diferentes comunidades como la de St. Bernard (San Bernardo) en una zona de islas en el Misisipi, al sureste de Nueva Orleans, en la que han vivido autónomos durante más de dos siglos.
Quedan menos de 20 000 descendientes de aquellos españoles en el estado y las nuevas generaciones ya han perdido el español de sus padres y abuelos. El Huracán Katrina fue especialmente devastador en esta zona y las pérdidas humanas y económicas fueron enormes. Si ya era un espacio frágil, a partir de entonces lo fue más aún.
RECLUTADOS POR GÁLVEZ
Como todas las migraciones, la de los canarios también fue económica. A finales del siglo XVIII, en Canarias se cultivaban chumberas en las que crecían las cochinillas con las que se fabricaba un valioso tinte (el carmín). Era su principal exportación pero el comercio se fue a pique cuando comenzó la producción sintética del tinte en Europa. Los agricultores y trabajadores se quedaron sin trabajo y se produjeron numerosos levantamientos populares. El gobernador Gálvez estaba interesado en poblar aquel enorme territorio y buscó voluntarios en las Canarias, preferentemente familias y con hijos para que se alistaran en el ejército español y fueran enviados a Luisiana, con la oportunidad de escapar de la miseria. Unos pocos miles aceptaron la propuesta. 1900 isleños llegaron entre 1778 y 1783 y fundaron diferentes comunidades de isleños: Galveztown, Barataria, Valenzuela, New Iberia o la actual parroquia de St. Bernard. El último grupo llegó en 1783 y se ubicó en Concepción. También hubo movimientos entre los diferentes asentamientos y algunos emigraron a poblaciones cercanas y se casaron con cajunes (otra minoría de Luisiana, de origen francés) que ya vivían allí.
En 1782, Bernardo de Gálvez reclutó isleños en los asentamientos canarios de Luisiana para unirse a la guerra de la independencia, y los españoles participaron apoyando a las 13 colonias americanas contra los británicos algunas de las grandes campañas militares en la zona.
AISLADOS HASTA EL SIGLO XX
En Luisiana, la vida de los isleños nunca fue fácil. Sobrevivieron durante siglos trabajando como agricultores, trabajadores de la caña de azúcar, pescadores, tramperos y vendiendo pieles de ratas de agua y castores. Eran un núcleo cerrado, incomunicado y endogámico, un grupo de familias que se casaban entre ellos, hablaban en castellano, eran católicos, seguían cantando canciones populares canarias (décimas, isas) y reproduciendo los utensilios y ropas con los que viajaron sus antepasados a la colonia. Ni siquiera estaba permitido que personas extrañas y que no hablaran castellano entraran algunos poblados más aislados. Los hombres salían durante días a cazar y pescar mientras que las mujeres, niños y ancianos se quedaban prácticamente solos y el aislamiento era una forma de sentirse más seguros. Y así fue hasta que a lo largo del siglo XX llegaron las carreteras a esta zona del Misisipi y los jóvenes isleños tuvieron que salir de sus poblados para ir a la Guerra Mundial. La Guerra fue la primera ocasión para salir al mundo que se extendía más allá de San Bernardo y conocer a otros jóvenes que hablaban inglés y muchos se casaron con mujeres no isleñas.
Parque Jean Lafitte.
LA PRESERVACIÓN DE SU LEGADO
La comunidad como tal tiene los días contados a pesar del empeño de algunos de mantener la cultura y la historia de los canarios en Luisiana: existe un museo de los isleños en St. Bernard y una asociación cultural, Los Isleños Heritage and Cultural Society, que se dedica a preservar el patrimonio y la cultura de los isleños ofreciendo clases de arte y artesanías tradicionales, y manteniendo contactos directos con las Islas Canarias.
Junto a St. Bernard se encuentra el llamado Jean Lafitte National Historical Park and Preserve, compuesto por cuatro zonas, una de las cuales es la reserva de Barataria que presume de sus magníficos senderos para excursionistas, trece kilómetros sobre plataformas de madera que recorren las zonas que en el pasado fueron colonizas por inmigrantes canarios. En el Centro de Visitantes figura la lista de los colonos canarios. El cementerio de St. Bernard, donde están enterrados muchos de los colonos canarios, se considera como uno de los cementerios más antiguos de Luisiana.
Hay cuatro comunidades formadas por isleños de Luisiana que hablan (o hablaban hasta bien poco) dialectos del castellano: los isleños de la parroquia de St. Bernard, la mejor identificada, con un canario del siglo XVIII que ya solo hablan los más ancianos; los brulis, que viven en casas dispersas en el sur de Luisiana y hablan un dialecto del español con préstamos franceses, y los adaeseños de las parroquias de Natchiloches y de Sabine, que hablan un dialecto muy similar pero con préstamos del náhuatl de México.
Expedición La Salles a Luisiana.