Irene de Claremont desde El Olivar de Castillejo
Por María Luisa Martín-Merás
Bibliografía: Boletín SGE Nº 47 – Volcanes
Irene de Claremont, perteneciente a una familia liberal y cultivada inglesa, licenciada en Historia y Economía por la Universidad de Cambridge, llegó a España en 1922, tras su matrimonio con el krausista José de Castillejo. La finca “El Olivar del Balcón”, en Chamartín de la Rosa, entonces municipio independiente de Madrid, fue su hogar hasta 1936, cuando, tras el inicio de la Guerra Civil, logró salir con sus hijos por mar y llegar hasta Port Bou y de allí a Londres. Poco antes de su muerte, en 1967, escribió “I married a strange”, la historia de su vida en España y el exilio, el libro de sus memorias que aquí comentamos.
Respaldada por el viento es el título de la traducción al español de la autobiografía de Irene Claremont de Castillejo, en la que narra los quince años que vivió la autora con su marido en España y el exilio que sufrieron hasta la muerte de este en Londres, en 1945. La obra original en inglés fue traducida por Jacinta, la hija mayor del matrimonio, que en la introducción nos informa de los antecedentes de la familia de su madre y del objetivo que esta buscaba al transmitir sus recuerdos:“la autobiografía que ahora se publica fue concebida y escrita ya al final de su vida para sus nietos, nacidos y criados en Inglaterra, para que supieran quien había sido su abuelo”. La traductora explica que, ante la imposibilidad de traducir exactamente el título inglés optó por este otro que “de alguna manera correspondiera a la vivencia de mi madre”, aunque para el lector no quede clara esta relación.
Distintos argumentos se superponen en la obra. Por una parte, la personalidad del marido, al que apenas había tratado antes de su matrimonio (¿de aquí quizás el título original de la obra?), su amor por la tierra y las labores agrícolas, la labor pedagógica a la que se entregó y el entorno intelectual en el que se desenvolvía. Catedrático de Derecho Romano, José Castillejo era también secretario y eminencia gris de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, la institución encargada de promover la educación y la investigación científica en España en la primera parte del siglo XX, hasta su desaparición después de la Guerra Civil. Bajo la dirección de este organismo se crearon una serie de instituciones, entre otras el Instituto Escuela, centro educativo impulsor de la reforma de la enseñanza pública y de la formación del profesorado, del que José Castillejo fue el alma mater, la Residencia de Estudiantes, etc.
Cuando llegó el momento de escolarizar a sus hijos, Castillejo puso en marcha una innovadora y avanzada propuesta pedagógica, la Escuela Plurilingüe para la enseñanza de los idiomas formando parte del plan de estudios de los niños y, más adelante, la Escuela Internacional con el mismo propósito.
Castillejo, por tanto, pertenece a la elite intelectual española sobre la que su esposa destaca “el alto nivel cultural del pequeño núcleo intelectual de Madrid que se erguía sobre una población en gran parte analfabeta”. En general, siguiendo su teoría de los contrastes en el paisaje, clima y carácter españoles, opina que se da al mismo tiempo “gente sumamente tosca y otra refinadísima; de inteligencia sobresaliente o aburridísimos”.
Rechaza por lo tanto algunas costumbres sociales españolas, como las invitaciones a largas comidas formales y prolongadas sobremesas donde los hombres se reúnen a un lado para hablar de cosas serias y las mujeres a otro para comentar los problemas del servicio; y le advierte a su marido que ella no las va a organizar en su casa pero que estará siempre dispuesta a acoger en su mesa a los amigos que lleguen sin avisar y sin protocolo. “La institución (La Institución Libre de Enseñanza) era uno de los pocos hogares en Madrid donde se mantenía este estilo de casa abierta”. Esa es la razón por la que Irene no participa de forma significativa en este entorno, y así en sus recuerdos se manifiesta sobre todo como esposa y madre“Al casarme con José, dejé atrás en los arrecifes de Dover toda pretensión de intelectual y me lancé derecha, no a la cabeza, sino al corazón de España. Mi vida gravitaba alrededor de un hombre, de su casa, sus olivos y sus animales, pero nada más”.
En coherencia con lo anterior, la parte principal de la biografía está dedicada a su sencilla vida diaria y al impacto que le produjeron Castilla y sus gentes. Aunque a la edad de 16 años pasó un verano en Galicia con la familia Cossío y desde entonces “España se apoderó de mí para no soltarme jamás”, su regreso ya casada supuso el descubrimiento de un país nuevo y desconocido. Es el paisaje castellano el que le impacta y se enamora de la Castilla seca, de su dureza y su luz, de sus atardeceres, de la campiña y de sus gentes. Se siente atraída y fascinada por este mundo agreste que es el que ama su esposo, nacido en Ciudad Real y procedente de campesinos extremeños:“La imagen de Castilla con sus kilómetros y kilómetros de tierra desnuda y blanca, abrasada por el sol, nunca deja de entusiasmarme cada vez que la veo de nuevo…Las cordilleras que atraviesan Castilla son bellas pero descarnadas, revestidas de gigantescas rocas como piedras fósiles”. Después de pasar 15 días en la Granja, donde los jardines del Versalles español no la impresionan y sí las vertientes de las montañas y la rápida puesta del sol castellano, ya que “el crepúsculo pertenece a Inglaterra”, el matrimonio se instala en la finca “El Olivar” en el término del pueblo de Chamartín, que estaba comunicado con Madrid por un tranvía. Allí pasará la autora “quince años de vida idílica en un olivar, con nuestros cuatro hijos, en total armonía” Aunque en algún momento de su autobiografía Irene constata que “me había casado con un extraño pero la extraña era yo” enseguida se integra de la mano de su marido en las labores del campo, que le encantan. Recolectando la uva, haciendo mermelada y conociendo a los habitantes del pueblo descubre que esa era la vida que había añorado siempre. Extiende su mirada lúcida y cercana sobre los españoles, sin poder evitar caer en algunos estereotipos: la belleza de los españoles, cuyos rostros “casi todos eran ovalados, de nariz larga y aguileña, el cutis claro, color oliva, salvo cuando está marcado por la viruela, bajo largas pestañas y cejas en arco”, la pobreza y dignidad de la gente, vestida siempre de negro, el extremismo pendular del carácter español que atribuye al clima y al paisaje extremo en el que viven, la sabiduría campesina con su amplio repertorio de refranes para cada situación y que ella parece haber coleccionado, pues los reproduce en la obra. “El refrán español es la quintaesencia de la sabiduría nacional…existen 50.000”.
Considera que no responde a la verdad el tópico de la holgazanería de los españoles y detalla con ejemplos el peculiar sentido del tiempo que tienen. La basura que encuentra por las calles y caminos le produce una gran consternación y se declara horrorizada. Lo mismo le ocurre con el ruido en las ciudades. Contrapone su tímido carácter inglés frente la algarabía y verborrea de algunas mujeres españolas.
Para ayudarse en la comprensión de España y los españoles repasa la historia y la geografía del país. Cree que el aislamiento del resto de Europa es la causa por la que España ha permanecido sumergida tanto tiempo en la Edad Media, y este aislamiento se debe a su situación geográfica, una casi isla cerca de África, que “ha recorrido sin impedimento su camino individual” ya que “España no sirve de tránsito para ningún sitio y durante mi estancia, 1922-1936, el extranjero apenas se conocía”. Asimismo califica a España como un matriarcado en el que la mujer domina y dirige el ámbito doméstico e influye de una manera determinante en el marido. Observa la costumbre de que los niños tomen parte en toda clase de reuniones, pues los españoles los adoran y hablar de ellos les enternece el corazón, juzgando a las muchachas campesinas como excelentes niñeras. El lazo familiar es fuerte y perdura en los hijos aun cuando hayan formado ya su propio hogar. Señala también las raíces campesinas de los españoles que no han perdido el contacto con el pueblo donde vivieron sus antepasados. Se detiene a examinar el concepto de la muerte y el luto entre los españoles y reproduce una curiosa costumbre: “En La Mancha, tierra de Don Quijote, cuando fallece alguien vacían los jarros de agua no sea que el espíritu del muerto regrese y habite el agua. Por regla general se les habrá olvidado ya el origen de una costumbre que fue universal y que ahora estará desapareciendo”.
Del trato con los habitantes de Benidorm, donde la familia solía veranear Irene, nos deja una pincelada sobre su diferencia de actitud con respecto a las personas del interior: en la costa la gente es más suave y acogedora.
Y es en Benidorm donde, en el verano de 1936, les sorprendió el comienzo de la guerra civil. Sus efectos dramáticos conforman el argumento final que compone la biografía reseñada.
Gracias a la influencia del cónsul británico pudo salir la madre con sus niños en un destructor francés que los dejó en Port Bou. Tras pasar por París, llegaron a Londres donde poco después llegó José Castillejo, tras haber escapado de una patrulla anarquista que lo había detenido para matarlo. “Cuando llegó a Londres, los doce días de horror sin tregua le habían transformado en un viejo”. Las impresiones que nos trasmite sobre la guerra civil parecen estar inducidas por la mirada de su esposo que consideraba que las mujeres en la guerra: “eran mucho más vehementes y sanguinarias que los hombres y más dispuestas a tirar del gatillo por capricho”. Ella por su parte fundamenta esta explicación tan peculiar en el estricto matriarcado que existe en España. “Me causó gran impresión la inteligencia de la mujer iletrada española. En mi vida había conocido nada semejante. No se puede por menos de pensar que la dominación de esta criatura vehemente y elemental fuera una de las concausas que tan trágicamente mantuvieron dividida a España durante la guerra civil. Estas no sueltan jamás a los hijos. Entonces cuando, con la impetuosidad que corresponde a la juventud, el hijo toma posturas extremadas de un lado o de otro, la madre, ansiosa de no perderle, a su vez se apropia del nuevo fanatismo comunista o fascista, según el caso, y arrastra al marido” Un año más tarde, en el verano de 1937, la familia se trasladó a Ginebra donde José Castillejo obtuvo un empleo. Pero, con motivo de la declaración de guerra de Gran Bretaña, la familia se separó, pasando el padre a trabajar a Londres y quedándose el resto de la familia en la neutral Suiza. En la primavera de 1940, después de la invasión de Bélgica, la valerosa Irene con sus cuatro niños y sin dinero tiene que huir de los alemanes iniciando un viaje lleno de penalidades a través de Francia, primero a Hendaya y luego a Burdeos para embarcar hacia una Inglaterra en guerra. “Sería mucho después de la conflagración, instalados ya en Ginebra y tras pasar él dos inviernos en América, cuando yo empecé a tener voluntad propia”. Parece ser que los últimos años en Inglaterra fueron para Castillejo infortunados, por el dolor moral que le produjo la contienda civil española y el desencanto de estar apartado de su tierra. Esta deliciosa obrita de poco más de 150 páginas, escrita sin ninguna pretensión literaria, es un documento de primera mano para conocer datos históricos, imágenes geográficas y detalles sociológicos a través de la visión respetuosa de una persona, procedente de familia liberal inglesa, que supo adaptarse a una sociedad y a una tierra llena de contrastes y tan diferente a la suya.
Respaldada por el viento. Madrid, Ed. Castalia, 1995 I married a stranger. Life with one of Spain’s enigmatic men [i.e. José Castillejo].Irene Claremont de Castillejo, [The Author: London? 1967.] 1967