Paul y Jane Bowles: nómadas de lujo

Los Bowles visitaron por primera vez Málaga en 1949 cuando ya vivían su particular exilio en Tánger. Desde entonces el idilio de Jane y Paul con esta ciudad luminosa y cosmopolita, se fue estrechando cada vez más.  El escritor Alfredo Taján, director del Instituto Municipal del Libro de Málaga, evoca en este artículo la figura de esta pareja de escritores y su vinculación con la capital malagueña donde Jane pasó sus últimos años.

 

Por Alfredo Taján

Bibliografía: Boletín 38 , año 2010.

Cabeza de gardenia, no consta por escrito pero varios testimonios aseguran que así llamaba a Jane Auer, más conocida por Jane Bowles, su gran amigo Truman Capote; sin embargo, en el prólogo de obras escogidas de Jane publicada por Peter  Owen, Capote la describe sentada en un café de la kasba tangerina, con su cabeza como una dalia. Da igual nombrar la flor de una u otra forma: dalia o gardenia, Jane ha ido atrapándonos tanto por su talento indiscutible, por su electricidad, como por su delirante desfallecimiento.  Si se hurga un poco constatamos que el mito Bowles va creciendo y se transforma en un referente inexcusable de la literatura contemporánea más excitante.

He de confesar que he sido seguidor declarado de Paul, el frío y elegante músico y escritor: un nómada dogmático que amontonó maletas y más maletas hasta hacer encallar en Tánger su aventura viajera. Generalmente los seguidores de Paul no lo son de Jane, y viceversa; esto puede entenderse porque  Paul mantenía, aparentemente, cierto equilibrio, contención y lejanía, y Jane, su esposa, representaba el caos, la pasión y la cercanía; eran, personal y literariamente, divergentes. Pero uno y otro fueron arrastrando su excéntrica y compleja unión por medio mundo. Expatriados de Estados Unidos, se casaron en Nuevo México, se establecieron en París, llegaron hasta Ceilán, donde Paul adquirió la imponente mansión de Taprobane,  y por fin, Tánger, a finales de los años cuarenta, donde el autor  de El cielo Protector ya había recalado años antes en grado de tentativa, Tánger, con  su famoso estatuto de ciudad libre y  liberada,  fue el  refugio elegido por  ambos. Los Bowles tatuaron su peculiar exis­tencia en un implacable reloj de arena que marcó sus ansiedades, adicciones, mentiras y suspensiones hasta un  modo indecible.

La  época dorada tangerina, que se ex­tendió aproximadamente entre 1947 a 1960, no  sería lo que fue sin el  matrimonio Bowles, que le dio su  aporte grácil y enigmático, un misticismo peculiar, quizá hayan sido los últimos viajeros decadentes, con un ligero aporte existen­cialista. Aún no me explico, con una obra literaria con recepción minoritaria y unas biografías zigzagueantes, cómo los Bowles se convirtieron en un  modelo a seguir, en  una  referencia viva,  para diversas generaciones de escritores america­nos de primera fila; al principio, los visitaron Tenessee Williams, Gore Vidal, y el citado Truman Capote, últimos agentes de la generación perdida y ansiosos de compartir los  placeres sensuales y la sutil encrucijada cultural norteafricana; des­pués recaló William Burroughs, que escri bió en Tánger El almuerzo desnudo, y que arrastraría a  Allen Gingsberg, Gregory Corso, y a  otros miembros de la llamada generación beat, más  tarde caerían, como se deslizan goterones después  de una tor­menta, un rocío de escritores y curiosos de distintos continentes que no dejaron de asediar al  matrimonio Bowles, sobre todo a Paul, simplemente por el hecho de que su vida se alargó más. Muchos curiosos visitantes lo asediaron hasta cinco minutos antes de su  muerte.

Paul y  Jane  Bowles dependieron  ex­trañamente el uno del  otro, se amaron a su  manera y amaron la vida volcando en ella una inconfundible exaltación es­piritual, un  statu-quo privado intradu­cible, que aunque parecía perdurable, continuamente se  estaba modificando. Se expusieron exponiéndose, sin buscar contra­partidas ni aceptar componendas, preferían las papilas gustativas a  la  intelectualidad pretenciosa, eran turistas occidentales a la vieja usanza, pero con un sentido crítico excepcional, no nos sorprende que Paul Bowles escribiera que su  manera de com­prender y traducir el hecho del  viaje había recibido críticas de todo el  arco ideológi­co, desde la derecha menos demócrata a la izquierda más  radical. En Memorias de un nómada, traducción al español del  tí­tulo original de su  autobiografía titulada Without stopping, Paul mantiene que no hay que luchar, ¿qué victoria pretendemos? Creo  que  hay  que  aguantar; esperar y contemplar sistemáticamente a la muerte, que  siempre nos  acompaña ; Jane, en cambio, escribe en Placeres Sencillos, versión española de Plain Pleasures, que no podía  entender que  la vida, algo tan  maravilloso, se le escapase estúpidamente de las manos. Las  mujeres protagonistas de sus  novelas están en permanente estado de euforia y rebeldía, y son primas hermanas de las maniáticas de Valmouth del británico Ronald Firbank más que de las monjas travestidas de Las excentricida­des del  Cardenal Pirelli.  No  hay que detallar mucho más, es increíble la distancia entre Paul y Jane si a esto se suma la imposibilidad que tuvo Jane para continuar escribiendo,  su terrible enfermedad, sus recaídas y finalmente  su abrupto  fallecimiento en Málaga en mayo de 1973, donde se nota un alejamiento voluntario de Paul. Cuando Jane enferma  y muere Paul Bowles administra muy bien su remordimiento.

El silencio y cierto quietismo acompañaron a Paul el resto de su existencia, hasta su deceso en 1999; el sarcasmo y la epidermis habían sido las aliadas de Jane, pero no puede negarse que la espesa red que tejieron juntos los envolvió inexorablemente más allá de la muerte. Y si de muerte hablamos, la muerte de Jane fue una muerte anunciada; se piensa que había sido envenenada paulatinamente por su amante mora Cherifa, a la que un valioso testigo de la época y amigo, el diseñador Pepe Carleton, describe directamente como una bruja profesional; hemos escrito que Jane abandonó la escritura, lo que podía haber sido su vía de conocimiento y expresión artística. Esa imposibilidad la transformó en una mujer frágil y encerrada en sí misma, mujer sorprendente e inteligentísima, en palabras de Emilio Sanz de Soto, a la que todo se le convertía en duda y la duda le generaba angustia. Una angustia, también, anegada en alcohol.

Paul Bowles escribió proféticamente que los diversos cachivaches tecnológicos que forman nuestra basura occidental constituyen  los fetiches correctos que contribuirán  a la mágica transformación  de las civilizaciones más arrinconadas y atrasadas, y visto lo visto estos días, creo que debemos tomar nota, nuestra basura se expande, mientras  las enseñanzas  religiosas fanatizadas cubren  al planeta de pobreza, espanto y amenazas. En cualquier caso el vaticinio se cumplió en nuestro propio radio de acción cuando el pasado mes de abril de 2010, y a través del Instituto  Municipal del Libro de Málaga, organizamos un Congreso sobre los Bowles, titulado El mundo de los Bowles, que dicho sea de paso fue aplaudido en los medios de comunicación de España,  Europa  y USA. Una doble profecía se cumplió urbi et orbi.

Al final, la existencia de Jane se quebró:  vino a morir a Málaga en 1973 donde desde seis años atrás había recibido distintos tratamientos  de electroshock en el Sanatorio de Sagrado Corazón de Málaga, dado el progresivo empeoramiento de su sistema nervioso. Precisamente, días antes de inaugurarse el Mundo de los Bowles, hicimos una inesperada visita al Hogar de Nuestra Señora de Los Ángeles, donde descubrimos,  gracias a la sagacidad de Luis Plaza y Adolfo Crespo, que Jane, como se había creído a través de la biografía canónica sobre Jane que escribió Millicent Dillon, probablemente no murió allí –no aparece en los archivos de este asilo ni el alta de ingreso ni la baja de Jane, es más, ni siquiera aparece un mínimo rastro de ella, sino que lo hizo en la Clínica privada de Reposo Los Ángeles, que se hallaba frente a ésta, y era propiedad,  y estaba dirigida, por el entonces  prestigioso psiquiatra Pedro  Ortiz Ramos, Jefe del Servicio de Neuropsiquiatría del Hospital Civil, que años más tarde donaría a la Diputación Provincial de Málaga esta clínica, con la finalidad de contar con un nuevo psiquiátrico dentro de la ciudad, muy próximo al Hospital Civil. Pero por uno u otro motivo las cosas se torcieron, la clínica fue derruida,  y la importante biblioteca de Pedro Ortiz Ramos, trasladada a la Universidad de Granada.

En el certificado de defunción de Jane Bowles, aparecen  varios datos que merece la pena destacar: primero, que la causa de su fallecimiento, el cuatro de mayo de 1973, fue un colapso cardíaco; segundo, que el enterramiento se iba a efectuar  en el Cementerio de San Miguel; tercero, que la declaración de dicho fallecimiento pertenece a la Madre Superiora de la Clínica de Reposo Los Ángeles; cuarto, que el domicilio de la difunta era la misma clínica; quinto, que la comprobación  del deceso la efectuó el médico Pedro  Ortíz Ramos, director de dicha clínica. Igualmente otro documento nos lleva a pensar que Jane murió en la Clínica privada de Reposo Los Ángeles de Ortiz Ramos, y no en el Asilo de Nuestra Señora de Los Ángeles, quizá como en los dos hospitales Los Ángeles estaban de por medio y, además se encontraban una enfrente de otra, la biógrafa Millicent Dillon quizá se confundió de sitio. El documento  al que nos referimos es el registro de entradas y salidas de la Clínica de Reposo de Ortiz Ramos en el que, efectivamente,  en las salidas aparece el dato que nos interesaba: el día cuatro de mayo de 1973 Jane Bowles fallece en el citado centro y el diagnóstico de su enfermedad es la esquizofrenia.

Esta  distinción es importante. Jane no murió en un asilo de pobres sino en una clínica de enfermos mentales con recursos, lo que viene a decirnos que Paul, y algunos amigos de Paul y Jane,  parte de aquel universo que había brillado en Tánger años atrás, no abandonaron a Jane. Durante años se le ha echado en cara, directa o indirectamente, al autor de El cielo protector, que dejara a Jane a su suerte en Málaga y por lo que se ve no fue así, aparte del hecho de su muerte en la Clínica de Ortiz Ramos, las continuas idas y venidas de Paul desde Tánger a Málaga para ver a su mujer hablan en otro sentido. Lo cierto es que la vida de Jane en la Ciudad del Paraíso no fue precisamente un paraíso, pero tampoco un infierno de brasas ardientes.  No se puede obviar su dolor y soledad, pero posiblemente habrá  gozado de  horas placenteras, mágicas, vulnerables. Tampoco se debe  soslayar que Jane inició dos novelas que no llegó a terminar, la primera, titulada Going to Massachussets, una narración  sobre la soledad, y la segunda, Out in the world, de cariz autobiográfico, respuesta  soterrada a un título de Paul, Up above the world.

Málaga ha saldado su deuda con Jane después  de que se haya rehabilitado su tumba  -una soberbia y sobria pieza de mármol finés-, en el Cementerio de San Miguel, trasladándola a la zona noble de dicho cementerio;  Jane yace ahora junto al poeta simbolista Salvador Rueda y es extraordinario, pero, desde entonces,  la tumba de Jane Bowles se ha convertido en un lugar de peregrinación  tanto de escritores de todo el mundo como de personas ajenas a su vida y a su obra que vienen a rendirle un homenaje espontáneo.

 

Los años dorados: Paul  y Jane  Bowles en  Tánger

Málaga, cosmopolita y abierta, tiene su reflejo en Tánger, y viceversa, Tánger se refleja en Málaga. Las dos ciudades fueron escenario de parte de las vidas excéntricas de estos dos nómadas de lujo. Hoy por hoy, Jane y Paul son uno de los nexos de unión entre ambas.

Si el Tánger  internacional de mediados del pasado siglo hubiera sido una mujer estoy seguro no sería como la protagonista de la novela La Vida perra de Juanita Narboni, de Ángel Vázquez, donde  una española sola, fané y descangayada afila con su lengua, la jaquetía, los contornos  de su desgracia, sino que vendría a ser un andrógino  interplanetario encarnado por todos los seres que poblaron sus callejuelas y besaron su litoral abierto a todos los mares, cuerpos  y lenguas. Tánger se ha dejado mecer por las olas de su encrucijada histórica: caleidoscópica y variopinta, nostálgica y contemporánea, profundamente magrebí y a la vez mito de híbridas culturas; lo cierto es que aún permanecen en ella los rastros de su carismático esplendor, todavía un aura invisible se instala en sus plazas, bulevares, avenidas, paseos, cafetines, y sobre todo en sus gentes, esas gentes que parecen aguardar la llegada de un paquebote ultramarino con ávidos pasajeros buscando experiencias al límite, al fin y al cabo un límite inexistente, porque Tánger es tierra de todos y de nadie, Babel del Sur, urbe  en la que se evocan los elegantes y desesperados fantasmas de una época en que fue frontera y hotel literario,  el No-Lugar donde podías sentirte ciudadano del mundo.

Algo similar le ocurre,  al otro lado del mar, el mismo mar, a la ciudad de Málaga, la Ciudad del Paraíso aleixandrina, que hace cincuenta años fue meca de los nómadas del Nuevo Grand Tour, y  sólo algunos años después  objetivo del turismo masivo mundial. Soy de la opinión de que Málaga se refleja en Tánger, y viceversa, Tánger en Málaga, en definitiva, son dos postales fijas pintadas en la retina de una memoria colectiva, aún superviviente, donde se han venido mezclando apasionantes sagas de poetas, narradores,  músicos, pintores, escultores, espías, millonarios, diseñadores, arquitectos, diplomáticos, aristócratas, vedettes, gigolós y aventureros de distinta raza y religión, un lento declinar de especies simbióticas, flores excéntricas de un cálido invernadero que ya no existe.

Entre  1947 a 1960, aproximadamente, en torno a los Bowles, y sin tener ellos una implicación activa, se desarrolló gran parte de una febril actividad literaria y social que hizo de Tánger la ciudad de las aventuras lúdico/intelectuales más fascinantes. Las fiestas en la mansión de Bárbara Hutton y el delirio de las embajadas, fueron sus manifestaciones paradigmáticas.  A partir de los años sesenta todo cambió: los beatniks ya no eran lo que fueron, y los hippies si eran algo, eran profundamente ingenuos y no demasiado avispados. El nuevo turismo cultural, salvo Joe Orton, visitaba a Paul como si fuera una reliquia del pasado, y él se retraía, leyenda viva de una época que jamás iba a volver. Sus recuerdos le hacían seguir hacia delante, la nostalgia no le paralizó, y de vez en cuando le venía a ver alguien sutil e inteligente, de vez en cuando seguía haciendo amigos: Bernardo Bertolucci y Debrah  Winger, entre otros.

Él mismo escribió:

“Tánger es la ciudad de un sueño, nunca le diré  adiós”, y nunca lo hizo, murió en Tánger, cansado pero libre.