Siguiendo con el plan de aclimatación, y tras haber ascendido previamente el Cerro 7 Hermanas de 4.884 m, hoy subiremos un poco más alto, hasta los 5.300 m, por las laderas del Cerro Mulas Muertas, un volcán con una altura de 5.864 m. No llegaremos hasta su cumbre, pues para alcanzarla el desnivel y la distancia a recorrer son muy largos desde la Laguna Verde y el verdadero objetivo de hoy es llevar nuestro cuerpo a una altura un poco más alta.
Suena el despertador a las 07:30 y salimos de la tienda hacia la carpa comedor. Hace soleado y sin apenas viento. Desayunamos fruta con yogur y avena, pan con guacamole y un té caliente, que se va convirtiendo en una costumbre por las mañanas. Un desayuno siempre muy rico y calórico para poder aguantar bien los palizones que nos esperan.
Tras preparar las mochilas, empezamos la ascensión a las 09:20, justo por una empinadísima ladera arenosa que se encuentra a las espaldas del campamento y que supera unos 30 metros de desnivel para dejarnos en la carretera internacional. Atravesamos la carretera con cuidado, no vaya a ser que alguno de los pocos coches que circulan por un paraje tan solitario nos atropelle por ser tan descuidados. El Mulas Muertas se encuentra enfrente de nosotros e iniciamos la ascensión por sus laderas poco empinadas, que van ganando altura poco a poco. Durante esta primera parte avanzamos por terreno pedregoso, donde abunda el arbusto amarillo llamado paja brava, y que es alimento de los guanacos y las vicuñas, que moran por estos lares. Ascendemos a buen ritmo los cuatro, y esta vez trato de no parar tanto a hacer fotos como en el Cerro 7 Hermanas, para así no romper el ritmo y ver si me canso un poco menos que en la primera montaña.
Tras alrededor de 1 hora de subida paramos a descansar a los 4.600 m, ya bajo un viento constante que ha hecho acto de presencia. Está visto que será un compañero de ascensión nada deseado durante el día de hoy. La parada es corta, justo lo necesario para beber y comer algo. Retomamos la marcha subiendo por la eterna ladera pedregosa siendo azotados con fuerza por el indeseable viento andino. La subida se empieza a hacer dura, pero me encuentro mejor que en la subida al Cerro 7 Hermanas, lo que indica que la aclimatación va funcionando, aunque sea poco a poco. Hacemos alguna parada pequeña y a las 12:10 alcanzamos los 5.000 m de altura. Nos refugiamos del fuerte viento, saliéndonos del camino en dirección a un pequeño terraplén rocoso, cuyas paredes de unos 4 metros de alto nos protegen del inoportuno Dios Eolo. Esta parada será un poco más larga para reponer energías y descansar al sol, sin que nos moleste el viento. Aprovecho para beber té caliente del termo de 1.5 litros que llevo y un poco de zumo de la cantimplora de 1 litro. Y para el aporte energético me como 2 barritas y un gel, así como un puñado de frutos secos que llevamos. Media hora después retomamos la ascensión, por una zona expuesta al viento, muy molesto en todo momento, caminando por un pequeño camino que se desliza entre la ladera de piedras. Vamos caminando en silencio, como monjes peregrinando hacia su santuario, con Cristian siempre el primero, seguido de Lena, yo y Julio. Cada uno va inmerso en sus pensamientos y nos reunimos en cónclave cada cierto tiempo para descansar e intercambiar sensaciones. Vamos tan concentrados que apenas tenemos tiempo de disfrutar de las vistas, ya lo haremos a la bajada. ¡Esto de ascender montañas tiene algo de místico!
Los últimos 300 metros de subida, hasta los 5.300 m previstos, se hacen especialmente duros, ya cansados entre el impertinente viento y el agotamiento acumulado por la altura. Sin embargo, seguimos hacia arriba como tercas mulas que somos, que no muertas. Me imagino que algunas mulas tercas se empeñaron en subir y acabaron muertas por estas laderas, y se hicieron tan famosas que le dieron nombre al volcán. ¡Confío en que no nos pase lo mismo!
A las 14:00 alcanzamos una zona con muchas rocas grandes que sirven de parapeto al viento. Estamos a 5.300 metros de altura, y es el punto que nos habíamos fijado como meta para el día de hoy. Hemos tardado 4 horas y media en ascender 1.000 metros de desnivel, lo que no está nada mal. El plan de aclimatación va yendo sobre ruedas. Acurrucados entre las rocas aprovechamos para comer y beber, mientras sonreímos contentos por el objetivo conseguido. Pero el viento pega tan fuerte, con rachas de 60 Km/h que se hace incómodo estar aquí. Toca zafarrancho de combate y huir hacia abajo, hacia la seguridad del campamento.
Ahora, en la bajada, es cuando disfrutamos de las vistas desde esta atalaya, pues en la subida íbamos tan pendientes mirando al suelo y los metros enfrente de nosotros que no tuvimos apenas tiempo de mirar alrededor. Vamos bajando con un tesoro justo delante de nuestros ojos: la preciosa Laguna Verde que refulge allá en el valle, 1.000 metros debajo de nosotros, vigilada por el omnipresente Volcán Laguna Verde y por otros volcanes que la custodian a izquierda y derecha, como los estilizados Peñas Blancas y Ermitaño a la izquierda y el chato Volcán Azufre a la derecha. Y más hacia la derecha, las vistas nos regalan las siluetas del Volcán San Francisco, objetivo de mañana, el imponente Incahuasi y el elegante Fraile. La estampa es una maravilla y es toda una recompensa al esfuerzo realizado. Aun así, la bajada por la interminable ladera pedregosa se me hace un poco larga y tardo unas 2 horas en llegar al campamento, sobre las 16:30.
Llego agotado y aprovecho para pasar la tarde en la acogedora tienda, descansado y durmiendo una pequeña siesta, mientras el resto del equipo se va a darse un baño en la terma que hay dentro del refugio. Las horas pasan rápidas y sobre las 19:30 toca cenar y reponer energías. Un buen plato de arroz y morcilla nos sienta de maravilla, así como las conversaciones post-cena que ya son parte inherente al día a día en el campamento y que hacen que la unión del grupo sea más fuerte. Compartir vivencias y experiencias es fundamental para crear grupo, y creo que lo estamos consiguiendo. Estamos todos muy a gusto, y así, los objetivos se consiguen más fácilmente.
Cansado después de la paliza del día de hoy me voy a la tienda, y en apenas unos minutos ya estoy soñando con futuras aventuras.

Juan, superando día a día nuevos retos y en búsqueda continua de nuevos desafíos.

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