En la jornada de hoy nos dirigiremos con el todoterreno a 126 Km de la Laguna Santa Rosa, en la que será la siguiente parada de la expedición, la Laguna Verde, situada a 4.328 metros de altura y donde estaremos cuatro noches, que serán fundamentales para realizar una correcta aclimatación de nuestro cuerpo a la altitud. Entramos en una fase muy importante de la expedición, de la cual dependerá el futuro de la misma.
Nos levantamos del refugio con un sol radiante, sobre las 8:00, mientras veo como los flamencos se agrupan en bandadas, para así soportar mejor el frío nocturno, que ha acabado por congelar la superficie de la laguna, de apenas unos 50 centímetros de profundidad. Habrá unas 1.000 flamencos viviendo en estas preciadas aguas, cuya conservación es de vital importancia para la fauna del lugar. Desayunamos muy bien, como de costumbre, aportando muchas calorías para el cuerpo. Luego preparamos nuestro equipamiento de montaña en los petates y mochilas y posteriormente cargamos todo el material de la expedición en el jeep, incluyendo mochilas, tiendas, 40 botellas de agua de 6 litros, 4 cajas con comida, 1 cajón grande con el material de cocina, mesas, bombona de gas, 4 colchonetas, etc. El ritual de cargar todo en la parte trasera del jeep es todo un espectáculo, y como si de un juego de Tetris se tratara vamos encajando todas las piezas de la mejor forma posible. Como colofón, tapamos todo con una gran lona que las cubre y que Cristian se encarga de atar fuertemente para que nada se pierda.
A las 11:00 salimos de camino a la Laguna Verde. Tomamos la pista de tierra y nos adentramos en la inmensa altiplanicie andina, sobre los 4.000 metros de altitud, contemplando un paisaje totalmente árido e inhóspito desde nuestro “camello del desierto”. La visión sobrecoge, y divisamos con claridad el Cerro 7 Hermanas que ascendimos ayer, junto con sus 6 montañas hermanas. El resto de montañas que rodean este altiplano son el Cerro Maricunga, el Portillo, el Copiapó, el Cerro Solo y el siempre imponente tridente del Nevado Tres Cruces. Montañas ya familiares, que dejaremos de ver dentro de un rato, mientras volamos por la llanura desértica, un lugar donde no hay ningún núcleo de población y las únicas construcciones que vemos son algunos pozos para sacar agua.
La pista de tierra desemboca en la única carretera asfaltada de la región, que une la zona con el paso de San Francisco, frontera con Argentina. Hacia allí nos dirigimos, a unos 20 Km antes del Paso de San Francisco, lugar donde se sitúa la Laguna Verde. Volamos cual cóndor andino por la carretera, siempre con el majestuoso Tres Cruces observando nuestro periplo desde las alturas. En uno de los recodos del camino descubrimos el Río Lama que ha excavado un cañón espectacular, que le da un toque de color amarillo muy bonito a los sempiternos tonos marrones de las montañas y azul del cielo. El contraste es brutal y mágico. Es un lugar de avistamiento de vicuñas, pero a pesar de ver los círculos que hacen en el terreno para tumbarse no conseguimos divisarlas.
Continuamos la ruta a gran velocidad, y llegando a nuestro destino divisamos por primera vez al Ojos del Salado. Su visión desde el borde de la carretera, inmenso sobre una nueva altiplanicie es sencillamente hipnótica. Te deja sin palabras. Tras muchos meses preparando la expedición por fin te encuentras con tu objetivo. Le miro con respeto, y me inclino ante su majestuosidad. Parece que está cerca, pero aún deberemos andar con paso firme durante una semana, antes de estar preparados para poder adentrarnos en sus laderas volcánicas. Me despido del “Gigante de Fuego” no sin antes susurrarle que al igual que su corazón es de fuego, el mío también late con mucho calor. Acompasados en el vibrar de nuestros respectivos motores, espero que entremos en sintonía y me deje hollar su alto torreón cimero. ¡Nos vemos pronto, amigo!
Tras 2 horas desde el inicio de nuestro periplo alcanzamos la Laguna Verde, a 4.350 metros de altura, y situada al borde de la margen izquierda de la carretera. El lugar es sencillamente mágico, lleno de colorido y donde a pesar de que te falta el aire, debido a la altura, los pulmones no pueden más que inhalar bocanadas de alegría y felicidad. Debido a la alta salinidad de sus aguas, la laguna apenas alberga vida, pero a pesar de ello lo compensa con una belleza radiante. Sus aguas tienen un tono verde turquesa, como en pocos lugares en el mundo. Y otro de los atractivos del lugar son las termas de agua caliente que emergen de las profundidades de la tierra. Hay en total 4 termas, con una grande, separada de la laguna, que es la terma madre que alimenta a las otras 3: una dentro del refugio que se encuentra en el lugar, en el interior de una de las habitaciones, y otras dos situadas en la misma orilla de la laguna, cercadas por un muro de piedra para protegerlas del viento. Si no fuera por el detestable viento que campa como un verdadero huracán puñetero, este sitio sería un paraíso.
Nada más llegar iniciamos las labores para montar el campamento a la orilla de la laguna y con vistas justo enfrente al volcán de la Laguna Verde, que domina la zona. Como decía anteriormente aquí estaremos 4 noches y hay que estar lo más cómodos posibles. En la zona hay varios cercos de piedras, que son los lugares destinados a montar las tiendas, donde los muretes hacen de contención del omnipresente viento. También hay un refugio, que no está del todo mal, con una habitación cocina-comedor, una habitación con 4 literas, otra habitación donde pueden caber 4 personas durmiendo en el suelo, y una habitación final donde se encuentra la terma de agua caliente, cual si fuera una sauna. Lamentablemente, a nuestra llegada el refugio está ocupado, y montaremos la carpa comedor y las tiendas para pasar nuestra estadía en este lugar.
El viento hace acto de presencia con fuerza y debemos actuar con diligencia para montar las tiendas. Primero montamos entre los 4 la gran carpa comedor, actuando como un equipo con gran coordinación. El suelo está tan duro que cuesta clavar las piquetas para anclar la tienda al suelo, por lo que serán fundamentales las cuerdas laterales (llamadas vientos) para sujetar con firmeza la carpa al suelo. Y para finalizar añadimos tierras y grandes piedras en los faldones de la tienda para asegurarla todavía más. Acto seguido montamos las otras dos tiendas, donde dormiremos en grupos de dos, Cristian y Julio por un lado, y Lena y yo por otro.
Una vez montado todo, preparado la carpa comedor con sus mesas y las cajas de comida, y dejado nuestras tiendas con las colchonetas y nuestras mochilas, decido irme un rato a descansar y relajarme a la terma del refugio, pues debido al intenso viento no tengo la más mínima gana de meterme en las del aire libre. Entrar en el agua caliente, mientras afuera reina el frío ventoso, es un verdadero placer. Al rato viene Julio y pasamos casi una hora descansando y charlando en medio de una paz atemporal. Lo peor fue la salida, tiritando sin parar mientras me secaba y ponía la ropa montañera. ¡No todo iba a ser tan bueno!
De vuelta, nos reunimos todo el equipo en la carpa comedor, donde cenamos opíparamente como si de un gran restaurante se tratara. La charla posterior a la cena siempre es muy gratificante, y compartimos amenas experiencias, echándonos unas risas que son el mejor acompañante en las expediciones montañeras, y donde descubres que a pesar de apenas conocernos, tenemos muchos puntos en común.
Antes de irme a dormir reparo en el entorno. Estoy rodeado de altas montañas que ejercen como guardianes de este tesoro que es la Laguna Verde. De izquierda a derecha se elevan las nevadas cimas del Peñas Blancas y el Ermitaño, justo enfrente de la laguna el majestuoso Volcán Laguna Verde, a la derecha el achaparrado Azufre y a mis espaldas el Mulas Muertas. Toda una sinfonía de rocas, hielo y nieve que protegen este bello paraje.
Con una sonrisa en la cara me voy a dormir temprano, pues mañana nos enfrentamos a una nueva ascensión, el Mulas Muertas, que pondrá a prueba nuestra aclimatación. Las olas que produce el sempiterno viento en la laguna hacen que parezca un mar interior. Su continuo mecer es el susurro que hace que caiga rendido en los brazos de Morfeo.

Juan, en medio de un paraíso de altura rodeado de montañas y un lago mágico.

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