Texto: Ana Puértolas

Ana Puértolas

Verdaguer, además de sacerdote entregado, escritor, poeta, místico y hasta exorcista, fue un gran viajero y recorrió en 1886 Tierra Santa “per conèxer a Jesucrist”.

Nacido en 1845 en Folgueroles, estuvo ligado profundamente a su tierra, a sus tradiciones y a su lengua, con tanta intensidad como lo estaba a su misión sacerdotal. Extremadamente inquieto y curioso, se lanzó a conocer de primera mano la comarca donde había nacido, y se convirtió en un senderista infatigable recorriendo las montañas cercanas (de allí su poema épico Canigó). Paso a paso alcanzó las cumbres más altas del Pirineo oriental, explorando la Cerdanya, l´Alt Urgell, la Ribagorza, el Valle de Arán y la Alta Garrotxa. Vestido con su sotana, calzado con los zapatos de diario y sin más equipo que un gran paraguas se lanzaba a los senderos más inseguros y afrontaba los desniveles más abruptos. Estos contactos directos con su país constituyeron la fuente y la inspiración de sus poemas, donde su amor por Cataluña estuvo siempre impregnado de su devoción religiosa. Mientras las caminatas no paraban, su dedicación a la escritura le fue dando más satisfacciones y recompensas, sus poemas épicos fueron alcanzando importantes premios, y él mismo fama dentro de la literatura catalana. De hecho, hoy en día es considerado por los expertos en el tema ser quien consagró el catalán como lengua literaria. Sus conocimientos, sin embargo, no se limitaban a su entorno más próximo.

Acompañando a sus protectores, los marqueses de Comillas, en 1883 realizó un crucero por el Mediterráneo, y al año siguiente tuvo la oportunidad de conocer París, Ginebra, Berlín y San Petersburgo.

Es en este contexto cómo se puede entender y apreciar su viaje a Tierra Santa y su libro “Dietari d´un pelegri”. No era Mossen Jacinto en absoluto un típico cura rural, por muy apegado a su tierra y a su lengua que estuviera. Era un mossen viajado y leído, y esa doble condición se refleja en sus comentarios sobre las poblaciones y los pobladores con los que se fue encontrando a lo largo del recorrido. Del mismo modo que sale a luz constantemente la mentalidad de un católico ferviente, de principios firmes y convicciones sólidas, la de un capellán formado en la segunda mitad del siglo XIX, poseedor de la única fe verdadera y denostador de las falsas religiones. Los párrafos que siguen muestran su espanto ante el comportamiento de los cristianos ortodoxos en el templo del Santo Sepulcro, un comportamiento, por cierto, que puede ser el mismo de muchos cristianos católicos en algunos lugares santos:

 “Lo sant Sepulcre (vergonya fa´l dirho) ha pres la forma de teatre ab sos palcos y galeries. Los grechs, possessors de la major part de la Basílica, lloguen a altíssim preu ses tribunes y sos intercolumnis.[…] La devoción´es fugida estona hà. Se mentja com a casa, s´enrahona com al carrer, se riu y´s juga com en una fira, y a baix los hòmens s´agiten, se mouen d´ací d´allà, corren, s´apilonen, pujant en castell los uns sobre´ls altres. […]

Confesso que jo n´hauria fugit espantat desde´l principi si hagués trobada la porta oberta y lo pàs lliure. ¡Quína paciencia la de nostre Senyor! Su visión de los judíos orando ante el Muro de las Lamentaciones tampoco tiene desperdicio. Tras una descripción de cómo “los juhheus més fervorosos de la ciutat” se acercaban al muro del Templo, dándose golpes con la cabeza y llorando ante las piedras, comenta sus oraciones, interpretando de una manera una tanto peculiar los sentimientos de quienes rezan ante los restos del Templo de Salomón: ¡Pobres fills d´Abraham! D´ençà que Jesucrist, ab la creu al coll, digué a les filles de Jerusalem: No ploreu sobre Mi, ploràu sobre vosaltres y sobre vostres fills”, ells ploren; mes, com observa un viatger, ses llàgrimes son estèrils, perque no es pas l´arrepentiment que les fa caure”

Su concepto “dels orientals” también parece responder a los prejuicios propios de un católico occidental hacia los correligionarios locales al afirmar que: “Respecte a la devoció, ´m sembla que no entra molt endins del cor dels orientals, sinó que´s queda molt per sobre.” Añadiendo: “Si demanden alguna cosa al convent y no se´ls dona, cambien de religió, fins qu´en la nova també tenen algun disgust, que´ls fa tornar enrera” Y sobre su xenofobia hacia los musulmanes, muy extendida en la sociedad de aquellos años, siempre se cita un párrafo de los que dan escalofríos: “(…) Raça fanàtica, sorda i cega, ramada d’homes que el profeta Mahoma junyí a son carro en son triomf a través de l’Àfrica, l’Àsia i Europa, moros que tenen una fe cega, tan cega que necessita de la nit de la ignorancia per viure (…)”.

Con todo es su profunda fe la que domina ese Dietari, una emoción permanente en su encuentro con la tierra de Jesús, que puede resumirse en estas palabras de su prólogo: «L’anada a Terra Santa m’ha apagada aquexa set, i ja no desitjo ni espero fer altre viatge que el de l’eternitat, quan hora sia.”

Según cuentan sus biógrafos, el viaje por Tierra Santa alteró tanto el ánimo de Mossen Jacinto que a su vuelta se dedicó exclusivamente a cuidar de las capas sociales más desfavorecidas, apartándose de la buena sociedad que hasta entonces había frecuentado. Al parecer, se dedicó a socorrer a los necesitados y a la oración, pasando pronto a tomar contacto con videntes y exorcistas, desatando el escándalo y las reprimendas de sus superiores. Pero esa es otra historia distinta a la nuestra, tan sólo señalar que volvió al buen camino del sacerdocio y que, tras su muerte, gozó de un entierro multitudinario.

 

Para saber más:

Jacint Verdaguer, Dietari d´un pelegri a terra santa, Edicions Proa S.A. 1999.