Pepita de Oliva, la bailarina viajera
Por Eva Díaz Pérez
Bibliografía: Boletín 57 – Las islas
Revolucionó los teatros de Europa, provocó la pasión de los espectadores, impuso modas y, después de una escandalosa historia de amor, se convirtió en la abuela de la mujer que inspiró a Virginia Woolf. En algunas tiendas de anticuarios aún hoy se puede encontrar alguna de las muñecas con castañuelas que se popularizaron con el nombre de Pepita de Oliva, una muchacha pobre que había nacido en el barrio del Perchel en la Málaga de 1830 y que fue una de las bailarinas más célebres de su época.
Josefa Durán y Ortega, conocida popularmente como Pepita de Oliva “la Estrella de Andalucía” (1830-1871), pertenece a esa saga de mujeres que triunfaron en Europa con la fiebre de los bailes españoles. La popularidad de España como destino de los viajeros del Norte durante el Romanticismo hizo que estas danzas y la moda de lo meridional provocaran la curiosidad en Europa. Los paisajes exóticos de soles salvajes, los monumentos de pasado medieval y el orientalismo, y los pintorescos personajes del país fascinaban a los viajeros. Los forasteros buscaban su aventura española. Su pasión española. Dispuestos a caer rendidos en los brazos de apasionadas mujeres, se preparaban para peligrosos recorridos por la España profunda, amenazados por bandoleros y contrabandistas en las sierras escarpadas de Despeñaperros o en los caminos de Ronda.
PASIÓN ESPAÑOLA
La moda española crea furor en Francia cuando la granadina Eugenia de Montijo se casa con Napoleón III y se convierte en emperatriz de Francia. En Inglaterra los viajes de Richard Ford y los dibujos de él y de su esposa Harriet ataviados con trajes españoles provocan fascinación. Así, triunfan las basquiñas de satén, los volantes de encaje negro, los amplios escotes realzando el pecho, las mantillas, las cinturas imposibles ‘gracias’ a las torturas del corpiño, y los cabellos recogidos y entrelazados con una flor que se convierten en la marca española. Es la moda que llevarán las bailarinas que popularizan las danzas españolas y que las mujeres de toda Europa intentarán copiar. Los caballeros se conformaron con admirar las bellezas meridionales desde el palco de los teatros.
Pepita de Oliva fue una de aquellas hermosas bailarinas españolas que recorrió los escenarios de Europa con gran éxito. Otra célebre artista fue Petra Cámara, a la que el mismísimo Gautier elogió en uno de sus poemas, Emaux et Camées. También ocurrió con Lola de Valencia, que aparece en una cuarteta de Baudelaire y fue pintada por Manet, el artista que amaba todo lo español. Y Dolores Serral, Manuela Perea, llamada La Nena, o Josefa Vargas, que fueron aclamadas en Londres y París. Otra de esas musas españolas fue Adela Guerrero, a quien Courbet inmortalizó en un lienzo. El arte las salvó de las modas pasajeras de su siglo. Tanta fama tuvo la danza española que incluso muchachas que no eran españolas se convirtieron en afamadas bailarinas, como ocurrió con la irlandesa Lola Montes y la austriaca Fanny Elsser, que incluso aprendió a bailar la cachucha, un baile que se había inventado en el Cádiz asediado por las tropas napoleónicas, durante la Guerra de la Independencia, y que ella popularizaría en América. O Marie Guy Stéphan, la francesa que se hizo célebre interpretando las boleras de Cádiz, y que realizó una gira por España, entre 1846 y 1848, con los aires andaluces que se habían reinventado en los escenarios franceses.
LA HUELLA DE LA BAILARINA POR TODA EUROPA
En las vitrinas de algunos museos y en las páginas de álbumes del pasado aún podemos ver grabados de Pepita de Oliva en los que aparece bailando la cachucha o la danza llamada Olé. Pepita de Oliva fue sin duda la más grande y popular de todas las bailarinas españolas. También fue una gran viajera que recorrió toda Europa, desde los países escandinavos hasta el sur del continente, pasando por Francia, Inglaterra o Alemania, donde August Conradi, autor del Berliner Couplet y de óperas, vodeviles y farsas, le dedicó la Pepita Oliva Polka; y Johan Strauss hijo compuso la polca Pepita (Polka-Pepita, opus 138), que precisamente se interpretó en el pasado Concierto de Año Nuevo en Viena.
Viena y las ciudades del imperio austrohúngaro fueron otros grandes destinos de Pepita de Oliva. Ese mundo decadente hermoso, del viejo imperio que languidecía con elegancia en los fabulosos salones, acogió a la bailarina española con entusiasmo. La viajera-bailarina recorrió todo el imperio para bailar en los más importantes teatros desde Viena a Budapest pasando por Praga o Brno. Imaginamos a Pepita de Oliva mirando asombrada por la ventanilla de su carruaje los fabulosos paisajes de bosques, pueblos y valles junto al Danubio, que atraviesa para cumplir con sus compromisos escénicos. Pero lo mejor era cuando la bailarina llegaba a su destino. Era entonces cuando se despertaba la pasión que incluso llegó a tener un nombre: delirium Pepitatorum. Sucedía con sus admiradores cuando se asomaba al balcón del hotel en el que se alojaba o cuando su carruaje llegaba al teatro. La fiebre se desataba hasta el delirium Pepitatorum al salir después del espectáculo. En la opera de Berlín o en Viena se produjeron curiosas escenas cuando sus seguidores quitaron de su lugar a los caballos del carruaje para llevarla ellos mismos hasta el hotel donde residía. De alguna forma, con la malagueña Pepita de Oliva se creó un auténtico fenómeno fan ya a mediados del siglo XIX.
La huella de la bailarina andaluza fue indudable. No se trata de un personaje del pasado que fue célebre en su tiempo y que ya nadie recuerda. Eso ha ocurrido -como en tantas ocasiones- en su país natal, pero no en los lugares donde triunfó. De hecho, aún existe una palabra checa que designa un tipo de tela con diminuto ajedrezado de color negro y blanco que lleva el nombre de Pepita porque era la curiosa tela que ella solía utilizar en sus actuaciones. Los tejidos con este estampado se llaman “pepita” o “pepito” y suelen utilizarse hoy en día para pantalones masculinos y para los trajes enteros de dama. En polaco también existe la palabra “pepitka” y en alemán “der/das pepita”. Con el tiempo, en muchos lugares la tela pepita es típica de algunos manteles e incluso es la base del vestido profesional de carniceros y cocineros, según apunta el investigador Pavel Stepánek en Las andanzas de la bailarina española Pepita de Oliva por Europa Central.
EL CASO SACKVILLE-WEST
Pero la fama y la popularidad como bailarina no son las únicas razones por las que Pepita de Oliva provocó el asombro de su tiempo. La artista se había casado con su maestro de baile, Juan de Oliva, del que había tomado su nombre. Sin embargo, mantuvo un intenso romance con el diplomático sir Lionel Sackville-West. No fue una relación breve. De hecho, duró toda la vida y de esa pasión nacieron varios hijos ilegítimos, ya que el caballero inglés también estaba casado. La pareja se trasladó a vivir a la localidad de Arcachón (Francia) y llamaron a su residencia Villa Pepita. Allí nacieron sus hijos Maxilien, Flora, Amalia, Henry y Victoria. Pepita Oliva murió de sobreparto a los cuarenta y un años de edad. Su muerte provocó verdadera conmoción en el mundo artístico, y también en los mundanos salones de sociedad. Lionel Sackville-West sufrió por la muerte de Pepita y no dudó en publicar en la prensa francesa un obituario en el que, después de anunciarse con su cargo diplomático de secretario de la embajada inglesa en París, pedía la asistencia de sus amigos y colegas para el funeral que se celebró el 21 de marzo de 1871 para el descanso de su esposa Josefina, condesa de Sackville-West. En la muerte había decidido hacer aún más pública su relación adúltera declarándola en la prensa.
El caso Sackville-West fue muy conocido en la época porque llegó a los tribunales cuando Pepita de Oliva murió y los hijos reclamaron la paternidad del diplomático inglés. Una de esas hijas era Victoria, la que sería madre de un popular personaje de la Inglaterra victoriana: Vita Sackville-West, baronesa de Sackville (1862-1936), que fue amante de la escritora Virginia Woolf.
La madre de Vita, e hija de Pepita de Oliva, fue rechazada por la conservadora sociedad victoriana que nunca admitió en sus círculos a la hija adúltera fruto de los devaneos de un caballero inglés con una exótica bailarina que ellos creían gitana al relacionarla con los mundos del baile andaluz. Victoria terminará casándose con su primo el diplomático Harold Nicolson y se instalará en la lujosa mansión del señorío de Knole, en Kent, donde finalmente nació Vita. Vita se convirtió en escritora y diseñadora de jardines, pero sobre todo protagonizó uno de los escándalos de su tiempo a causa de las relaciones lésbicas que mantuvo durante toda su vida.
LA HISTORIA DE VITA, DIGNA NIETA DE SU ABUELA
Vita siempre se fascinó con la historia de su abuela, aquella muchacha malagueña que llegó a ser una famosa bailarina y que recorrió los más grandes escenarios de Europa. De hecho, creía que su carácter indómito y extravagante se debía a la herencia genética de su abuela española. Incluso decidió escribir un libro en el que relataba la historia de Pepita, basándose en las investigaciones que había hecho un detective que su familia había contratado para conocer el origen de la bailarina, cuando tuvo lugar el juicio para demostrar la paternidad. Aquel detective había viajado a España, y buena parte de las pesquisas sirvieron más tarde a Vita para escribir el libro que dedicó a su abuela, y que tituló Pepita. En España, la editorial Tusquets lo publicó hace algunos años y es un hermoso homenaje a la mítica bailarina gracias al emocionado relato escrito por su nieta.
Vita Sackville-West, autora de novelas como Los Eduardianos, Toda pasión apagada o las biografías sobre Juana de Arco y María Luisa de Orleans, acompañó a su marido en algunos de sus destinos diplomáticos en Turquía o Irán. Fruto de esas experiencias es el interesante libro de viajes Pasajera a Teherán. Con él tuvo dos hijos, pero siguió manteniendo relaciones lésbicas toda su vida. Uno de los romances más célebres fue el que tuvo con Virginia Woolf, quien se inspiró en ella para su novela Orlando, que cuenta la historia de un mismo personaje quien, a lo largo de varias épocas, es indistintamente hombre o mujer. Parece que incluso en un viaje a París que hizo con Violeta Trefusis, una de sus más sonadas aventuras, se travistió de hombre y se hacía llamar Julien.
Precisamente este año se estrenará en el cine la película Vita & Virginia, de la directora Chanya Button, que recrea la historia de amor entre Virginia Woolf y Vita Sackville-West y que estará protagonizada por Eva Green y Gemma Arterton. Además, la escritora Pilar Bellver acaba de publicar una novela sobre este romance: A Virginia le gustaba Vita.
Sin embargo, la fascinación libresca por esta curiosa saga de mujeres que se inicia con la bailarina viajera Pepita de Oliva no se termina ahí. La historia continúa de actualidad a raíz del libro escrito por la nieta de Vita Sackville-West, Juliet Nicolson, titulado A House Full of Daughters. Una obra que narra la historia de hasta siete generaciones de este extravagante linaje. Una obra que, junto al inminente estreno de la película Vita & Virginia, rescata para el gran público la asombrosa historia de estas mujeres que rompieron los esquemas de su época.
Pepita de Oliva, la Estrella de Andalucía, aún se puede descubrir en las crónicas que se guardan en las hemerotecas del siglo XIX, en muñecas de anticuario y hasta en una manufactura de porcelana que reproducía en serie su figura. Fue sin duda una mujer que provocó la fascinación de su tiempo, asombró a los escenarios europeos y recorrió los caminos del continente en diligencias cargadas con baúles de sus trajes españoles que provocaron una auténtica fiebre. La artista que cautivó a un lord inglés y que escandalizó a sus coetáneos, y en cuya tumba, en los románticos jardines de la mansión francesa conocida como Villa Pepita, su amante y padre de sus hijos mandó escribir este epitafio: Aquí descansa Josefina, condesa de Sackville.
* Periodista y escritora, acaba de publicar Travesías históricas. Viajeros andaluces que contaron el mundo.