Cuando en el imperio español “no se ponía el sol”, la presencia hispana abarcaba buena parte del océano Pacífico, incluidos algunos archipiélagos en los que, después de avistarlos y cartografiarlos con mayor o menor fortuna en los mapas de navegación, no existió presencia efectiva de los españoles durante siglos. Pero formaban parte del imperio español.

La importancia creciente del colonialismo para las potencias europeas a finales del siglo XIX volvió a poner de actualidad aquellos territorios, más en concreto las Carolinas, las Marianas y las Palaos, tres archipiélagos completamente olvidados en medio del océano que se vieron convertidos en los últimos restos del viejo imperio español, constituyendo objeto de interés para los políticos e incluso de curiosidad popular en nuestro país.

Hasta esos últimos años del siglo, la presencia de los españoles en islas como Yap o Pohpei había sido hasta el momento “testimonial”, pero a raíz de la Conferencia de Berlín (1885) y de los intentos por parte de otras potencias en proceso de expansión colonial por quedarse con estos territorios “olvidados”, España reaccionó. Y durante unos quince años ejerció su teórica soberanía sobre aquellas islas que algunos intrépidos navegantes ibéricos (Toribio Alonso de Salazar, Francisco de Lezcano, Alvaro de Saavedra, Hernando de Grijalva, Fernando de Magallanes, entre otros) habían “conquistado” para la corona española.

Archipiélagos perdidos en el océano

Hoy, muy pocos españoles sabrían situar en un mapa donde están (o mejor dicho, estaban) las Carolinas, por qué fueron españolas y por qué dejaron de serlo. En los colegios se estudia, en una simple línea, que España perdió en 1898 los últimos restos del viejo imperio (Filipinas y Cuba), así que estos archipiélagos “menores” ni aparecen en los libros de historia.

Pero ¿dónde estaban las Carolinas, las Marianas y las Palaos? ¿Por qué formaron parte de la Corona Española? ¿Por qué y cómo los perdimos? ¿Qué importancia y papel estratégico jugaron en la historia y la economía española? ¿Qué queda de los españoles en aquellas islas que durante más de 300 años fueron nuestras? Los tres archipiélagos están situados en el Pacífico Sur, y hoy forman parte de la llamada Micronesia. Aunque fueron españoles durante más de tres siglos, fueron pocos, muy pocos, los hispanos que llegaron a pisarlos y menos aún los que se instalaron de forma efectiva (como misioneros, funcionarios, militares o comerciantes) en aquellas remotas islas. Sin embargo, se hicieron presentes en la política española a finales del siglo XIX, en un contexto en el que cualquier posesión colonial cobraba una nueva dimensión. La explicación estaba en el Congreso de Berlín de 1885, que volvió a colocar en el tapete del juego los derechos de soberanía sobre los territorios, poniendo en duda dichos derechos sobre un territorio que no estuviese ocupado de forma efectiva. Y eso era justamente lo que ocurría con las islas españolas del Pacífico (con excepción de Filipinas): pese a la creciente presencia de comerciantes, balleneros, aventureros y religiosos de otras nacionalidades que pasaban por ellas, los españoles no ejercían una ocupación real.

Por otra parte, el interés estratégico y económico de aquellas islas, convertidas en escalas en las grandes rutas transoceánicas, crecía cada día. El Gobierno de Cánovas tomó nota de lo hablado en Berlín y decidió que había llegado el momento de aprovechar, en la medida de lo posible, aquellas lejanísimas escalas y hacer valer sus antiguos derechos históricos sobre esas islas por las que hacía siglos que no pasaba un español. Los alemanes, ingleses, franceses o americanos estaban deseando convertirlas en colonias propias, y España, pese a su debilidad creciente, no podía permitirse perder las pocas colonias que aún quedaban de aquel viejo imperio en el que no se ponía el sol.

Unas islas olvidadas

Hasta esos momentos de finales del XIX, los españoles habían pisado solo algunas de estas islas. Más allá de avistarlas desde los barcos, apenas se había producido algún intento de ocupación real. En la segunda mitad del siglo XVII se estableció en las Marianas una Misión jesuita y más tarde un destacamento militar. Las Marianas tenían un cierto papel estratégico como base de avituallamiento y escala para el Galeón que anualmente iba de Manila a Acapulco, cosa que no pasaba en las Carolinas, apartadas de cualquier ruta de paso. Desde las Marianas se intentó evangelizar las Carolinas e introducir algún tipo de cultura española en las islas, pero los intentos fracasaron por completo, de tal modo que, aunque en teoría siguieron perteneciendo a España, la presencia española fue casi nula.

La incorporación real de las islas de Pacífico al mundo y a la economía internacional se hizo poco a poco y debido al azar: las grandes rutas de navegación comenzaron a ser más frecuentes y recurrían ocasionalmente a estas islas para refugiarse del mal tiempo o para aprovisionarse de víveres. Desde finales del siglo XVIII hasta bien entrado el XIX, por estas islas pasaron desertores de barcos, ex convictos que buscaban una nueva vida, aventureros, comerciantes en busca de oportunidades de negocio y algunos religiosos. Poco a poco comenzaron a asentarse de forma definitiva algunos comerciantes y también agentes de las grandes compañías comerciales que operaban en el Pacífico (alemanes, americanos, británicos y japoneses).

Era casi inevitable que los diferentes grupos terminaran enfrentándose y, a falta de un poder efectivo, ¿a quién acudían para resolver los conflictos?… Pues cada uno a su potencia-madre.

En las Carolinas y las Palaos vivían en la década de 1880 unos 500 residentes extranjeros. Los más numerosos eran los misioneros norteamericanos (unos 300 contando a sus familias) siendo su influencia sobre los nativos bastante fuerte en algunas zonas. También se encontraban comerciantes británicos, alemanes, japoneses y americanos. Además de los misioneros, se daba una presencia creciente de empresas que comerciaban con la copra (cocoteros que se recogían en grandes cantidades). En Yap, la principal isla productora de copra, operaban cuatro compañías de copra, una británica, dos alemanas y otra americana, que comerciaban también con otros productos, como el carey, los frutos tropicales o la madera.

Intento de “recolonización”

La presencia de España en el Pacífico era, como ha quedado dicho, más simbólica que real. Mientras, Gran Bretaña había ocupado a finales del siglo XIX otras islas del Pacífico Sur: Tonga, Salomón, las Fiji, Gilbert y una parte de Nueva Guinea. Francia ejercía su influencia sobre varias islas de la Polinesia, Nuevas Hébridas y Nueva Caledonia. Alemania ocupaba parte de Nueva Guinea, Samoa Occidental y las Marshall y Holanda había heredado las islas de Indonesia (Java, Sumatra, islas Célebes y parte de Borneo y Nueva Guinea). Y todavía faltaban por llegar al escenario Estados Unidos y Japón.

Las comunicaciones, los barcos de vapor las nuevas rutas por el Pacífico hacían más fácil llegar hasta estas islas donde cada vez se asentaban más occidentales, y donde ya estaban estallando algunos conflictos entre extranjeros de diferentes nacionalidades, y entre los occidentales y los nativos. Por ello, tanto unos como otros reclamaron la ayuda de sus diferentes gobiernos europeos, viéndose así implicados en los conflictos, y creando problemas diplomáticos que fueron cobrando más importancia.

Así las cosas, a finales del XIX España comenzó a recibir demandas de sus teóricos súbditos de las Islas Carolinas para que el gobierno mediara en los conflictos que habían estallado entre los diferentes grupos de residentes y sobre todo, para que garantizara el orden. Una de estas peticiones, a finales de 1884, la firmaban los comerciantes extranjeros que residían en las islas y algunos nativos, y en ella aseguraban que, si España no ejercía sus responsabilidades como potencia colonial, tendrían que solicitar protección a otro país que sí las ejerciera. Cánovas del Castillo comprendió que era urgente convertir aquella soberanía española nominal en una soberanía real. Comenzó así una nueva etapa colonial en unas islas que se habían descubierto en los grandes viajes de exploración de los siglos XVI y XVII, y que volvían a ponerse en el centro del mapa.

El conflicto con los alemanes

Tras el Congreso de Berlín y las demandas de los pobladores de las islas, el gobierno de Cánovas decidió establecer de forma efectiva una colonia en las Carolinas y Palaos y reforzar el destacamento de las Marianas. Públicamente, el gobierno español defendió el papel de estas islas como frontera defensiva de las Filipinas y punto estratégico entre América y Asia para facilitar las comunicaciones entre Filipinas y la Península a través del Canal de Panamá. Se esperaba que la explotación de la copra y otros recursos de estas islas podrían financiar el nuevo esfuerzo de colonización. En 1885 se dictó una Real Orden que creaba la nueva colonia de las Carolinas y las Palaos, y en agosto de 1985 partió de Filipinas una expedición para “reocupar” las islas con dos barcos, el Manila y el San Quintín. Así comenzó un capítulo del que pocos se acuerdan, pero que en aquellos días de 1885 ocupó muchas páginas de los periódicos españoles.

Los barcos españoles llegaron a la isla de Yap el 21 y el 22 de agosto de 1885 y, durante unos días, los expedicionarios se dedicaron a hablar con los nativos y con los comerciantes y misioneros que allí vivían. También buscaron un lugar idóneo para levantar la colonia y preparar la ceremonia de posesión de las islas. Lo que no sabían es que los alemanes estaban a punto de adelantárseles en esta ocupación.

La noche anterior a la prevista ceremonia, la goleta alemana Iltis entró en el puerto en medio de una tormenta. El comandante alemán se enteró de que la isla no era todavía “española” y rápidamente izó la bandera alemana y declaró el protectorado alemán sobre las islas Carolinas y Palaos. Cuando los españoles se enteraron de lo sucedido no supieron muy bien qué hacer. Había quien se inclinaba porque se dijera que en realidad los españoles ya habían tomado previamente las islas, otros sostenían que no había que cometer irregularidades que podrían conducir a una guerra con los alemanes. Por eso, se limitaron a presentar una protesta oficial a los alemanes y se retiraron a Manila para que fueran los dos gobiernos (alemán y español) los que se pusieran de acuerdo y resolvieran este conflicto diplomático.

La llegada de los alemanes también respondía a la llamada de los comerciantes alemanes en la isla. Ya estaban instalados en las islas Marshall, y su siguiente objetivo eran las Carolinas y las Palaos para reforzar su posición en el Pacífico y dominar el negocio de la copra. Hasta el momento, parecía que España no tenía ningún interés en estas remotas colonias, así que, en teoría, los alemanes no imaginaban que estaba en marcha aquella expedición española. Tampoco podían prever la reacción popular que se desató en España en defensa de la soberanía sobre sus islas del Pacífico. De repente, aquellas remotas islas Carolinas se convirtieron en un territorio indispensable para España, y la presencia alemana se interpretó como una agresión en toda regla. Se alzaron voces en todos los rincones del país defendiendo el derecho de los españoles a gobernar las Carolinas, derivando incluso en manifestaciones y atentados contra las legaciones alemanas.

Los primeros acuerdos

En estos delicados momentos, Alfonso XII estaba muy enfermo y el país a punto de una obligada regencia. No era momento para crisis o para inestabilidad. Por ello, se negoció con los alemanes una solución pacífica de aquel contencioso. Los alemanes se quedaron sorprendidos por la violenta reacción popular de los españoles, y Bismarck consideró que no merecía la pena una guerra por esas islas, llegándose así a una solución amistosa gracias a la mediación del papa León XIII. España mantenía la soberanía sobre las Carolinas, pero se comprometía a hacerla efectiva estableciendo una administración estable y fuerza en las islas. A cambio,

España permitía a Alemania plena libertad de comercio, pesca, navegación y elementos agrícolas, además del derecho de establecer en ellas una estación naval y un depósito de carbón. También se reconocía que los comerciantes de otros países podían ejercer sus actividades (comerciales, plantaciones) siempre que lo hicieran en puntos de las islas en los que no hubiera españoles establecidos. De esta manera, los comerciantes se establecieron lo más lejos posible de la colonia, y una medida que condicionó las futuras relaciones entre los colonos españoles y los residentes extranjeros.

La colonia española en las Carolinas: principio y fin

Los colonos españoles recién llegados (básicamente militares y religiosos) tenían como misión conseguir que se respetaran las leyes españolas por parte de todos los grupos que vivían en las islas. Además debían evangelizar y educar a sus habitantes, incorporándoles a la cultura española. Pero en ningún momento se plantearon la explotación económica de las islas. La cooperación de los isleños era prioritaria, y el trato con ellos debería ser exquisito para conseguir una relación fluida y amistosa. En cuanto a los residentes extranjeros, tenían que dejarles claro que el gobierno español les protegería pero siempre que respetaran la autoridad de la colonia. A partir de ese momento, las islas estaban bajo pabellón español. Se crearon dos divisiones navales, una en Yap, para administrar las Carolinas Occidentales, y otra en Ponapé para gobernar las Carolinas Orientales. Desde estas dos pequeñas colonias se mantenía el contacto con el resto de las islas con cañoneros que las visitaban periódicamente. En total, se componían de unas 500 personas (Armada, infantería de Marina, artillería, infantería…). Aunque la línea de mando estaba clara, la realidad es que había muchos kilómetros de distancia, con comunicaciones complicadas, entre aquellas divisiones y el mando superior. A los militares españoles se sumaron los misioneros (capuchinos) que fueron los únicos españoles que llegaron a residir entre los nativos, pero como nunca aprendieron las lenguas locales dependían para todo de los intérpretes locales. En eso, los misioneros protestantes les llevaban mucha ventaja y ejercían una gran influencia sobre los nativos y colonos. Además de militares y religiosos, tan solo llegaron a las islas algunos maestros y maestras españoles. Los barcos españoles visitaban las diferentes islas y en realidad fueron los verdaderos representantes de España en las islas. Con estos viajes, los españoles pudieron establecer alianzas con los nativos, nombrando gobernadores a los jefes locales e impulsando su papel de controladores en sus diferentes pueblos. Los españoles respetaron la organización de la isla (tribus, jefes, consejos de ancianos), así que a todos los efectos, la vida siguió igual y en las islas más apartadas nunca se enteraron de que aquellas islas eran españolas.

La colonia de las Carolinas y las Palaos duró solo 15 años. Los españoles allí destinados vivían en condiciones muy precarias, sin apenas medios y casi incomunicados, pero trataron de mantener la paz y proteger efectivamente a sus súbditos. Este esfuerzo recolonizador solo tenía sentido por la importancia de Filipinas, al ser vital mantener aquellas escalas, pero cuando España renunció a las Filipinas se iniciaron las conversaciones para ceder la soberanía sobre las Carolinas, Marianas y Palaos a Alemania. La venta de todas las islas se realizó a cambio de 25 millones de pesetas. A la excepción de Guam, que pasó a Estados Unidos al necesitar esta base en el Pacífico.

La Gaceta de Madrid publicó el 29 de junio de 1899, e hizo válido, el texto del tratado, ya ratificado anteriormente por Francisco Silvela, presidente del gobierno en aquella época. El texto tenía cuatro artículos, siendo el último el más importante, donde se estipulaba el precio que Alemania pagaba por lograr las posesiones de los archipiélagos. Otros artículos obligaban a Alemania a dar un trato equitativo a los colonos españoles, y también el derecho temporal a que se instalaran depósitos de carbón para la Armada Española. Así finalizó la Micronesia española. ¿o no?

Durante algún tiempo se habló de algunas islas de estos archipiélagos que supuestamente continúan siendo españolas hasta la fecha. Son cuatro islas insignificantes y remotas que no se especificaron ni en el Tratado Hispanoestadounidense, firmado en París el 10 de diciembre de 1898, ni el Tratado Germano-español firmado en Madrid el 30 de junio de 1899. Por lo tanto, y en teoría, continuaban siendo españolas. Así, el historiador Emilio Pastor encontró en 1948 unos documentos que supuestamente acreditaban que los islotes de Coroa, Guedes, Pescadores y Ocea seguían siendo españolas. Pero ni siquiera Franco, a quien podía interesar el recuerdo del gran imperio español, le interesó mucho el tema. Eran islas deshabitadas y fuera de las rutas marítimas. Guedes pertenece hoy a Indonesia (con el nombre de Mapia), mientras que las otras islas forman parte de los Estados Federados de Micronesia.

¿Qué queda en las Carolinas de tres siglos de historia española en estas islas? Pues prácticamente nada de nada. Algo más queda en las Marianas (a las que los españoles llamaron Islas de los Ladrones), cuya isla más meridional, Guam, es donde Magallanes desembarcó en 1521: la corona española las reclamó en 1668 estableciendo en ellas una misión de jesuitas. Buscó entonces un nombre más apropiado y las bautizó en honor a Mariana de Austria, esposa de Felipe IV.

Desde entonces hasta 1899, cuando fueron vendidas a Alemania, algunos españoles se dejaron caer por allí, al menos en número suficiente para que todavía se conserven en su idioma (el chamorro) palabras y frases que nos recuerdan que en otros tiempos fueron dominio español. Solo hay que escucharles contar: “Uno, dos, tres, Kuatro, sinko, sais, siete, ocho, nuebi, dies”. El chamorro es la mayor herencia de los españoles en estas islas, y se sigue hablando en las Marianas del Norte, que hoy son un Estado Libre Asociado a los Estados Unidos. Un 50 por ciento de las palabras del chamorro proceden del español y comparten con nuestro idioma su mayor seña de identidad: la letra “ñ”. Quedan unos 50.000 hablantes de chamorro dispersos por Guam, Saipán, Tinián, Rota, Yap, Ponapé y algunos rincones de Estados Unidos donde han emigrado.

Lola Escudero