Texto: Emma Lira

Boletín 63 – Sociedad Geográfica Española – Los lagos de nuestra Tierra

   “Cualquiera que sea el conjunto religioso en que se presenten, la función de las aguas es siempre la misma: la de (…) lavar los pecados, purificando y regenerando al mismo tiempo. (…) actualizar en un instante “aquel tiempo” en que tuvo lugar la creación. Son una repetición simbólica del nacimiento…”.

Mircea Eliade

UNA SIMBOLOGÍA UNIVERSAL

FEl agua como símbolo de vida eterna es algo consustancial a diferentes religiones. El agua como origen de toda vida. Es así con Nuu en la cosmogonía egipcia, con Nammu en la sumeria, a miles de kilómetros de distancia, y es así en el Génesis, la creación del mundo para las tres grandes religiones monoteístas: las aguas eran lo único existente antes de que Dios creara el resto de las cosas, y, por supuesto a los mortales. El agua se cita en el Antiguo Testamento hasta en quinientas ochenta y dos ocasiones. Su relevancia radica en su carácter purificador, inherente al sacramento del bautismo. En el hinduismo es obligatorio lavarse con agua cada día. Sus templos deben encontrarse siempre cerca de una fuente, y el agua es imprescindible en los ritos fúnebres, al igual que ocurre en el budismo. En Japón, los sintoístas veneran fenómenos naturales, como las cascadas, e, incluso, las diferencias entre judíos y musulmanes no les impiden compartir una serie de ritos de purificación relacionados con la oración o con momentos relevantes de la vida, como también sucede en el código hindú. El zoroastrismo defiende que el Dios del Mal asaltó al Dios del Bien transformando el agua dulce en salada, y por ello prohíbe escupir, orinar o lavarse las manos en un río, para no quitarle el carácter sagrado al agua. Los nueve primeros meses de nuestra existencia transcurren inmersos en el agua, dentro del seno materno y dos terceras partes de nuestro cuerpo son agua. El agua es algo sagrado, algo que cae del cielo, con cierta aleatoriedad. Para para los creyentes es un regalo de los dioses, y supone uno de los elementos constitutivos de la realidad cósmica para el pensamiento antiguo. El agua es, a veces, un dios o una diosa, y otras, tan solo una herramienta de los mismos, pero su función permanece inalterable: posee el poder de transformar el mundo, redimir los pecados y santificar. La posibilidad de renacer. Y si no, que se lo digan a Noé, y a toda la cosmogonía basada en una única familia salvada de las aguas, que Dios envía a la humanidad como castigo por sus pecados. Desde el hindi Manu, al Utnapishtim de la epopeya mesopotámica de Gilgamesh, pasando por diferentes culturas americanas, e incluso por la omnipresente mitología griega, el Diluvio puede ser un mito o el recuerdo de un acontecimiento histórico. De lo que no cabe duda es de que es universal.

LOS LAGOS, AGUAS MÁGICAS

El agua que cae del cielo y fluye, alcanza sus mayores cotas de veneración en forma de agua remansada y si no que se lo digan a todos los que en uno u otro momento han lanzado una moneda a un pozo o una fuente. La concentración de agua, en el imaginario colectivo, contiene una fuerza telúrica y perturbadora que, en la mayoría de las culturas tiene un alto componente femenino. Los lagos, profundos, inabarcables, y guardianes de secretos, son, desde tiempo inmemorial, lugares mágicos que enlazan dos mundos, al igual que la singladura por la Laguna Estigia era el tránsito entre la vida y la muerte. Por eso algunos lugares, en diferentes rincones del mundo y en diferentes momentos se han impregnando de esta aura de sacralidad. ¿Por qué uno y no otros? Quizá porque en la memoria de los pueblos que aún habitan sus orillas, la historia de su formación, o los acontecimientos ocurridos en su entorno les hayan dotado de un halo sobrenatural.

LAGOS CAÍDOS DEL CIELO

Es de suponer que, sea en el momento que sea, los testigos del impacto de un meteorito contra la tierra, en el caso de que sobrevivan, deben conservar la memoria del suceso en el patrimonio oral de su comunidad. Quizá ese objeto que llegó desde el cielo, como enviado por los dioses, dote inmediatamente de significado religioso al cráter que socava en la tierra. Bosumtwil, el único lago natural de Ghana, es sagrado para los ashanti; tanto, que solo es admisible pescar en él sobre tablones de madera. Quizá la historia de su formación tras el impacto de un meteorito continúe pasando como un mito de generación en generación.

Tiene aproximadamente 8 km de ancho, y las 30 aldeas de su entorno suman un total de 70.000 personas. La mayoría de ellos sigue pensando que “su” lago es el lugar del que parten las almas de los muertos a despedirse del dios Twi. El lago Kaali es también un lago formado en un cráter de impacto. O más específicamente forma parte de un conjunto de nueve cráteres de impacto nacidos a raíz de las colisiones de meteoritos en la isla de Saaremaa, en Estonia. Kaali se encuentra en el más grande de ellos y mide unos 110 metros de de diámetro. Probablemente, a una altura de 5 a 10 kilómetros, el meteoro se rompió en pedazos que impactaron en la tierra a una velocidad de 10 a 20 km/s. El fragmento más grande dio lugar al cráter principal, con una profundidad de 22 metros. Ocho cráteres más pequeños con diámetros que oscilan entre los 12 y los 40 metros y profundidades que varían entre 1 y 4 metros, se encuentran en las cercanías del cráter principal. Esto pudo haber ocurrido en torno al año 600 a. C. En aquel momento, la energía del impacto (alrededor de 80 terajulios) devastó bosques en un radio de 6 km. Es esperable que un acontecimiento de esa magnitud terminara influyendo en la mitología de la región. En ella, Louhi, el mago maligno, roba el sol y el fuego causando la oscuridad. Ukko, el dios del cielo, ordena que se cree un nuevo sol a partir de una chispa, pero la chispa cae del cielo y golpea la tierra en un lago, provocando que su agua ascienda.

SURGIDOS DEL CENTRO DE LA TIERRA

Un lago de cráter también, pero de origen volcánico, en lugar de por un impacto exterior, es el lago del Cráter que se encuentra en Oregón, formando parte de la cordillera de las Cascadas. Es famoso por su intenso color azul y la transparencia de sus aguas. Su origen data de hace unos 7.000 años, y se formó en la caldera volcánica de unos 1.220 metros de profundidad, nacida hace unos 6.850 años tras el hundimiento del volcán Mazama. Las dimensiones del lago son de 8 por 9,6 km de largo; su profundidad media es de unos 350 metros y la máxima de 594, lo que le convierte en el lago más profundo de los Estados Unidos, el segundo de Norteamérica y el noveno en el mundo. Se cree que fueron necesarios 720 años para llenar el lago hasta su profundidad actual. Sus aguas son unas de las más puras en términos de ausencia de contaminantes de toda Norteamérica, debido, sobre todo, a que no tiene entradas ni afluentes de ningún tipo. Durante mucho tiempo, la tribu amerindia de los klamath, que pudo haber sido testigo del hundimiento del monte Mazama, y de la formación del lago, lo ha considerado un lugar sagrado. Sus leyendas cuentan la historia de dos jefes, Llao y Skell, que combatieron entre ellos, destrozando, durante la batalla, el monte Mazama, que era el hogar de Llao. Los klamath usaban el Lago del Cráter en búsquedas de visiones y escalaban las paredes de su caldera en momentos determinados, en los que necesitaban del consejo o la inspiración divina. La laguna de Chicabal es un nuevo lago de cráter, esta vez en Guatemala, en el municipio de San Martín Sacatepéquez en el departamento de Quetzaltenango. Situado a casi 3.000 metros de altitud, la cima del volcán y las orillas del lago están cubiertas de un bosque nuboso que loe proporciona un aspecto aún más misterioso. Para la cosmovisión Mam, es un lugar sagrado. En sus orillas se encuentran diferentes altares utilizados por los sacerdotes mayas, y, a principios de mayo se suspenden las visitas turísticas, para no perturbar las ceremonias y celebraciones de la población Mam. Por su carácter espiritual está prohibido terminantemente nadar o bañarse en el lago.

ESPACIOS PARA LA RELIGIÓN Y LOS RITOS

Los cenotes no tienen que ver ni con actividad volcánica, ni con impactos extraterrestres. Se trata de depresiones circulares llenas de agua, originadas tras el colapso de una dolina. El cenote sagrado de Chichén Itzá tiene 60 metros de diámetro, con paredes verticales que miden 15 metros. Se encuentra al norte de la pirámide de Kukulcán, y conectado con ella mediante una calzada de unos 300 metros de longitud. Sus aguas subterráneas, conectadas con las de otros cenotes, terminan por desaguar en el océano. Dicen que los itzaes, fundadores de Chichén Itzá, y más tarde los tutul xiues, que dominaron la región hacia el período postclásico de la cultura maya, lo utilizaban para hacer sacrificios animales y humanos, como tributo a sus dioses. También arrojaban cerámica y joyas al fondo, en ofrendas y rituales religiosos. Estas leyendas despertaron, en el siglo XIX, el interés de Edward Herbert Thompson, quien se hizo nombrar cónsul de los Estados Unidos en Mérida, compró la hacienda Chichén Itzá en 1893 e instaló una draga a la orilla del cenote. Su empeño demostró que las leyendas eran ciertas: de las profundidades de las aguas sagradas Thompson extrajo esqueletos humanos y de animales, así como joyas y piezas arqueológicas elaboradas en jade y ónix. Su labor extractora se extendió durante 30 años, y se mantuvo mucho tiempo después, hasta que recientemente, en torno a 2008, estados Unidos se ha visto obligado a devolver a México todos los objetos procedentes del expolio. Al otro lado del mundo, el lago Manasarovar se encuentra en el extremo oriental de la Región Autónoma del Tíbet, aproximadamente a 2.000 km de Lhasa, la antigua capital también sagrada. Su circunferencia es de 88 km, su profundidad media de 90 metros y, a sus 4.556 metros sobre el nivel del mar, puede presumir de ser el lago de agua clara más alto del mundo. Manasarovar es un lugar de peregrinación, y, como tal, alberga algunos monasterios en sus orillas; entre ellos el de Chiu Gompa, que parece esculpido en la roca. Los hindúes creen que si se bañan en este lago y beben sus aguas se lavarán todos los pecados cometidos, tanto en esta vida como en alguna otra. Afirman que nació de la mente del dios creador Brahma, y que es la morada veraniega de los cisnes, aves tan sabias, para ellos, como sagradas.

Sin movernos de Tíbet, el lago Yamdrok, con más de 72 kilómetros de largo, es otro de sus más importantes lagos sagrados. Según la mitología local, el lago en sí es la transformación de una diosa, y como a tal se le venera. Se dice incluso que, si sus aguas se secasen, el Tíbet ya no sería habitable, lo que probablemente pudiera ser cierto en términos climatológicos. Quizá por sus vinculaciones con las deidades femeninas, el lago alberga el monasterio de Samding, el único a cargo de una reencarnación femenina, que encabeza una comunidad mixta de unos treinta monjes y monjas. En otro hemisferio y con el océano más grande del planeta por medio, el lago Titicaca comparte prácticamente la misma altitud sobre el nivel del mar —alrededor de los 4000 metros— y tiene un origen tan antiguo como misterioso. Su antigüedad estimada es de 3 millones de años, y su profundidad media de unos 107 metros. En él desaguan más de 25 ríos y, en la actualidad, constituye la frontera natural entre Perú y Bolivia, que se reparten, casi a partes iguales, su superficie.

Desde hace 40 años, el Lago Titicaca se encuentra en una reserva natural que aúna, además de la masa de agua, los islotes artificiales de totora y las zonas de cultivo. Pero, además de su riqueza ambiental, el Titicaca alberga una importante riqueza histórica, pues está considerado, literalmente, la cuna de varias civilizaciones antiguas de Perú, entre ellas, los purakas, los tiwanakus y, por supuesto, los incas. Su presencia en la zona se puede constatar mediante evidencias arqueológicas. Y ¿quién sabe? quizá hasta su origen; la presencia de un misterioso templo subacuático de entre 1.000 y 1.500 años de antigüedad ha dado pie a todo tipo de hipótesis. Para los incas, el dios Con-Tiki-Viracocha emergió del lago llevando a algunos humanos con él. Después, ordenó que el sol, la luna y las estrellas se levantaran, y creó más seres humanos de piedra. Para ellos, el lago Titicaca era su lugar de origen, y estaban convencidos de que, al morir, sus espíritus retornarían al lago del que provenían. Pero, ¿quién creó entonces el lago? Una vez más, el agua como renacimiento, como purifi adora, como limpiadora de pecados. La leyenda popular gusta de contar que la población vivía felizmente en un fértil valle —que nos recuerda al Edén— en el que los dioses solo habían prohibido una cosa: subir a las montañas donde ardía el fuego sagrado —que nos recuerda al empeño de Prometeo—. El final se intuye: los hombres desobedecen y los dioses les castigan. Inti, el Dios del Sol llora durante 40 días y 40 noches, y su llanto anega la zona formando el lago Titicaca y acabando con todo, menos con una pareja. El castigo, la supervivencia, la lluvia en forma de llanto y su duración evidentemente nos traen reminiscencias del Diluvio y hasta puedan explicar la existencia de esa misteriosa construcción que reposa en el fondo del lago.

LAGOS CON MUCHA HISTORIA

Hay lugares en los que prima la geografía, y lugares en los que prima la historia. El lago Tiberíades o Mar de Galilea es uno de ellos. Situado en el Medio Oriente, es uno de los lagos de origen tectónico que han emergido en el valle del Gran Rift africano, la gran fractura que terminará desgajando la parte este del continente. iene poco más de 21kilómetros de longitud y 12 de anchura, con una profundidad máxima de 48 metros, y una altura de 212 m bajo el nivel del mar, lo que le convierte en el lago de agua dulce más bajo del mundo. Este lago es muy importante en la cosmogonía cristiana, pues es aquí donde desemboca el río Jordán, en el que se bautizó Jesucristo y donde nace el sacramento del bautismo cristiano. Y es aquí donde los Evangelios le ubican a él y a sus apóstoles, en el entorno de una comunidad de pescadores. Tanto es así, que, en los tiempos de la clandestinidad bajo el imperio romano, el símbolo de la nueva religión sería un pez. Entendemos que proveniente del Mar de Galilea. En la actualidad, y desde hace veinte años, la frontera que supone el lago es fuente —nunca mejor dicho— de conflictos entre Israel y Siria. La masa de agua que antes tenía riberas en ambos países, pertenece ahora mismo a tierras de Israel, que le niega a Siria el acceso a sus aguas. El lago que los evangelios llamaron Mar y que aparece en las Escrituras desde el tiempo de Los Reyes, el que conoció a Juan el Bautista y propició el grupo de apóstoles que expandirían toda una religión por el mundo, continúa estando de absoluta actualidad. Pero ahora, desde las páginas de los periódicos y debido a conflictos políticos y bélicos. Menos de 130 kilómetros al sur, aprovechando la misma línea de puntos que se asienta sobre el valle del Rift, encontramos el Mar Muerto, en esta ocasión dividido equitativamente entre Israel y Jordania. Su longitud ronda los 80 kilómetros y su ancho máximo no llega a los 20. El nombre miente y dice la verdad a un tiempo: no es un mar, sino un lago y sí, está muerto, pues es mínima la vegetación y la vida animal microscópica que albergan su interior y sus orillas. La causa es su exagerada salinidad. El Mar Muerto recibe agua del río Jordán y otros pequeños afluentes, pero no tiene salidas. Al estar situado en el punto más bajo de la tierra, aproximadamente a 400 metros bajo el nivel del mar, no tiene efluentes. Tampoco hay apenas precipitaciones que disuelvan la alta concentración de minerales, consecuencia de la evaporación. Sus aguas, explotadas ya en establecimientos de baños en ambas orillas, son ricas en calcio, magnesio, potasio y bromo, pero pobres en vida, salvo algunos microorganismos halófilos. Su elevada salinidad impide a una persona sumergirse en él de manera natural, dándole así una fama universal.

Pese a no ser un lugar de peregrinación ni veneración, el Mar Muerto es un escenario importante en la narrativa bíblica, donde recibe los nombres del Mar de Sal, Mar de Arabá o Mar Oriental. La mayoría de los historiadores coinciden con los arqueólogos bíblicos en que las ciudades de Gomorra y Sodoma podrían encontrarse al sur, en su orilla, enterradas a no más de 6 metros de profundidad. Las ciudades que Dios maldijo y arrasó probablemente fuesen destruidas por una catástrofe natural, más que divina, procedente de los movimientos sísmicos característicos de una zona “caliente”, situada en una falla tectónica y con una gran actividad. El Mar Muerto pasó a ser un punto clave para la historia de la religión cristiana hace menos de un siglo, cuando se descubrió que las cuevas de sus acantilados, en el lado israelí, escondieron durante 2.000 años los famosos Rollos de Quamran, un total de unos 3000 fragmentos de manuscritos en hebreo que reproducen evangelios, tanto apócrifos como aceptados por los diferentes credos. Se cree que las tinajas que los ocultaron formaron parte de una biblioteca “secreta” que los esenios —según algunas de las fuentes, los auténticos seguidores de Jesucristo, enfrentados al poder romano— escondieron en su momento, para que no cayeran en manos no autorizadas y garantizar su pervivencia en la historia. Y lo consiguieron. Sin alejarnos demasiado, y volviendo desde las Tierras de Salomón a las de la tierra de Saba, el lago Tana, de origen tectónico, esconde también una historia de acogida y clandestinidad. Ubicado en las tierras altas de Etiopía, al noroeste del país, a más de 1800 metros de altitud y con 84 kilómetros de largo y 66 de ancho, es el lago más grande de Etiopía y constituye la fuente del Nilo Azul, que persiguió el jesuita español Pedro Páez. Su interior alberga una treintena de islas e islotes y en casi todas ellas se erige un pequeño templo o monasterios, algunos de ellos exquisitas y humildes joyas del siglo XVI, que ocultan en su interior un impresionante despliegue de frescos de aire naif que cuenta la historia del cristianismo ortodoxo etíope. Todo el lago tiene un halo místico. Los locales cuentan que en estas islas se refugiaron los sacerdotes cristianos a la llegada del islam, que albergan los restos de los diferentes emperadores etíopes, que dieron cobijo al Arca de la Alianza (que según el pueblo etíope se encuentra en su poder), y que, incluso, en una de ellas, descansó la Virgen María en su viaje de regreso de Egipto. Purificadores, objetos de ritos propiciatorios, puertas entre la vida y la muerte y símbolos del renacimiento, los lagos sagrados guardan la memoria espiritual de los pueblos que habitaron sus orillas. El peso de la historia vivida en sus riberas, la memoria de su creación y la energía emocional que destilan los lugares en que las personas sitúan a sus dioses, continúan atrayéndonos a día de hoy, quizá despertando sensaciones ancestrales que nos empeñamos en disfrazar de curiosidad.