Texto: Pedro Páramo

Boletín 63 – Sociedad Geográfica Española – Los lagos de nuestra Tierra

Es difícil asignar una categoría a las 2.500 concentraciones de agua dulce que hay en nuestra geografía: así, pueden llamarse lagos o, más modestamente, lagunas.

Los grandes depósitos de agua dulce en España, a las que a veces llamamos pantanos y a veces lagos, no son producto de la naturaleza sino de la intervención humana, consecuencia de una presa que embalsa el agua de un río. El historial geológico, la orografía y el clima de la península ibérica no han favorecido la formación de lagos naturales de mediano o gran tamaño. Dicho esto, y hablando ya tan sólo de las obras de la naturaleza, la diferencia entre lagos y lagunas en nuestra lengua viene dada por el tamaño. Y en cuestión de tamaños todo es relativo. El lenguaje popular en muchos casos distingue como lagos lo que en otras latitudes ni siquiera serían lagunas; y a veces se nombran como lagunas lo que no son más que grandes charcas, que hasta se secan en las estaciones más calurosas. Los lagos españoles tienen diferentes orígenes. Los de origen glaciar, fueron originados por la desaparición de los glaciares de la glaciación de Wurm a lo largo del Cuaternario, como los de las cordilleras del norte; de origen cárstico, especie de cubetas que el agua forma al disolver rocas solubles, como el yeso o la caliza, tal es el caso de las Lagunas de Ruidera; de origen mixto, tectónico-cárstico, como el lago de Bañolas, en Gerona, que ocupa una depresión de una falla tectónica, alimentada por aguas subterráneas de origen cárstico; también existe una muy pequeña muestra en Ciudad Real de la escasa actividad volcánica que ha habido en la península.

LAGOS DE ORIGEN GLACIAR

Son los lagos y lagunas españolas más conocidos por lo espectacular de los paisajes de montaña que los alojan. Entre estos se cuentan los pequeños lagos de la cordillera Cantábrica, como los Lagos de Somiedo, en el occidente asturiano, y los Lagos de Covadonga, el Enol y el Ercina, situados en el macizo occidental de los Picos de Europa. Una gran lengua glaciar, escindida en dos durante el deshielo de la última gran glaciación de hace 40.000, años dio origen a estos dos lagos, separados por una morrena central. El lago Enol, a 1.070 metros de altitud, mide 750 metros en su parte más larga y unos 400 metros de ancho. Sus aguas de color verde esmeralda están pobladas por truchas, piscardos, tencas y cangrejos. El Ercina, más pequeño, de menor caudal y algo más alto (a 1.108 metros de altitud), sólo tiene 3 metros de profundidad máxima. En la otra gran cordillera del norte de España, en los Pirineos, hay un buen número de este tipo de concentraciones de agua dulce en parajes de gran belleza. Destacan el lago Certascan, el más grande de los pirenaicos españoles, y el lago San Mauricio. El Certascan, a 2.236 metros de altitud y una profundidad máxima de 96 metros, situado a pocos metros de la frontera francesa, desagua mediante el río Certascan, que se junta con el Lladorre y, más adelante, con el nombre de Cardós, desemboca con el Noguera Pallaresa en Llavorsí. El lago San Mauricio, situado en el fondo de un circo glaciar, a 1.910 metros de altitud, mide 1.100 metros de largo por unos 200 de ancho. Sus aguas drenan el valle de Espot mediante el río Escrita hasta el Noguera Pallaresa, y figura en el nombre del único parque nacional en territorio catalán: el Parque Nacional de Aigües Tortes y Lago San Mauricio.

Alejados de las cordilleras más altas del norte de España, en las cadenas montañosas del centro peninsular, se encuentran también lagos glaciares, como la Laguna Negra de Soria, de la que se dice que no tiene fondo, pero que en realidad mide ocho metros de profundidad máxima, las Lagunas de Gredos, en Ávila, a 1.940 metros de altitud en la cordillera central, o la madrileña Laguna de Peñalara, en la Sierra de Guadarrama, de solo 650 metros de perímetro. De entre las formaciones lacustres glaciares españolas sobresale el Lago de Sanabria, en la provincia de Zamora, el más grande de los lagos españoles. Situado a una altitud de 1.000 metros, mide 3 kilómetros de largo por 1,5 kilómetros de ancho, una superficie equivalente a unos 350 campos de fútbol, y registra una profundidad máxima de 53 metros. Se originó con la desaparición del glaciar que cubría la región hace unos 10.000 años entre las sierras de Segundera y de la Cabrera. El río Tera, afluente del Esla, alimenta la entrada de agua al lago y le sirve de desagüe. En sus aguas habitan seis especies de peces, entre las que sobresalen las truchas común y asalmonada. En el sur de España también existen decenas de lagunas y lagunillas glaciares en la provincia de Granada, en Sierra Nevada, de entre las que destacan por su altitud la Laguna de la Caldera, a 3.000 metros de altura, y la de Las Yeguas, a 2.873 metros.

LAGOS DE ORIGEN CÁRSTICO

Los más conocidos de España son el conjunto de las Lagunas de Ruidera, formado por 16 concentraciones de agua de muy diverso tamaño, situadas en las provincias de Albacete y, la mayoría, de Ciudad Real. Solo de nombre son lagunas: en realidad se trata de un amplio humedal, en el que la mayoría de los depósitos de agua están conectados mediante arroyos y cascadas de aguas, que provienen en parte de su sistema fluvial y en parte del flujo subterráneo. De origen cárstico son también la Laguna de Gallocanta, entre las provincias de Zaragoza y Teruel, y la Laguna de Piedra, en el norte de Málaga, famosa por su colonia de flamencos. Aunque no es propiamente cárstico, el Lago de Bañolas, en Gerona, alojado en una depresión tectónica originada durante el Cuaternario, tiene una superficie de 1,7 kilómetros cuadrados. Su caudal se nutre del río Terri, pero con una gran aportación de aguas subterráneas. La actividad volcánica, que en otras partes del mundo da origen a lagos y lagunas alojadas en cráteres llamados maares, apenas está presente en la geografía española. Solo en la región de Campo de Calatrava, en Ciudad Real, hay pequeñas lagunas con este origen. La más grande es la Laguna de Posadilla, que se formó por la explosión producida por el contacto entre la lava y una capa de aguas subterráneas hace varios millones de años.