Ahmad Zaki. El viajero que lloró en la Alhambra

Zaki llegó a España formando parte de unamisión oficial, con 25 años y más entusiasmoque conocimientos. Quería visitar los lugaresque habían construido los árabes expulsadosde España cuatro siglos atrás. Se veíallamado a dejar constancia de su grandezay, ¿quién sabe?, quizá a recuperar valiososmanuscritos en manos de los cristianos. Sequedó tres meses, y por el camino se enamoróde aquella tierra que ya no era Al Andalus y tampoco era Europa, y ala que los suyos llamaban Isbaniya.

 

CUANDO ORIENTE MIRA A OCCIDENTE

La rihla, el relato árabe de los viajes de Occidente hacia Oriente funcionó desde aproximadamente el siglo XII. Los viajeros de El Magreb o Al Andalus que conseguían peregrinar a La Meca, volver, y además contarlo, se convertían en privilegiados cronistas de un mundo desconocido, rico en conflictos y con una sorprendente diversidad cultural, como lo hizo Ibn Battuta. Dos siglos después de la conquista de Al Andalus, el sentido de la rihla se invirtió. España, aquel país en la periferia de Europa, comenzó a recibir a ilustres viajeros árabes que hilvanaron un certero retrato de la sociedad española y cimentaron un incipiente nacionalismo panarabista en la idea del paraíso perdido de Al Andalus.

Ahmad Zaki, abogado, traductor y Alto representante de la administración egipcia, no fue el primer viajero árabe en pisar tierra española, pero quizá fuese el primer viajero árabe documentado que llegó, en cierto modo, a amarla, o, Al menos, a sentirse cómodo en un país que le resultó hostil y ajeno en un principio. También era el primer viajero árabe estrictamente oriental. Y el segundo –del que haya quedado constancia– cuya rihla no obedecía a motivos estrictamente diplomáticos ni políticos, sino puramente culturales y, podríamos decir, etnográficos.

 

LOS PRIMEROS VIAJEROS MUSULMANES

Durante la segunda mitad del siglo XIX, diferentes viajeros del vecino Marruecos recalaron en España, enviados en misiones diplomáticos por el sultanato. Ilustres visitantes musulmanes que dejaron, aunque fuera mínimamente por escrito, sus impresiones sobre la tierra en la que gobernaron durante 800 años. En 1861, Idris Al Amrawi visitó España en misión oficial, enviado por el monarca Muhammad IV. Apenas quince años después Ab Al Alsam Al Susi visitó la península y un miembro de su séquito, Ab Al Hasan Al Ribati se encargó de redactar una crónica sobre el viaje hispano, bajo el título de Rihla and Alusiyya, en 1878 se produciría una de las dos visitas del embajador Abd Al Karim Brisa – la última sería en 1895– y en el año 1885 Ahmad Al Kardadi llegó a España, como integrante de unadelegación cuyo objetivo confesable era mantener una entrevista con el monarcaAlfonso XII, y cuyo posible objetivo real era evaluar las fuerzas militares españolesen caso de que estallara un conflicto armado entre ambos países; pues solo así seentienden las referencias concretas que proporcionaba el cronista sobre el númerode torres, fortificaciones o soldados de Tánger, Cádiz o Sevilla.

 

LA RIHLA DE AL WARDANI

En el año 1887, apenas dos años después de esta última visita cambia la tónica por primera vez. Ali Al Wardani, tunecino de origen y al servicio del sultán otomano Abdulhamit, ya no es un embajador, sino un intelectual con un objetivo cultural concreto: confeccionar un informe sobre manuscritos árabes depositados en bibliotecas españolas. Pese al ingente trabajo que realizaría Al Wardani, su trabajo no tuvo ninguna repercusión; no así su rihla, que sería el primer texto sobre el viaje de un árabe a España que podría ser leído por sus contemporáneos.

Cabe pensar que, motivado por continuar el atractivo trabajo de investigar los legados de la cultura árabe acumulando polvo en colecciones españolas, Ahmad Zaki apareció en la península a finales del siglo XIX, concretamente en el año 1892, cuando (era imposible que precisamente a él le pasara desapercibida la fecha) el país celebraba no solo el cuarto centenario de la conquista de América, sino la caída del último reino musulmán en la península, Granada, a manos de los Reyes Católicos.

 

UN EGIPCIO EN LA ESPAÑA DECIMONÓNICA

Ahmad Zaki había nacido en Alejandría, y en el momento de su partida ostentaba un alto cargo en la administración egipcia tomada por los británicos, al servicio del jedive Abbas Hilmi II. No es casual que, al igual que su predecesor Al Wardani, proviniera de Oriente. A finales del siglo XIX, el peso geográfico había pivotado, y la mayor vitalidad cultural se respiraba en El Cairo, Damasco, Beirut, Estambul o Jerusalén.

Zaki formaba parte de la delegación enviada por la administración egipcia al IX Congreso Internacional de Orientalistas que tuvo lugar en Londres ese año, pero en algún momento, al culminar su misión, y parece que motu proprio e invirtiendo su propio dinero, anuncia a su ministro de Instrucción Pública la intención de realizar un viaje por España y Portugal, “tan lleno de recuerdos para nosotros” como se apresura a indicar, con la esperanza de “dar cuenta de los vestigios de la magnífica civilización de los árabes, y, más particularmente, hacer investigaciones en bibliotecas públicas y privadas con la esperanza de descubrir allí algunos manuscritos árabes que faltan de nuestras bibliotecas egipcias”. La idea del viaje por España no pudo asaltarle de inmediato, pues el viajero egipcio ya advierte que en París había comenzado a estudiar “la gramática española para poder hablar con el pueblo y poder intercambiar mis ideas directamente con él”, loable intento que se convirtió en frustración nada más llegar a Irún, ante la imposibilidad real de comunicarse de una manera fluida.

El visitante fue recibido por la Academia Jurídico Literaria de Zaragoza y nombrado miembro honorífico, “uno de os días más felices de mi vida”, como contaría posteriormente, en presencia del arabista Julián Ribera, uno de los muchos y duraderos amigos que Zaki terminaría por hacer en España.

Y es que Ahmed Zaki venía con una ilusión desbordante por conocer nuestro país y con una inclinación optimista hacia el mismo, que en ocasiones se dio enteramente de bruces con la realidad. Durante el viaje, que se prolongó a lo largo de todo un trimestre, el egipcio trató de encontrar en España lo que le conectaba a su propio pasado, sin centrarse en el discurso del perdedor, del desheredado que articulaban otros viajeros árabes en cuanto pisaban Al Andalus. En ocasiones no fue fácil; las especiales relaciones del gobierno con Marruecos impregnaban el ambiente hasta tal punto que Zaki llegó a sentirse literalmente rechazado o atacado, pero ese primer momento en que, recién llegado y prácticamente desconocedor del idioma, se sintió especialmente vulnerable, pasó y comenzó a centrarse en unas similitudes – más bien emocionales – en las que no caen otros viajeros: “(,…) aspiré el perfume y el aroma de Al Andalus. Gozaba al ver la pureza de su cielo taraceado de estrellas rutilantes, como en mi país (…) Algo tan diferente (…) de Inglaterra y París…”

 

FASCINADO POR LA ALHAMBRA

Pese a que el autor conoce el término Isbaniya, con el que los árabes suelen referirse a España, la utilización del término Al Andalus de forma expresa no se debe a una confusión, sino, -todo hace pensarlo– a una aproximación sentimental al paisaje que recorre. Cuando, enfermo de gripe, los médicos le envían al clima andaluz, más templado, a recuperarse, sí que llega, por fin al Al Andalus histórico.

Allí tiene la intención de visitar la indiscutible tríada de Sevilla, Córdoba y Granada. En la Alhambra tendrá ocasión de firmar en el libro de visitas. El texto, manuscrito en árabe, refleja la extraordinaria emoción que debió embargarle.

“¿Es cierto que esta es la Alhambra? ¿Es verdad que estoy en ella?” se pregunta como si estuviera dentro de un sueño “De Dios son estos palacios y estas mansiones.

Aquí están los restos que proclaman la excelsa grandeza de aquellos hombres”, advierte. La Alhambra ya había cautivado a otros viajeros sensibles, especialmente a los románticos, que recreaban, como hizo Irving, todo un universo de leyendas, espectros, doncellas cautivas y reyes moros atrapados en aquella fortaleza roja. Pero había una salvedad para Zaki, como la había para cualquier otro viajero árabe. Los azulejos, las arquerías, y las filigranas que europeos y norteamericanos veían en sus estancias no eran -como para ellos– sencillamente exóticas; eran parte de su propia cultura, de su pasado. Los mensajes de sus paredes hablaban un lenguaje que él sabía leer. Para él, la Alhambra no era un castillo encantado poblado de leyendas, era la obra cumbre de una civilización que alcanzó un momento de esplendor y que, en su crónica, pone como ejemplo para los jóvenes de su propio tiempo.

Probablemente fuese esa personalización del paraíso perdido en el país y sus gentes lo que provocó que el viajero egipcio tuviese una visión amable de los paisajes y las gentes que visitó. Fue recibido por la reina regente, Maria Cristina, para quien tiene rendidas palabras de admiración, y, durante sus frecuentes visitas a la Exposición Universal, refiere haber visto “los restos árabes que llevaban el corazón de orgullo y el alma de tristeza (…) y los cañones que, antes que ellos, habían inventado los granadinos, para combatir a sus enemigos…”

Ahmed Zaki no pasa por alto los restos de su cultura. Conoce perfectamente sus armas, su arquitectura, los restos de un idioma que aún impregna el castellano, pero no construye su relato de la sociedad española, desde el rencor, ni desde el mito del Al Andalus perdido, como símbolo de una grandeza destruida o un renacimiento por venir. Zaki es sentimental y práctico, y le puede más lo que le une a los habitantes de ese Al Andalus perdido, lo que tienen en común, que lo que les separa.

 

IDENTIFICADO CON AL ANDALUS Y CON ESPAÑA

“He visto en los españoles -advierte en sus escritos – la moral, la dignidad y lagenerosidad de los árabes. He encontrado en ellos lealtad, buen carácter, amor alextranjero (…)y declaro públicamente que su carácter es más amable y noble queel de todas las naciones que he recorrido en este largo viaje…”

Zaki fue uno de los pocos viajeros que se sintió verdaderamente a gusto entre los españoles que frecuentó, que se molestó en integrarse entre ellos, y que dejó de verlos como a los cristianos que habían vencido al rey Boabdil cuatro siglos atrás.

A su vuelta a Egipto, en febrero del año 1893, publicaría la primera edición de su libro Al safar ila-L-mu tamar (El viaje al Congreso), que además de su periplo por España, contiene referencias a Italia, Francia, Inglaterra y Portugal.

Después de ese primer viaje, Ahmad Zajki estuvo viajando por Europa siempre en misiones oficiales. Volvió un año después para el X Congreso de Orientalistas en Ginebra, y en el año 1900 para la Exposición Universal de París. Al contrario que los viajeros árabes que le precedieron, no señaló la inferioridad de España frente a sus vecinos europeos, no buscó rasgos generales que formaran una identidad de país, como esa mezcla de vehemencia y dejadez que Al Wardani achacaba a las corridas de toros y al continuo espectáculo de la violencia gratuita, o el retraso en el desarrollo derivado de una menor disponibilidad Al trabajo y a un exceso de fiestas religiosas. Tampoco destacó la ejemplaridad de aquella Al Andalus perdida frente a la mediocridad actual, como sí hicieron antes que él otros viajeros, que se precipitaron a hacer el recuento de habitantes en Toledo o Córdoba cuatro siglos antes y cuatro siglos después. Amhed Zaki supo combinar de forma magistral su actividad política con una fructífera actividad investigadora. Fue secretario General del Consejo de Ministros, cofundador de la Universidad Egipcia, inició la composición de un Larousse árabe, y desarrolló en artículos periodísticos la procedencia árabe de varios topónimos españoles. Su muerte, acaecida en 1934, le impidió llegar a ostentar un prestigioso puesto en la Academia Árabe de Egipto.

Su figura fue reconocida por diversas instituciones europeas, como la Royal Asiatic Society de Londres, la Societé Geographique de Lisboa, la Academia de la Historia de Madrid y la Real Academia Sociojurídica de Zaragoza. También, y quizá paradójicamente en un árabe y musulmán que se emocionaba al pensar en la pérdida de Granada, fue obsequiado por la reina regente María Cristina con un distintivo que nunca ostentó: el galardón de otra reina, que 400 años atrás había expulsado a los musulmanes de la península, nada más y nada menos que el lazo de Isabel la Católica.

 

Emma Lira