Crónica 4. Jueves, 25 de Julio de 2019
Hoy es el día que llevo esperando afrontar desde hace varios meses. La jornada del intento de cumbre siempre es muy especial, pues todos los esfuerzos realizados anteriormente y todo el empeño que uno le pone en la logística, planificación y entrenamientos se verán reflejados en el devenir de ese día. Los momentos previos al inicio son como un deja vú que se repite fielmente en mi cabeza en todas las expediciones. Nervios, ilusiones, dudas, concentración, son parte de esos elementos que forman una amalgama de sentimientos difícil de describir, pero muy intensa. Subir a la cima será algo muy duro y que implicará mucho esfuerzo, pero me siento preparado para ello. ¡!Allá vamos!!
El despertador suena a las 3:30 de la madrugada. Es plena noche y las estrellas titilan en el oscuro cielo, cubierto por algunas nubes. Aunque hace frío, he pasado mejor noche que en las jornadas anteriores. Nos desperezamos y nos ponemos a preparar el desayuno calentando agua para tomarnos algo calentito, como un té o un café, que nos llene el estómago junto con algunas galletas y barritas energéticas. Nos abrigamos con las prendas térmicas correspondientes, y salimos de la tienda en plena oscuridad.
A las 4:30 iniciamos la ascensión. Sopla una ligera brisa y hace una noche ideal para adentrarse en la montaña. Seguiremos la misma ruta que realizamos ayer hasta los 4.800 metros, con la diferencia de que la luz de nuestros frontales serán los que nos iluminen el camino, junto con la luz de la luna en cuarto creciente, que solitaria domina el cielo. Ascendemos a buen ritmo mientras a nuestras espaldas divisamos las luces de los pueblos cercanos a la montaña y en la lejanía las luces de Teherán, que en su magnitud abarcan casi todo el horizonte. Andamos en silencio uno enfrente del otro, cada uno inmerso en sus pensamientos, pero sintiéndonos cerca, formando un buen equipo. Paso a paso ganamos altura y empezamos a adelantar a algunos grupos de montañeros iraníes que han empezado a subir antes que nosotros. Hoy es Jueves, fin de semana en Irán (equivalente a nuestro sábado), día que suelen aprovechar los montañeros locales para tratar de ascender la montaña.
Las sensaciones van siendo buenas y avanzamos con constancia, sin pausa, paso a paso, metro a metro. Es un momento que me apasiona, el andar en montaña en plena noche, con la única luz de tu frontal, solitario en medio de la inmensidad de la montaña. Tras 1 hora alcanzamos los 4.500 metros del collado situado al final de la ladera que acabamos de ascender, pero no nos detenemos y seguimos hacia arriba, siguiendo el camino bien marcado que se adentra ahora en la arista rocosa que separa dos vertientes de la montaña. Hace frío y noto los dedos de las manos sin sensibilidad, mientras voy dándome masajes en las manos cada poco tiempo. Es el momento de más frío en montaña, justo cuando empieza a amanecer, sobre las 5:30. Seguimos ascendiendo entre las rocas, ya bajo las primeras luces del día, y vamos muy animados, pero concentrados en el trabajo que aún queda por realizar. El cielo está ligeramente nublado, pero ya sin el intenso frío de unos momentos antes.
A las 6:30 alcanzamos los 4.800 metros, justo en el lugar donde llegamos ayer en la jornada de aclimatación. Hemos ascendido 600 metros en 2 horas, que no está nada mal. Aquí, a resguardo del viento entre unas rocas, paramos a comer algo y a beber. Descansamos apenas 15 minutos y retomamos la ascensión adentrándonos ya en terreno desconocido. Seguimos ascendiendo por la arista rocosa, por un camino bien marcado que bien discurre por un lado u otro de las grandes rocas, restos solidificados de las coladas volcánicas que antaño surgieron del cráter del Damavand. Adelantamos, de nuevo, a otro grupo de iraníes que salieron antes que nosotros y que suben a un ritmo más lento. La arista se hace un poco más vertical y llegamos a un tramo donde tenemos que trepar para alcanzar un pequeño balcón aéreo. Estamos a 5.100 metros y aprovechamos para descansar de nuevo, mientras los pocos rayos de sol que veremos en todo el día nos calientan un poco. Son las 7:45. Apenas descansamos 15 minutos y volvemos a reanudar la subida. En este nuevo tramo seguimos ascendiendo por una nueva arista rocosa, un pelín más inclinada, pero sin grandes problemas técnicos. La altura ya se empieza a notar, y el ritmo, aunque constante, se empieza a enlentecer. El camino a esta altura ya está cubierto de nieve y tenemos que ir con cuidado de no resbalar. Vamos ganando altura poco a poco y sobre las 9:00 alcanzamos los 5.300 metros, donde hacemos una pequeña parada para reponernos del último esfuerzo realizado.
Retomamos la ascensión adentrándonos en una zona más aérea, con rocas y nieve, donde hay que ir muy concentrado para no resbalar y caer por la ladera nevada que queda a nuestra derecha. Voy cansado, pero sigo hacia adelante con tesón, con Carlos unos metros por delante de mí, compartiendo la dureza de la ascensión. Por fin acabamos de subir por la arista y alcanzamos un gran collado a 5.450 metros desde el que divisamos la cumbre y donde vemos con asombro las grandes fumarolas que salen de las laderas del cráter cimero. El olor a azufre es insoportable y nos ponemos unas mascarillas para atenuar el ambiente tan enrarecido. Se hace complicado respirar, en parte por la altura y en parte por el hedor a azufre, que nos recuerda que aunque el Damavand no está activo, tampoco es un volcán completamente dormido.
El suelo y las rocas del entorno tienen tonos amarillentos, debido al azufre que en estas alturas es el rey. Aún nos quedan 200 metros hasta la cumbre, que se harán muy duros. Paramos en el collado a descansar, beber y comer por última vez. Retomamos la ascensión avanzando lentos, paso a paso, sorteando los gases sulfurosos y tratando de mitigar el cansancio por la altura.
Coincidimos con grupos de iraníes que también buscan alcanzar la cima y salieron antes que nosotros. Somos como “zombies” que vamos en busca de lo más alto, guiados por nuestra perenne pasión y perseverancia, infectados por el virus de la montaña que nos hace desear siempre conquistar las cimas más altas y bellas, ir en busca de parajes desconocidos y adentrarnos en mundos lejanos que llenen nuestros espíritus de vida.
El cielo está muy nublado y se pone a nevar. Aún así seguimos avanzando, paso tras paso. Cada pocos metros paramos a retomar aliento. Estos últimos metros se están haciendo muy duros, pero mi mente está preparada para ello y sigo hacia arriba, siempre hacia arriba. Bordeamos una gran fumarola que emite de forma constante gases sulfurosos hacia el cielo y llegamos a un pequeño collado que enfila ya directo hacia el borde del cráter. Carlos y yo nos juntamos en ese punto y juntos llegamos hasta el cráter. Avanzamos unos metros más y llegamos a un promontorio rocoso en uno de los lados del cráter. ¡Estamos en la cumbre!
¡Lo hemos conseguido! Nos abrazamos con fuerza y se me cae alguna lagrimilla. Es un momento sublime y nos sentimos dichosos por haber llegado juntos hasta la cumbre. Hemos trabajado muy bien en la montaña estos días, compenetrándonos como un buen equipo, y esta es la ansiada recompensa. Son las 11:00 y hemos tardado 6:30 horas en ascender los 1.400 metros de desnivel. Con fuerzas puedo gritar al cielo que estamos en el techo de Oriente Próximo, en la cima del volcán más alto de Asia, a 5.671 metros de altura. En la cumbre nos hacemos las fotos de rigor y me acuerdo mucho de toda mi familia que siempre sufre mis ausencias desde la lejanía. Mi mujer Marta y mis hijos Alejandro y Lucía son esos pilares fundamentales sin los cuales no podría nunca llegar a las cimas más altas. Esta cima va dedicada a ellos. Y también un pedacito de ella va para todos vosotros que me seguís y apoyáis en mis locuras montañeras; a toda mi familia, mis amigos y colaboradores. Un trocito de esta cumbre es para todos vosotros. ¡Gracias a todos!
Pasamos 1 hora en la cumbre disfrutando del momento, interiorizándolo, con una sonrisa en la cara, a pesar del cielo encapotado y de la constante nevada. Son momentos únicos, difíciles de explicar, pero llenos de intensidad. La cima es solo un pequeño lugar en una inmensa montaña, pero está llena de significados, y encontrarnos en ese punto mágico con el que habíamos soñado con tanta pasión es una sensación sublime. La pasión por las cumbres, por las montañas, forma parte de mis raíces más profundas y escalando o caminando sobre ellas me siento en plena libertad, respirando la vida a grandes bocanadas, feliz, muy feliz…
La bajada hasta el campamento se desarrolló sin problemas y pasamos allí la noche descansando del esfuerzo realizado. Al día siguiente bajamos hasta Polour y estuvimos tratando de realizar la obra solidaria, pero fue complicado de gestionar, pues los colegios estaban cerrados y no conseguimos comunicarnos con alguien que nos ayudara. Lamentablemente no pude realizar la obra solidaria. Espero que en la siguiente ocasión haya más suerte.
Los días siguientes nos adentramos por tierras de Irán, un fascinante país, en busca de los caminos que antaño formaban parte de la Ruta de la Seda, contemplando los restos del antiguo Imperio Persa y adentrándonos en ciudades de cuento salidas de las mil y una noches. Pero eso es otra historia, que algún día contaré.
Juan y Carlos, desde la cima del Damavand